Jim Mattis es una figura singular en la administración de Donald Trump por su capacidad para pensar estratégicamente, un atributo que no siempre fue bien recibido. A menudo, Mattis empujaba a sus colegas y al propio presidente a pensar con más profundidad, lo que generaba tensiones dentro de la Casa Blanca. A pesar de sus esfuerzos por mantener la estabilidad y la profesionalidad en el gobierno, Mattis no siempre pudo frenar las ideas más radicales de Trump. Un ejemplo de ello fue el intento del presidente de ordenar la muerte del presidente sirio Bashar al-Assad en un ataque aéreo tras el ataque con gas sarín en abril de 2017. Mattis, al recibir la orden, accedió con una promesa superficial de actuar, pero luego, en privado, dejó claro que no se llevaría a cabo. En lugar de ello, su equipo desarrolló una serie de opciones para una respuesta más medida, dividiendo las posibles acciones en tres categorías de respuesta convencional.
Mattis tuvo cierto éxito en gestionar las decisiones de Trump, a pesar de algunos desacuerdos sobre temas como los acuerdos de defensa con Corea del Sur y el compromiso de tropas en Afganistán. Sin embargo, el punto de quiebre en su relación llegó cuando Trump, en contra de la política oficial de su administración, anunció la retirada de todas las tropas estadounidenses de Siria, justo cuando las fuerzas de Estados Unidos estaban luchando contra el Estado Islámico. Esta decisión, que más tarde sería revertida, fue un desafío directo a los principios fundamentales de Mattis. Con décadas de experiencia en el Medio Oriente y una profunda comprensión de la amenaza que representaban los extremistas islámicos, Mattis consideraba que la retirada de Siria pondría en peligro la seguridad de las tropas estadounidenses en otras partes de la región, así como la de los aliados en la coalición anti-ISIS.
Mattis intentó convencer a Trump en una reunión en el Despacho Oval, pero tras 30 minutos de discusión, Mattis presentó su carta de renuncia. En ella, expresaba su desacuerdo con la política de Trump, subrayando su compromiso con el respeto a los aliados y su visión estratégica sobre los actores malignos y competidores estratégicos. La renuncia de Mattis se hizo efectiva el 1 de enero de 2019, después de que Trump, molesto por las críticas implícitas en la carta, adelantara la fecha.
En 2020, cuando Estados Unidos vivió una ola de protestas tras la muerte de George Floyd a manos de un policía blanco, Mattis arremetió públicamente contra Trump, acusándolo de intentar dividir al pueblo estadounidense y de proponer el uso de la fuerza militar para "dominar" las protestas. Mattis, quien había sido uno de los más leales servidores de la administración, ahora veía a Trump como un peligro para la unidad del país y la democracia.
Otro personaje clave en el círculo cercano de Trump fue Gary Cohn, Director del Consejo Económico Nacional entre 2017 y 2018. Cohn, un defensor del globalismo, se convirtió en una figura fundamental para moderar las posturas económicas proteccionistas de Trump, especialmente en temas como el acuerdo comercial con Corea del Sur. Aunque Cohn desempeñó un papel importante en la promulgación de los recortes fiscales de 2017, fue en los momentos más críticos cuando su influencia se hizo más evidente. En un incidente, Trump estaba listo para cancelar un acuerdo comercial con Corea del Sur debido a un déficit comercial, pero Cohn, consciente de las implicaciones de seguridad nacional, interceptó la carta que Trump tenía preparada para firmar. Cohn sabía que, sin esa carta sobre su escritorio, Trump olvidaría la decisión.
Sin embargo, la relación entre Cohn y Trump también se deterioró, especialmente cuando el presidente insistió en imponer aranceles a las importaciones de acero y aluminio, una política contraria a los principios del libre comercio defendidos por Cohn. Esto, sumado a las tensiones por la respuesta de Trump a los supremacistas blancos en Charlottesville, llevó a Cohn a anunciar su renuncia en marzo de 2018.
