El surgimiento del republicanismo en el sur de Estados Unidos se debe a la asociación de los votantes conservadores blancos del sur con el Partido Demócrata, al que perciben como defensor de posturas liberales y políticas que favorecen a los votantes urbanos y a las minorías. La fortaleza del Partido Republicano en esta región también está vinculada a la debilidad del movimiento sindical organizado y a la dependencia de programas militares apoyados por los republicanos. En contraste, la fuerza demócrata en el noreste y el medio oeste tiene una estrecha relación con la influencia continua de los sindicatos en las grandes ciudades de estas áreas, así como con las grandes poblaciones de votantes de minorías.

Por otro lado, la región costera del oeste, en especial California y el noroeste del Pacífico, experimentó un cambio hacia los demócratas en la década de 1990. Este giro estuvo impulsado, en parte, por el crecimiento de las poblaciones jóvenes, la importancia del voto latino, las preocupaciones ambientales y el aumento de la población de personas no afiliadas religiosamente. Hoy en día, muchos estados que antes eran fuertemente republicanos o demócratas se han vuelto "morados", en los que los republicanos y los demócratas luchan intensamente por ganar elecciones. Estados como Texas, Carolina del Norte, Virginia y Arizona, que en el pasado eran bastiones republicanos, ahora se presentan como terrenos de disputa. En 2016, por ejemplo, Hillary Clinton perdió Texas por solo el 9% de los votos, lo que ilustra un cambio significativo en las tendencias electorales. A la par, los estados del medio oeste, que tradicionalmente se habían inclinado hacia los demócratas, favorecieron a los republicanos en esa misma elección, como ocurrió en Wisconsin, Michigan, Ohio, Iowa y Pensilvania.

El cambio demográfico y las modernas campañas electorales, que movilizan una alta participación, están difuminando las fronteras entre los estados rojos y azules. Las campañas de alto impacto y el creciente interés por cuestiones como la equidad económica y la justicia ambiental están jugando un papel crucial en este fenómeno. A medida que las poblaciones más jóvenes se involucraron más en las elecciones presidenciales de 2016, se observó un patrón notable: el 55% de los votantes de entre 18 y 29 años optaron por Hillary Clinton, frente al 37% que apoyaron a Donald Trump. Este fenómeno refleja un importante alineamiento generacional dentro del sistema de partidos en Estados Unidos.

La edad es también un factor determinante en la identificación partidista. Los jóvenes, en su mayoría, se inclinan por los demócratas, mientras que los votantes mayores tienden a identificarse con el Partido Republicano. Este patrón está relacionado con las experiencias políticas y sociales que marcaron la juventud de cada cohorte generacional. Por ejemplo, los millennials, que llegaron a la edad adulta durante la presidencia de George W. Bush y la Guerra de Irak, muestran una fuerte identificación con los demócratas. Además, la elección de Barack Obama en 2008 generó un giro especialmente notable entre los votantes jóvenes hacia el Partido Demócrata. Sin embargo, en los últimos años, ha crecido el porcentaje de jóvenes que se identifican como independientes, lo que refleja un descontento generalizado con el sistema político tradicional.

Las preocupaciones clave que los jóvenes vinculados al Partido Demócrata suelen compartir incluyen el apoyo a los derechos LGBTQ, la legalización de la marihuana, la protección del medio ambiente y una mayor igualdad económica. Estos temas no solo marcan la agenda del partido, sino que también han dado forma a las preferencias políticas de una generación que se ha formado en un contexto de globalización, cambios tecnológicos y creciente diversidad cultural. En contraste, los republicanos se han mantenido firmemente comprometidos con políticas que reflejan valores conservadores, a menudo asociados con la religión y la preservación de la estructura tradicional de la familia.

