El ascenso de Donald J. Trump en la política estadounidense, especialmente tras su emblemático descenso por la escalera mecánica en junio de 2015, marcó el inicio de un fenómeno político que desbordó las convenciones tradicionales de la política conservadora. En apenas dieciséis meses, y con el respaldo ferviente de un sector significativo de la población, Trump fue elegido presidente de los Estados Unidos. Sin embargo, a pesar de la abundante especulación sobre las motivaciones de sus seguidores, el análisis convencional sobre sus características y psicología no ha sido capaz de desentrañar por completo el fenómeno que representa el apoyo inquebrantable a su figura. A menudo, los analistas recurren a teorías sobre el autoritarismo y los conservadores tradicionales para explicar las actitudes de los votantes de Trump, pero esta es una interpretación errónea. Los seguidores más vehementes de Trump no encajan en estas categorías; requieren un enfoque y comprensión propios, y esa es precisamente la propuesta que este análisis busca explorar.
Contrario a la narrativa popular que describe a los seguidores de Trump como individuos pertenecientes a las clases sociales más bajas, económicamente desfavorecidos o aislados en áreas rurales y blancas, la realidad es más compleja. Aunque las encuestas de salida de 2016 sugieren que los votantes de Trump provenían en su mayoría de regiones rurales y zonas industriales del país, con predominancia en varones blancos, estas generalizaciones no reflejan fielmente las motivaciones profundas de sus apoyos. De hecho, los votantes de Trump no eran necesariamente los más empobrecidos ni los más afectados por el fenómeno de la globalización. Un análisis detallado de las estadísticas económicas revela que los votantes de Trump tenían una tasa de empleo relativamente alta en comparación con los que apoyaron a otros candidatos, e incluso en términos de seguridad financiera, no mostraban signos claros de estar en una situación económica más precaria que el resto de la población.
En lugar de ser una reacción económica de los marginados, el apoyo a Trump parece estar ligado a algo mucho más profundo: una mentalidad securitaria. Este concepto, que se abordará en detalle en los capítulos posteriores, refleja una orientación hacia la protección y el control sobre el entorno social y político. Para muchos de los seguidores más fervientes de Trump, la amenaza percibida a la estabilidad cultural, social y económica de su país —ya sea a través de la inmigración, los acuerdos comerciales internacionales o la creciente diversidad cultural— representa una fractura irreversible en el tejido de la nación. La respuesta, en lugar de adaptarse a estas nuevas realidades, es un retorno al control, a la seguridad, a la preservación de un modo de vida que sienten que está siendo erosionado por fuerzas externas.
A lo largo de la campaña de Trump y su presidencia, sus promesas sobre el cierre de fronteras, la renegociación de acuerdos comerciales y la imposición de políticas proteccionistas resonaron fuertemente en este grupo. Aunque el entorno económico bajo su presidencia fue favorable, y los datos económicos no apuntaban a un empobrecimiento generalizado de sus seguidores, la percepción de inseguridad, especialmente frente a los cambios rápidos que se vivían en la economía global, alimentó la narrativa populista de Trump. Este enfoque de "nosotros contra ellos", en el que los "ellos" son los inmigrantes, las élites políticas, y las instituciones internacionales, captó la atención de un sector que veía en Trump la figura que podría devolverles el control perdido.
Lo que distingue a los seguidores más apasionados de Trump de otros grupos conservadores es su sentido de vulnerabilidad, no en términos de pobreza material, sino en relación con la identidad nacional. A medida que el mundo se globaliza, las estructuras sociales y económicas tradicionales se ven amenazadas. Las políticas de Trump apelan a un sentido de protección contra lo desconocido, contra el cambio que se percibe como una amenaza a los valores establecidos. Este enfoque securitario, entonces, se basa en un profundo temor de perder lo que se considera esencial para la identidad y la estabilidad de la sociedad.
Sin embargo, es importante recalcar que los seguidores de Trump no son homogéneos. Aunque existe una base común de creencias, la diversidad dentro de este grupo es notable. Existen diferencias sustanciales entre los votantes de Trump en términos de sus motivaciones personales y de cómo perciben el papel del gobierno y la sociedad. No todos comparten las mismas prioridades ni ven las mismas amenazas de la misma manera. Sin embargo, lo que sí es común entre ellos es un fuerte deseo de restaurar un orden percibido como perdido, y una creencia firme en la necesidad de proteger esa identidad y cultura frente a lo que consideran una invasión de fuerzas externas.
Es esencial, entonces, que la comprensión del fenómeno Trump no se limite a categorías simplistas de pobreza o autoritarismo. Los seguidores de Trump representan una respuesta psicológica compleja a un mundo en el que sienten que están perdiendo el control sobre su destino, no solo económico, sino también cultural y social. Esta es la clave para entender el ascenso no solo de Trump, sino de movimientos similares en otras partes del mundo, donde líderes populistas han logrado canalizar estos sentimientos de inseguridad y miedo hacia un modelo político securitario que promete restaurar el orden perdido.
