El apoyo a Donald Trump ha sido objeto de numerosas investigaciones y teorías, pero a pesar de la complejidad de este fenómeno, algunos patrones emergen con claridad. Entre ellos, destaca la relación entre los valores humanos fundamentales y las inclinaciones políticas. La psicología detrás del apoyo a Trump es profundamente compleja y está anclada en la necesidad de seguridad y la percepción de amenaza externa.
Uno de los pilares centrales en la comprensión de los seguidores más intensos de Trump es la tendencia hacia la preservación de la "pureza". Esta idea se manifiesta no solo en su actitud hacia la inmigración, sino también en la concepción de la nación como un cuerpo vulnerable que debe ser defendido de contaminaciones externas. La postura de Trump sobre la inmigración y su constante referencia al virus COVID-19 como el "virus chino" ejemplifica esta retórica, que alimenta la percepción de que los inmigrantes son una amenaza a la integridad del país. Esta percepción de "purificación" tiene una raíz histórica profunda, evocando las leyes de segregación racial, como las fuentes de agua separadas o las leyes Jim Crow, que instauraron una lógica de exclusión y pureza racial.
Shalom Schwartz, psicólogo que propuso un modelo de valores humanos, identificó dos grandes esferas de valores: los orientados hacia la autodirección y la estimulación, por un lado, y aquellos enfocados en la conformidad, la tradición y la seguridad, por el otro. Las investigaciones revelan que las inclinaciones hacia la libertad y la creatividad tienden a correlacionarse con orientaciones políticas liberales, mientras que los valores de seguridad y conformidad son característicos de quienes se inclinan por posturas conservadoras. Sin embargo, al analizar a los seguidores más fervientes de Trump, surge una pregunta clave: ¿son estos seguidores conservadores en un sentido tradicional? Parece que la respuesta es ambigua, ya que la figura de Trump, quien rara vez se asocia con la humildad o la obediencia, contradice algunos de los rasgos tradicionalmente asociados con el conservadurismo.
El deseo de seguridad es, sin embargo, un factor que resuena fuertemente en los seguidores de Trump. Más allá de la política tradicional de los conservadores, los seguidores de Trump parecen estar motivados por un temor profundo al cambio, al caos y a lo desconocido. Este sentimiento de vulnerabilidad ante fuerzas externas —ya sean inmigrantes, amenazas económicas o cambios culturales— alimenta el apoyo a su retórica y políticas de protección, como la construcción de un muro fronterizo.
En cuanto a la figura de Trump mismo, su vida ostentosa y alejada de las preocupaciones cotidianas de la mayoría de sus seguidores no es un impedimento para que él se convierta en el símbolo de su resentimiento. A pesar de provenir de una familia rica y haber sido educado en la elite, muchos de sus seguidores ven en él una figura que, a diferencia de los políticos tradicionales, se muestra como un líder "real", sin miedo de desafiar a los elites urbanas y a la élite intelectual. La relación de Trump con la clase trabajadora se basa en una identificación simbólica, más que en una conexión directa con su experiencia de vida. Esta disparidad entre la realidad de Trump y la de sus seguidores plantea una tensión que no parece desactivar su apoyo, sino que lo fortalece al proyectar un desdén por aquellos a quienes perciben como elitistas y desconectados de los problemas del pueblo.
Una de las teorías recurrentes que justifican este apoyo es la noción de "resentimiento" hacia las clases educadas, urbanas y ricas. Sin embargo, este resentimiento no siempre tiene una dirección clara. No se trata únicamente de una oposición a la élite, sino también a las políticas progresistas que los seguidores de Trump perciben como ingenuas o peligrosas, particularmente en cuestiones relacionadas con la inmigración, la seguridad nacional y la cultura.
Es fundamental señalar que este fenómeno de resentimiento no se limita al ámbito económico. Muchos de los seguidores de Trump expresan una profunda aversión hacia lo que consideran la "naïveté" de las políticas liberales, que no logran reconocer las amenazas que suponen los inmigrantes o las ideologías que perciben como ajenas a la cultura estadounidense tradicional. En muchos casos, la resistencia a los cambios sociales y políticos se convierte en un punto central de identificación, lo que fortalece la figura de Trump como defensor de una América "real", que se resiste a lo que percibe como un "deterioro" de sus valores fundamentales.
Al final, más allá de las características individuales de Trump y su trayectoria personal, lo que impulsa su apoyo más fervoroso es un sentimiento colectivo de inseguridad y desconfianza hacia las transformaciones que están ocurriendo dentro y fuera del país. Para sus seguidores, Trump representa una figura que ofrece un refugio frente a lo que sienten como un futuro incierto y peligroso.
¿Cómo la polarización política y el miedo al "extraño" modelan las sociedades contemporáneas?