A lo largo de las últimas décadas, algunos analistas han expresado preocupaciones sobre la debilidad de los partidos políticos estadounidenses. Este fenómeno, conocido como "desalineación", ha sido interpretado como el resultado de una creciente diversidad social y un mayor nivel de educación, que ha llevado a los votantes a no depender tanto de los partidos para guiar sus decisiones políticas. A la par, el aumento de los medios de comunicación, especialmente la televisión, ha reducido el papel central de los partidos en las elecciones, al enfocarse en las personalidades de los candidatos más que en las ideologías de los partidos. Este cambio ha dado lugar a una creciente identificación de los votantes como independientes, que ahora constituyen alrededor del 40% de la población electoral.

El panorama electoral estadounidense está marcado por una polarización creciente, pero también por una transformación profunda en las alianzas políticas y las lealtades partidistas. Si bien los votantes independientes suelen tender a apoyar a los demócratas o los republicanos en las elecciones nacionales, también muestran un apoyo considerable a los partidos menores y a las iniciativas de reforma electoral que buscan dar voz a grupos fuera del sistema gubernamental tradicional. En estados como Alaska, Connecticut, Colorado y varios otros, los votantes independientes ya superan en número a los registrados en los dos principales partidos, lo que refleja un cambio sustancial en la forma en que los estadounidenses se relacionan con la política.

Es esencial comprender que este dinamismo político no es solo una cuestión de partidos y elecciones, sino una manifestación de cambios sociales más profundos. La creciente identificación de los votantes con temas como la justicia social, el cambio climático y la equidad económica está reconfigurando el sistema político estadounidense. El futuro de la política estadounidense dependerá en gran medida de cómo los partidos respondan a estas transformaciones y logren adaptarse a una sociedad que ya no puede ser fácilmente clasificada en categorías rígidas de izquierda y derecha. El sistema de partidos sigue evolucionando, y con él, las expectativas de los votantes.

¿Cómo funciona el sistema judicial en los Estados Unidos?

El sistema judicial de los Estados Unidos se caracteriza por su complejidad y su estructura jerárquica. En términos generales, las leyes se dividen en dos grandes ramas: la ley civil y la ley penal. Ambas ramas operan de manera distinta, pero tienen en común el hecho de que los tribunales juegan un papel esencial en su interpretación y aplicación.

La ley penal aborda las violaciones de las normas establecidas por la sociedad, donde el Estado se ve involucrado como acusador. En los casos penales, los acusados pueden enfrentar multas, prisión o incluso la pena de muerte, dependiendo de la gravedad del delito. Las personas acusadas de crímenes graves, como asesinato o tráfico de narcóticos, se enfrentan a un proceso judicial que puede culminar en una condena penal, pero también es posible que se lleguen a acuerdos previos al juicio, conocidos como “acuerdos de culpabilidad” o plea bargains, donde el acusado acepta su culpabilidad a cambio de una sentencia reducida.

Por otro lado, la ley civil trata disputas entre individuos, organizaciones o entre el sector privado y el gobierno. Estos casos no implican penas de cárcel ni multas, aunque sí pueden resultar en compensaciones monetarias por daños o perjuicios. Dos de los tipos más comunes de casos civiles son los contratos y los agravios (torts). En un caso típico de contrato, una parte acusa a otra de no cumplir con un acuerdo previamente establecido, como en el ejemplo de la Smith Manufacturing Corporation demandando a Jones Distributors por no entregar los materiales a tiempo. En un caso de agravio, como la mala praxis médica, una parte acusa a la otra de haber causado daño debido a negligencia.

Además de estos, existe un área fundamental en la ley civil conocida como derecho administrativo, que involucra disputas sobre la jurisdicción, procedimientos o autoridad de las agencias gubernamentales. Los litigantes pueden alegar que una agencia no ha seguido el proceso adecuado al emitir nuevas normativas, lo cual es revisado bajo la Ley de Procedimiento Administrativo. En este sentido, el sistema judicial también actúa como un moderador para garantizar que las instituciones gubernamentales no infrijan las normas establecidas por la legislación vigente.

