La manipulación de los sistemas electorales no es un fenómeno nuevo en Estados Unidos, pero las tácticas utilizadas por los políticos para preservar el dominio de una élite minoritaria han evolucionado y se han sofisticado con el tiempo. Un aspecto central de esta lucha es la tendencia a redefinir quién merece ser representado en el sistema político. Si bien la Constitución establece que la representación debe basarse en el principio de "números, no votantes", hoy en día algunos sectores de la derecha están desafiando este principio fundamental. La idea de que cada persona debe tener derecho a la representación, independientemente de su capacidad para votar, ha sido clave en la estructuración política del país desde la ratificación de la 14ª Enmienda. Sin embargo, ciertos grupos ahora buscan manipular este principio en su favor.

En 2016, el caso Evenwel v. Abbott llegó ante la Corte Suprema, donde dos votantes de Texas intentaron impugnar la norma constitucional que garantiza que todos, incluidos los no votantes, reciban representación. Los demandantes abogaban por un modelo en el que solo se contara a la población de edad de votar (VAP, por sus siglas en inglés), excluyendo a los niños y a los no ciudadanos. Esta propuesta, que fue respaldada por varios políticos conservadores, tenía un objetivo claro: desplazar el poder de los estados con una alta proporción de población joven o no ciudadana hacia aquellos con una mayor concentración de residentes blancos y adultos. A pesar de que la Corte Suprema falló a favor de mantener el principio de "todos merecen representación", dejó abierta la posibilidad de que los estados pudieran optar por trazar distritos solo en función de la VAP, lo que potencialmente daría una ventaja electoral a los republicanos, que tienden a concentrarse en áreas con más población adulta y blanca.

Thomas B. Hofeller, uno de los principales arquitectos de los mapas electorales republicanos, fue un experto en manipular los distritos para maximizar las ventajas electorales sin violar directamente la ley. A lo largo de su carrera, Hofeller diseñó miles de mapas destinados a asegurar la supremacía republicana en los estados que controlaba el partido. Estos mapas favorecían sistemáticamente a los blancos no hispanos y ponían en desventaja a los votantes de minorías raciales. Fue tras su muerte que se descubrió que Hofeller había guardado estos mapas en discos duros, los cuales fueron entregados a la organización Common Cause, que reveló cómo los republicanos habían diseñado distritos de tal manera que favorecieran sus intereses a expensas de las minorías.

Al mismo tiempo, el sistema electoral en estados como Georgia ha sido manipulado para evitar que figuras políticas de color, como Stacey Abrams, lleguen al poder. En el caso de Abrams, que fue una candidata a gobernadora de Georgia en 2018, la manipulación fue tan evidente que muchos consideraron que el sistema electoral le fue favorable a su oponente, Brian Kemp, quien además era el secretario de estado en ese momento. La estrategia de despojar a las comunidades afroamericanas del derecho al voto no es nueva. Desde la restauración del poder de los blancos en el sur después de la Guerra Civil, los esfuerzos por impedir la participación de los negros en la política se han manifestado de distintas maneras: desde la creación de leyes que dificultan el registro de votantes hasta el cierre selectivo de centros de votación en vecindarios predominantemente afroamericanos. Las restricciones, como las leyes de "coincidencia exacta" que descalificaban a los votantes por errores mínimos en los registros, se convirtieron en una herramienta para reducir la participación electoral de las comunidades más vulnerables.

La ley de derechos electorales de 1965 fue un hito en la lucha por garantizar que los afroamericanos pudieran votar sin obstáculos. Durante más de 40 años, esta ley protegió los derechos electorales de las minorías, exigiendo que ciertos estados, incluidos Georgia y otros del sur, obtuvieran la aprobación del Departamento de Justicia antes de implementar cambios en las leyes electorales. Sin embargo, en 2013, con la decisión de la Corte Suprema en el caso Shelby County v. Holder, esta supervisión federal fue eliminada, lo que permitió que estados como Georgia reintrodujeran restricciones que habían sido previamente bloqueadas.