¿Qué distingue a los "veneradores" de Trump? Un análisis de sus características demográficas
Las actitudes y percepciones sobre figuras políticas como Donald Trump cambian rápidamente, lo que hace esencial considerar el contexto en el que se realizó una encuesta. Trump fue elegido en noviembre de 2016 y asumió la presidencia en enero de 2017. Mientras que muchos analistas han centrado su atención en las coaliciones electorales de Trump en 2016 y 2020, mi objetivo es diferente. Quiero analizar a los fuertes seguidores de Trump fuera del contexto electoral, especialmente cuando ya han tenido varios años para observar su presidencia, pero antes de que comenzara una campaña electoral a gran escala contra un oponente demócrata. Este enfoque permite un análisis más claro de los "veneradores" de Trump, aquellos que lo consideran uno de los mejores presidentes de la historia, y puede revelar un fenómeno político que perdurará mucho más allá de su tiempo en el escenario político.
Dividí a los encuestados en cuatro grupos ideológicos: liberales, moderados, conservadores no fervientes con Trump, y finalmente, los veneradores de Trump. Estos últimos son aquellos que están firmemente convencidos de que Trump es uno de los mejores presidentes de la historia, una categoría distinta a la de los conservadores comunes que no comparten esta opinión. Aunque esta clasificación tiene la limitación de excluir a quienes no se identifican claramente con una ideología (aproximadamente el 11% de los encuestados), la distribución de los participantes a lo largo de las cuatro categorías es relativamente equilibrada. Aproximadamente el 31% se identifican como liberales, el 29% como moderados, el 21% como conservadores no fervientes de Trump, y el 19% restante como veneradores de Trump.
En este capítulo, me centraré en las características demográficas que distinguen a los veneradores de Trump de los otros tres grupos. Es interesante observar cómo ciertos factores, como la edad, el nivel de ingresos, la educación, la religión, y la ruralidad, juegan un papel en la identificación con Trump. Por ejemplo, uno de los datos más reveladores es que los veneradores de Trump son generalmente mayores que los otros grupos, con una edad promedio de 56.9 años, frente a los 46.5 de los liberales y 46.9 de los moderados. Esta diferencia de edad es significativa y revela una tendencia de mayor apoyo a Trump entre los votantes de más edad.
Además, en cuanto a la composición racial, los veneradores de Trump tienden a ser más blancos que los conservadores no fervientes de Trump. El 78% de los veneradores se identifican como blancos, en comparación con el 73% de los conservadores no fervientes. Esta diferencia es pequeña pero relevante, dado que las percepciones sobre raza y etnia siguen siendo factores importantes en las preferencias políticas.
Otro rasgo clave que distingue a los veneradores de Trump es su afiliación religiosa. Mientras que el 46% de los veneradores asisten a la iglesia al menos dos veces al mes, solo el 34% de los moderados y el 22% de los liberales tienen este hábito. Además, el 48% de los veneradores de Trump se identifican como "nacidos de nuevo", un factor que destaca la conexión entre la religiosidad y el apoyo a Trump, especialmente entre los grupos conservadores.
La ruralidad también es un factor importante. El 38% de los veneradores de Trump viven en áreas rurales o en pequeños pueblos, comparado con solo el 26% de los liberales. Esto subraya el apoyo de Trump en áreas menos urbanizadas, donde sus políticas y retórica resuenan más fuertemente.
Sin embargo, los datos sobre el nivel de educación presentan una distinción significativa. Mientras que los veneradores de Trump tienen menos probabilidades de haber completado estudios universitarios (solo el 55% tiene algo de educación universitaria), los liberales y moderados tienden a estar más educados, con un 68% de los liberales y un 68% de los moderados habiendo alcanzado al menos algo de educación universitaria. Esto no significa que el apoyo a Trump sea exclusivo de los menos educados, pero sí revela una tendencia más fuerte entre este grupo de población.
Es importante considerar, además, que la identificación ideológica con Trump va más allá de simples preferencias políticas y económicas. La intensa admiración por Trump se encuentra vinculada a una visión del mundo que se caracteriza por la seguridad. Los veneradores de Trump a menudo ven al mundo como un lugar peligroso y sienten que se necesita una figura fuerte y determinante, como Trump, para restaurar el orden. Este rasgo, conocido como la "personalidad securitaria", se observa no solo en sus actitudes políticas, sino también en sus creencias más profundas sobre la sociedad y la política.
Es posible que se perciban diferencias en las características de los veneradores de Trump en comparación con otros grupos, pero es crucial tener en cuenta que este fenómeno no es único de Trump. A lo largo de la historia política, los movimientos políticos han atraído a individuos con perfiles demográficos similares. Los veneradores de Trump no representan una excepción, sino una manifestación de un tipo de apoyo que es fundamental para la política contemporánea, uno que podría perdurar mucho después de que Trump haya dejado de ser una figura central en la política estadounidense.
¿Por qué algunos votantes de Trump no se sienten atraídos por las soluciones ideológicas tradicionales?
