La construcción de muros ha sido, a lo largo de la historia, una poderosa manifestación no solo de separación física, sino también de ideologías profundamente arraigadas. En 2017, Donald Trump, durante su campaña presidencial y luego como presidente, expresó su deseo de erigir un muro a lo largo de la frontera sur de Estados Unidos, un proyecto que prometió llevar a cabo "muy inexpensivamente". En su discurso, Trump no solo hablaba de un muro físico, sino de una imagen simbólica que mandaría un mensaje al mundo sobre el país más grande del planeta. Esta propuesta, que parece estar basada en la idea de proteger la "gran nación" de una invasión de inmigrantes indeseables, resulta ser mucho más que una cuestión de infraestructura. Es una expresión tangible de un tipo específico de pedagogía pública, tal como la describen Sandlin et al. (2011), que considera las representaciones ideológicas que las sociedades utilizan para educar a sus ciudadanos.

El 2017 marcó el momento en que ocho empresas de construcción presentaron prototipos de murallas de 9 metros de altura en un terreno árido en California. Estos prototipos no solo eran elementos arquitectónicos, sino que servían para mandar un mensaje psicológico al público mundial, como destacó Mario Villarreal, jefe de la división de la Patrulla Fronteriza. Según Villarreal, estos muros comunicaban la idea de que Estados Unidos es "el país más maravilloso del mundo", instando a quienes quisieran ingresar a este país a que optaran por métodos legales.

Sin embargo, las implicaciones de tales políticas van mucho más allá de lo simbólico. Brian Houston, quien en un acto de resistencia se casó junto a su pareja en la frontera de San Diego, expuso con claridad el daño que causan tales murallas, más allá de la separación física de dos países. Houston declaró que “el amor no tiene fronteras”, subrayando la separación emocional y humana que las políticas migratorias actuales promueven, dividiendo familias y comunidades. Estas declaraciones, que critican abiertamente la violencia simbólica y física que los muros representan, se ven complementadas por las palabras de Enrique Morones, fundador de “Border Angels”. Para Morones, el muro que Trump quería construir no solo era una barrera física, sino una manifestación palpable de odio.

La situación de los inmigrantes se intensificó a medida que las políticas de Trump se endurecían. En 2018, el Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos terminó el estatus de Protección Temporal (TPS) para más de 250,000 inmigrantes de El Salvador, lo que generó un gran sufrimiento y obligó a miles de personas a regresar a sus países de origen, donde enfrentaban condiciones de violencia y pobreza extremas. Estos cambios en la política reflejan una pedagogía pública que no busca la inclusión ni la reforma humanitaria, sino que promueve el rechazo y la criminalización de las personas que huyen de situaciones desesperadas.

Además, la política antiinmigrante de Trump se vio reflejada en el endurecimiento de las leyes migratorias, que limitaban gravemente la posibilidad de reunificación familiar. El cierre de estas vías legales, como el fin de la posibilidad de que ciudadanos o residentes legales pudieran patrocinar a sus familiares más cercanos, representaba una alteración fundamental de la estructura social y familiar de Estados Unidos. Según Eric London, esta medida no solo corta la posibilidad de que muchas personas reciban protección legal, sino que además aumenta el riesgo de muerte de miles de inmigrantes que intentan cruzar la frontera de manera ilegal debido a la peligrosidad del desierto y otras áreas controladas por los agentes fronterizos.

A nivel simbólico, la pregunta incluida en el Censo de 2020, que indagaba si los encuestados eran ciudadanos estadounidenses, tuvo también una función intimidatoria. La sola presencia de esta pregunta sirvió para sembrar el temor en millones de familias inmigrantes, independientemente de su estatus legal, pues cualquier respuesta podría ser utilizada para futuras acciones de deportación y vigilancia, exacerbando la criminalización y el miedo.

En cuanto a la islamofobia, una de las manifestaciones más visibles de la pedagogía pública de odio de Trump fue su propuesta de una "prohibición total y completa de los musulmanes" durante su campaña presidencial. Trump no solo estigmatizó a los musulmanes como responsables de los atentados terroristas, sino que fue más allá al descalificar públicamente a la familia de un soldado musulmán caído, Humayun Khan. Esta retórica no solo atacaba a los musulmanes como colectivo, sino que también utilizaba estereotipos sexistas y racistas al referirse a la madre del soldado, insinuando que no había hablado en público porque era una mujer sumisa, tal como se afirmó en la convención demócrata.