Estos casos ilustran cómo el sistema electoral estadounidense se ha utilizado, no solo como una herramienta de representación, sino también como un medio para reforzar el poder de una minoría. Aunque la Constitución garantiza que "todos merecen representación", la lucha por garantizar que este principio sea respetado sigue siendo una batalla en curso. A medida que avanzan las tecnologías y las estrategias electorales, la vigilancia de estas tácticas se vuelve crucial para asegurar que el derecho al voto sea verdaderamente universal y accesible para todos, sin importar su origen, edad o estatus.

Es esencial comprender que, más allá de la manipulación de distritos y la implementación de leyes restrictivas, el derecho al voto sigue siendo una de las principales batallas por la justicia social en Estados Unidos. Las luchas históricas por los derechos civiles y por la representación política continúan, y cada cambio en el sistema electoral es una respuesta estratégica a la capacidad de las minorías para movilizarse y participar plenamente en la vida política del país.

¿Cómo hacer más accesible el voto? Mejoras en el proceso electoral para una democracia más inclusiva

La accesibilidad al voto es una cuestión fundamental en cualquier democracia que aspire a ser justa y representativa. Aunque la opción de votar por correo puede superar las barreras físicas que enfrentan muchos votantes al llegar a los centros electorales, hay otros aspectos que también requieren atención para mejorar la participación electoral. Uno de estos es la extensión de la votación anticipada.

La votación anticipada puede aliviar las restricciones de tiempo que enfrentan los votantes en la vida real. Muchas personas tienen familias, trabajos y otras responsabilidades que les impiden disponer de varias horas un martes de noviembre para ir a votar. A menudo, después de esperar durante horas en largas colas, los votantes se encuentran con la frustrante sorpresa de que su registro no está en orden y se les ofrece una papeleta provisional, que podría no ser contada. Ampliar los horarios de votación anticipada podría ofrecer una solución a esta problemática, permitiendo que los votantes, especialmente los trabajadores y cuidadores, puedan encontrar un momento adecuado para participar. Además, al reducirse la cantidad de votantes que acuden el día de las elecciones, las largas filas serían más cortas y el proceso de votación sería más eficiente para todos.

Una de las grandes ventajas de la votación anticipada es su apoyo transversal. De acuerdo con un informe del Brennan Center for Justice de 2016, un 75% de los votantes está a favor de esta opción, con un 60% que expresa un apoyo "fuerte". De hecho, un sondeo en Carolina del Norte de 2013 reveló que el 85% de los votantes apoya la votación anticipada, incluyendo más del 75% de los republicanos. Esta es una de las pocas iniciativas electorales que goza de un apoyo bipartidista tan amplio. Por tanto, se recomienda que todos los estados ofrezcan votación anticipada a partir de, al menos, dos semanas antes del Día de las Elecciones, incluyendo horarios de fin de semana y por la noche.

Otro aspecto fundamental del sistema electoral que necesita atención es el uso de máquinas de votación electrónicas. El caso de la elección para el Senado de Georgia en 2002 ilustra el problema. El candidato demócrata Max Cleland lideraba las encuestas, pero tras el conteo de los votos en máquinas de votación electrónicas operadas por una empresa privada, su rival republicano, Saxby Chambliss, emergió como ganador. Aunque nunca se sabrá con certeza si la máquina fue manipulada, la falta de un rastro de papel en los votos emitidos impidió cualquier tipo de recuento o verificación, lo que abre la puerta a la sospecha de fraude.

El principal problema con las máquinas electrónicas de votación es la falta de transparencia. Las empresas privadas no están obligadas a revelar los secretos de su software debido a las leyes de derechos de autor, lo que impide que los votantes o incluso las autoridades competentes verifiquen el funcionamiento de las máquinas. Además, no se puede saber si alguien manipuló el resultado en el momento de la votación, ya que todo ocurre fuera de la vista de los votantes. Ante estos riesgos, muchos países como Irlanda y Canadá han abandonado el uso de las máquinas electrónicas. Incluso la embajadora de los Estados Unidos en la ONU, Nikki Haley, recomendó que el Congo abandonara su intento de utilizar máquinas de votación electrónicas, abogando por un retorno a las papeletas de papel.

