Cuando la Organización Mundial de la Salud emitió su primera advertencia sobre el coronavirus a principios de enero, el tema que había dominado recientemente la agenda de salud pública en la administración de Trump era el vapeo. El secretario de Salud y Servicios Humanos, Alex Azar, con el apoyo de Kellyanne Conway y la primera dama, preocupada por la facilidad con que los cigarrillos electrónicos llegaban a los jóvenes, se inclinaba por regular con más agresividad esta industria en expansión. Sin embargo, tras recibir consejos de su gerente de campaña, Brad Parscale, Trump se retractó de sus propuestas. Los temores de alienar a su base política prevalecieron, lo que le dejó un sentimiento de arrepentimiento, como él mismo reconoció diciendo: "¡Nunca debí haber hecho esa maldita cosa del vapeo!".
Fue entonces cuando el coronavirus comenzó a tomar relevancia. El primer caso en Estados Unidos apareció en la costa oeste, cuando un hombre que había viajado a China regresó infectado. A medida que el virus se expandía a través de los continentes, las comparaciones con el brote del SARS en 2003 comenzaron a surgir. Desde el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, un evento elitista que Trump solía ridiculizar pero que también disfrutaba asistir, declaró con tranquilidad que el virus estaba bajo control en Estados Unidos y que confiaba en que el presidente chino Xi Jinping sería transparente sobre la magnitud del problema. En ese momento, las advertencias de sus asesores de seguridad nacional empezaban a volverse más apremiantes.
Matt Pottinger, el subjefe de seguridad nacional, fue uno de los más insistentes en alertar a Trump sobre el peligro inminente. Además, el asesor de comercio Peter Navarro escribió memorandos señalando que el virus podía ser devastador, lo que, aunque acertado en sus predicciones, fue percibido por Trump como una fuente constante de molestia debido al estilo alarmista de Navarro. Los asesores más cercanos a Trump, como el consejero de seguridad nacional Robert O’Brien, subrayaron que el virus representaba la mayor amenaza a la seguridad nacional de su presidencia. Sin embargo, Trump no estaba dispuesto a actuar de inmediato.
Cuando se le sugirió que limitara los viajes desde China, Trump inicialmente se mostró reacio, considerando la medida excesiva y perjudicial para las relaciones internacionales. Fue solo después de recibir más información y las recomendaciones de sus asesores que, el 31 de enero, Trump emitió una restricción parcial para los viajeros provenientes de China. A pesar de este gesto, Trump continuaba tratando el asunto como una molestia temporal, restándole importancia a la pandemia. En una entrevista con Bob Woodward, Trump describió al coronavirus como "más letal que incluso tu influenza más rigurosa", pero subrayó que su intención era minimizarlo públicamente para evitar el pánico.
El 11 de marzo, después de que la Organización Mundial de la Salud declarara oficialmente la pandemia, Trump dio su primer discurso público sobre el virus. Su intervención, marcada por errores y una falta de claridad, evidenció la creciente incomodidad de Trump con la crisis. La confusión generada por su discurso y la cobertura negativa que siguió no hicieron más que alimentar su resentimiento hacia el Dr. Anthony Fauci, el principal rostro gubernamental de la respuesta al virus, a quien llegó a calificar de "showman" en privado.
A medida que la pandemia avanzaba, la situación económica se deterioraba rápidamente. La recomendación de prohibir los viajes de Europa fue una medida que Trump tardó en tomar, consciente de los efectos devastadores que tendría sobre la economía. Sin embargo, la expansión del virus y sus efectos en la vida cotidiana lo obligaron a adoptar medidas drásticas, aunque su discurso y sus acciones siempre estuvieron marcados por una falta de consistencia y una tendencia a minimizar los riesgos.
Es importante tener en cuenta que, más allá de las decisiones políticas de Trump, su enfoque hacia la crisis mostró una gran desconexión entre la urgencia de la situación y la respuesta de su administración. Su actitud inicial de no considerar la pandemia como una amenaza grave fue un reflejo de su enfoque habitual hacia los problemas: la preferencia por minimizar, desdramatizar y centrarse en la imagen. Sin embargo, la magnitud de la crisis le obligó a adaptarse, aunque de manera torpe y en muchas ocasiones demasiado tarde.
En un contexto de incertidumbre, donde los liderazgos nacionales se pusieron a prueba, el manejo de la pandemia por parte de Trump fue un claro ejemplo de cómo la falta de preparación y la resistencia a reconocer la gravedad de una crisis pueden tener efectos devastadores. A medida que la situación empeoraba, el país se vio inmerso en una crisis de salud pública y económica sin precedentes, una crisis que, a pesar de los esfuerzos posteriores de la administración, dejó en evidencia las falencias de un liderazgo incapaz de enfrentar una emergencia global de esta magnitud.
