El inglés hablado hace mil años utilizaba una cantidad considerablemente mayor de morfemas flexionales para indicar significados gramaticales. Con el tiempo, estos morfemas fueron cayendo en desuso, quedando solo ocho en el inglés moderno. Este fenómeno ha reducido drásticamente el sistema de inflexión en el idioma. Algunas variedades del inglés actual incluso cuentan con un conjunto aún más reducido, eliminando morfemas como {ed} o {s} en ciertos contextos. Por ejemplo, en el inglés afroamericano (AAE), la ausencia de estos morfemas no se considera un error gramatical, como en la frase she pass all the test yesterday (ella pasó todas las pruebas ayer), que sería incorrecta en inglés estándar, pero gramaticalmente válida en esa variedad. Este fenómeno de simplificación gramatical tiene paralelismos con lenguas como el chino mandarín, en las cuales no se requiere un morfema equivalente a {ed}; un indicador temporal o el contexto son suficientes para entender la temporalidad de la acción.

Uno de los principios clave en morfología es que todas las lenguas deben tener una manera de indicar las relaciones entre las palabras dentro de una oración. Estas relaciones pueden incluir, por ejemplo, quién es el sujeto de una oración, a qué sustantivo se refiere un adjetivo determinado, o cuándo se lleva a cabo una acción. Diferentes lenguas expresan estos significados gramaticales de diversas formas. Mientras que muchas lenguas emplean morfemas flexionales, que se agregan a los sustantivos para indicar número, caso y género, otras recurren a distintos mecanismos lingüísticos.

En inglés, por ejemplo, no tenemos morfemas flexionales para marcar el caso de los sustantivos, excepto en el posesivo, y tampoco existe un sistema de género gramatical. Sin embargo, sí se marca el número de los sustantivos, añadiendo el sufijo {s} para indicar plural, aunque existen algunas excepciones como mouse/mice (ratón/ratas). En cuanto al singular, no usamos un morfema específico para marcarlo. En otros idiomas, como el zulú, sí se emplean prefijos para indicar singularidad y pluralidad. En zulú, por ejemplo, el prefijo {um} se añade al inicio de los sustantivos para indicar el singular, y el prefijo {aba} para indicar el plural, como en umfani (niño) y abafani (niños). Algunos idiomas, como el inuktitut, poseen incluso un sistema que incluye el dual, en el que un sustantivo cambia según el número exacto: iglu (una casa), igluk (dos casas), iglut (tres o más casas). Por otro lado, en lenguas como el indonesio, no se marca el número, por lo que harimau puede significar tanto "tigre" como "tigres".

El caso es otra dimensión compleja en las lenguas que emplean morfemas inflexionales. En inglés, el caso generalmente se indica por el orden de las palabras en la oración: el sustantivo antes del verbo es el sujeto, y el sustantivo que sigue al verbo es el objeto. Sin embargo, en lenguas como el ruso, el caso se señala mediante sufijos inflexionales, los cuales indican el papel gramatical de un sustantivo en la oración. Por ejemplo, la palabra dom (casa) puede tomar diferentes formas dependiendo del caso: dom en nominativo (sujeto), doma en genitivo (posesivo), dom en acusativo (objeto directo), domu en dativo (objeto indirecto), dome en locativo (ubicación), y domom en instrumental (instrumento). Aunque este sistema puede parecer complejo para los hablantes de inglés, existen lenguas como el finlandés, que tiene hasta catorce casos, y sus hablantes se manejan con naturalidad en este tipo de construcciones.

En cuanto al género gramatical, algunas lenguas inflectan los sustantivos de acuerdo con este principio. En lenguas como el francés, el italiano y el español, todos los sustantivos son masculinos o femeninos, mientras que en alemán existen tres géneros: masculino, femenino y neutro. Estas lenguas suelen inflectar también los artículos (el, la, etc.) para concordar con el género del sustantivo. En italiano, los adjetivos también deben concordar en género y número con el sustantivo, como en la machina rossa (el coche rojo, femenino) y il piatto rosso (el plato rojo, masculino). Sin embargo, el género gramatical no siempre está vinculado a la idea de sexo biológico. Por ejemplo, la palabra luna es femenina en francés (la lune) y masculina en alemán (der Mond), y en alemán, la palabra Mädchen (niña) es de género neutro.