Lo que sucedió en Congo y lo que se observa en muchos países subraya la importancia de garantizar un sistema de votación seguro, transparente y confiable. La mejor manera de evitar las vulnerabilidades de las máquinas electrónicas es regresar al sistema de papeletas de papel, un método probado y confiable. Si se opta por mantener las máquinas electrónicas, estas deberían ser de propiedad pública y programadas con software de código abierto, lo que permitiría un monitoreo más riguroso.

Finalmente, otro aspecto crucial en la política electoral estadounidense es la manipulación política a través del gerrymandering, la práctica de dibujar los distritos electorales de manera que favorezcan a un partido político sobre otro. En 2019, la Corte Suprema de los Estados Unidos abrió la puerta para que cualquier partido en control de una legislatura estatal manipule los límites de los distritos, lo que debilita la integridad del sistema electoral. Para evitar este tipo de prácticas, es esencial establecer comisiones no partidistas que tracen los límites de los distritos, garantizando una representación equitativa y justa.

Un último tema relevante es el sistema del Colegio Electoral, que ha generado controversia en varias elecciones presidenciales. En las elecciones de 2000 y 2016, los candidatos que perdieron el voto popular terminaron ganando la presidencia debido al sistema del Colegio Electoral. Este sistema otorga más poder a los votos de los estados menos poblados. Por ejemplo, en Wyoming, que tiene tres votos electorales y una población de 586,107 habitantes, cada voto tiene un peso 3.6 veces mayor que en California, que tiene 55 votos electorales y una población de 39,144,818. La creación de pactos entre estados para otorgar sus votos electorales al ganador del voto popular es un paso hacia la reforma del sistema, y varios estados ya han adoptado esta medida. Si suficientes estados se unen a este pacto, el sistema del Colegio Electoral podría ser reemplazado por el voto popular nacional.

Es esencial que los votantes comprendan que, más allá de las reformas mencionadas, el sistema electoral debe evolucionar constantemente para reflejar las necesidades y desafíos de una sociedad en cambio. Las medidas que permiten la votación anticipada y el uso de papeletas de papel son un primer paso hacia una democracia más accesible y confiable.

¿Por qué la historia del voto en los Estados Unidos es clave para comprender la democracia actual?

El derecho al voto es uno de los pilares fundamentales de cualquier democracia, pero su historia en los Estados Unidos ha sido, y sigue siendo, un campo de lucha constante. Desde el inicio de la república, los mecanismos de exclusión y supresión han marcado la evolución del sistema electoral estadounidense, y entender esta historia es esencial para comprender cómo funciona realmente la democracia en ese país hoy en día.

El acceso al voto fue, en un principio, un derecho restringido a una pequeña élite blanca, masculina y propietaria. Con el tiempo, a lo largo de décadas, las mujeres, los afroamericanos, los pueblos indígenas, y otros grupos fueron incorporados a este derecho, aunque a menudo de forma incompleta y en medio de fuertes resistencias. La llamada "guerra contra el voto" que continúa en pleno siglo XXI no es una exageración. Existen formas más sutiles de exclusión que siguen prevaleciendo, como las leyes de identificación de votantes, el gerrymandering o la supresión activa de votantes, que afectan de manera desproporcionada a las comunidades marginalizadas.

El caso de las mujeres es uno de los ejemplos más paradigmáticos. A lo largo del siglo XIX y hasta principios del siglo XX, la lucha por el sufragio femenino fue una batalla compleja. El 19º enmienda, que finalmente otorgó el derecho al voto a las mujeres en 1920, no fue el fin del camino. A pesar de que las mujeres fueron legalmente incluidas en el derecho al voto, los obstáculos sociales, económicos y culturales que les impedían votar de manera efectiva continuaron. El mismo patrón se repitió con otras poblaciones históricamente excluidas.