Steve Bannon, estratega jefe de la Casa Blanca durante los primeros meses de la presidencia de Trump, también tuvo una influencia decisiva en la agenda de Trump. Bannon, un hombre de múltiples facetas – exoficial naval, ejecutivo de medios, banquero de inversiones y fundador de Breitbart News – fue el ideólogo detrás de la conexión de Trump con la derecha populista y el movimiento Tea Party. Su visión política, en muchos sentidos, fue la que dirigió la campaña electoral de Trump en 2016. Bannon entendía el poder de la imagen y los memes en Internet, y aprovechó esta dinámica para conectar a Trump con una base electoral desilusionada. Aunque sus tácticas y visiones políticas se alineaban en muchos aspectos con las de Trump, la relación entre ambos comenzó a desmoronarse cuando los intereses del presidente y las ambiciones de Bannon comenzaron a chocar.
En conjunto, estos personajes clave muestran cómo las diferencias ideológicas y los desacuerdos estratégicos no solo marcaron las decisiones políticas de la administración Trump, sino que también jugaron un papel crucial en la dinámica interna del gobierno. La complejidad de las relaciones entre Trump y sus asesores refleja la tensión constante entre la estrategia y la impulsividad, entre los intereses globales y la política interna, y, sobre todo, la lucha por el poder dentro de la Casa Blanca.
¿Cómo la distorsión de la realidad se convirtió en una estrategia política durante la presidencia de Donald Trump?
La relación de Donald Trump con la verdad nunca fue sencilla, y su llegada a la presidencia de los Estados Unidos exacerbó y consolidó su tendencia a desafiar la objetividad en los medios de comunicación. Desde el inicio de su mandato, Trump se mostró reacio a aceptar los principios fundamentales del periodismo: verificar los hechos y reportar de manera objetiva. Ya conocido por su escaso respeto por la verdad y su afición por la exageración –algo que había revelado su propio escritor fantasma en su libro Trump: The Art of the Deal (1987), donde se refería al concepto de "hipérbole veraz" como un medio eficaz de promoción–, Trump dio el siguiente paso al enfrentarse con la cobertura mediática que señalaba la menor cantidad de personas presentes en su toma de posesión en comparación con la de su antecesor, Barack Obama.
Cuando los medios de comunicación informaron que el tamaño de la multitud en su inauguración era inferior al de la ceremonia de Obama, su secretario de prensa, Sean Spicer, acusó a los medios de tergiversar la cifra de manera intencionada. Afirmó, sin ningún fundamento, que su ceremonia había sido vista por "la mayor audiencia jamás reunida para presenciar una inauguración, tanto en persona como alrededor del mundo". La falsedad de su declaración era evidente, algo que se corroboró mediante fotografías comparativas del evento. Al día siguiente, Kellyanne Conway, asesora de campaña de Trump, defendió la postura de Spicer en una entrevista, acuñando el ahora infame término de “hechos alternativos”. A pesar de la intervención del entrevistador, quien señaló que estos “hechos alternativos” no eran más que mentiras, Conway insistió en que las cifras de la multitud no podían evaluarse con certeza. Con el tiempo, defendió su elección de palabras, argumentando que los "hechos alternativos" eran simplemente “hechos adicionales y otra información”. Así, la administración de Trump comenzaba a establecer una relación con la realidad que sería fundamentalmente escurridiza.
El periodista Dan Rather, veterano de la política y la información, reaccionó ante este desarrollo con alarma, publicando un mensaje en redes sociales donde advertía que estábamos viviendo en tiempos extraordinarios, y que aquellos que no defendieran los hechos y la verdad estaban comprometiendo la democracia. Estas palabras de Rather reflejaban lo que muchos, incluidos otros periodistas y miembros del público, consideraban un ataque directo a la noción misma de verdad y realidad. El periodista veía paralelismos con 1984, la famosa novela distópica de George Orwell, en la cual el control del lenguaje y la manipulación de la verdad juegan un papel central. En la obra de Orwell, conceptos como el "doble pensar" y el "neolenguaje" sirven para ilustrar un sistema totalitario que busca controlar no solo las acciones, sino también los pensamientos de las personas. En este contexto, "hechos alternativos" se entendían no como una nueva perspectiva sobre los hechos, sino como una manera de imponer una versión de la realidad que se ajustara a los intereses del poder.