La aplicación de los precedentes legales (stare decisis) es otro aspecto crucial. Este principio implica que las decisiones previas de los tribunales se utilicen como base para resolver casos similares en el futuro. Así, los tribunales se guían por las decisiones anteriores para mantener la coherencia y estabilidad en la interpretación de las leyes. Por ejemplo, si un tribunal dictó que un médico no actuó con negligencia en un caso de mala praxis, ese precedente puede ser utilizado en un juicio similar. Además, en los casos donde se invoquen acciones del gobierno federal o estatal, los tribunales también pueden examinar si esas acciones violan los derechos constitucionales de los ciudadanos.

El sistema judicial de los Estados Unidos está compuesto por una serie de tribunales organizados a diferentes niveles, tanto federales como estatales. A nivel estatal, más del 97% de los casos se resuelven en tribunales locales. Las causas que implican violaciones de leyes estatales, como robo o fraude, se resuelven generalmente en tribunales de primera instancia, donde un juez y, a veces, un jurado, determinan si el acusado ha infringido la ley. En el caso de una condena, el acusado tiene la posibilidad de apelar a un tribunal de apelaciones. Las apelaciones, sin embargo, no revisan pruebas ni oyen nuevos testimonios; más bien, analizan si el tribunal de primera instancia cometió un error legal.

A nivel federal, los casos son escuchados cuando involucran leyes federales, tratados internacionales o la Constitución de los EE. UU. En situaciones donde la demanda involucra a ciudadanos de diferentes estados y se disputa una cantidad mayor a $75,000, el caso puede ser llevado tanto a un tribunal estatal como a uno federal, dependiendo de la preferencia del demandante. Además, en los tribunales federales, la jurisdicción está determinada por distritos judiciales geográficos, y cada uno de los 94 distritos tiene autoridad sobre los casos que ocurren dentro de su territorio.

Una de las características del sistema judicial estadounidense es su capacidad para adaptarse a situaciones complejas, en parte gracias a la supervisión de la Corte Suprema, que se encarga de resolver los casos más trascendentales del país. Esta corte también es el último recurso en la interpretación de la Constitución y la resolución de disputas entre el gobierno federal y los estados.

Es importante recordar que la mayoría de los casos judiciales en Estados Unidos, tanto penales como civiles, se resuelven antes de llegar a juicio. Los acuerdos fuera del tribunal, como los acuerdos de culpabilidad en casos penales o los acuerdos de conciliación en casos civiles, son comunes y permiten a las partes involucradas evitar la incertidumbre y el costo de un juicio completo.

¿Cómo selecciona la Corte Suprema de los Estados Unidos los casos que revisa?

La Corte Suprema de los Estados Unidos tiene un poder significativo no solo en la interpretación de la Constitución, sino también en la selección de los casos que decide revisar. Aunque las cortes federales inferiores pueden emitir fallos que afectan a muchas personas, es el máximo tribunal el que tiene la última palabra sobre cuestiones constitucionales clave. Este poder incluye la capacidad de ofrecer opiniones sobre la constitucionalidad de leyes o regulaciones propuestas. Sin embargo, incluso después de la promulgación de una ley, la Corte generalmente se niega a revisar su constitucionalidad hasta que esta no haya sido aplicada en un caso concreto.

En cuanto a la legitimidad de quienes pueden presentar un caso, las partes involucradas deben tener "legitimación procesal", es decir, deben demostrar que tienen un interés sustancial en el resultado del caso. Tradicionalmente, esto se refiere a un daño directo que ha sufrido la parte demandante, que puede ser de índole personal, económica o incluso estética, como en el caso de un vecino que construye una cerca alta que bloquea la vista al mar. Sin embargo, cuando se trata de un grupo o una clase de personas, como en las demandas colectivas, cada miembro debe demostrar un daño específico. Así, un interés general en la protección del medio ambiente, por ejemplo, no es suficiente para otorgar legitimación a un grupo.

