Viajar a través de los Estados Unidos ha sido una experiencia constante de confrontación con su historia y su presente. Mis hijos, arrastrados más veces de las que quisieron a museos presidenciales y bibliotecas, han aprendido más de lo que podrían haber imaginado: desde Harry Truman hasta Gerald Ford, pasando por Abraham Lincoln y George W. Bush. Para mi hija pequeña, la visita al museo de Gerald Ford fue tan aburrida que, para darle algo de magia, tuve que inventar que él era un mago encubierto. Esta invención ha perdurado, pues años más tarde, cuando mi hija escribió en su tarea de primer grado sobre aquel día, me di cuenta de que jamás corregí esa mentira.

A pesar de sus ojos en blanco, mis hijos han absorbido la información que hemos compartido, así como la disparidad entre el pasado y el presente. La diferencia entre los presidentes de antaño y Donald Trump es evidente en cada museo, cada monumento, y lo peor de todo es que muchos de los problemas que enfrentamos hoy — el racismo sistémico, el declive económico, la agresión extranjera — son los mismos que existían entonces. En 2018, visitamos el museo de Dwight Eisenhower en Abilene, Kansas. En una de las paredes se encuentra una cita de su discurso de 1953 titulado “La oportunidad de la paz”: “Cada arma que se fabrica, cada barco de guerra lanzado, cada cohete disparado significa, en el sentido final, un robo a aquellos que tienen hambre y no son alimentados, a aquellos que tienen frío y no son abrigados. Este mundo en armas no está gastando solo dinero. Está gastando el sudor de sus trabajadores, el genio de sus científicos, las esperanzas de sus niños... Esta no es una forma de vida en absoluto, en ningún sentido verdadero. Bajo la nube de la guerra amenazante, la humanidad cuelga de una cruz de hierro.”

No soy sentimental respecto a los presidentes, como regla general me opongo a hacer héroes de los servidores públicos. Sin embargo, el abismo entre el presente y la época del discurso de Eisenhower duele, no porque nuestros problemas sean tan distintos, sino porque nuestros líderes nos han fallado tan profundamente. Vivimos en la pesadilla de Eisenhower hecha realidad. “Esta no es una forma de vida en absoluto” podría ser el lema de nuestro tiempo.

Desde la elección de Trump, todas nuestras vacaciones han sido en parques nacionales, lugares de asombro que comparto con mis hijos y de los cuales trato de mantener para mí la tristeza. En enero de 2017, Trump declaró la guerra a los parques nacionales, lo que provocó la creación de cuentas de Twitter “rebeldes” de los empleados de los parques, quienes tuitearon sobre temas prohibidos como el cambio climático. Esta fue una de las primeras acciones agresivas de Trump contra un organismo administrativo, y me pareció profundamente peligrosa. Los parques nacionales son de las pocas cosas en las que casi todos los estadounidenses están de acuerdo como algo positivo, por lo que el ataque a estos representó una señal temprana de que el público tenía poca influencia sobre las políticas. Este ataque a los parques también indicaba un ataque más amplio contra el medio ambiente y la preservación cultural, lo cual se hizo aún más evidente cuando Trump llamó a reducir significativamente las monumentos nacionales de Bears Ears y Grand Staircase-Escalante, dos maravillas que también son sitios sagrados para los pueblos indígenas.

En marzo de 2017, mi familia viajó hacia el oeste a Nuevo México. Mis hijos vieron las montañas y el desierto por primera vez, y traté de no llorar cuando hablaban sobre cómo querían regresar y ver esos paisajes de nuevo cuando fueran grandes. Una mañana, nos despertamos temprano para hacer trineo en las dunas del Monumento Nacional de las Arenas Blancas. Estábamos solos. Recuerdo estar sentado sobre la arena blanca y cristalina, con el único sonido de las risas de mis hijos mientras bajaban por las colinas, pensando que nunca tendría un momento más feliz que ese, porque mi gratitud de poder mostrarles un lugar tan hermoso era tan profunda. Sentí lo mismo, una emoción arrolladora entre gratitud y pena, cuando los llevamos a Colorado y Utah un año después, donde vieron las Montañas Rocosas, Arches, Canyonlands y Mesa Verde; y al año siguiente, cuando visitamos Yellowstone, Glacier, Grand Teton y Theodore Roosevelt. Todavía teníamos la libertad de viajar, y había tanto por ver.

