La elección de Donald J. Trump como presidente de Estados Unidos en noviembre de 2016 se caracterizó por su promesa de "hacer grande a América de nuevo". Entre los elementos centrales de su agenda se encontraba la cuestión de la seguridad fronteriza, especialmente en lo que respecta a la inmigración ilegal y la amenaza terrorista. La administración Trump adoptó políticas migratorias drásticas, centradas en la idea de proteger al país de los riesgos asociados con la inmigración no controlada, un concepto que fue profundamente influenciado por una lógica de "riesgo" que definió su enfoque hacia la seguridad nacional.
Uno de los primeros actos simbólicos de esta administración fue la construcción del muro en la frontera sur con México, una propuesta que Trump había lanzado en su campaña presidencial de 2015. Este muro no solo representaba una barrera física contra la inmigración ilegal, sino también una declaración sobre la forma en que Trump percibía la amenaza migratoria: como un riesgo directo para la seguridad de la nación. A la par, Trump firmó su primera orden ejecutiva relacionada con la inmigración, la Orden Ejecutiva 13767, que instruía la construcción del muro. A este acto le siguió la orden 13769, que implementó la primera versión de la "prohibición de entrada" para ciudadanos de países musulmanes, la cual se convirtió en uno de los temas más controvertidos de su mandato.
El enfoque de la administración Trump hacia la inmigración se articuló, además, alrededor de la idea de que la inmigración ilegal constituía un peligro para la seguridad interna de los Estados Unidos. Bajo esta lógica, la inmigración no solo se veía como un desafío económico o social, sino como una amenaza directa para la seguridad del país, al poner en riesgo la estabilidad social y económica de las comunidades estadounidenses. Esta retórica de "amenaza" justificó una serie de medidas extremas, como la construcción de un muro fronterizo y la implementación de políticas de inmigración restrictivas, que además se vieron acompañadas de un rechazo a los refugiados y solicitantes de asilo provenientes de zonas de conflicto, especialmente de países musulmanes.
Las medidas adoptadas por Trump en materia migratoria se presentaron dentro de un marco de "gestión del riesgo", en el que se trataba de anticipar y prevenir los riesgos percibidos que la inmigración implicaba para la nación. La administración utilizó la lógica del "riesgo" para construir un relato sobre la inmigración, con el fin de justificar políticas que restringían la entrada de ciertos grupos y personas consideradas "indeseables" o potencialmente peligrosas. El uso del muro y la prohibición de viaje fueron ejemplos clave de cómo Trump visualizó la inmigración: no solo como un fenómeno demográfico, sino como un posible vector de riesgo que debía ser controlado estrictamente.
La controversia generada por estas políticas fue inmensa. Las protestas contra el muro y la prohibición de entrada fueron solo el principio de una serie de desafíos legales que marcaron la administración Trump. La oposición, especialmente de los demócratas en la Cámara de Representantes, puso en duda la justificación de estos enfoques, considerando que tales medidas eran xenófobas y no cumplían con los principios democráticos fundamentales de Estados Unidos. Sin embargo, a pesar de las objeciones internas y externas, Trump continuó defendiendo sus políticas como una respuesta necesaria a lo que él percibía como una crisis de seguridad nacional.
Más allá de los muros físicos y las prohibiciones, la administración Trump también abordó la inmigración mediante la redefinición de qué constituía la "seguridad nacional". De acuerdo con su visión, cualquier persona que cruzara la frontera sin autorización o que procediera de países considerados de alto riesgo se percibía como una amenaza potencial. Esta idea, vinculada a un temor generalizado al terrorismo, alimentó la narrativa de que la inmigración debía ser estrictamente vigilada y controlada, no solo desde una perspectiva económica o política, sino también desde una óptica de "protección de la nación" ante cualquier tipo de "desviación" de los valores y normas establecidos por el estado.