A pesar de su destacado historial de servicio militar y sacrificios personales que lo marcaron físicamente para el resto de su vida, John McCain nunca logró ganarse la lealtad del sector más radical de la derecha estadounidense, aquella que más tarde apoyaría con fervor a Donald Trump. ¿Por qué? La respuesta radica en su enfoque político y su postura ante cuestiones como la inmigración y la defensa de figuras como Barack Obama, a quien defendió públicamente durante una campaña en 2008, a pesar de las críticas de sus propios seguidores. En un mitin de Minnesota, McCain enfrentó a aquellos que atacaban a Obama, declarando que, más allá de las diferencias políticas, Obama era un "hombre decente" y no debía ser temido. Este tipo de postura, de no ver a su adversario como un enemigo peligroso, no fue bien recibida por un sector de su base, los llamados securitarianos, que veían en Obama una amenaza.
El término securitarianismo refiere a una visión política centrada en la protección de la nación frente a amenazas externas, ya sean reales o percibidas. Los securitarianos demandan que sus líderes compartan su sentido visceral del peligro y la necesidad de proteger la identidad nacional. Esta perspectiva no se basa únicamente en políticas públicas, sino en un profundo componente emocional. McCain, al igual que Mitt Romney en 2012, asumió posturas correctas en cuanto a la inmigración, oponiéndose al “amnistía” para inmigrantes indocumentados y defendiendo leyes estrictas como la de Arizona sobre el control migratorio. Sin embargo, ni McCain ni Romney lograron captar la emocionalidad necesaria para movilizar a los votantes más radicales, aquellos que finalmente se inclinarían por Trump.
Trump, a diferencia de sus predecesores, comprendió profundamente este componente emocional. Su retórica, cargada de promesas audaces como la construcción de un muro fronterizo con México, apeló directamente al miedo y al sentimiento de inseguridad de su base. Aunque muchos de sus seguidores nunca creyeron que el muro fuera una realidad concreta, el simple hecho de que Trump lo defendiera con tal vehemencia les indicó que compartía sus preocupaciones y estaba dispuesto a luchar por ellas. No importa si las promesas no se cumplieron completamente; lo crucial fue que Trump las expresó con un nivel de emoción y compromiso que resonó con sus seguidores, que vieron en él a alguien dispuesto a defender sus intereses a toda costa.
Este fenómeno muestra que el apoyo a Trump no se basa únicamente en su ideología o en sus propuestas políticas, sino en una afinidad emocional profunda con su estilo combativo y su promesa de seguridad. La base de Trump valora el compromiso, la actitud y, sobre todo, la disposición a enfrentar las amenazas de manera frontal y sin rodeos. De hecho, algunos observadores señalaron que, aunque Romney tenía posiciones correctas en muchos temas, carecía de la "rabia" necesaria para movilizar a los votantes securitarios, quienes necesitaban ver en su líder no solo políticas adecuadas, sino también una actitud feroz.
A lo largo de los años, Trump ha logrado construir un sistema de comunicación que apela más a los sentimientos que a los hechos. Para los securitarianos, las estadísticas y los datos son útiles solo si sirven para reforzar la idea de que hay una amenaza que debe ser combatida. La verdad objetiva no es tan importante como la sensación de estar luchando por la protección de lo que consideran su hogar y su identidad. En este sentido, la figura de Trump no es vista como un mentiroso, sino como alguien dispuesto a distorsionar la realidad para servir a un bien mayor: la seguridad.
Lo que distingue a los votantes de Trump de los opositores es que estos últimos no entienden la urgencia que sienten los securitarianos. Mientras los anti-Trump se preocupan por la concentración de poder político y económico, los seguidores de Trump están centrados en lo que perciben como la necesidad primordial de proteger sus fronteras, sus valores y su forma de vida ante amenazas externas. Para ellos, la vulnerabilidad frente a estos "otros" es inaceptable, y cualquier medida que se perciba como débil o complaciente con los "extranjeros" es vista con desdén.
Es esencial comprender que la visión de seguridad de los securitarianos no es simplemente una cuestión de política migratoria, sino una parte integral de su forma de ser. Están profundamente comprometidos con la idea de que cualquier vulnerabilidad frente a fuerzas externas es peligrosa y, por tanto, se debe actuar con firmeza y determinación para evitarla. El enfoque de Trump no fue solo político, sino emocionalmente resonante, lo que le permitió captar el apoyo de aquellos que sentían que sus preocupaciones, lejos de ser escuchadas, eran ignoradas por la élite política tradicional.
Los opositores de Trump, por su parte, deben reconocer que para los seguidores del presidente, la seguridad es un tema no negociable. Negar la existencia de amenazas, o no compartir la misma intensidad emocional frente a ellas, no hace más que aumentar la distancia entre los dos grupos. Mientras tanto, los seguidores de Trump deben aceptar que, para muchos, la visión del mundo no se basa en la misma percepción de amenaza. Los "otros", incluidos los inmigrantes o los extranjeros, no son vistos siempre como un peligro, sino como seres humanos que merecen ser tratados con una cierta apertura, incluso si sus acciones o comportamientos previos no han sido ejemplares.
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