Por otro lado, la influencia de los grandes poderes económicos y políticos sobre el sistema electoral es otro factor clave que ha distorsionado el verdadero propósito del voto. La relación entre los grupos de poder, el lobby de armas, los intereses corporativos y la Corte Suprema ha generado un entorno donde las decisiones de los votantes no siempre reflejan la voluntad popular. La aparición de sistemas de votación menos transparentes, como las máquinas electrónicas, o el proceso de financiamiento de campañas políticas, que favorece a los candidatos más ricos, siguen siendo factores que favorecen a las élites y contribuyen a la desconfianza en el proceso electoral.

A medida que la nación se adentró en el siglo XXI, el proceso de votación pasó a estar marcado por la sofisticación tecnológica y los desafíos legales. A pesar de que la ley garantiza el derecho al voto para todos los ciudadanos, las barreras que enfrentan los votantes continúan siendo amplias. En la actualidad, la supresión del voto se da de múltiples formas: restricciones al registro de votantes, eliminación de lugares de votación, requerimientos de identificación estrictos y la falta de acceso a sistemas de votación accesibles para personas con discapacidades.

Es importante entender que las disputas sobre el derecho al voto no son solo un tema de derechos civiles; son también una cuestión profundamente económica y política. El sistema de votación no solo define quién tiene el poder de decidir las políticas del gobierno, sino que también determina la distribución de recursos, las prioridades sociales y la dirección de la nación en términos globales. El voto es un mecanismo clave para la justicia social y la equidad, y cuando se le priva a un grupo de la posibilidad de expresarse, se producen desigualdades que repercuten a nivel nacional.

En este contexto, no se trata solo de la legalidad del voto, sino de su efectividad. Las reformas legislativas, como la Ley de Derecho al Voto de 1965, fueron cruciales en la expansión del derecho al voto. Sin embargo, tras décadas de avances, los ataques a esta ley a través de decisiones de la Corte Suprema, como la de 2013 en la que se desmanteló una parte esencial de la ley, han desatado una nueva era de luchas por la defensa de los derechos de los votantes.

El sistema electoral también ha sido sujeto a un proceso de tecnificación, en el cual el uso de nuevas tecnologías de votación puede tanto mejorar el acceso como generar nuevas formas de exclusión. La vulnerabilidad de las máquinas electrónicas de votación a los ataques informáticos, la falta de transparencia en los procesos y la manipulación del sistema electoral por actores políticos interesados son cuestiones que deben ser tomadas en cuenta a medida que avanzamos en el siglo XXI.

El votante moderno se enfrenta a un escenario en el que la tecnología y la política se entrelazan de manera compleja. Las campañas de desinformación, el uso de redes sociales para manipular las decisiones de los votantes y las intervenciones extranjeras en los procesos electorales globales son fenómenos que no pueden ser ignorados. El sistema electoral estadounidense, por su parte, sigue siendo uno de los más costosos y menos transparentes del mundo, lo que genera desconfianza entre los votantes y disminuye la participación.

El sistema de votación es, por lo tanto, mucho más que una simple acción de marcar una casilla en una papeleta. Es una manifestación de poder, un reflejo de las relaciones sociales, políticas y económicas de un país, y una herramienta fundamental para que las comunidades afectadas por siglos de exclusión puedan finalmente hacerse oír. La lucha por la equidad en el voto continúa siendo una de las mayores batallas de la democracia estadounidense.

¿Cómo influyó el Colegio Electoral en la elección de presidentes en la historia de EE. UU.?

La creación del Colegio Electoral fue una medida tomada por los padres fundadores de los Estados Unidos para proteger la presidencia de un posible agente de una potencia extranjera. La idea central detrás del sistema era evitar que una figura política estuviera demasiado influenciada por intereses exteriores o por partidos políticos que pudieran ser vulnerables a la corrupción. Alexander Hamilton, uno de los principales arquitectos de la Constitución, dejó claro en el Federalista No. 68 que este mecanismo buscaba garantizar que el presidente fuera elegido por individuos informados, apolíticos y, sobre todo, ajenos a cualquier influencia extranjera.