Cada día desde 2016 ha sido como un reloj que marca el tiempo, tanto para cada uno de nosotros como para Estados Unidos como nación. El cambio climático ha exacerbado la presión, pues los incendios arden y las aguas suben. Mientras escribo esto, Missouri está inundado, y nadie interviene excepto los ciudadanos, que construyen sacos de arena desde cero, tratando de mantener a raya los ríos antes de que engullan lo poco que queda de nuestro paisaje. Paso las tardes observando atardeceres de otro mundo, provocados por los incendios forestales en Alberta, reflejándose en las aguas que cubren las calles de St. Louis. Hay una fragilidad en la vida ahora que casi me rompe, una fragilidad que pude manejar de niño y adulto, pero no como madre. Los niños te obligan a imaginar el futuro, y hacer esto hoy es un acto de violencia mental. Pero también te obligan a luchar por el futuro: a insistir en que habrá uno, a doblar el arco del universo moral hacia la justicia a través de la pura fuerza de voluntad, porque no se dobla hacia allí por sí solo.

He intentado preparar a mis hijos para el futuro mostrándoles Estados Unidos de primera mano, los horrores y la resiliencia, la diversidad de regiones y personas. Una parte de mí se siente más en casa en el camino, otra parte siempre ha querido huir sin dejar de estar presente, y Estados Unidos siempre ha ofrecido un respiro para los inquietos. Pero otra parte de mí está inmunizando a mis hijos contra la futura propaganda: recuerdos falsos comercializados como memes, archivos falsos duplicados por algoritmos, falsas promesas dichas por todos. Quiero que recuerden este país, y que sepan que lo amé a pesar de sus defectos, que fue parte de mí y, por ende, parte de ellos. Es nuestro legado y nuestra responsabilidad. Quiero que sepan que luché por él de la única manera que conocía: diciendo la verdad. Pero no quiero que repitan mis opiniones ni las de nadie. Quiero que aprendan y piensen por sí mismos. Quiero que vean su patria de primera mano y saquen sus propias conclusiones. Parafraseando a George Orwell, “quienes controlan el pasado, controlan el futuro”. Quiero que mis hijos vean el pasado estadounidense antes de que desaparezca.

No espero ver la paz en mi tiempo. Espero una erosión continua de la libertad acompañada de cambios horribles en nuestro clima ambiental y nuestras leyes nacionales. Espero que la cultura de vigilancia exacerbada aumente el miedo hasta el punto en que la sumisión ya no sea reconocible como tal; simplemente se llamará vida. Espero que la impunidad criminal de las élites prospere mientras los funcionarios se niegan a hacer cumplir la responsabilidad. Espero recesiones, censura y violencia. Pero hay una diferencia entre esperar una autocracia estadounidense y aceptarla, y yo me niego a aceptarla. Cada pérdida que sufrimos es un recordatorio de los regalos que aún poseemos, y de nuestra obligación de luchar por un futuro mejor para la próxima generación. Nunca me conformaré. Quiero saldar la cuenta.

¿Cómo la corrupción política y el "dinero oscuro" influyen en la política de Missouri?

La historia de la política en Missouri está marcada por una serie de eventos y dinámicas complejas que reflejan las tensiones entre el poder económico, la ética pública y la influencia política. En particular, el fenómeno del "dinero oscuro", o dinero proveniente de grupos políticos no transparentes, ha jugado un papel crucial en las elecciones estatales, generando controversias y cuestionamientos sobre la integridad del proceso democrático.

En un estado como Missouri, donde el impacto del dinero en la política se ha intensificado, las campañas de financiamiento no solo dependen de las contribuciones individuales, sino que también están profundamente influenciadas por las organizaciones que operan sin divulgar sus fuentes de financiamiento. Estas organizaciones, en muchos casos, conocidas como Super PACs o grupos de acción política, son esenciales para comprender cómo se moldean las elecciones y las decisiones políticas en el estado. Los candidatos que controlan o están vinculados a estos fondos a menudo no tienen que revelar la identidad de los contribuyentes, lo que crea una capa de opacidad sobre las fuerzas que realmente determinan el curso político.