En el fondo de todas estas políticas y declaraciones se encuentra una pedagogía pública de odio, una que busca moldear la percepción del pueblo estadounidense hacia la inmigración, la diversidad cultural y religiosa, y las fronteras de manera que se justifiquen las medidas extremas de exclusión, violencia y miedo. La construcción de muros, ya sean físicos o ideológicos, se convierte en el símbolo más claro de esta pedagogía, que persigue no solo la segregación física, sino también la alienación de aquellos que buscan una vida mejor, pero que ven sus sueños rotos por las políticas de un gobierno que se define por su exclusión.

Es fundamental que los lectores comprendan que estos muros no solo son estructuras materiales, sino representaciones de ideologías que se despliegan de manera simbólica a través de discursos y políticas que refuerzan la discriminación y la desigualdad. La resistencia frente a estas políticas también debe entenderse como un acto de lucha contra la deshumanización y el temor, un recordatorio de que las fronteras no son solo líneas en un mapa, sino barreras que afectan vidas, familias y comunidades de manera profunda y perpetua.

¿Cómo la pedagogía pública de odio de Trump moldea la sociedad?

La figura de Donald Trump, lejos de ser un simple personaje político, ha encarnado una forma radicalmente transformadora de influencia sobre la sociedad estadounidense y, por extensión, sobre la política global. En su retórica y en sus acciones, se puede observar un patrón de discurso cargado de odio y desinformación que utiliza plataformas como Twitter para moldear las opiniones, alimentando la división y la xenofobia de forma sistemática. Este fenómeno no solo se limita a las palabras de Trump, sino que tiene implicaciones profundas en cómo la política y la información se manejan en la era digital, creando una pedagogía pública que refuerza el racismo, la islamofobia, el nacionalismo blanco y otras formas de exclusión social.

Trump no es solo un político; su presencia en redes sociales como Twitter ha dado forma a una nueva era de comunicación política. En su capacidad de transmitir mensajes directamente a millones de personas, sin la mediación de los medios tradicionales, Trump ha logrado establecer una conexión directa con su base de apoyo, utilizando su estilo único de simplificación, impulsividad e incivilidad. En este contexto, su uso de Twitter puede ser considerado como una pedagogía pública de odio, un canal para difundir y normalizar el lenguaje y las ideas que antes se consideraban marginales o extremas.

Twitter, como explica Brian L. Ott, no solo es un medio de comunicación, sino un espacio donde se cultiva el desprecio hacia los demás, un caldo de cultivo para el discurso violento y degradante. Este medio, por su naturaleza, favorece la inmediatez y la falta de reflexión, permitiendo que los mensajes cargados de ira y odio lleguen a las audiencias sin ningún tipo de mediación crítica. Trump ha aprovechado esta dinámica, transformando cada tweet en una herramienta de polarización y en un mecanismo para solidificar su base de apoyo, que en gran medida ve en sus mensajes una respuesta legítima a la frustración que sienten debido al supuesto fracaso del "Sueño Americano".

Los seguidores de Trump, en su mayoría, son personas blancas de clase media y baja que sienten que han sido abandonadas por el sistema y que su lugar en la sociedad está siendo usurpado por minorías, inmigrantes y otros grupos considerados "otros". En este escenario, la retórica de Trump sirve como un espejo para estos sentimientos de impotencia, dándoles un chivo expiatorio en los inmigrantes, las comunidades negras o latinas, y los musulmanes, a quienes culpa de los problemas económicos y sociales que enfrentan. Este tipo de discurso no solo refuerza la xenofobia y el racismo, sino que también da lugar a una mayor polarización, creando divisiones profundas en la sociedad estadounidense.

