Recibí la llamada menos de tres horas después: Tony me decía que Elayne acababa de morir. ¿Qué? Quedé tan atónito como él. Al parecer, simplemente se echó una siesta, tuvo un infarto en el sueño y nunca volvió a despertar. Su llamada aquel día fue inesperada, como también lo fue su muerte. El temor a perder a mi madre ni siquiera estaba en mi radar, precisamente porque no hubo una larga enfermedad que me preparara. Nada de cáncer, nada de alertas. Solo el silencio repentino. Y aunque todos repetían que debía sentirme afortunado de que no sufriera, aún me pregunto si una muerte abrupta es más fácil para quienes quedamos vivos.
Agárrate al momento presente, porque mañana podría no existir. No se trata de una frase hueca: es un imperativo. Nunca sabes cuándo será tu último día, ni el de alguien a quien amas. Vivir lo que deseas ahora no es un lujo, es una necesidad. Quizás, si eres joven, aún no has perdido a nadie cercano. Y esa ignorancia inocente es un privilegio de la juventud. Pero cuando pierdes a alguien, incluso si es una figura distante, algo se rompe dentro. Lo que antes era presencia se transforma en recuerdo, y eso es algo que tu mente no acepta fácilmente.
Como esa imagen de la botella de cerveza que he mencionado a lo largo de este libro, la muerte es otra visión que debes conservar. Puedes verla como un punto final, o como una chispa que enciende tu propia antorcha, esa que debes llevar contigo mientras persigues tus sueños. Cuando Tony volvió a casa después del funeral, la estación de radio NPR que a mi madre le encantaba llenaba el aire, a pesar de que él no había encendido el aparato. Encima de una fotografía de ambos, se proyectaba una sombra gigante con forma de paloma, abriendo y cerrando las alas. Y cuando regresé a mi apartamento, esa misma sombra voló dentro. Era como si dijera: “Me he ido, pero no te he dejado solo.”
Desde entonces, esa paloma ha reaparecido en dos momentos cruciales de mi vida. Una vez, cuando me quedé dormido al volante en Long Island Expressway: la paloma me despertó y me ayudó a girar el volante, evitando el choque. Otra vez, el día de mi cumpleaños número cincuenta, en Costa Rica. Una corriente me arrastró mar adentro y, después de la tercera ola, sin fuerzas ni esperanza, la paloma apareció bajo el agua y me empujó de regreso a la orilla. Mis amigos, Tim y Rob, no sabían dónde estaba, y se sorprendieron al verme aparecer como si nada.
Después de la muerte de mi madre y con todas estas señales rodeándome, comprendí que ya no estaba en el ensayo general de mi vida. El telón se había alzado. Y aunque la obra no es perfecta, es apasionada. La paloma vive en mí. Su voz me susurra constantemente: “Inténtalo, hazlo ahora, sal ahí fuera y hazlo realidad.” No más conversaciones vacías. No más dudas sobre si los elogios eran verdad. Lo eran. Era momento de asumirlo y vivir la vida para la que fui puesto en este planeta.
Tú quizá no veas palomas. Pero verás tu propia señal, si estás dispuesto a abrirte. El universo te habla todo el tiempo. ¿Quieres perder una oportunidad vital antes de que se acabe el tiempo? Contéstate con honestidad. Sal al balcón por la noche. Mira el cielo y cómo las constelaciones vibran en su lugar. Este es tu momento para pedirle a tu versión de la paloma que te dé todo lo que anhelas. No más escepticismo: respirar, detenerse, visualizar tu éxito no es relleno de una película mediocre. Es tu vida. Y merece ser vivida.
¿Qué dirá tu lápida si pasaste décadas inerte, atrapado en excusas? ¿Que fuiste un procrastinador crónico? ¿Que tenías más miedo de ganar que de perder? Colocarse una chapa que diga “Hoy es el primer día del resto de mi vida” es fácil. Pero cuando pierdes a alguien con quien hablabas cinco minutos antes, la urgencia de vivir el ahora adquiere otra dimensión. No puedes seguir perdiendo días por pereza, miedo o dudas. Porque la mente te engaña. Parpadeas, y ya pasó un año. Y lo único que tienes para justificarlo es una vaga ilusión que ni tú crees.
¿Es un sueño o solo una pantalla para callar a los demás? Nadie te critica si “estás trabajando en algo”. Pero la verdad es que todo lo que se interpone en tu camino es solo un muro que te aleja del oro emocional. El tiempo corre, y no es tu aliado. Solo tú puedes decidir si lo saboreas o lo desperdicias quejándote. Tus dispositivos electrónicos no van al cielo contigo. Ni tus redes sociales. Ni tus compras. Ni tus autos. Saks Fifth Avenue no existe en el Purgatorio. Lo único que realmente importa son los momentos que impulsan tu vida hacia adelante: aprender, reír, ayudar, confrontar, escuchar, devolver.
