En 1975, después de asumir el cargo de presidente de la Corporación de Desarrollo Urbano del Estado de Nueva York, Richard Ravitch se encontró con un joven empresario decidido a cambiar el panorama inmobiliario de la ciudad: Donald Trump. Este se presentó ante Ravitch de la mano de Louise Sunshine, una influyente recaudadora de fondos demócrata, y le expuso sus planes para revitalizar el Commodore Hotel, un edificio deteriorado cerca de la Avenida 42. Trump, consciente de la difícil situación fiscal que atravesaba Nueva York en ese momento, buscaba obtener una exención fiscal para su proyecto, que según él, beneficiaría a una ciudad sumida en una profunda crisis económica.
El estado de Nueva York enfrentaba su peor crisis financiera desde la Gran Depresión. Para tratar de evitar un colapso aún mayor, el alcalde Abe Beame había implementado medidas de austeridad, que incluyeron el despido de decenas de miles de empleados públicos. A su vez, los servicios esenciales, como la recolección de basura, se vieron gravemente afectados, lo que aumentaba la presión sobre los residentes y turistas. En este contexto, Trump veía la oportunidad de impulsar su proyecto inmobiliario, pero la respuesta de Ravitch no fue la que esperaba. En lugar de encontrar una rápida solución, Trump se vio enfrentado a la obstinación de un hombre de negocios experimentado, quien no se dejó impresionar por sus argumentos, ni por su retórica cargada de promesas. Al ver que no conseguiría el favor de Ravitch a través del diálogo, Trump cambió de táctica: recurrió a la intimidación. Amenazó con tenerlo despedido si no obtenía la exención fiscal.
Este incidente fue solo el inicio de la relación conflictiva entre Trump y los actores políticos y económicos de la ciudad. Trump, conocido por su falta de paciencia y su aversión al fracaso, no era un hombre acostumbrado a retroceder ante la adversidad. En lugar de asumir que no podría continuar con su proyecto, optó por confrontar a aquellos que le bloqueaban el camino. Con el asesoramiento de Roy Cohn, su nuevo abogado, Trump comenzó a aprender las tácticas de defensa más agresivas y divisivas, que usaría en los próximos años para superar obstáculos tanto legales como políticos.
Una de las primeras confrontaciones importantes fue su enfrentamiento con el gobierno federal, que le había presentado una demanda por prácticas discriminatorias en el alquiler de apartamentos. En 1973, el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de los Estados Unidos acusó a Trump y su empresa de rechazar a solicitantes afroamericanos bajo políticas discriminatorias. En lugar de aceptar la situación o tratar de resolver el asunto de manera pacífica, Trump, con el apoyo de Cohn, contraatacó con una demanda por $100 millones de dólares. Este movimiento, más que una estrategia legal, parecía ser una táctica para dar la impresión de que él era la verdadera víctima del proceso. El caso se prolongó durante 21 meses, con Cohn utilizando cada oportunidad para desacreditar al gobierno y arrastrar la disputa lo más posible.
La habilidad de Trump para manejar estos conflictos no solo se basaba en su agresividad, sino en su capacidad para transformar cada derrota en una victoria mediática. Incluso cuando tuvo que firmar un acuerdo con el gobierno federal en 1975, comprometiéndose a no discriminar en sus prácticas de alquiler, Trump logró presentar este acuerdo como una victoria personal, al no tener que admitir ningún tipo de responsabilidad. La falta de una declaración de culpabilidad se convirtió en uno de los aspectos más celebrados por Trump, quien, durante décadas, insistiría en que el caso nunca fue una verdadera derrota para él.
El asesoramiento de Cohn desempeñó un papel fundamental en la transformación de Trump de un empresario inmobiliario local a una figura más ambiciosa y astuta en el panorama de Nueva York. Mientras que el padre de Trump, Fred, le había proporcionado una base dentro del mundo de los negocios de Brooklyn y Queens, Cohn abrió las puertas a una red mucho más amplia que incluía contactos en los medios, el deporte, la política e incluso en sectores menos transparentes. Bajo la tutela de Cohn, Trump comenzó a entender que el enfrentamiento constante, sin importar el resultado, era una estrategia viable para ganar poder y visibilidad.
El contexto de Nueva York a mediados de la década de 1970 fue uno de desesperación económica y declive social. La ciudad estaba al borde de la bancarrota y enfrentaba una creciente ola de violencia y criminalidad. En un intento por salvar la ciudad de una debacle aún mayor, se impusieron medidas de austeridad que afectaron a sectores fundamentales de la sociedad, incluidos los servicios de seguridad. Los sindicatos, por su parte, presionaron con fuerza para evitar los despidos masivos de policías, mientras que los ciudadanos se encontraban atrapados en una ciudad sumida en el caos. Esta atmósfera de inseguridad y desesperanza fue lo que le dio el nombre a la época: "Welcome to Fear City" ("Bienvenidos a la Ciudad del Miedo"), un término irónico que reflejaba tanto el desánimo de los neoyorquinos como la realidad de una ciudad que había dejado de ser un destino prometedor para el turismo y la inversión.
