En la vida cotidiana, decidir si una afirmación es verdadera o falsa se ha convertido en un acto constante. Desde las redes sociales hasta los tribunales, el juicio sobre la veracidad de lo que percibimos se encuentra inevitablemente influido por elementos que escapan a nuestro control consciente. Entre ellos, las fotografías ocupan un papel particularmente ambiguo: son herramientas de comunicación que informan, ilustran y cautivan, pero al mismo tiempo poseen un poder silencioso capaz de distorsionar el juicio. Basta una exposición breve a una imagen aparentemente inocua para que un individuo tienda a aceptar una afirmación como cierta, incluso sin pruebas adicionales. Este fenómeno, conocido como truthiness effect, revela una dimensión profunda de la cognición humana: la tendencia a confundir la facilidad con la que procesamos una información con su veracidad.

El efecto de truthiness pertenece al ámbito más amplio de la fluidez cognitiva. Cuando un estímulo —una palabra, una imagen o una frase— se percibe como fácil de procesar, el cerebro lo interpreta como más familiar y, por tanto, más creíble. La fotografía, en este contexto, actúa como un catalizador perceptivo: no solo ilustra una idea, sino que la ancla emocionalmente. Lo visual se convierte en evidencia implícita, incluso cuando no aporta ningún valor probatorio. Así, el juicio se inclina sin que el sujeto lo advierta, lo que conduce a una ilusión de comprensión y conocimiento. El resultado es una confianza excesiva en la capacidad personal para discernir entre lo verdadero y lo falso, cuando en realidad esa confianza está contaminada por sesgos invisibles.

En la era digital, donde las imágenes circulan sin contexto y se mezclan con narrativas polarizadas, el poder del truthiness se amplifica. Las fotografías que acompañan noticias falsas o afirmaciones imprecisas generan un efecto inmediato: el receptor siente que “ha visto” la verdad. El reconocimiento visual sustituye la reflexión crítica. No se trata simplemente de creer lo que se ve, sino de ver aquello que confirma lo que se quiere creer. En redes sociales, donde el compartir se impone al verificar, este sesgo se convierte en un motor de desinformación masiva. La foto, desprovista de intención maliciosa en su origen, se transforma en un instrumento de legitimación emocional.

Sin embargo, el mismo mecanismo que induce error puede utilizarse para fortalecer la verdad. Las investigaciones más recientes señalan que las imágenes no solo promueven la aceptación de falsedades, sino que también pueden consolidar hechos verificables. La clave está en comprender y manipular de manera ética esta dinámica cognitiva: utilizar imágenes no como adornos retóricos, sino como herramientas de anclaje epistemológico. Si una fotografía puede sesgar un juicio, también puede corregirlo. La ciencia de la truthiness no debería detenerse en la descripción del error, sino proyectarse hacia su reverso: la construcción deliberada de estrategias visuales para combatir la desinformación. Así, la psicología del sesgo se convierte en una aliada de la verdad.

Lo importante es reconocer que el juicio humano es inherentemente vulnerable. Las ilusiones de certeza que produce la fluidez cognitiva no desaparecen con el conocimiento ni con la educación; persisten, adaptadas a nuevas formas mediáticas. La solución no radica en suprimir las imágenes, sino en comprender su poder simbólico y su capacidad de modelar la creencia. En un entorno saturado de estímulos visuales, pensar críticamente implica también ver críticamente. Reconocer que la facilidad con que algo se presenta no equivale a su autenticidad es un primer paso hacia una alfabetización cognitiva profunda, donde la verdad no se confunde con la familiaridad ni la evidencia con la emoción.

¿Cómo la exposición previa a la información falsa puede generar inmunidad ante la desinformación?