Es importante comprender que esta visión de la inmigración como un riesgo no era solo una cuestión de políticas exteriores o de seguridad física. Era una manera de enmarcar un tema global en términos de "us vs. them" (nosotros contra ellos), donde los inmigrantes, especialmente aquellos de países musulmanes o de América Latina, eran vistos como ajenos y potencialmente peligrosos para la "pureza" del Estado estadounidense. El discurso de Trump sobre la inmigración y el riesgo se construyó sobre la polarización y el miedo, utilizando la seguridad como la justificación para implementar medidas cada vez más restrictivas.
El impacto de estas políticas, aunque ampliamente criticado, también refleja cómo la gestión del riesgo se puede convertir en un elemento central de la política migratoria. Esta administración mostró cómo los riesgos pueden ser usados políticamente para movilizar apoyo, especialmente cuando se apela a los temores más profundos de la población.
A lo largo de su mandato, Trump hizo de la inmigración uno de los temas más divisivos en la política estadounidense, no solo por las políticas en sí mismas, sino por la forma en que las articuló dentro de un marco de seguridad nacional. Esta narrativa ha tenido repercusiones más allá de los Estados Unidos, alimentando discursos similares en otras partes del mundo y redefiniendo el debate sobre la inmigración global.
¿Cómo se justifica una prohibición de entrada a EE.UU. basada en la seguridad?
En enero de 2017, al asumir su cargo como presidente, Donald Trump implementó una de sus promesas de campaña más controvertidas: una prohibición de viaje a los Estados Unidos para ciudadanos de varios países de mayoría musulmana. Esta acción, conocida como la "Travel Ban 1.0", se presentó a través de una Orden Ejecutiva (13769) titulada "Protegiendo a la nación de la entrada de terroristas extranjeros en los Estados Unidos". La Orden fue firmada el 27 de enero de 2017 y prohibió la entrada de nacionales de siete países: Irán, Irak, Siria, Sudán, Somalia, Yemen y Libia, por un período de 90 días. Además, suspendió el Programa de Admisión de Refugiados de los EE.UU. por 120 días y suspendió indefinidamente la admisión de refugiados de Siria.
La justificación detrás de la Orden Ejecutiva estaba centrada en un enfoque preventivo de la seguridad nacional. El presidente Trump, al igual que muchos otros líderes mundiales, reaccionó ante las críticas de que su campaña de prohibición de musulmanes estaba motivada por una visión discriminatoria, basándose en la premisa de que los riesgos de terrorismo no siempre son evidentes ni identificables de forma inmediata. En lugar de buscar amenazas claras, se optó por una estrategia basada en lo incierto y lo desconocido: es decir, cuando no se pueden identificar claramente las amenazas, lo mejor es gestionar el riesgo a través de medidas amplias y generalizadas.
Trump justificó la prohibición afirmando que no se trataba de una prohibición a los musulmanes per se, sino más bien de una medida necesaria para asegurar que aquellos que pudieran intentar hacer daño a los Estados Unidos fueran interceptados antes de llegar al país. De acuerdo con el marco de la Orden Ejecutiva, se estableció que las personas que no apoyaran la Constitución de los EE.UU., que pusieran ideologías violentas por encima de la ley estadounidense, o que estuvieran involucradas en actos de odio y bigote, debían ser consideradas como individuos de alto riesgo y, por lo tanto, sujetos a la prohibición.
En términos de política pública, la Orden estaba alineada con la lógica de la gestión de riesgos, un enfoque que no es infrecuente en la formulación de políticas nacionales ante amenazas globales. Esta política se basó en la idea de que los factores externos, como las condiciones de guerra, los desastres naturales y los disturbios civiles, aumentan las posibilidades de que individuos vinculados a estas zonas se conviertan en amenazas potenciales para la seguridad interna de los EE.UU. Es decir, una condición precaria en algunos países extranjeros se asumía como un factor que podría generar un riesgo de terrorismo.