Es fundamental entender que la pedagogía pública de odio promovida por Trump no se limita a un solo grupo o ideología. Si bien su discurso claramente resuena con los sectores más radicales de la extrema derecha y el movimiento alt-right, sus palabras también encuentran eco entre aquellos que, aunque no se identifican plenamente con estos movimientos, comparten un sentimiento generalizado de alienación y desesperanza. Esta amalgama de resentimiento y miedo ha hecho que Trump se convierta en un ícono para aquellos que sienten que el progreso de las últimas décadas ha sido en detrimento de sus propios intereses.

Más allá de su uso de las redes sociales, Trump ha sido un líder que ha logrado manipular las emociones colectivas de una nación con un mensaje simple pero efectivo: el mundo está en contra de nosotros y es hora de tomar medidas extremas para proteger lo que es nuestro. Este tipo de discurso no solo se limita a la esfera de la política, sino que tiene consecuencias directas sobre la forma en que los ciudadanos perciben a los demás, tanto dentro como fuera de sus fronteras. En este contexto, las políticas de inmigración de Trump, la construcción del muro fronterizo y su constante ataque a las minorías son manifestaciones claras de una agenda que busca redefinir qué significa ser "americano" y, sobre todo, qué significa ser digno de pertenecer a esa comunidad.

Un aspecto clave que debe comprender el lector es cómo esta pedagogía pública de odio no es simplemente una cuestión de palabras. Las políticas que Trump ha impulsado, como la separación de familias inmigrantes en la frontera, la negación de derechos a los refugiados, y la constante deslegitimación de las comunidades de color, son el reflejo directo de su retórica. Cada acción política, cada tweet, cada discurso, forma parte de un tejido más amplio que está configurando las actitudes y creencias de una parte significativa de la población estadounidense, reforzando los estereotipos y alimentando el ciclo de odio.

En este sentido, la pedagogía pública de odio de Trump no solo tiene un impacto en su base de seguidores, sino que también influye en la forma en que se percibe la política global. La forma en que Estados Unidos se relaciona con América Latina, con los países musulmanes, o con cualquier nación que no se ajuste a los ideales que Trump promueve, está profundamente marcada por esta retórica de exclusión. La construcción del muro en la frontera con México, la política de "tolerancia cero" hacia los inmigrantes, y el desprecio generalizado por los derechos humanos son ejemplos de cómo las ideas de Trump no solo han impactado a los estadounidenses, sino que también han repercutido en las relaciones internacionales, configurando un panorama político mucho más polarizado y peligroso.

En este contexto, la pedagogía pública de odio promovida por Trump es un fenómeno complejo que va más allá de la simple retórica política. Es un mecanismo de control social que moldea las creencias y comportamientos de millones de personas, alentando la división y el conflicto. Entender sus implicaciones es crucial no solo para comprender el fenómeno Trump, sino también para abordar los desafíos que plantea este tipo de discurso en un mundo cada vez más interconectado.

¿Cómo los movimientos sociales actuales están redefiniendo la justicia y la pedagogía pública?

El movimiento #MeToo, encabezado por Tarana Burke, nació como una respuesta urgente a la violencia sexual y la opresión de género. Burke, quien creció en un entorno de clase trabajadora en el Bronx, tiene una perspectiva única sobre cómo los movimientos pueden impactar a las víctimas de abuso. A lo largo de su carrera, ha trabajado para ofrecer apoyo a las víctimas de violencia, aunque inicialmente no estaba convencida de los efectos que la visibilidad mediática del movimiento podría tener. Sin embargo, con el tiempo, Burke llegó a la conclusión de que el impacto desestigmatizante de #MeToo era más valioso que los riesgos que implicaba. A pesar de las críticas por casos de "excesiva corrección" o de que algunos hombres pudieran ser excesivamente castigados por transgresiones menores, Burke subraya que el balance debe inclinarse hacia la visibilidad y el apoyo a las víctimas. La probabilidad de que una acusación sea falsa es mínima, y la urgencia de dar voz a las víctimas supera cualquier otro argumento.