Un sistema similar al del alemán se observa en algunas lenguas que inflectan los artículos de acuerdo con caso, género y número, lo que les permite una mayor flexibilidad en el orden de las palabras en la oración. Esto se debe a que los artículos inflexionados permiten identificar el sujeto y el objeto de la oración, sin importar su ubicación. Así, en alemán, frases como Der Knabe sah den Hund (El niño vio al perro) pueden invertir el orden de las palabras, como Den Hund sah der Knabe (El perro vio al niño), manteniendo el mismo significado. En contraste, en inglés el orden de las palabras es crucial para determinar quién realiza la acción y quién la recibe.

En el inglés moderno, el único sistema de inflexión que se ha mantenido es el de los pronombres. Estos, a pesar de no inflectarse en primera y segunda persona por género, sí lo hacen en tercera persona: he, she, it para masculino, femenino y neutro, respectivamente. Además, el sistema pronominal en inglés también refleja el caso, como en I (yo, sujeto), me (me, objeto) y my (mi, posesivo). Este sistema es bastante limitado en comparación con lenguas como el alemán o el ruso, pero sigue siendo un vestigio de un sistema gramatical más elaborado.

En tiempos recientes, los pronombres han adquirido una dimensión política, especialmente con la creciente visibilidad de identidades de género no binarias. En lenguas como el mandarín, el farsi y el finlandés, se utiliza un pronombre único para referirse a cualquier persona, independientemente de su género. En inglés, la búsqueda de un pronombre no binario ha llevado a propuestas como ze, thon, ve y el uso del plural they en singular, que ha ganado aceptación en diversos contextos. Esta tendencia refleja el cambio en la percepción del género y la importancia de respetar la identidad de género de las personas.

¿Cómo afectan los acentos y las variaciones fonéticas al significado y la percepción social del lenguaje?

La fonética es un campo fascinante que estudia los sonidos del habla y su articulación. Uno de los aspectos más interesantes dentro de este estudio es cómo las variaciones en los sonidos, que a menudo consideramos “normales” o “correctos”, están profundamente conectadas con la identidad social, cultural y, en muchos casos, con prejuicios. Este capítulo explora la relación entre los sonidos, los acentos y las implicaciones sociales que traen consigo.

Cada sonido de una lengua pertenece a una clase natural que lo define según sus características articulatorias. Los sonidos pueden agruparse en categorías como sonidos sonoros, sordos, consonantes y vocales, o según su lugar de articulación, como bilabiales, velar, alveolares, entre otros. Estas clases naturales permiten una descripción precisa de los sonidos, algo crucial para comprender las sutilezas de la fonética de cualquier lengua. Por ejemplo, el sonido [b] se describe como una consonante oclusiva bilabial sonora, lo que lo distingue de otros sonidos. Sin embargo, esta clasificación es solo un primer paso en el análisis; cuando se introduce el concepto de acento, comenzamos a ver cómo estos mismos sonidos varían de manera significativa entre hablantes de una misma lengua.

El acento es una característica que todos los hablantes poseen, incluso aquellos cuya lengua materna es el mismo idioma. La idea de que existen formas "neutras" o "sin acento" es una falacia; cada persona habla con un acento, aunque algunos acentos se perciban como más estandarizados o “correctos” en ciertos contextos. En linguística, el acento se refiere a las variaciones en la pronunciación de los sonidos, el uso del ritmo, el tono y la intensidad que son exclusivos de una variedad de habla. Estos rasgos fonológicos no solo reflejan diferencias regionales, sino también marcadores sociales importantes, como el nivel socioeconómico, la etnia, la clase, el género y la orientación sexual.

