En los últimos años, se ha registrado una creciente tensión dentro del movimiento evangélico respecto a la extensión de la libertad religiosa, especialmente cuando se trata de grupos religiosos considerados disidentes o minoritarios, como los musulmanes. Este fenómeno, que involucra tanto a líderes religiosos como a la base de la comunidad evangélica, se presenta como un claro reflejo de las luchas internas por determinar qué significa defender los derechos de libertad religiosa en el contexto de una sociedad pluralista.

El debate sobre la libertad religiosa para todos ha adquirido prominencia en la arena pública, especialmente después de ciertos casos legales que han captado la atención nacional. En 2014, por ejemplo, la Becket Fund for Religious Liberty presentó una demanda en nombre de Abdul Muhammed, un prisionero musulmán que había sido impedido de llevar una barba de media pulgada conforme a las enseñanzas de su fe. Esta demanda fue llevada ante la Corte Suprema de los Estados Unidos, la cual falló unánimemente a favor de Muhammed en enero de 2015. Este fallo representó una victoria significativa para la libertad religiosa, pero también puso de manifiesto una contradicción dentro del movimiento evangélico: si bien los líderes evangélicos han defendido en términos generales la libertad religiosa, su apoyo se ha visto limitado cuando se trata de extender esos derechos a grupos fuera de su esfera doctrinal, como los musulmanes.

La participación activa de grupos evangélicos en la defensa de los derechos de los musulmanes no siempre ha sido bien recibida. De hecho, en el contexto de la Convención Anual de los Bautistas del Sur (SBC) de 2016, un delegado presentó una moción para que todos los funcionarios de la SBC que apoyaran los derechos de los musulmanes para construir mezquitas fueran destituidos de sus cargos. Este incidente subraya cómo la lucha por la libertad religiosa se convierte rápidamente en un campo de batalla ideológico, donde se cuestionan las lealtades y los principios fundamentales del movimiento.

A lo largo de esta controversia, figuras prominentes como Russell Moore, quien lideraba la Comisión de Ética y Libertad Religiosa de la SBC, defendieron la postura de que apoyar los derechos de los musulmanes era una cuestión de libertad de conciencia y de defender la capacidad de todos los grupos religiosos para practicar su fe sin interferencias del gobierno. Moore y otros líderes evangélicos argumentaron que la libertad religiosa no debe ser limitada solo a aquellos que comparten las mismas creencias cristianas, sino que debe ser un derecho universal, aplicable a todas las comunidades de fe, incluso cuando sus doctrinas y prácticas son distintas de las propias.

Sin embargo, esta postura ha sido vista con escepticismo por muchos dentro del movimiento evangélico, especialmente cuando se considera la relación tensa entre los evangélicos y los musulmanes en el contexto del terrorismo y las políticas de inmigración. La división entre aquellos que apoyan una postura más inclusiva de la libertad religiosa y aquellos que prefieren una visión más restrictiva refleja un cambio en el enfoque de los derechos en la política estadounidense. En este sentido, la libertad religiosa se ha convertido en un tema que no solo se relaciona con la defensa de los derechos de las minorías, sino también con la protección de los derechos propios, particularmente en el contexto de las políticas sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo y el derecho a la vida de los no nacidos.

El apoyo evangélico a Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2016 reflejó aún más esta división. A pesar de las advertencias de líderes evangélicos como Russell Moore y de publicaciones como Christianity Today, que criticaron duramente a Trump por su falta de respeto hacia los derechos de los demás, la mayoría de los evangélicos blancos votaron por él. Esta decisión estuvo influenciada por el temor a las políticas liberales de Hillary Clinton y el deseo de preservar los derechos religiosos de los evangélicos, en especial en relación con los derechos de los opositores al matrimonio homosexual y la protección de la vida no nacida. Este apoyo, aunque aparentemente contradictorio con los valores de tolerancia y respeto mutuo, refleja la compleja interacción entre los derechos religiosos, la política y las lealtades ideológicas dentro del movimiento evangélico.

Es crucial entender que la división interna entre los evangélicos sobre la extensión de la libertad religiosa no es solo una cuestión de principio, sino también de estrategia política. Los evangélicos han sido tradicionalmente defensores de los derechos en términos de libertad individual, pero también han sido reticentes a extender esos derechos a comunidades que consideran ideológicamente incompatibles con sus propias creencias. La cuestión entonces no es solo una lucha teórica sobre la libertad religiosa, sino también una cuestión práctica sobre el poder político y la influencia en una sociedad que cada vez se vuelve más diversa.

El apoyo a Trump y el rechazo a las políticas progresistas de Clinton fueron, en muchos casos, una respuesta a lo que se percibía como una amenaza existencial a la libertad religiosa, especialmente en lo que respecta a la capacidad de los evangélicos para expresar sus creencias sin ser perseguidos por el gobierno o la cultura dominante. Sin embargo, este apoyo a Trump también refleja una preferencia por un tipo de política que pone en primer lugar la protección de los propios intereses, incluso si esto implica ignorar o incluso permitir la discriminación hacia otros grupos religiosos.