La administración de Trump, a través de esta medida, quería evitar la repetición de los errores de política migratoria que, según su perspectiva, no habían logrado prevenir amenazas futuras. En su testimonio ante el Comité de Seguridad Nacional de la Cámara de Representantes en febrero de 2017, el entonces secretario de Seguridad Nacional, John Kelly, subrayó que el control fronterizo efectivo era la principal herramienta para prevenir los ataques terroristas contra los EE.UU. Este énfasis en la prevención de riesgos reflejaba una postura en la que se aceptaba que no siempre es posible identificar una amenaza clara, pero que las medidas preventivas, aunque amplias, son necesarias para mantener la seguridad.
Además, la selección de los países objetivo de la prohibición se fundamentaba en la Ley de Inmigración y Nacionalidad (INA), que permite al presidente suspender la entrada de ciertos grupos de extranjeros en base a consideraciones de seguridad nacional. Esta medida no se limitaba a una restricción exclusivamente por motivos religiosos, sino que se basaba en la presencia de estos países en la lista de naciones que apoyan el terrorismo, elaborada por el Departamento de Estado de los EE.UU.
Una de las claves de esta política era que, aunque la administración Trump insistió en que no se trataba de una "prohibición musulmana", los siete países afectados eran en su mayoría musulmanes. Sin embargo, el gobierno Trump argumentaba que la prohibición no era una medida discriminatoria, sino una política dirigida a proteger a la nación de aquellos que podrían estar vinculados al terrorismo, aludiendo a un enfoque de seguridad "proporcional y necesario". En este sentido, la administración Trump intentó distanciarse de la acusación de racismo o xenofobia, presentando la medida como parte de un esfuerzo mayor para garantizar la seguridad pública y la integridad del país.
Por otro lado, si bien la administración Trump presentó esta medida como una continuación de políticas previas del gobierno de Obama, en particular la prohibición de visados para los refugiados de Irak en 2011, la medida fue mucho más extensa y duradera, afectando no solo a los refugiados, sino a todos los nacionales de los países mencionados, independientemente de su estatus de refugiado o inmigrante.
Además de las decisiones legales y políticas que acompañaron a esta Orden Ejecutiva, otro aspecto relevante es el debate sobre si realmente las restricciones propuestas eran eficaces en la prevención del terrorismo. A pesar de las afirmaciones de la administración, diversos estudios y expertos en seguridad internacional señalaron que los países incluidos en la lista no necesariamente eran los principales focos de terrorismo que representaban una amenaza inmediata para los EE.UU. De hecho, varios de los países excluidos de la lista, como Arabia Saudita, tenían vínculos mucho más cercanos con los ataques terroristas previos, como los del 11 de septiembre de 2001.
Es esencial para el lector comprender que la política de prohibición de entrada de Trump no solo refleja una preocupación por la seguridad interna, sino también una estrategia de gestión de riesgos basada en la incertidumbre y el miedo a lo desconocido. Además, esta medida subraya una práctica común en políticas de seguridad internacional, donde la identificación precisa de amenazas no siempre es posible, y las políticas preventivas deben basarse en un conjunto amplio de supuestos y generalizaciones.
¿Cómo influyó la política de inmigración y la construcción del muro en la sociedad estadounidense?
La inmigración proveniente de América Central y del Sur hacia los Estados Unidos ha sido un tema complejo y debatido a lo largo de décadas. Esta cuestión ha cobrado especial relevancia en los últimos años, particularmente con la administración del presidente Donald Trump, quien priorizó la construcción de un muro fronterizo como una de sus promesas clave. Sin embargo, el destino final de este muro, junto con las discusiones sobre su financiación, fue moldeado no solo por la administración de Trump, sino también por la oposición política en el Congreso, las protestas de la sociedad civil y la creciente participación de la población estadounidense.