Tu vida, no tus posesiones, es lo que debe moverte a través del tiempo. Tu historia merece ser contada. Tus sueños merecen cumplirse. Hay una voz dentro de ti que no se disculpa. Viniste al mundo a hacer cosas extraordinarias. Aunque aún no hayas dejado salir esa voz, empieza ahora. Si aún no has visto tu paloma, yo me ofrezco a volar a tu alrededor.
Tu cuerpo respira. Tu sangre circula. Tu mente piensa. Conéctalos con propósito.
¿Por qué temer al éxito es autoboicot?
El miedo a alcanzar la cima es una forma sutil pero poderosa de autoboicot. Evitar acercarse a quienes tienen el poder o la capacidad de decidir sobre nuestro futuro no es solo una estrategia fallida, sino un síntoma profundo de inseguridad y falta de autovaloración. Creer que no mereces pasar tiempo con las personas que pueden cambiar tu vida equivale a sabotear tu propia confianza y, en última instancia, tu destino. Esta actitud es una barrera invisible que consume el tiempo y la energía que deberíamos invertir en avanzar.
Un ejemplo paradigmático es Madonna, la icónica “Material Girl”, que supo reconocer su valor y actuar con determinación, a pesar de no ser necesariamente la mejor cantante o bailarina. Lo que la hizo única fue su capacidad para lanzarse con decisión hacia sus sueños, sin importar la opinión de quienes la rodeaban ni el prejuicio por la edad. Ella encarna la esencia del oportunismo positivo: no esperar a que las condiciones sean perfectas, sino crear y aprovechar las oportunidades. De la misma forma, cada persona tiene la capacidad de desafiar los límites que la sociedad o su propia mente imponen.
La historia de alguien que abandonó la seguridad académica en Nueva York para perseguir una carrera musical en Londres ilustra el valor de tomar riesgos calculados y la importancia de estar preparado para la oportunidad cuando llega. No se trata solo de soñar, sino de construir un plan sólido, de nutrirse de conocimientos y de tener la valentía de dar el primer paso, aunque sea pequeño. La ilusión sin acción se desvanece; la perseverancia y la autoconfianza son los pilares que sostienen el camino hacia el éxito.
El diálogo interno y la red de apoyo son también factores determinantes. La negatividad puede ser tan agotadora como productiva, por eso es vital rodearse de personas que impulsen y no que frenen. Compartir el sueño con un aliado de confianza fortalece la visión y ayuda a mantener el rumbo claro. Además, la autocrítica debe ser justa: no se trata de despreciar la idea propia ante el miedo al juicio externo, sino de afinarla hasta que refleje la realidad auténtica y las aspiraciones verdaderas.
A veces, reconocer que un sueño ha dejado de ser viable es tan valiente como perseguirlo. Saber cuándo abandonar o redefinir objetivos evita perder tiempo y energía en caminos equivocados. Pero esto no implica rendirse sin haberlo intentado a fondo; la frase “no está terminado hasta que termina” es un recordatorio de que la entrega total es la base para decidir con honestidad cuándo avanzar o cambiar de dirección.
Sin sueños, la humanidad no habría progresado ni inventado lo esencial para la vida ni las herramientas que definen nuestra modernidad. Los sueños son el motor que desafía el statu quo y nos impulsa a creer en un mundo mejor, donde la diversidad y el respeto sean la norma, no la excepción. Entender esto implica aceptar que la valentía no es la ausencia de miedo, sino la capacidad de avanzar a pesar de él, derribando los muros interiores que nos limitan.
Más allá de lo expresado, es crucial entender que el éxito y la autoconfianza no se reciben pasivamente, sino que se construyen diariamente. La mente humana es un campo de batalla entre el impulso hacia adelante y las voces internas que dudan o desaniman. Por ello, cultivar una mentalidad resiliente y un diálogo interno compasivo es fundamental. Reconocer la dualidad en uno mismo —ser a la vez el peor enemigo y el mejor aliado— abre la puerta a una transformación genuina.
Finalmente, es indispensable que el lector comprenda que el proceso de perseguir un sueño es también un camino de autoconocimiento. La valentía para enfrentarse a uno mismo, para aceptar limitaciones y potenciar fortalezas, es tan vital como la estrategia externa. El equilibrio entre la preparación, la acción y la aceptación es lo que permitirá sostener el sueño sin perder la autenticidad ni la salud emocional.

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