Al observar las variaciones en los sonidos, un fenómeno relevante es la percepción social de los acentos. Los hablantes con un acento “no estándar” pueden enfrentarse a estigmas sociales que van más allá de la fonética. Por ejemplo, en el caso de un hablante con un acento francés, muchos en Estados Unidos tienden a asociarlo con sofisticación o romanticismo, mientras que un acento latinoamericano puede, erróneamente, ser percibido como un indicio de pereza o ilegalidad. Estos estereotipos no solo son injustos, sino que afectan las oportunidades sociales y laborales de las personas. La discriminación basada en el acento puede ser tan perjudicial como la que se da por origen étnico o género.

Un caso ilustrativo de este fenómeno es el de James Kahakua, un hablante nativo del Criollo Hawaiano, quien fue rechazado para un trabajo en radio debido a su acento, a pesar de que su pronunciación era perfectamente comprensible. Este tipo de discriminación lingüística es común y muestra cómo los acentos "no estándar" son marginados en situaciones formales, a menudo con la presión de cambiar la forma de hablar para poder encajar en un molde social aceptado. Para muchos, esto puede llegar a ser una experiencia alienante, donde la forma de hablar, que es un reflejo de la identidad cultural y personal, es vista como algo indeseable o "incorrecto".

Más allá de los sonidos específicos, la prosodia juega un papel fundamental en la comunicación. Los aspectos prosódicos, como la duración de los sonidos, el tono, el énfasis y la entonación, también influyen en cómo se percibe el mensaje. En inglés, por ejemplo, la duración de las vocales puede ser diferente en palabras como "bead" y "beat", aunque esto no cambia el significado de la palabra. Sin embargo, en otras lenguas como el finlandés o el japonés, la longitud de las vocales sí cambia el significado de una palabra. Este fenómeno destaca la importancia de la prosodia no solo en la estructura gramatical, sino también en la percepción de significado.

En resumen, los acentos, lejos de ser meras curiosidades lingüísticas, son un reflejo de la compleja interacción entre lenguaje y sociedad. No solo afectan la comprensión de un mensaje, sino que también llevan consigo una carga emocional y social que puede influir en la vida de quienes hablan de manera diferente. Es crucial reconocer que cada acento tiene un valor igual dentro de su contexto social, y que la discriminación basada en el modo de hablar es una manifestación de prejuicios que deben ser desafiados.

¿Cómo influyen las elecciones lingüísticas en la cortesía y la relación social?

Las interacciones cotidianas están llenas de señales y elecciones lingüísticas que definen nuestras relaciones sociales y el respeto que mostramos o esperamos de los demás. Desde un encuentro casual entre conocidos hasta un encuentro entre profesor y alumno, las palabras que elegimos, el tono y la forma en que nos dirigimos a los demás comunican de manera sutil cómo vemos esa relación y qué tipo de respeto se debe o no se debe ofrecer.

En un contexto de encuentro casual, por ejemplo, la forma de saludar puede marcar una gran diferencia. Un saludo informal como "hey" en lugar de un formal "hola" podría indicar que las dos personas se consideran iguales y no existe una jerarquía entre ellas. Además, el uso de contracciones o expresiones coloquiales como "wanna" en lugar de "want to", o "gonna" en lugar de "going to", son indicativos de un tono relajado, que refuerza esa idea de igualdad. Aunque a veces no se trata de una elección consciente, la forma en que hablamos expresa la manera en que nos vemos a nosotros mismos y a los demás en ese momento específico.

Sin embargo, la cortesía y las expectativas de comportamiento adecuado son también componentes cruciales de cualquier interacción. La cortesía no solo depende de las palabras, sino también de la manera en que manejamos nuestras relaciones personales y sociales. Brown y Levinson (1987), en su teoría sobre la cortesía, proponen que las personas tienen dos necesidades fundamentales: la necesidad de ser valoradas y la necesidad de autonomía. La cortesía es la forma en que buscamos garantizar estas dos necesidades en nuestras interacciones, intentando no invadir el espacio personal del otro ni amenazar su imagen social.

Este concepto de "cara", como lo definen Brown y Levinson, se refiere a la imagen que cada persona desea mantener en una interacción social. Si una persona se siente incómoda o insegura al responder una pregunta en clase, está protegiendo su propia cara. Del mismo modo, si evitamos hacer que otra persona se sienta avergonzada, también estamos protegiendo la "cara" de esa persona. Las amenazas a la cara pueden incluir insultos, mientras que los elogios pueden servir para mejorarla.