El fenómeno de la polarización política, tan evidente en los últimos años, refleja una fragmentación profunda en la forma en que los ciudadanos se agrupan, piensan y se relacionan con los demás. Esta división se ha visto alimentada por una serie de factores sociales, culturales y emocionales que siguen siendo objeto de debate académico, aunque ciertos aspectos parecen ser indiscutibles. A través de estudios recientes, muchos analistas sugieren que la polarización no solo es un problema de creencias políticas divergentes, sino también de la forma en que los individuos perciben a los "extraños", aquellos fuera de su grupo inmediato o de su concepción del "nosotros".
La distinción entre "nosotros" y "ellos" se profundiza en la medida en que se acentúan las diferencias, no solo políticas, sino también identitarias, lo que refuerza una visión de los "otros" como amenazas para la estabilidad o la identidad de la comunidad. Este fenómeno se ha visto especialmente reflejado en el ascenso de figuras populistas, como Donald Trump, que se han alimentado del miedo al "extranjero" y la creencia de que los valores nacionales están siendo socavados por elementos externos. En este contexto, el temor y la desconfianza hacia quienes son percibidos como ajenos al grupo predominante alimentan una narrativa de protección y defensa de lo que se considera "auténtico" o "puro". De hecho, este fenómeno no es exclusivo de los Estados Unidos, sino que se observa en diversas democracias occidentales que enfrentan desafíos similares relacionados con la inmigración, el cambio cultural y la globalización.
Estudios como los de Haidt (2012) subrayan cómo las diferencias en las orientaciones morales juegan un papel crucial en la polarización. Mientras que los que tienden a valorar las "fundaciones vinculantes" (como la pureza, la autoridad y la lealtad al grupo) son más propensos a ver el mundo en términos de "adentro" y "afuera", aquellos que priorizan las "fundaciones individualizadoras" (centradas en el daño y la equidad) tienden a adoptar una perspectiva más inclusiva. Esta división básica entre los que buscan seguridad y quienes valoran la apertura y el cambio es un eje central de las tensiones políticas contemporáneas.
La percepción del "extranjero" como una amenaza es una de las principales motivaciones detrás del apoyo a políticas nativistas y proteccionistas. Este temor no se limita a la inmigración en sí, sino que está íntimamente ligado a la creencia de que los valores y la cultura nacionales están siendo reemplazados o erosionados. A medida que la demografía cambia, las comunidades que anteriormente se sentían seguras en su homogeneidad se ven desafiadas por la presencia de grupos culturales, étnicos o religiosos que no encajan en su visión tradicional del "nosotros". Esto, a su vez, genera un ciclo de desconfianza y rechazo, alimentado por lo que algunos estudios identifican como el "efecto de la oveja negra", en el cual aquellos que no se ajustan al molde del grupo dominante son vistos con desdén o incluso hostilidad.
No obstante, esta lucha por la definición de lo que significa ser parte de una nación o comunidad no es nueva. A lo largo de la historia, diversas sociedades han tenido que lidiar con la tensión entre la apertura a nuevos miembros y el deseo de preservar una identidad cultural y política específica. Lo que es nuevo en la actualidad es la velocidad y la intensidad con que se producen estos cambios, debido en parte a la globalización, la interconexión digital y las crisis económicas y sociales que afectan a una gran parte de la población. En este sentido, la polarización política no es simplemente una división ideológica; también es una respuesta emocional a la sensación de que el orden social está siendo desestabilizado.
La relación entre la polarización política y la identidad nacional también puede observarse en la forma en que los grupos más excluidos, como las minorías o los inmigrantes, son percibidos por aquellos que se sienten más amenazados. A menudo, las investigaciones muestran que las personas que se sienten más inseguras o más vulnerables a los cambios sociales son las más propensas a adoptar una visión excluyente de la sociedad, donde el grupo dominante tiene el derecho de definir quién pertenece y quién no. Este tipo de dinámicas se puede observar no solo en las democracias más consolidadas, sino también en contextos de transición política donde los márgenes de inclusión y exclusión son mucho más difusos.
Lo que es particularmente importante entender es que el miedo al "extraño" y la polarización que esto genera no son fenómenos aislados ni exclusivamente ideológicos. Son respuestas profundamente emocionales y psicológicas, relacionadas con la necesidad humana de pertenecer a un grupo. Esta necesidad de seguridad, tanto física como cultural, tiende a prevalecer sobre la lógica de la cooperación y la apertura. En este sentido, las políticas que buscan aliviar estas tensiones deben ser diseñadas con una comprensión de la psicología social, reconociendo que la inclusión no solo depende de políticas de inmigración o económicas, sino también de estrategias que fomenten un sentido de pertenencia y seguridad compartida.
Al final, más allá de las ideologías políticas y los discursos populistas, la polarización política actual refleja una crisis de identidad colectiva. La pregunta clave es si las sociedades modernas podrán encontrar formas de reconciliar sus diferencias y construir un futuro inclusivo que respete tanto la diversidad cultural como la necesidad de cohesión social.
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