El muro fronterizo, concebido inicialmente como una medida de seguridad para frenar la inmigración ilegal, se convirtió en un símbolo político divisivo. La administración de Trump intentó imponer su construcción mediante la declaración de emergencias nacionales y la redirección de fondos destinados a otras iniciativas gubernamentales, lo que generó una reacción política tanto dentro del país como en el ámbito internacional. Aunque algunos sectores de la sociedad apoyaron fervientemente esta propuesta, muchos otros la rechazaron, argumentando que la política del muro no solo era ineficaz, sino que también promovía un discurso de xenofobia y exclusión.
La oposición al muro no se limitó a los políticos demócratas, sino que también contó con el apoyo de diversas organizaciones de derechos humanos que abogaban por el respeto de los derechos fundamentales de los inmigrantes, especialmente aquellos que huían de situaciones de violencia y pobreza. A lo largo de este proceso, las manifestaciones en las principales ciudades de Estados Unidos se intensificaron, reflejando un profundo descontento por las políticas migratorias restrictivas. No solo se trataba de la construcción física del muro, sino de un enfoque generalizado hacia la inmigración que excluía a ciertos grupos y estigmatizaba a los inmigrantes latinoamericanos, quienes se vieron más afectados por las medidas de Trump.
El muro no solo fue un tema de debate político, sino que sus implicaciones para la economía, la seguridad y la cohesión social de Estados Unidos fueron profundamente significativas. A medida que las conversaciones sobre la inmigración y la construcción del muro avanzaban, también lo hacía el impacto en las familias de inmigrantes que, aunque en su mayoría no buscaban ilegalidad, se encontraban atrapadas en un sistema que complicaba su acceso a una vida digna. La construcción del muro no resolvía los problemas estructurales de la inmigración, pero sí profundizaba la división social y política dentro de la nación.
Además de la política interna, la postura de Trump hacia la inmigración influyó en la percepción global de los Estados Unidos. La imagen de un país que se cerraba a aquellos que huían de la guerra, el hambre y la opresión afectó las relaciones diplomáticas con muchos países, especialmente en América Latina. A través de su política migratoria, Estados Unidos comenzó a ser visto por muchos como una nación más enfocada en la seguridad interna que en los valores de hospitalidad y solidaridad que históricamente habían caracterizado su identidad.
Lo que muchos no lograron ver en este debate fue que, más allá de las políticas específicas, lo que realmente estaba en juego era el futuro de la democracia estadounidense y sus principios de igualdad y justicia. A medida que las divisiones políticas aumentaban, también lo hacía la percepción de que las políticas de inmigración eran una lucha por definir lo que significa ser estadounidense.
Es crucial comprender que la inmigración, especialmente desde América Central y del Sur, tiene raíces profundas que van más allá de la seguridad y los muros. Las causas de la migración son complejas y están vinculadas a factores como la violencia, la inestabilidad política y la desigualdad económica. Estas dinámicas no se resuelven con muros, sino con políticas integradoras que aborden las causas fundamentales de la migración y promuevan una visión más inclusiva de la sociedad estadounidense.
El tema de la inmigración y la construcción del muro es solo un reflejo de la tensión interna de un país que se enfrenta a la globalización, la crisis económica y una identidad nacional fragmentada. Para entender completamente la magnitud de estas políticas, es necesario no solo observar las acciones políticas, sino también las experiencias humanas que las acompañan, especialmente aquellas de aquellos que, en busca de un futuro mejor, cruzan fronteras a pesar de los riesgos y las barreras físicas o políticas.
¿Por qué el muro fronterizo no es la solución ideal para la seguridad en Estados Unidos?
El debate sobre la construcción de un muro en la frontera sur de Estados Unidos, impulsado principalmente por el expresidente Donald Trump, ha sido una de las propuestas más controvertidas en la política estadounidense en los últimos años. En su campaña presidencial, Trump se presentó como el líder que pondría fin a la inmigración ilegal y al crimen transfronterizo, proponiendo un "gran y hermoso muro" que, según él, sería una solución clave para evitar el ingreso de drogas y criminales al país. Sin embargo, detrás de esta propuesta se esconden cuestiones complejas que merecen una reflexión más profunda.