El sistema del Colegio Electoral fue diseñado para prevenir que el presidente fuera elegido por la masa de votantes, quienes en su mayoría no podían conocer a fondo a los candidatos, y, por tanto, no podrían detectar fácilmente a un traidor o espía extranjero. En cambio, los electores, un grupo seleccionado para ese fin específico, se reunirían en la capital para evaluar a los candidatos y tomar una decisión independiente sobre su idoneidad para el cargo. Hamilton confiaba en que estos electores, ajenos a cualquier otra responsabilidad gubernamental, serían capaces de identificar cualquier señal de lealtad extranjera, asegurando que el presidente estuviera verdaderamente comprometido con los intereses de la nación.

Este sistema también tenía la intención de evitar la manipulación por parte de partidos políticos o intereses extranjeros, ya que los electores no estaban vinculados a ninguna lealtad política preexistente y no dependían de la opinión pública para tomar sus decisiones. Según Hamilton, esta estructura garantizaría que el presidente fuera un individuo con cualidades excepcionales de carácter y virtudes, a diferencia de aquellos que podrían ascender al poder mediante intrigas o mediante un liderazgo popular pero superficial.

Sin embargo, el sistema del Colegio Electoral no cumplió completamente con su propósito inicial. A lo largo de la historia, el sistema fue influenciado por factores que los fundadores no habían previsto. El Compromiso de los Tres Quintos, por ejemplo, otorgó más electores a los estados esclavistas, lo que dio un poder desproporcionado a los intereses del sur en la elección del presidente. Esto tuvo consecuencias significativas, como la elección de presidentes que fueron reflejo de los intereses de los estados esclavistas, como ocurrió con los primeros cinco presidentes, todos provenientes de Virginia.

Además, la estructura del Colegio Electoral facilitó la elección de presidentes que, a pesar de no contar con un amplio apoyo popular, lograron acceder a la presidencia gracias a su poder en los colegios electorales. Un ejemplo claro de esto fueron las elecciones de 2000 y 2016, donde, en ambas ocasiones, el candidato que perdió el voto popular fue elegido presidente debido al sistema del Colegio Electoral. En el caso de Donald Trump, las acusaciones sobre sus vínculos con intereses extranjeros y su comportamiento cuestionable no fueron suficientes para evitar su ascenso al poder, lo que demuestra que el sistema, tal como fue concebido, no pudo evitar que una figura como Trump llegara a la presidencia.

El sistema también sufrió una distorsión cuando los estados esclavistas aumentaron su poder político mediante el uso del Compromiso de los Tres Quintos, lo que reforzó la hegemonía del sur y perpetuó la esclavitud en la política estadounidense. Tras la Guerra Civil y la abolición de la esclavitud, la modificación del sistema electoral con la 14ª Enmienda eliminó esta disparidad, pero las secuelas del sistema, que favorecían a los estados esclavistas, continuaron afectando las elecciones.

Aunque el Colegio Electoral fue concebido como una salvaguarda contra la injerencia extranjera y la corrupción, la historia ha mostrado que, en lugar de ser un garante de la virtud y la independencia, ha sido un vehículo para el poder de las élites y ha perpetuado la desigualdad política. A pesar de sus buenas intenciones, la realidad de su funcionamiento a menudo ha estado lejos de la idealización de sus creadores.

Es importante entender que el propósito original del Colegio Electoral era proteger la presidencia de amenazas internas y externas, pero a lo largo de la historia, sus fallos han quedado evidentes. La protección contra agentes de potencias extranjeras nunca se materializó como se esperaba, y el sistema ha terminado siendo un factor que amplifica las desigualdades políticas y sociales en lugar de proteger la democracia. La persistencia de figuras políticas poderosas, independientemente de su legitimidad popular, ha demostrado que la protección de la presidencia no puede depender exclusivamente de un sistema como el Colegio Electoral.