Sin embargo, para Trump, esta misma ciudad plagada de problemas representaba una oportunidad única. La crisis era una oportunidad para desplegar su ambición y sacar provecho de la desconfianza generalizada en las instituciones. Trump supo utilizar la desesperación de los neoyorquinos y la debilidad de la administración municipal para posicionarse como una figura capaz de transformar la ciudad, a pesar de las dificultades que enfrentaba.
La historia de su enfrentamiento con la ciudad y el gobierno federal, junto con la orientación de Roy Cohn, marcó el inicio de un estilo de vida centrado en la confrontación y la resiliencia. Este enfoque, a lo largo de las décadas siguientes, no solo le permitió sobrevivir, sino prosperar, mientras que muchos de sus competidores o rivales fueron consumidos por la misma maquinaria que él había aprendido a manipular.
¿Cómo influyó la relación de Donald Trump con su familia en su carrera empresarial?
En 1964, Donald Trump se encontraba en una encrucijada de su vida académica y social. Ya desde sus años en la escuela secundaria, su comportamiento y las dinámicas con sus compañeros de clase comenzaron a delinear características que marcarían su vida posterior. Un episodio memorable fue cuando un compañero de su escuela en A Company fue brutalmente sometido a una especie de “bautizo de humillación”, del cual Trump parecía permanecer ajeno, recluido en su habitación, escuchando su tocadiscos. Sin embargo, cuando el incidente llegó a las autoridades, Trump fue destituido de su puesto, aunque él se mostró obstinado, afirmando que en realidad había sido ascendido a un nuevo título. La imagen de Trump, desde joven, estaba marcada por una necesidad constante de reconocimiento. Un compañero de clase, Peter Ticktin, describió cómo, al final de su último año, le dieron el título de "Don Juan" en su anuario, una etiqueta aparentemente inventada para halagarlo y darle algún tipo de validez social.
Al ingresar a la Universidad de Fordham, en el Bronx, Trump no parecía tener un propósito claro. Su presencia en la escuela jesuita no se debía a una elección consciente de su parte, sino que era simplemente el lugar en el que había sido aceptado. A diferencia de otros estudiantes, Trump parecía ser un espectador distante, vestido con traje y corbata, y apenas participaba en actividades grupales que lo pudieran conectar con sus compañeros. De hecho, su paso por Fordham fue breve, y se trasladó al Wharton School de la Universidad de Pensilvania, buscando una mayor proyección social y profesional. En Wharton, la impresión que dejó no fue mucho más profunda que la que dejó en Fordham: aunque algunos de sus compañeros de clase recordaban su fuerte deseo de ser conocido y admirado, no dejó un legado duradero entre ellos.
Simultáneamente, su padre, Fred Trump, enfrentaba serias dificultades relacionadas con sus proyectos inmobiliarios. A principios de los años 60, Fred comenzó a trabajar en el proyecto Trump Village, un complejo de apartamentos subsidiados por un programa estatal de Nueva York. La falta de financiación privada forzó a Fred a depender de los fondos públicos, lo que no solo le generó problemas financieros, sino también políticos. A pesar de las auditorías que mostraron irregularidades en la forma en que se calculaban los costos de la tierra, Fred no vio cambios en su acceso a los fondos públicos debido a sus conexiones con la maquinaria política local. En 1966, cuando fue convocado a una audiencia pública para explicar su comportamiento, Fred Trump se encontró completamente desbordado. Fue un momento decisivo en el que el acceso a los fondos federales se cerró, un golpe a la confianza que su familia había depositado en él como líder del negocio inmobiliario.
Por su parte, Donald Trump observaba desde la distancia los fracasos de su padre, pero los veía como oportunidades de ascenso. La rivalidad con su hermano mayor, Fred Jr., conocido como Freddie, jugó un papel importante en la formación de la personalidad de Donald. Freddie, aunque talentoso, no pudo cumplir con las expectativas extremadamente altas de su padre, y esto le llevó a abandonar el negocio familiar para convertirse en piloto comercial. Este cambio de carrera fue interpretado por Donald como un fracaso y, en su juventud, él mismo le ridiculizó, sugiriendo que debía hacer algo "más grande" con su vida. La relación de Donald con su hermano Freddie sería trágica: el alcoholismo de Freddie lo llevó a la muerte a una edad temprana, y Trump citó este hecho como la razón por la cual nunca consumió alcohol. La tragedia de su hermano se convirtió en una lección para Donald, que, con los años, reconocería públicamente cómo la actitud de su padre hacia Freddie había contribuido a su caída.
La historia de Donald Trump, marcada por la competitividad, el rechazo a la vulnerabilidad y el deseo de ser reconocido, no solo refleja una ambición desmesurada, sino también las complejas dinámicas familiares que lo moldearon. Su necesidad constante de validación, su actitud desafiante ante las adversidades, y su visión del éxito como un fenómeno inminente no surgieron de la nada, sino de un ambiente familiar cargado de expectativas y rivalidades. Las lecciones que aprendió observando la vida de su hermano Freddie y la influencia de su padre no solo lo llevaron a una exitosa carrera en bienes raíces, sino también a una comprensión temprana de cómo manipular su imagen pública en su beneficio.