¿Cómo la percepción racial de Trump se formó en Nueva York y su relación con las figuras negras del activismo y el deporte?
Al crecer en el vecindario de Jamaica Estates en Queens, Donald Trump estuvo expuesto a una sociedad racially segregada, aunque viviera tan cerca de comunidades predominantemente negras como Hollis. La ciudad de Nueva York, en ese momento, estaba marcada por la división racial y étnica, con tensiones frecuentes entre los residentes blancos y negros, especialmente en temas de vivienda y seguridad. En sus primeros años, la ciudad era un hervidero de resentimientos y prejuicios, algo que Trump no parecía valorar ni comprender, tal vez debido a su entorno aislado y poco diverso.
En su juventud, Trump tuvo poca interacción significativa con los afroamericanos, y cuando se relacionaba con ellos, la visión que ofrecía era la de una figura distante, cuyas observaciones caían en lo superficial o incluso en estereotipos. Por ejemplo, se sabe que Trump tenía una relación profesional con figuras del deporte y el entretenimiento, como el futbolista Herschel Walker, pero no por ello su perspectiva hacia la comunidad negra parecía profundizarse. Su trato hacia los afroamericanos no pasaba de ser funcional: un interés en la figura pública exitosa pero no en sus luchas o logros en el contexto social y político.
Trump, como empresario, se distanció aún más del panorama racial al optar por un enfoque utilitario en su relación con la política y el poder. A menudo veía a los grupos raciales como entidades que debían ser ganadas para sus propios intereses, ya fuera en la arena electoral o en los acuerdos de bienes raíces. Esta visión reduccionista, que minimizaba las complejidades de las luchas por la justicia social, se reflejó en su interacción con figuras clave del activismo negro, como Al Sharpton.
Sharpton, un conocido líder y activista de derechos civiles, no tardó en percatarse de la actitud distante de Trump hacia los afroamericanos. En un encuentro en un helicóptero, Trump intentó impresionar a Sharpton mostrándole su éxito en Atlantic City, pero el activista no vaciló en criticarlo, sugiriendo que si estuviera en la ciudad, habría organizado protestas contra sus proyectos. A pesar de esta fricción, la respuesta de Trump fue de indiferencia, sin entender completamente la perspectiva de los negros en relación a los desarrollos urbanos y la gentrificación que él promovía.
El activismo de Sharpton, nacido en Brownsville, Brooklyn, un barrio pobre y mayoritariamente negro, se contrastaba con la indiferencia de Trump hacia la problemática racial en Nueva York. Mientras Sharpton organizaba movimientos juveniles y luchaba por los derechos civiles, Trump mantenía su enfoque en los negocios y en la construcción de su imperio inmobiliario. Sharpton no veía a Trump como un aliado, sino como una figura que ignoraba las realidades de los afroamericanos, algo que se hacía evidente incluso cuando Trump se rodeaba de figuras prominentes en el deporte, como Herschel Walker, pero solo como un medio para aumentar su propia visibilidad y poder.
Además, la actitud de Trump hacia la comunidad negra reflejaba un patrón de desinterés o incluso desprecio por la historia del movimiento de derechos civiles. Aunque su paso por la universidad coincidió con momentos cruciales de tensión racial en los Estados Unidos, como los disturbios en Nueva York de 1964 y el asesinato de Martin Luther King Jr., Trump parecía mantenerse al margen de estos eventos, sin mostrar ninguna inclinación a comprender o solidarizarse con las luchas que los afroamericanos enfrentaban.
Es fundamental entender que, aunque Trump interactuó con personas negras en diversos contextos a lo largo de su carrera, su acercamiento no fue más allá de lo superficial. Su visión del mundo estaba basada en relaciones transaccionales, en las que las comunidades raciales y étnicas eran simplemente recursos a utilizar en función de sus propios intereses. Por otro lado, figuras como Al Sharpton demostraron que el activismo y la defensa de los derechos de los afroamericanos no podían limitarse a la figura de un empresario o una celebridad, sino que requerían un entendimiento profundo y un compromiso con la lucha social, algo que Trump parecía rehuir o ignorar.
A lo largo de su carrera, Trump reforzó una imagen de sí mismo como una figura que no necesitaba ajustarse a las expectativas de justicia social, y en cambio optaba por centrarse en la obtención de poder a través de sus contactos, especialmente con aquellos que compartían su visión empresarial y política. Sin embargo, su actitud hacia la comunidad negra y su distanciamiento del activismo de derechos civiles sigue siendo una parte clave de su legado y de la percepción pública que dejó durante su presidencia.
¿Cómo se configura el poder político y mediático en la era moderna?