En relación con la violencia sexual y el acoso, Burke subraya que ambos fenómenos no son eventos aislados, sino que pertenecen a un mismo espectro. Al hablar de la "cultura de la violación", por ejemplo, pone énfasis en cómo conceptos como este ayudan a comunicar un mensaje básico pero poderoso: "No es tu culpa". Es una afirmación clave que subraya la importancia de la pedagogía pública en estos movimientos, una pedagogía que no solo cambia el discurso, sino que también modifica las estructuras sociales que permiten la perpetuación de la violencia.

Por otro lado, el movimiento Black Lives Matter (BLM) surgió en 2013 como una respuesta a la impunidad en el caso de Trayvon Martin. Fundado por tres mujeres negras —Alicia Garza, Patrisse Cullors y Opal Tometi— BLM se ha convertido en una red global que lucha contra la violencia estatal y las agresiones hacia las comunidades negras. Este movimiento es claro en su posicionamiento: "Todas las vidas negras importan", sin importar la identidad sexual, la expresión de género, la situación económica o la religión. La inclusión de las personas transgénero, especialmente las mujeres negras trans, es una de las prioridades de BLM, que también combate el sexismo y el patriarcado dentro de sus propios espacios.

La declaración de principios de BLM resalta su compromiso con la justicia económica y racial, un mensaje que va más allá de las comunidades negras. La activista Barbara Ransby señala que las luchas de BLM no solo abordan las inequidades que enfrentan los afroamericanos, sino que también buscan transformar las estructuras de poder y economía en toda la nación. Es un recordatorio de que no puede haber justicia económica sin justicia racial.

Otro aspecto importante de Black Lives Matter es su enfoque en la familia y la comunidad. Este movimiento rechaza la idea del modelo familiar nuclear impuesto por la cultura occidental, promoviendo en su lugar una red de apoyo mutuo donde las comunidades se cuidan entre sí. La lucha contra la opresión patriarcal también se refleja en su rechazo al trabajo "de doble turno" que a menudo recae sobre las madres, forzándolas a equilibrar el trabajo remunerado con el trabajo doméstico.

Por último, el trabajo de BLM es profundamente intergeneracional, fomentando un espacio libre de ageísmo donde todas las personas, independientemente de su edad, tienen la capacidad de liderar y aprender. Esta es una característica clave de su pedagogía pública, que promueve la justicia, la liberación y la paz en todas las interacciones dentro del movimiento.

Es importante entender que estos movimientos no se limitan a las comunidades que los originaron. Aunque #MeToo y BLM surgieron como respuestas a las experiencias específicas de las mujeres y las comunidades negras, sus mensajes trascienden estas identidades y buscan una transformación más amplia en las estructuras de poder que perpetúan la desigualdad. Estos movimientos nos invitan a cuestionar no solo las injusticias visibles, sino también las invisibles, las que a menudo son silenciadas por el discurso dominante. La pedagogía pública que surge de estos movimientos no es solo una enseñanza de qué está mal, sino una invitación a imaginar un futuro más justo para todos.

¿Por qué el socialismo debe ser ecológico y feminista?

El Partido Mundial de los Trabajadores (WWP) ha realizado contribuciones significativas a la liberación de las mujeres y de las personas LGBTQ+ desde su fundación, tanto en la teoría como en la práctica. A partir del movimiento por la liberación de las mujeres en la década de 1970 y de la rebelión heroica de Stonewall en 1969, este partido ha luchado contra las actitudes patriarcales y las estructuras de opresión dentro de la sociedad de clases, promoviendo la justicia reproductiva y los derechos de las personas trans, lesbianas, gays y bisexuales. Este enfoque inclusivo de la lucha por la igualdad es parte de su visión antiimperialista e internacionalista, que se opone a la explotación de la clase trabajadora por el 1% capitalista global. En su mirada socialista, el WWP aboga por un mundo sin la elite capitalista y por la expansión de movimientos progresistas en una lucha global y multinacional, que busca terminar con la miseria que ese 1% impone.

El Partido Socialista de la Igualdad y su publicación World Socialist Web Site (WSWS) también han sido clave en la lucha socialista, ofreciendo análisis sofisticados sobre el capitalismo global y la necesidad urgente de un futuro socialista. Aunque sus críticas son profundas, el WSWS tiende a ser escéptico de otros grupos de izquierda, considerándolos "pseudoizquierdistas", y minimiza la importancia de las luchas que no se basan estrictamente en la clase social. Sin embargo, el WSWS ha jugado un rol crucial en la diseminación de ideas revolucionarias que conectan las luchas sociales con la necesidad de un cambio estructural global.