En este contexto, se distinguen dos aspectos de la cara: la cara positiva y la cara negativa. La cara positiva está relacionada con nuestro deseo de ser apreciados y aprobados. Estrategias de cortesía positiva, como un cumplido o una bienvenida, buscan reforzar esta cara, mostrando aprecio o haciendo sentir bien a la otra persona. Por ejemplo, un simple "gracias" es una estrategia de cortesía positiva que no solo muestra gratitud, sino también respeto por el valor y el bienestar del otro.

Por otro lado, la cara negativa se refiere a la necesidad de tener nuestra autonomía respetada, es decir, no ser obligados o imposicionados. Las estrategias de cortesía negativa se emplean cuando nuestras palabras o peticiones pueden imponer un riesgo sobre la libertad de acción del otro. Phrases como "por favor", "si no es molestia" o "disculpa la molestia" son ejemplos de cortesía negativa, pues buscan mitigar la imposición de una solicitud. Estas expresiones no necesariamente evitan la imposición, sino que permiten que la otra persona sienta que aún tiene una opción, aunque la intención del hablante es clara.

El uso de estas estrategias depende de varios factores. En primer lugar, la diferencia de poder entre los interlocutores juega un papel crucial. Cuanto mayor sea la diferencia de estatus, mayor será la necesidad de usar cortesía. Lo mismo ocurre con la distancia social: a mayor desconocimiento o lejanía, mayor será la cortesía que se debe emplear. Además, el grado de imposición también influye: una solicitud que implique un sacrificio significativo por parte del otro, como pedir un favor grande, requerirá un nivel más alto de cortesía que una solicitud menor.

Es importante también reconocer que no todas las expresiones de cortesía son igualmente efectivas o sinceras. Algunas frases como "gracias" o "por favor" pueden ser percibidas más como convenciones sociales que como una verdadera expresión de respeto o aprecio hacia el otro. En muchos casos, la cortesía puede parecer vacía o incluso manipuladora, especialmente cuando se utiliza de manera automática o insincera.

En cuanto a la adecuación, esta no es un concepto fijo ni universal. Dependiendo del contexto y del grupo social, lo que se considera apropiado o cortés puede variar enormemente. Lo que sería adecuado en una interacción formal, como pedirle un favor a un desconocido en el trabajo, podría no ser apropiado entre amigos cercanos, donde el tono puede ser mucho más relajado y directo. Por tanto, la cortesía y la adecuación están intrínsecamente relacionadas con las normas sociales de cada entorno, y lo que es considerado cortés en un contexto puede no serlo en otro.

El concepto de cortesía, tal como lo exploran Brown y Levinson, ofrece una explicación importante sobre cómo las interacciones lingüísticas pueden servir para proteger la cara y las necesidades sociales. Sin embargo, la realidad social es mucho más compleja. La cortesía no siempre es solo una cuestión de seguir reglas lingüísticas; también involucra la interpretación de las intenciones y expectativas de los interlocutores en cada contexto específico.

¿Por qué el multilingüismo es un fenómeno fundamental en la educación y la sociedad moderna?

El multilingüismo se presenta como un fenómeno complejo que involucra factores lingüísticos, sociales y afectivos, y tiene un impacto significativo en diversos ámbitos, especialmente en la educación. Aunque se sabe que los niños aprenden mejor en su lengua materna, la realidad en muchas partes del mundo es que se les enseña en un idioma diferente al suyo. Este contraste entre el hogar y la escuela se encuentra en el corazón de muchas cuestiones relacionadas con el multilingüismo, especialmente en países como los Estados Unidos, donde, a pesar de que la mayoría de la población es multilingüe, prevalece una mentalidad monolingüe que ve el multilingüismo como algo extraño e incluso como una amenaza para la unidad nacional.