Otro criterio importante que la Corte considera al decidir si aceptará un caso es el de la "irrelevancia" o "mootness". En teoría, esta condición se refiere a la descalificación de los casos presentados cuando los hechos han cambiado o el problema ya no requiere resolución. No obstante, las cortes han comenzado a flexibilizar este criterio, especialmente en casos donde una situación resuelta podría volver a surgir en el futuro. Por ejemplo, en el caso Roe v. Wade, la Corte desestimó el argumento de que el caso era irrelevante porque la mujer ya había dado a luz. La Corte aceptó el caso, ya que la situación de embarazo no duraría más que el proceso de apelación.

Un concepto relacionado, aunque menos citado, es la "madurez" o "ripeness", que se refiere a la disposición de un caso para ser litigado. Las cortes suelen evitar involucrarse en cuestiones hipotéticas o situaciones que podrían no materializarse.

A nivel práctico, la Corte Suprema es más probable que acepte casos en los que existan decisiones conflictivas entre los tribunales de circuito federales, casos que planteen cuestiones fundamentales sobre derechos civiles o libertades civiles, o cuando el gobierno federal sea el apelante. La selección de los casos depende en gran medida de las preferencias y prioridades de los jueces, ya que, si un grupo de jueces considera que la Corte debe intervenir en un área política o de políticas públicas específica, buscarán casos que sirvan como vehículos para tal intervención. Por ejemplo, durante muchos años, la Corte no mostró interés en revisar desafíos a las acciones afirmativas o programas diseñados para beneficiar a las minorías. Sin embargo, en tiempos recientes, varios jueces conservadores han mostrado un mayor interés en limitar el alcance de la acción afirmativa, lo que ha llevado a la aceptación de casos en este ámbito.

En el caso Schuette v. Coalition to Defend Affirmative Action (2014), la Corte falló que una iniciativa de votación en Michigan que prohibía las preferencias raciales en las admisiones universitarias era constitucional. Este fallo abrió la puerta para que otros estados también prohibieran el uso de la raza como factor en la admisión universitaria. No obstante, en el caso Fisher v. University of Texas (2016), la Corte determinó que la raza podría ser uno de los factores considerados en el proceso de admisión si la institución lo deseaba.

La mayoría de los casos que llegan a la Corte Suprema lo hacen mediante una solicitud de "certiorari". Este es un orden que se emite a un tribunal inferior para que entregue los registros de un caso específico para su revisión, con el fin de identificar errores legales. El término "certiorari" proviene del latín, que significa "hacer más claro". Cada año se presentan miles de solicitudes de certiorari ante la Corte Suprema. Desde 1972, la mayoría de los jueces participan en un "pool de certiorari", en el que sus asistentes legales trabajan de manera conjunta para evaluar las solicitudes. Cada solicitud es revisada por un asistente legal que redacta un memorándum con un resumen de los hechos y problemas, además de hacer una recomendación sobre si se debe o no otorgar el certiorari.

Para que un caso sea aceptado, al menos cuatro de los nueve jueces deben estar convencidos de que existen razones especiales y apremiantes para revisar el caso, según la Regla 10 de las Normas de la Corte Suprema de los Estados Unidos. Estas razones incluyen la existencia de decisiones conflictivas entre los tribunales de circuito, desacuerdos entre los tribunales de circuito y los tribunales estatales de última instancia, y cuestiones legales federales que necesitan una resolución definitiva por parte de la Corte Suprema. En general, la Corte solo acepta casos bajo las circunstancias más excepcionales, es decir, cuando existen conflictos significativos sobre lo que la ley debe ser, o cuando una pregunta legal importante ha sido planteada en los tribunales inferiores pero no ha sido resuelta de manera definitiva.

¿Cómo impactó la doctrina de "separados pero iguales" en la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos?

La jurisprudencia estadounidense en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX se caracterizó por una serie de decisiones que legitimaban la segregación racial en diversas esferas de la vida pública y privada, y que influyeron profundamente en las relaciones raciales en Estados Unidos. La Corte Suprema de Estados Unidos, al dictar fallos clave como Plessy v. Ferguson en 1896, estableció la doctrina de "separados pero iguales", que permitió la segregación legalizada bajo el argumento de que las instalaciones segregadas debían ser igualmente accesibles para todas las razas, aunque en la práctica la separación nunca fue realmente equitativa.