El término "hechos alternativos", por lo tanto, no solo fue una invención del círculo cercano a Trump, sino también una manifestación de un fenómeno más grande: el intento de deslegitimar las fuentes de información confiables y crear un ambiente en el que los hechos fueran maleables y dependieran del relato oficial. Esta guerra contra la verdad no se limitó a los medios de comunicación tradicionales. A lo largo de su presidencia, Trump atacó constantemente a periodistas y organizaciones que desafiaban su versión de los hechos. En uno de los episodios más controvertidos, Trump y su equipo intentaron demandar a CNN por publicar una encuesta en la que el presidente aparecía como perdedor frente a su oponente, Joe Biden, en las elecciones de 2020. Para Trump, cualquier realidad que no se ajustara a su narrativa era algo que debía ser corregido, incluso si esto implicaba amenazas legales.
La constante negación de la realidad y la sustitución de la verdad por la percepción personal de Trump tuvo un impacto profundo en la sociedad estadounidense. Tal como observó Tom Nichols en The Atlantic, Trump logró algo aún más peligroso que gobernar basado en corazonadas y teorías de conspiración: la creación de una resistencia masiva entre el público estadounidense hacia cualquier forma de aprendizaje o acceso a información verificada. La famosa frase de su asesor de comercio, Peter Navarro, "la intuición de Trump siempre tiene razón", refleja la compleja y peligrosa idea de que la verdad y el conocimiento experto son secundarios frente a la autoproclamada sabiduría del presidente.
Más allá de los episodios más evidentes de distorsión de la realidad, hay algo fundamental que comprender: la estrategia de Trump no se limitó solo a la manipulación de los medios o la descalificación de los expertos, sino que también se apoyó en la creación de una narrativa alternativa en la que sus seguidores podían vivir sin la necesidad de cuestionar su percepción del mundo. Esto ha dejado secuelas que continúan influenciando la política y el discurso público, mucho después de que Trump dejara el cargo. La construcción de una realidad paralela no solo alteró el discurso político, sino que también sembró las bases para una desconfianza generalizada en las instituciones, los expertos y los medios de comunicación, un legado que sigue teniendo repercusiones en la actualidad.
¿Cómo influyó la figura de Trump en la percepción internacional de Estados Unidos?
La figura de Donald Trump ha dejado una huella profunda en la política mundial, especialmente en la manera en que el resto del mundo percibe a Estados Unidos. Su estilo político, único en su arrogancia y desprecio por las convenciones diplomáticas, lo ha convertido en el epítome del "Feo Americano" que, de manera irónica, refleja no solo los peores estereotipos sobre los estadounidenses, sino también una nueva era de relaciones internacionales marcadas por su singular visión del poder. Si bien es tentador verlo como una caricatura, Trump personifica algo mucho más peligroso y real.
Desde el momento en que asumió el cargo, Trump mostró al mundo un desconocimiento alarmante sobre la geografía y la política global. Un ejemplo revelador de su ignorancia fue cuando, durante su primera gira internacional, afirmó no saber cuántos países existían en el mundo, lo que no solo dejó a los diplomáticos sorprendidos, sino que reflejó su desconexión con la realidad internacional. En su primer encuentro con el Primer Ministro japonés, Shinzo Abe, Trump compartió su sorpresa ante la cantidad de naciones que existían, además de hacer comentarios desafortunados sobre sus viajes previos. Este tipo de comentarios no solo evidenció su falta de preparación, sino que reveló su actitud despreocupada hacia los asuntos internacionales.