Finalmente, es fundamental reconocer que la libertad religiosa no es un derecho absoluto e incondicional, sino que está sujeta a las dinámicas sociales y políticas de cada momento histórico. En una era en la que los derechos humanos y la tolerancia se valoran en gran medida, la libertad religiosa sigue siendo un tema divisivo. Este dilema continúa siendo relevante no solo para los evangélicos, sino también para otras comunidades religiosas que luchan por sus derechos en un entorno pluralista y frecuentemente conflictivo.

¿Cómo se manifiesta el subgrupo de evangélicos liberales en el panorama político-cultural contemporáneo?

El rótulo de “evangélicos liberales” subraya que estos creyentes comparten muchos de los compromisos teológicos, sociales y políticos fundamentales del tronco evangélico más amplio. Las diferencias, si bien significativas, se presentan principalmente como variaciones en el énfasis. Mientras que todos los evangélicos tienden a coincidir en la centralidad de la Biblia, los liberales dentro de este espectro probablemente destaquen con más fuerza las enseñanzas de Jesucristo sobre la justicia social y la responsabilidad comunitaria. Esta noción de subcultura evangélica liberal permite identificar tanto los elementos compartidos con el conjunto evangélico como aquellos aspectos distintivos que influyen en su posicionamiento político.

Este marco analítico permite prever con cierto grado de precisión los ámbitos en los cuales los evangélicos liberales continúan diferenciándose de los liberales que pertenecen a otras tradiciones religiosas. La mayor fricción surge en torno a cuestiones culturales como el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo y la investigación con células madre. Estos temas, núcleo de la identidad evangélica tradicional, tienden a seguir generando posturas más conservadoras incluso entre los evangélicos liberales. Es precisamente en estos frentes culturales donde la herencia doctrinal ejerce mayor fuerza limitante, manteniendo un lazo más estrecho con el conservadurismo moral que caracteriza al movimiento evangélico histórico.

Por el contrario, en temas no culturales, el peso normativo del evangelismo disminuye, abriendo la puerta a posiciones más progresistas. La teoría subcultural sugiere que la tradición evangélica, para conservar su capacidad de movilización y relevancia, necesita cierta flexibilidad ideológica en áreas que no constituyen el núcleo identitario del movimiento. De lo contrario, una diferenciación excesiva en todos los frentes conllevaría costos sociales y políticos significativos, además de amenazar con convertir a los evangélicos en un grupo culturalmente aislado e incapaz de incidir en el discurso público.

En este contexto, las actitudes hacia la economía representan un terreno fértil para la liberalización. Aunque se ha argumentado que la ética protestante predispone a los evangélicos hacia posturas económicas conservadoras, estudios más recientes han demostrado una apertura hacia políticas de lucha contra la pobreza, especialmente cuando estas se dirigen a los “pobres merecedores” o son ejecutadas a nivel local por comunidades de fe. Esta ambigüedad evidencia que, dentro del subgrupo liberal, existe un margen significativo para adoptar actitudes económicas que convergen con las de otros sectores progresistas.

Lo mismo puede observarse en cuestiones medioambientales. Tradicionalmente, la interpretación literal de la Biblia y el premilenialismo han sido utilizados como justificaciones para el conservadurismo ecológico. Sin embargo, figuras de gran peso dentro del evangelismo, como Billy Graham y Rick Warren, han abogado por la protección del entorno natural, y un análisis de publicaciones evangélicas recientes demuestra una creciente diversidad de posturas en torno al medioambiente. Esta pluralidad indica que los evangélicos liberales encuentran aquí un terreno donde sus creencias religiosas y sus inclinaciones políticas pueden coexistir sin generar tensiones irreconciliables.

La teoría de la disonancia cognitiva ofrece un lente útil para entender la tensión psicológica que experimentan muchos evangélicos liberales al pertenecer a dos mundos identitarios que, a menudo, parecen estar en conflicto: la fe evangélica y la ideología progresista. Esta disonancia interna genera un impulso hacia la reconciliación, el cual puede materializarse en diversas estrategias. Una de las más frecuentes es disminuir la prominencia de aquellos temas que producen mayor tensión, desplazando el foco político hacia cuestiones donde las identidades no colisionan tan frontalmente. Así, el activismo de los evangélicos liberales suele evitar los temas clásicos de las “guerras culturales” y en su lugar prioriza la justicia económica, la equidad racial o la sostenibilidad ecológica.

La magnitud del fenómeno de los evangélicos liberales es, sin embargo, limitada. Los datos empíricos indican que solo una minoría —alrededor del 16 por ciento— de los evangélicos jóvenes entre 18 y 29 años se identifica como liberal. Esta proporción revela tanto la persistencia de la ortodoxia conservadora dentro del evangelismo como el carácter emergente y todavía marginal de esta subcultura progresista. No obstante, la frecuencia con que asisten a servicios religiosos también modula su orientación ideológica: quienes acuden con menos regularidad tienden a expresar posiciones más liberales, lo que sugiere que el compromiso institucional sigue siendo un factor clave en la reproducción del conservadurismo teológico y político.