El caso Plessy v. Ferguson se convirtió en el símbolo de la segregación institucionalizada. Homer Plessy, un hombre con ascendencia negra que se definía como “un octavo de negro”, fue arrestado por sentarse en un vagón reservado para blancos. La Corte Suprema resolvió que, aunque la Decimocuarta Enmienda garantizaba la protección igualitaria ante la ley, la segregación no violaba este principio siempre y cuando las instalaciones "separadas" fueran "iguales". Esta sentencia legitimó la discriminación racial en el transporte público, escuelas y otras instalaciones públicas durante varias décadas, y consolidó una estructura de segregación que afectaba a la vida cotidiana de millones de afroamericanos.

La justificación detrás de esta doctrina fue, en parte, que la Decimocuarta Enmienda no tenía como objetivo eliminar las distinciones raciales en el ámbito social, sino solo asegurar que las razas fueran iguales ante la ley, lo que abrió un vacío para la legalización de la discriminación racial. Los defensores de la segregación sostenían que la separación de las razas en espacios públicos no significaba una discriminación en términos de derechos, siempre que las condiciones de esas instalaciones fueran ostensiblemente “iguales”, lo cual rara vez era el caso. En el sur de los Estados Unidos, la segregación creó un sistema de apartheid que no solo estaba legalizado, sino que también era ampliamente aceptado y promovido por una parte significativa de la población blanca.

La situación se mantuvo estable durante décadas, pero el fallo en Plessy v. Ferguson también generó una respuesta activa en las comunidades afroamericanas. A medida que las leyes de segregación se profundizaban, los afroamericanos comenzaron a organizarse en torno a la defensa de sus derechos civiles. La creación de organizaciones como la Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color (NAACP), fundada en 1909, fue uno de los primeros esfuerzos colectivos para desafiar las normas racistas y hacer frente a la desigualdad en los tribunales.

En los primeros años de su existencia, la NAACP centró su lucha en los tribunales debido a la escasa influencia política de los votantes negros en el sur. Sin embargo, con el tiempo, la organización creció y pudo ejercer presión sobre el sistema judicial para cuestionar las leyes de segregación, comenzando con cuestiones como la segregación en las escuelas y universidades. La estrategia de la NAACP fue fundamental para la eventual desmantelación de la segregación legalizada en la década de 1950, culminando en fallos clave como Brown v. Board of Education en 1954, que declaró inconstitucional la segregación escolar.

El movimiento por los derechos civiles se nutrió también de las mujeres, cuya lucha por el sufragio alcanzó un hito importante con la ratificación de la Décima Novena Enmienda en 1920. El debate sobre la libertad política y los derechos civiles para las mujeres se intensificó con la llegada de la Estatua de la Libertad en 1886, un símbolo de la libertad que, para las mujeres, representaba una profunda contradicción al no poder acceder al derecho al voto. A través de un arduo trabajo de organización y protesta, las mujeres, tanto negras como blancas, lograron obtener finalmente el derecho al voto, aunque la lucha por la igualdad de género y racial continuó siendo una tarea desafiante.

La historia de la segregación en los Estados Unidos está marcada por la persistente lucha por los derechos civiles, que se vio reflejada no solo en el ámbito legal, sino también en una movilización social sin precedentes. Este proceso fue fundamental para desafiar las estructuras de poder que justificaban la discriminación y demostrar que la segregación no era solo una cuestión de espacio físico, sino un ataque profundo a la dignidad y los derechos de las personas.

Es esencial comprender que la lucha por la igualdad no fue un fenómeno aislado ni una solución rápida. La creación de la doctrina de "separados pero iguales" fue solo el comienzo de un largo camino hacia la justicia. Si bien la Corte Suprema de la época favoreció la segregación, el cambio social, político y legal que siguió demostró que la lucha por la igualdad de derechos, tanto para los afroamericanos como para las mujeres, no dependía solo de las decisiones judiciales, sino también de la resistencia, la organización comunitaria y la persistencia en la demanda de un sistema más justo.