Las metidas de pata siguieron siendo una constante a lo largo de su presidencia. Uno de los episodios más memorables ocurrió durante su encuentro con el presidente de Egipto, donde Trump, evidentemente sin estar preparado, hizo comentarios sobre la canción "Walk Like an Egyptian" de los Bangles. Este tipo de comentarios, además de ser despectivos, dieron una imagen de alguien incapaz de comprender la gravedad de la diplomacia internacional. Su actitud frívola frente a las relaciones exteriores se convirtió en una preocupación constante entre los líderes mundiales.
Pero más allá de sus actitudes personales, Trump también contribuyó a cambiar la percepción global de Estados Unidos de manera más estructural. Según un estudio realizado por Pew Research Center en 2019, el 64% de los encuestados en 32 países no confiaban en Trump para hacer lo correcto en los asuntos internacionales, lo que refleja un panorama bastante negativo hacia su administración. Esta falta de confianza fue especialmente pronunciada en Europa Occidental y México, donde las percepciones de Estados Unidos pasaron de ser las de una potencia mundial confiable a una nación errática y peligrosa.
Además, el presidente estadounidense encarnó muchas de las críticas históricas que se tienen sobre los americanos, especialmente las que señalan una falta de cultura general, un excesivo patriotismo y una obsesión enfermiza por el dinero. En este sentido, Trump no solo representó una ampliación de los estereotipos ya existentes, sino que los llevó a un nivel extremo. En lugar de contrarrestar estos prejuicios, su figura se convirtió en la confirmación de lo peor de los clichés sobre los estadounidenses.
Es interesante notar cómo los académicos y sociólogos que estudian la imagen de los estadounidenses han notado que las características negativas asociadas a su nación ya estaban presentes desde el siglo XIX. En este sentido, Brendon O'Connor, investigador de la Universidad de Sydney, reveló que los estereotipos más comunes sobre los americanos ya habían sido documentados en libros de viajes europeos de la época, y Trump parecía vivir en un perpetuo refuerzo de estos. La arrogancia, la ignorancia cultural, el materialismo y la hipocresía eran algunas de las principales críticas que se hacían a los estadounidenses y que Trump, con su comportamiento, potenció de manera dramática.
Aunque para muchos Trump representa un fracaso del sistema político estadounidense, su mandato refleja las contradicciones y excesos de una nación que, en su deseo de poder absoluto, a menudo se olvida de los principios que una vez la hicieron grande. La presidencia de Trump es, en muchos sentidos, una advertencia sobre los peligros del liderazgo carismático y, sobre todo, de un estilo de gobernar basado en la ignorancia y el populismo.
Las relaciones internacionales de hoy están marcadas por su legado, que ha dejado a muchos líderes preguntándose si la política de "América Primero" es realmente el camino correcto para una nación que históricamente se ha considerado el líder moral y político del mundo. Lo cierto es que la figura de Trump sigue siendo un referente, no solo en la política estadounidense, sino también como un símbolo de lo que ocurre cuando la arrogancia, la ignorancia y el desprecio por la diplomacia se convierten en los pilares de una presidencia.
¿Fue Donald Trump una excepción en la política estadounidense o un producto inevitable de su cultura?
La imagen de Donald Trump en la escena internacional, especialmente durante su participación en la cumbre de la OTAN, dejó una impresión duradera en la opinión pública mundial. Aquel momento, capturado en video y ampliamente comentado por los medios, mostró una interacción incómoda con el líder de Montenegro, Duško Marković. Trump, al caminar hacia la zona donde se tomaría la fotografía grupal, empujó sin ceremonias a Marković, quien reaccionó visiblemente sorprendido. La actitud de Trump, que no reconoció la presencia de su homólogo ni con un gesto o palabra, reflejaba una desconexión total con las normas diplomáticas de cortesía y respeto. Este episodio no solo fue percibido como un desplante hacia Marković, sino también como una manifestación más de lo que algunos medios llamaron "el americano feo".
Este tipo de gestos y actitudes se entendieron en gran medida como una extensión de la personalidad de Trump, un hombre que no es conocido por su afabilidad ni su interés por las normas protocolarias internacionales. Pero, ¿era esta una actitud aislada de un líder excéntrico, o era simplemente la manifestación de un fenómeno más profundo, algo que ya venía gestándose en la sociedad estadounidense?