Históricamente, los Estados Unidos han sido una nación multilingüe, aunque muchos de sus habitantes lo desconozcan. Alrededor del 80% de los que hablan un idioma distinto al inglés también lo dominan a la perfección. Este fenómeno multilingüe se observa en diversos aspectos de la vida cultural, como el hip hop, el uso del español en los Estados Unidos, y las comunidades multilingües en lugares como Martha’s Vineyard, donde las lenguas no son solo una cuestión de comunicación, sino también de identidad y pertenencia.

La visión tradicional del monolingüismo como ideal cultural se ve desafiada cuando analizamos los beneficios y la complejidad del multilingüismo, tanto a nivel individual como societal. En las sociedades contemporáneas, el dominio de más de un idioma permite a las personas acceder a diferentes formas de conocimiento, ampliar su red social y, en algunos casos, encontrar nuevas oportunidades laborales. Además, el multilingüismo puede ser un reflejo de la diversidad cultural, promoviendo una mayor comprensión y tolerancia en contextos globalizados.

Es fundamental comprender que, en el ámbito educativo, el multilingüismo puede tener diferentes implicaciones. Por un lado, los programas bilingües pueden ser una herramienta poderosa para mejorar el aprendizaje, siempre que se consideren las necesidades emocionales y cognitivas de los estudiantes. Estos programas deben ser cuidadosamente diseñados para evitar el fenómeno del bilingüismo sustantivo, donde el aprendizaje de un segundo idioma conduce a la pérdida del primero, lo que afecta negativamente la identidad cultural del niño.

Otro aspecto crucial en la discusión sobre el multilingüismo es la relación entre el idioma y la identidad. Las lenguas no solo son instrumentos de comunicación, sino también de poder y pertenencia. En países como los Estados Unidos, la imposición del inglés como lengua dominante puede generar una presión sobre las comunidades lingüísticamente diversas, lo que afecta no solo su capacidad para comunicarse sino también su sentido de identidad. A su vez, las lenguas minoritarias a menudo sufren una disminución de hablantes, lo que pone en peligro su supervivencia y el valor cultural que aportan.

El concepto de "superdiversidad" en las sociedades modernas es clave para entender cómo las dinámicas lingüísticas están evolucionando. Ya no estamos solo ante un escenario de bilingüismo, sino ante un multilingüismo que abarca muchas lenguas y dialectos en interacción constante. Esta situación plantea nuevos desafíos en cuanto a la integración de las personas y el reconocimiento de sus derechos lingüísticos, especialmente en contextos urbanos globalizados, donde la interacción entre diferentes comunidades es más frecuente.

En este contexto, los enfoques pedagógicos deben adaptarse a la realidad de un mundo multilingüe, donde los programas educativos deben ser inclusivos y reflejar la diversidad lingüística de la sociedad. Además, es necesario reconocer que las políticas lingüísticas deben ir más allá de la mera promoción de un idioma oficial para ser verdaderamente inclusivas, permitiendo que todas las lenguas puedan coexistir en un marco de respeto y reciprocidad.

El multilingüismo, entonces, debe ser entendido como una riqueza cultural y un recurso para el desarrollo de habilidades cognitivas superiores, más que como una amenaza para la unidad social o nacional. Para lograr una convivencia armoniosa, las políticas lingüísticas y educativas deben ser sensibles a la pluralidad de lenguas presentes en la sociedad y fomentar la integración en lugar de la exclusión.

Es importante también que el multilingüismo no se limite a la simple competencia en múltiples lenguas, sino que se reconozca la complejidad de las interacciones lingüísticas, incluidas las variaciones dialectales y la jerarquía de lenguas en contextos sociales y laborales. En este sentido, las nociones de "lengua franca", "interferencia lingüística" y "diglosia" deben ser comprendidas de manera integral, ya que son fenómenos que influyen profundamente en cómo las personas utilizan y experimentan las lenguas en su vida cotidiana.

Por último, es relevante tener en cuenta que, mientras que el multilingüismo puede ser una herramienta poderosa para el desarrollo personal y colectivo, su implementación y sostenibilidad dependen de factores sociales, económicos y políticos. La creación de un entorno educativo que valore la diversidad lingüística y cultural es esencial para garantizar que el multilingüismo se convierta en una fortaleza y no en una barrera.