En el panorama político contemporáneo, las interacciones entre los medios de comunicación, el poder político y los intereses económicos se entrelazan de manera compleja, afectando tanto la percepción pública como la formulación de políticas. Los individuos que forman parte de este entramado son actores clave en la creación de narrativas, estrategias electorales y, en última instancia, en la definición de lo que se considera la "realidad" política. Es necesario entender que, en este contexto, la política ya no solo se juega en las urnas o en el Congreso; se define igualmente en los titulares de prensa, las plataformas sociales y las estrategias comunicativas.
La figura de Donald Trump, por ejemplo, se inserta en esta dinámica de manera singular. Su relación con los medios fue fundamental en su ascenso al poder. Desde el comienzo de su carrera política, Trump supo manejar las herramientas mediáticas a su favor. Su presencia constante en los medios de comunicación, tanto en programas de entretenimiento como en informativos, lo posicionó como un personaje omnipresente. A través de su show "The Apprentice", por ejemplo, consiguió no solo visibilidad, sino también un sentido de legitimidad que transcendió el ámbito empresarial para adentrarse en la política.
A lo largo de su presidencia, Trump se apoyó en la estrategia de desinformación, utilizando el lenguaje de los medios como un arma de doble filo: por un lado, los atacaba cuando no respondían a sus intereses, y por otro, los abrazaba cuando les convenía para consolidar su poder. En este sentido, su figura se nutrió de una constante tensión entre el poder mediático y el poder político, creando un ciclo continuo que alimentaba su imagen y consolidaba su base electoral. De esta forma, el poder mediático ya no solo forma parte del proceso de informar, sino que se convierte en un actor más, capaz de moldear el futuro de las políticas públicas.
Otro factor que debe ser considerado es el impacto de las redes sociales en la política. Plataformas como Twitter o Facebook no solo permitieron a los políticos comunicarse directamente con sus electores, sino que también modificaron el rol del periodismo tradicional. La inmediatez y la capacidad de viralizar mensajes permitió que ideas y teorías, incluso aquellas sin fundamento, se esparcieran con rapidez. El concepto de "fake news" se popularizó, y con ello la desconfianza hacia las instituciones tradicionales. La información ya no provenía exclusivamente de fuentes verificadas, sino que cualquier usuario podía crear y difundir contenido que impactara en el debate público.
Un aspecto relevante de este contexto es el aumento de la polarización política, que a su vez se ve exacerbada por la fragmentación de los medios. Los consumidores de información tienden a elegir lo que refuerza sus propias creencias, lo que contribuye a la creación de cámaras de eco. En este marco, el papel de los periodistas y analistas políticos se vuelve cada vez más crucial, ya que la veracidad y el análisis profundo deben prevalecer frente a la propagación de desinformación. Sin embargo, también se debe reconocer que muchas veces los propios medios de comunicación se ven atrapados en la misma lógica de la competencia por la atención, sacrificando en ocasiones la calidad de la información por el sensacionalismo.
Además, el poder económico tiene una influencia directa en cómo se construyen las narrativas políticas. Empresas como Citibank, Boeing o incluso figuras como Bloomberg, no solo influyen en las decisiones económicas y comerciales, sino que también tienen una presencia importante en los espacios de poder político. Las grandes corporaciones financian campañas, pero también forman parte de una red de contactos que puede influir en la creación de políticas públicas. Los vínculos entre políticos y empresarios son cada vez más estrechos, lo que genera una concentración de poder que es difícil de cuestionar o desafiar.
En este contexto, no es suficiente con comprender los mecanismos de los medios y la política, sino que es esencial entender las consecuencias sociales que generan. Las reformas en el sistema de justicia penal, las decisiones sobre el cambio climático o las políticas migratorias son ejemplos de áreas en las que los intereses mediáticos y políticos se cruzan, influyendo en el destino de millones de personas. El poder, entonces, no solo se juega en las instituciones, sino en el espacio público donde las ideas se confrontan y donde las narrativas dominantes, frecuentemente, son aquellas que se imponen a través de los medios.
Es fundamental que los ciudadanos comprendan que la política es, en muchos casos, un juego de construcción de realidades. Las imágenes de los candidatos, las historias que se cuentan sobre sus rivales y las promesas de cambio son frecuentemente el resultado de esfuerzos calculados para controlar la percepción pública. En este sentido, los medios de comunicación se convierten en un campo de batalla crucial, donde las emociones, las imágenes y los relatos tienden a prevalecer sobre la sustancia de las propuestas políticas.
Al mismo tiempo, no se debe perder de vista que las democracias, aunque imperfectas, ofrecen mecanismos para cuestionar este poder. La participación ciudadana, la transparencia en los medios y el acceso a información de calidad son piezas fundamentales para contrarrestar las distorsiones que pueden surgir de estos entramados de poder político y mediático.