A lo largo de su vida, Trump cultivó una identidad basada en el logro y la imagen, viéndose como el futuro de una dinastía que debía perpetuarse en el negocio familiar. El fracaso de Freddie y la presión paterna fueron catalizadores que, lejos de quebrantarlo, lo impulsaron a seguir adelante, en gran parte por la necesidad de destacar sobre los demás, incluidas las sombras de sus propios hermanos. Este comportamiento refleja una de las características más distintivas de su personalidad: la habilidad para convertir la adversidad en una oportunidad para sobresalir.
¿Cómo influenció Trump la política interna y sus relaciones con el Partido Republicano durante su presidencia?
A lo largo de su presidencia, Donald Trump demostró una capacidad singular para manipular las dinámicas internas del Partido Republicano, moviéndose entre la atracción y la repulsión de sus propios miembros. Aunque en ocasiones se mostró como un líder fuerte que forzaba a sus compañeros a seguir sus líneas políticas, en otras parecía depender de quienes lo desafiaban, buscando constantemente asegurarse de no perder su apoyo. Este tipo de relación con su partido se reflejó en momentos clave de su mandato, como en la lucha por derogar el Obamacare o en las tensiones sobre temas como los derechos de los transexuales en el ejército.
Un ejemplo claro de esta dinámica ocurrió cuando Trump intentó derogar la Ley de Cuidado de Salud a Bajo Precio (Obamacare). A pesar de contar con mayorías en ambas cámaras del Congreso, se encontró con una fuerte resistencia interna, especialmente de la extrema derecha, representada por el House Freedom Caucus, que exigía una eliminación total y sin matices de la ley. En un intento de presionar a los legisladores díscolos, Trump les advirtió que si no votaban a favor de la derogación, enfrentarían desafíos primarios en las elecciones venideras. Sin embargo, la estrategia fracasó cuando los republicanos moderados y los miembros más conservadores no lograron ponerse de acuerdo, lo que resultó en una derrota pública y personal para Trump, que se mostró furioso con el líder de la Cámara, Paul Ryan, por no haber logrado alinear a los votos necesarios.
En paralelo, su relación con miembros clave del Partido Republicano se fue transformando. Por un lado, estaba el grupo de políticos que inicialmente se habían opuesto a su candidatura, pero que, al ver su creciente poder, empezaron a colaborar más estrechamente. Uno de esos casos fue el de Paul Ryan, con quien Trump mantuvo una relación tensa pero cercana. En las primeras semanas de la presidencia de Trump, Ryan tuvo que enfrentarse a los desafíos de sus propios miembros del Congreso, los cuales se mostraron cada vez más reacios a seguir las propuestas del presidente. De manera significativa, fue en este periodo cuando Trump empezó a darle más importancia a las voces del Freedom Caucus, como Mark Meadows y Jim Jordan, que ayudaron a orientar sus políticas según los intereses de la base más conservadora.
Un tema particularmente controversial fue el de los derechos de los transexuales en el ejército de los Estados Unidos. En este caso, Trump fue influenciado por los miembros más conservadores de su partido, quienes presionaron para prohibir el servicio militar de personas transgénero. A pesar de la oposición dentro del Pentágono y entre los altos mandos militares, Trump accedió a la propuesta, anunciando en Twitter que el gobierno de los EE. UU. no permitiría que los transexuales sirviesen en ninguna capacidad en las fuerzas armadas. Esta decisión, tomada sin consultar adecuadamente a sus propios asesores ni al personal militar de alto nivel, causó desconcierto en muchas instituciones del gobierno.
Sin embargo, lo que quizás define mejor el estilo de liderazgo de Trump fue su manera de tomar decisiones, frecuentemente influenciado por la última persona que hablaba con él. Este comportamiento no solo afectaba su relación con el Congreso, sino también su relación con su propio equipo. A menudo recurría a personas fuera del círculo oficial de asesores, como sus amigos o incluso figuras a las que había despedido anteriormente. Trump no seguía el protocolo establecido para los presidentes en cuanto al flujo de información, prefiriendo comunicarse directamente, incluso utilizando teléfonos personales sin las precauciones de seguridad adecuadas. Esta forma de actuar aumentaba la imprevisibilidad de su gobierno y la dificultad para manejar las relaciones políticas tanto dentro como fuera del partido.
Es importante entender que, más allá de las políticas que implementó o las derrotas que sufrió, Trump dejó una marca indeleble en el Partido Republicano, al crear una forma de liderazgo basada más en la confrontación y la manipulación de alianzas que en la colaboración tradicional entre los miembros del partido. Su presidencia mostró cómo un líder puede tener una influencia poderosa sobre la política interna, pero también cómo esa misma influencia puede volverse volátil, dependiendo de las fuerzas que lo rodean y de su habilidad para mantener el control sobre una base política fragmentada.

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