En 2016, cuando Trump fue elegido presidente de los Estados Unidos, no se eligió a un político tradicional, sino a una celebridad. El fenómeno Trump se inscribe dentro de una tendencia cultural más amplia que ya había sido predicha por sociólogos y filósofos como Neil Postman, quien en su obra Amusing Ourselves to Death (1985) señalaba cómo los medios electrónicos, en particular la televisión, habían alterado la forma de hacer política en América. Según Postman, la política estadounidense se había convertido en un espectáculo, con los políticos transformándose en figuras mediáticas que, como las celebridades, competían por la atención pública. Esta transformación fue también reconocida por Daniel Boorstin en su libro The Image (1962), donde advertía que los líderes políticos ya no eran vistos como estadistas, sino como "estrellas mediáticas", creadas y manipuladas por los medios de comunicación.
Este fenómeno no es nuevo. Desde los primeros momentos de la historia de Estados Unidos, la nación se ha visto a sí misma como excepcional, como un modelo para el resto del mundo. La idea del excepcionalismo estadounidense, que permea toda la cultura y la historia del país, sostiene que los Estados Unidos tienen una misión especial en el mundo, un destino manifiesto que les otorga una superioridad inherente. Esta noción, que se remonta a los puritanos que fundaron la colonia en Nueva Inglaterra, ha evolucionado a lo largo de los siglos, pero sigue siendo un pilar fundamental del pensamiento estadounidense. Para muchos, América no solo es diferente de otras naciones, sino que tiene una misión divina de reformar el mundo según sus ideales de libertad y democracia.
Donald Trump es, en este sentido, una manifestación extrema de esta visión. Su figura como magnate de los negocios y estrella de la televisión, combinada con su falta de experiencia política, lo convierte en un reflejo de las dinámicas que Postman y Boorstin ya habían anticipado. Sin embargo, su ascenso al poder no fue un accidente. Más bien, fue el resultado de una serie de tendencias que han sido moldeadas por los medios de comunicación y la cultura popular. Trump encarna la convergencia entre la política y el espectáculo, un hombre cuya fama se construyó sobre su capacidad para captar la atención, más que sobre su habilidad para gobernar o negociar.
La elección de Trump también puede verse como el punto culminante de la creciente influencia de los medios y las celebridades en la política estadounidense. En un país donde la imagen y la marca personal son más importantes que nunca, el tener la habilidad para "venderse" ante el público es una de las claves del éxito. La presencia de Trump en la cumbre de la OTAN no es solo un ejemplo de su comportamiento personal, sino también un reflejo de cómo la política en Estados Unidos se ha transformado en un espectáculo visual y de entretenimiento, en el que el líder se convierte en una figura simbólica cuya imagen importa más que sus políticas.
Sin embargo, es crucial entender que el fenómeno Trump no es solo una curiosidad de la historia contemporánea, sino que es una parte integral de la historia de los Estados Unidos. Desde sus orígenes, el país ha cultivado una visión de sí mismo como un lugar único y especial. Esta idea de excepcionalismo ha sido una constante a lo largo de los siglos, influyendo no solo en su cultura interna, sino también en la manera en que los estadounidenses se relacionan con el resto del mundo. Trump, con su estilo y sus gestos, es solo la última manifestación de una tradición política que ha llevado a Estados Unidos a posicionarse como un líder mundial, pero también como un país que a menudo actúa sin la empatía ni la disposición para escuchar a otros.
Es fundamental que el lector comprenda cómo estas dinámicas culturales y políticas, aunque se perciban como defectos o excentricidades, son también características inherentes de la historia estadounidense. Lo que puede parecer un error o una actitud insensible de Trump ante los líderes internacionales no es solo un caso aislado, sino que está profundamente conectado con una tradición nacional que ha exaltado la idea de un país destinado a liderar el mundo según sus propios términos.

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