Uno de los principales argumentos de Trump fue que la construcción del muro se enmarcaría dentro de una estrategia de "gestión de riesgos". En sus discursos, describió a los inmigrantes irregulares como una amenaza directa a la seguridad de los estadounidenses, argumentando que los migrantes eran, en su mayoría, criminales, traficantes de drogas y terroristas potenciales. Esta narrativa no solo era polarizadora, sino que también dejaba de lado la realidad de que la mayoría de los inmigrantes indocumentados no son criminales, sino personas que huyen de la violencia y la pobreza en sus países de origen.
En este contexto, Trump se concentró especialmente en los cárteles de la droga y las pandillas violentas, como la MS-13, a quienes acusaba de infiltrar el país con intenciones destructivas. En varias ocasiones, afirmó que el muro era necesario para "liberar" a las comunidades de estas organizaciones criminales. Esta retórica, aunque efectiva para movilizar a ciertos sectores de la población, también fomentaba el estigma y la xenofobia hacia los inmigrantes, al asociarlos constantemente con la violencia y el crimen.
El muro no solo fue un tema de discusión en términos de seguridad, sino también de costos y viabilidad. En un principio, Trump había hablado de una pared de mil millas de largo, con una altura de entre 12 y 15 metros. Sin embargo, a lo largo de su mandato, las características del muro variaron constantemente. Se pasó de una propuesta de muro de concreto a una de acero, y más tarde se habló de la posibilidad de que el muro tuviera paneles solares para generar energía. La idea de que México pagaría por el muro se desmoronó rápidamente ante la realidad de que la construcción requeriría miles de millones de dólares, una cantidad que no fue fácilmente aprobada por el Congreso.
El costo estimado del muro fue un punto de fricción en las negociaciones políticas. A pesar de que el Partido Republicano controlaba la Casa Blanca y el Congreso al inicio de la presidencia de Trump, el muro no consiguió el financiamiento necesario debido a la resistencia tanto de los demócratas como de algunos republicanos conservadores. Los opositores al muro cuestionaron no solo su costo, sino su efectividad como medida de seguridad. Argumentaron que un muro físico no impediría las entradas irregulares, ya que los migrantes podrían simplemente saltarlo, rodearlo o excavar túneles bajo él.
Además, las dificultades técnicas y logísticas de construir un muro a lo largo de la vasta y diversa frontera con México fueron otras de las objeciones. En muchos tramos, el terreno es montañoso o está cruzado por ríos, lo que complicaba enormemente la construcción de una barrera continua. La propuesta de un muro que fuera de costa a costa era vista como una solución costosa e ineficaz, que no resolvería el problema de la inmigración irregular ni la inseguridad en la frontera. Las autoridades de la Patrulla Fronteriza también expresaron dudas sobre la efectividad del muro, argumentando que la verdadera seguridad en la frontera dependía de una combinación de tecnología avanzada, agentes de seguridad y una gestión más eficiente de los recursos disponibles.
Por otro lado, quienes representan los distritos fronterizos, incluidos algunos republicanos, se opusieron rotundamente a la idea de un muro masivo. Por ejemplo, Will Hurd, exrepresentante del distrito 23 de Texas, expresó que un muro de concreto a lo largo de toda la frontera era "la forma más cara e ineficaz" de garantizar la seguridad. La realidad es que una pared física no solo resulta en altos costos de construcción, sino que también requiere un mantenimiento constante debido a las inclemencias del tiempo y los daños derivados de intentos de perforación o destrucción.