Es crucial comprender que, para los evangélicos liberales, la fe no se convierte en una traba ideológica sino en un marco interpretativo a través del cual se canaliza su compromiso social. Lejos de representar una contradicción insoluble, su identidad bifronte les permite actuar como puentes entre comunidades ideológicamente distantes, dando voz a una forma de religiosidad que no rehúye los valores progresistas. Este espacio intermedio, aunque tensionado, ofrece la posibilidad de renovar tanto el discurso evangélico como el panorama político liberal, incorporando nuevas formas de articulación entre ética, fe y justicia pública.

¿Cómo influyen las actitudes culturales en el evangelismo liberal?

El análisis de las actitudes hacia temas de bienestar social y cuestiones culturales revela características únicas dentro de la subcultura del evangelismo liberal, que es de interés en estudios contemporáneos sobre política religiosa. Un aspecto clave es cómo los evangélicos liberales, a pesar de compartir algunas tendencias con otros grupos liberales, siguen siendo distintivos en su enfoque hacia asuntos como el aborto y la homosexualidad, aún cuando se controlan factores demográficos y partidarios.

Los datos del Estudio Religioso Pew de 2007 proporcionan una base robusta para entender estas diferencias. En términos de actitudes hacia el aborto, los evangélicos liberales que asisten a la iglesia con regularidad muestran una tendencia a ser más conservadores que sus contrapartes no evangélicas. Específicamente, la probabilidad de que un evangelista liberal considere que el aborto debe ser legal en todos los casos es del 21%, frente al 28% de los no evangélicos. Este resultado no es trivial, pues demuestra cómo el énfasis cultural del evangelismo persiste incluso dentro de contextos ideológicos más progresistas.

Un hallazgo aún más pronunciado se observa en las actitudes hacia la homosexualidad. Los evangélicos liberales son significativamente menos favorables hacia la aceptación de la homosexualidad que los liberales no evangélicos, con una probabilidad de un 16% frente al 8%, respectivamente, de considerar que la sociedad debería desalentar la homosexualidad. Este comportamiento está alineado con la tradición evangélica que pone un fuerte énfasis en la moralidad cultural y las enseñanzas bíblicas sobre la sexualidad, aun en aquellos que se identifican como liberales en otros aspectos.

Sin embargo, los evangélicos liberales no son tan distintos de los liberales no evangélicos en cuestiones no culturales, como el bienestar social y la protección del medio ambiente. Al controlar factores como la identificación partidaria, el ingreso, la educación y otros aspectos demográficos, los evangélicos liberales no presentan diferencias estadísticamente significativas respecto a los no evangélicos. Por ejemplo, la probabilidad de que un evangelista liberal declare que el gobierno no puede permitirse ayudar a los pobres es prácticamente la misma que la de un no evangélico (19% frente a 20%). Esto refleja cómo las actitudes hacia temas no culturales, tales como la economía y el bienestar social, tienden a ser más uniformes entre los liberales de diversas tradiciones religiosas.

El énfasis de los evangélicos liberales en los temas culturales, mientras que en otros temas se alinean más con los liberales no evangélicos, puede entenderse como una forma de disonancia cognitiva. Aunque muchos de estos individuos comparten preocupaciones liberales sobre la economía y el medio ambiente, la fuerte herencia cultural evangélica sigue marcando sus respuestas frente a temas de moralidad sexual y derechos reproductivos.

En un análisis de la relevancia de los temas dentro de la subcultura del evangelismo liberal, los datos de la Encuesta de Valores Generacionales de 2012 de la Public Religion Research Institute revelan que, en temas no culturales, los evangélicos liberales son prácticamente indistinguibles de sus pares no evangélicos. Sin embargo, en cuanto a cuestiones culturales, como el aborto y el matrimonio homosexual, se observan diferencias notables. En el caso del aborto, un 24% de los jóvenes evangélicos liberales lo consideran un tema crítico, frente a un 16% de los jóvenes liberales no evangélicos. Similarmente, el matrimonio homosexual es considerado un tema crucial por solo un 14% de los evangélicos liberales, mientras que un 24% de los no evangélicos lo considera prioritario.

Estas diferencias subrayan cómo la identidad subcultural de los evangélicos liberales sigue influenciada por las tensiones entre su tradición religiosa y sus inclinaciones políticas. Aunque en temas económicos y sociales pueden encontrar puntos en común con otros liberales, las cuestiones culturales siguen siendo divisivas, lo que refleja la compleja relación entre la fe y la política en el contexto moderno.

Al considerar estos resultados, es importante entender que los evangélicos liberales operan dentro de una estructura de creencias que no solo se limita a los valores políticos contemporáneos, sino que está profundamente enraizada en tradiciones culturales que han perdurado a lo largo de generaciones. Aunque algunos de estos individuos puedan tener posturas políticas progresistas en temas de bienestar social y medioambientales, su visión sobre cuestiones culturales sigue estando fuertemente influenciada por su entendimiento de la moralidad según la enseñanza cristiana evangélica.