La desinformación es una de las principales preocupaciones en el entorno digital contemporáneo. Su propagación a través de las redes sociales y otros medios ha puesto en peligro la integridad de las decisiones informadas de los ciudadanos. En este contexto, los investigadores han comenzado a estudiar cómo las personas pueden desarrollar resistencia a la desinformación. Un concepto fundamental que ha emergido de esta investigación es el de la "inmunización" contra las creencias erróneas, un proceso basado en la exposición previa a información falsa o desinformación debilitada, que permite a los individuos resistir mejor la manipulación cognitiva en el futuro.

El principio de la inmunización se deriva de la teoría psicológica y se ha aplicado exitosamente a la lucha contra la persuasión no deseada. McGuire y Papageorgis (1961) propusieron que las personas pueden ser protegidas contra la persuasión mediante la exposición anticipada a argumentaciones débiles que contradicen sus creencias. De manera similar, esta teoría se ha adaptado al campo de la desinformación, sugiriendo que el "prebunking", o la exposición a información desinformativa previamente desacreditada, puede ser eficaz para reducir la vulnerabilidad de los individuos a la desinformación futura.

En un estudio clave, Roozenbeek y van der Linden (2018) exploraron cómo los juegos diseñados específicamente para inocular a las personas contra la desinformación podrían ser útiles. A través de estos juegos, los participantes se exponen a las estrategias que los actores de la desinformación suelen emplear, aprendiendo a identificar las señales que indican que una pieza de información puede no ser confiable. Esta estrategia, que recuerda al concepto de vacunación, prepara a los individuos para identificar y rechazar las noticias falsas antes de que estas puedan influir en sus creencias.

Además de la inoculación directa contra la desinformación, otro aspecto importante es la polarización ideológica. En un mundo cada vez más fragmentado políticamente, las personas tienden a aceptar información que refuerza sus creencias preexistentes, un fenómeno conocido como "motivación basada en la identidad". Este fenómeno fue ampliamente documentado por van der Linden (2017), quien observó que las personas, especialmente en contextos políticos, tienden a rechazar cualquier información que contradiga sus convicciones, incluso cuando esta información está basada en hechos verificables. En consecuencia, el hecho de que alguien esté expuesto a información falsa que coincide con sus valores ideológicos aumenta la probabilidad de que acepte y difunda dicha información.

Por tanto, no solo se debe considerar la inoculación como una respuesta frente a la desinformación. También es crucial reconocer que los factores emocionales e ideológicos juegan un papel fundamental en la forma en que las personas procesan y comparten información. Las estrategias de inoculación deben ser personalizadas para tener en cuenta estas dinámicas. Un aspecto relevante, por ejemplo, es la necesidad de fortalecer la educación mediática en las personas, brindándoles las herramientas necesarias para identificar y cuestionar la información que consumen.

Finalmente, uno de los mayores retos para combatir la desinformación es la propagación rápida y masiva de noticias falsas a través de las redes sociales. Plataformas como Twitter y Facebook han sido identificadas como los principales vehículos para la circulación de contenidos de baja credibilidad, amplificados por bots y otras tecnologías automáticas. Según Vosoughi, Roy y Aral (2018), la velocidad con la que las noticias falsas se diseminan es considerablemente mayor que la de las noticias verídicas, lo que exacerba el problema y dificulta su control.

A través de un enfoque multifacético que combine la inmunización cognitiva, la educación mediática y el análisis crítico de los impulsos emocionales y políticos, se puede reducir la influencia de la desinformación en la toma de decisiones. Sin embargo, esto requiere una acción coordinada tanto de las instituciones educativas como de los gobiernos y las plataformas tecnológicas para implementar estrategias efectivas de prevención y corrección.

Es esencial comprender que la lucha contra la desinformación no es solo una cuestión de exposición a la verdad frente a la mentira, sino una cuestión más compleja que involucra nuestras identidades, emociones y la forma en que nos relacionamos con la información en la era digital. Solo al abordar todos estos elementos podemos esperar lograr un cambio real y duradero en la forma en que consumimos y compartimos información.