A pesar de las críticas, la narrativa de Trump sobre el muro se mantuvo firme, en parte porque tocaba fibras emocionales relacionadas con el miedo a lo desconocido y la inseguridad. Sin embargo, el fracaso de su proyecto resalta una verdad clave: la inmigración irregular y
¿Cómo afecta la gestión de la seguridad en la sociedad moderna?
La percepción contemporánea de la seguridad y el riesgo está marcada por la constante evolución de las amenazas globales. La globalización ha transformado las estructuras estatales, alterando el modo en que los gobiernos gestionan los peligros. Esta nueva realidad está vinculada al concepto de "sociedad de riesgo" propuesto por Ulrich Beck, donde la incertidumbre y el peligro son omnipresentes, y las respuestas políticas a menudo se ven gobernadas por la necesidad de controlar estos riesgos más que por la garantía de libertades fundamentales.
El temor a las amenazas externas ha impulsado la creación de mecanismos de seguridad cada vez más sofisticados, pero también más invasivos. Desde la implementación de políticas de inmigración restrictivas hasta el uso de drones en ataques selectivos, las decisiones de los gobiernos no solo buscan proteger a la población, sino también gestionar la percepción del peligro. Estas medidas, aunque eficaces a corto plazo, han generado tensiones sobre el impacto que tienen en las libertades individuales y la transparencia gubernamental.
Por ejemplo, el uso de drones en ataques de "eliminación selectiva" plantea dilemas éticos y legales complejos. A pesar de que se justifica bajo la premisa de defensa preventiva, la realidad es que estas acciones a menudo se realizan en contextos ambiguos, donde la distinción entre combatientes y civiles no siempre está clara. Esta práctica ha generado un debate sobre si realmente protege a las sociedades o, por el contrario, perpetúa un ciclo de violencia y desconfianza internacional. Además, la percepción de seguridad se ve afectada por la manipulación mediática, que puede distorsionar la realidad y alimentar temores infundados.
Asimismo, el concepto de "emergencia política" juega un papel crucial en la construcción de políticas de seguridad. Las declaraciones de emergencia, como las que justifican la construcción de muros fronterizos, han sido utilizadas por diversos gobiernos como un medio para consolidar poder, muchas veces sin un fundamento claro que explique la amenaza inmediata. Esta política de "seguridad extrema" suele ser criticada por su falta de eficacia real, ya que no aborda las causas profundas de los problemas, como la desigualdad social o los conflictos económicos internacionales, sino que se enfoca en soluciones superficiales que solo refuerzan la división social.
Por otro lado, el aumento de los "muros inteligentes" —infraestructuras tecnológicas diseñadas para identificar y detener a los inmigrantes ilegales— está llevando a un control más preciso de las fronteras. Sin embargo, estos sistemas también abren nuevas puertas a problemas relacionados con la privacidad y la discriminación. La tecnología utilizada para vigilar a los ciudadanos y a los inmigrantes podría estar creando una sociedad más fragmentada, donde la confianza en las instituciones y el respeto por los derechos humanos quedan comprometidos.
La cuestión de cómo gestionar el riesgo sin caer en la sobreprotección es esencial. La administración pública debe encontrar un equilibrio entre el uso de tecnologías de vigilancia y el respeto por los derechos fundamentales. Además, es crucial entender que la seguridad no se puede garantizar únicamente a través de políticas restrictivas y de control. La solución a los problemas globales de seguridad requiere un enfoque más amplio, que incluya la cooperación internacional, la inversión en educación, y el fomento de la justicia social.
Es importante comprender que la inseguridad no es solo una cuestión de medidas tangibles, como muros o políticas restrictivas. La gestión del riesgo también involucra una comprensión profunda de los contextos sociales, políticos y económicos. Las políticas de seguridad deben ser adaptativas y estar fundamentadas en un análisis integral de las amenazas, que no se limite a respuestas reactivas o a la expansión de la maquinaria de control, sino que también considere el bienestar a largo plazo de la sociedad.
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