¿Qué buscaba Donald Trump en su ascenso a la política y cómo comenzó su acercamiento al poder?
A lo largo de los años, Donald Trump ha sido una figura polarizadora, no solo en el ámbito de los negocios, sino también en la política. Su ascenso al poder no fue producto de una sola decisión o una serie de eventos aislados, sino de una construcción meticulosa de su imagen, acompañada de maniobras estratégicas.
A finales de la década de 1980, Trump no solo se destacaba por su imperio inmobiliario, sino por la imagen pública que construyó a su alrededor. Su famoso libro The Art of the Deal, publicado en 1987, jugó un papel crucial en este proceso. A través de él, Trump proyectó una imagen de hombre de negocios brillante y perspicaz, capaz de negociar de manera única. A pesar de que su carrera empresarial no estaba tan sólida como la historia que él mismo relataba, el libro se convirtió en un bestseller, impulsando su fama a niveles insospechados.
El libro no solo sirvió para consolidar su imagen como un genio de los negocios, sino que también allanó el camino para sus ambiciones políticas. El asesor político Roger Stone fue un personaje clave en este proceso. Aunque Stone inicialmente estaba vinculado a la campaña presidencial de Jack Kemp, reconoció el potencial de Trump para alcanzar una posición de poder en el futuro. En 1987, Stone comenzó a promover la idea de que Trump podría postularse a la presidencia, y organizó una serie de eventos estratégicos para aumentar su visibilidad. La más destacada fue un viaje a New Hampshire, donde Stone orquestó una campaña de firmas para inscribir a Trump en las primarias presidenciales de 1988, a pesar de que Trump no tenía intenciones claras de postularse.
Este tipo de maniobras reflejaba un aspecto fundamental de la estrategia de Trump: crear una sensación de popularidad y apoyo genuino entre la gente, algo que más tarde utilizaría en su campaña presidencial. Uno de los momentos más notables fue la publicación de un anuncio en The New York Times, en el que Trump expresaba sus opiniones sobre la política exterior de Estados Unidos, con un claro tono populista y anti-establishment, algo que resonaría más tarde en su carrera política. El enfoque era claro: criticar a los políticos tradicionales y presentarse como alguien fuera del sistema, dispuesto a negociar de manera diferente y más efectiva.
Sin embargo, la política no era solo una cuestión de imágenes o de percepciones; también era un campo de maniobras entre personajes influyentes. A lo largo de este período, Trump entabló contactos con figuras como Richard Nixon, con quien mantuvo una correspondencia e incluso tuvo conversaciones sobre su posible participación en la política a nivel nacional. En muchos sentidos, Trump estaba construyendo una red de apoyo que le serviría en el futuro. Por ejemplo, a pesar de que Trump no estaba en condiciones de postularse en 1988, su presencia en la convención republicana de ese año fue un paso importante para familiarizarse con el proceso político y con las figuras clave de Washington.
Aunque algunos lo veían como un hombre de negocios que solo buscaba el beneficio propio, la realidad es que Trump estaba formando una base sólida de apoyo y un reconocimiento que más tarde sería fundamental para su incursión en la política. La narrativa que presentó sobre la situación económica y política de Estados Unidos, basada en una retórica de restauración del poder nacional y rechazo a la corrupción política, apelaba a un sector de la población desencantado con la clase política tradicional. Este discurso se convertiría en el núcleo de su campaña presidencial en 2016.
La relación entre Trump y la política nunca fue completamente directa hasta que él mismo comenzó a visualizar la posibilidad de ocupar un cargo público de mayor envergadura. No obstante, no se trataba solo de un deseo de poder, sino de un cálculo estratégico: entender el poder de la imagen, el simbolismo y la manipulación de la percepción pública. Desde los primeros días, Trump comprendió que la política no solo se trataba de políticas y promesas, sino de crear una narrativa que fuera lo suficientemente poderosa como para resonar en el colectivo.
Más allá de sus intenciones, Trump también entendió cómo utilizar los medios de comunicación a su favor, al igual que sus contactos dentro de los círculos políticos. Cada paso que daba, desde la publicación de su libro hasta sus primeras intervenciones públicas, estaba pensado no solo para aumentar su notoriedad, sino también para construir la base que más tarde le permitiría navegar por las complejidades del sistema político estadounidense.
El proceso de acercamiento de Trump a la política fue un juego de piezas cuidadosamente movidas. Desde su apoyo inicial a los republicanos, hasta sus críticas a figuras clave como los políticos de Washington y su enfoque en temas económicos globales, él estaba trazando el mapa que lo llevaría a la Casa Blanca.
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