A lo largo de esta discusión, se hace evidente que las luchas por la justicia económica, política y social no son exclusivamente nacionales, sino que deben tener una dimensión internacional. La educación pública para el socialismo trasciende las agendas de justicia social tradicionales, como las teorías pedagógicas progresistas, y se centra en la transformación fundamental de la sociedad hacia un futuro socialista y postcapitalista. No hay un plan concreto o un "blueprint" para un futuro socialista, como los socialistas utópicos propusieron en el pasado. La tarea fundamental, según Marx y Engels, es construir un movimiento revolucionario capaz de derrocar el capitalismo, permitiendo que las personas que conformen la nueva sociedad decidan democráticamente cómo organizarla en función de sus propias condiciones históricas.

A pesar de esta ausencia de un plan preestablecido, existen ciertos principios y precondiciones que se deben abordar para que una sociedad socialista y justa sea posible:

  1. Redistribución de la riqueza en la medida de lo posible de manera equitativa.

  2. Democratización de la economía, de manera que sea controlada por y para los trabajadores y las comunidades.

  3. Producción de bienes y servicios para satisfacer las necesidades humanas, no con fines de lucro.

  4. Garantía de derechos fundamentales como alimentos, agua, vivienda, salud, educación y cuidado infantil para todos.

  5. Igualdad plena para todas las personas, independientemente de su género, etnia, sexualidad, discapacidad o edad, sin discriminación alguna.

  6. Abierto acceso a fronteras y derechos iguales para inmigrantes, pero control estricto sobre las fronteras para los capitalistas y belicistas.

  7. Eliminación de la pena de muerte y de las políticas imperialistas y colonialistas.

  8. Autodeterminación de los pueblos indígenas, reconociendo sus derechos sobre la tierra, el agua y sus tradiciones.

  9. Compromiso real con la lucha contra el cambio climático, el fin del fracking y la extracción destructiva de recursos naturales.

  10. Seguir el ejemplo de los pueblos indígenas en la protección del agua, la tierra y el aire.

Estos puntos no solo representan un llamado a la justicia social, sino también a la urgencia de abordar el cambio climático como una prioridad fundamental. A medida que la crisis climática avanza, como se observa en tiempo real a nivel global, la posibilidad de construir un futuro socialista depende en gran medida de priorizar la ecología. Es por ello que algunos socialistas contemporáneos sugieren que, en lugar de hablar solo de "socialismo", el término adecuado debería ser "ecosocialismo". Según Ian Angus, editor de Climate & Capitalism, el conflicto entre humanidad y naturaleza, amplificado por el capitalismo, ha llegado a un punto crítico. El daño ambiental que este sistema ha provocado ha superado los límites de la sostenibilidad, y ahora estamos al borde de un abismo ecológico global. De acuerdo con esta visión, el socialismo debe necesariamente incorporar una perspectiva ecosocialista que ponga en el centro de la lucha la preservación de nuestro planeta.

La necesidad de una revolución ecosocialista es aún más urgente debido a la ignorancia ecológica manifiesta de figuras políticas como Donald Trump, cuyas políticas tienen repercusiones no solo para los Estados Unidos, sino para el mundo entero. Si el capitalismo continúa con su lógica destructiva, los efectos catastróficos sobre el medio ambiente y la sociedad serán inevitables, poniendo en riesgo la propia civilización. Esta realidad exige que los socialistas hoy en día no solo busquen la justicia social, sino que también combatan el ecocidio capitalista, centrando sus esfuerzos en salvar la vida en el planeta.

El capitalismo ha conducido a la humanidad hacia un punto de crisis en la relación con la naturaleza, y si este sistema sigue su curso, es probable que enfrentemos un colapso ecológico masivo que pondría en peligro la existencia misma de la civilización. En este contexto, la propuesta ecosocialista se presenta no solo como una opción, sino como una necesidad urgente para la supervivencia de la humanidad.