La eliminación de los límites en las contribuciones políticas, como sucedió en Missouri en 2008, facilita la aparición de estos fondos oscuros. La falta de transparencia permite que grandes sumas de dinero sean gastadas en campañas políticas sin que el público sepa quién está financiando realmente las candidaturas o qué intereses están detrás de ellas. En 2017, por ejemplo, el caso de Eric Greitens, el entonces gobernador de Missouri, ilustró de manera dramática el impacto de estos fondos cuando su grupo político sin fines de lucro estuvo bajo investigación debido a la falta de transparencia sobre sus donantes y actividades. Este tipo de "dinero oscuro" tiene la capacidad de alterar el equilibrio de poder y distorsionar el proceso electoral, ya que la mayoría de los votantes no tienen acceso a la información completa sobre las fuentes de influencia en sus elecciones.

Además de los aspectos financieros, Missouri ha sido escenario de varias controversias que involucran comportamientos políticos que generan desconfianza. El caso de Todd Akin, candidato al Senado, y sus comentarios sobre el aborto en 2012, pone en evidencia cómo los errores de juicio pueden convertirse en armas de campaña y ser explotados por los adversarios para manipular la opinión pública. Akin, quien sugirió que las mujeres que sufren una "violación legítima" tienen formas de evitar el embarazo, rápidamente se convirtió en el blanco de una ofensiva política que desvió la atención de temas más sustantivos hacia cuestiones personales y morales. Esta situación revela cómo las figuras políticas, en lugar de centrarse en las propuestas concretas, pueden ser reducidas a sus comentarios o acciones más controvertidas, desviando así el foco de atención hacia lo superficial y no lo esencial.

Por otro lado, la influencia de figuras poderosas en la política estatal, como Rex Sinquefield, un magnate financiero que ha sido una figura clave en las finanzas políticas de Missouri, también resalta la relación entre el poder económico y el político. Sinquefield ha financiado generosamente campañas para modificar políticas fiscales en Missouri, apuntando a reducir los impuestos de los ricos a expensas de los programas públicos que benefician a los más desfavorecidos. Su influencia sobre el sistema político refleja la capacidad de los grandes contribuyentes para cambiar las reglas del juego a su favor, lo que genera un ciclo de retroalimentación que favorece a los poderosos sobre el ciudadano común.

El "dinero oscuro" también se ha asociado con el racismo y las tensiones raciales en Missouri, como se evidencia en el papel que jugó en la campaña de 2010 contra el congresista Roy Blunt. La utilización de publicidad negativa y de contenido racialmente divisivo ha sido una táctica recurrente, tanto a nivel estatal como nacional, que ha sido criticada por la NAACP y otras organizaciones como una forma de manipulación del voto. Los anuncios y las campañas diseñadas para explotar las divisiones raciales no solo son dañinas para el tejido social de Missouri, sino que también demuestran la profundidad del impacto del dinero en la política, que se utiliza para desviar la atención de temas fundamentales hacia cuestiones divisorias.

En el caso de Claire McCaskill, la senadora de Missouri, se puede observar cómo los grandes intereses financieros pueden utilizarse para influir en los resultados electorales. Durante su reelección en 2012, el uso de dinero oscuro se incrementó considerablemente, apuntando a su derrota con campañas de desinformación financiadas por grandes donantes. Las batallas en torno a McCaskill y otros líderes políticos de Missouri reflejan una verdad incómoda: las elecciones no solo dependen de los votos populares, sino también de las fuerzas económicas que detrás de escena, deciden qué candidatos tienen los medios para llegar a los electores.

Además de los aspectos legales y éticos involucrados, es importante entender el contexto social y económico que permite que este tipo de dinámicas se desarrollen. Missouri, como muchos otros estados, ha sido testigo de un incremento de la polarización política, donde los intereses de las élites se contraponen cada vez más con las necesidades de las comunidades más desfavorecidas. Esta creciente división está impulsada por una falta de confianza en las instituciones, alimentada por la percepción de que las políticas son dictadas por intereses financieros más que por las necesidades de los ciudadanos comunes. Para entender completamente el impacto del dinero oscuro en Missouri, es necesario también considerar la falta de un sistema de rendición de cuentas efectivo y las brechas cada vez mayores entre la política estatal y las prioridades de los votantes.

¿Cómo Missouri refleja el declive de América?

Vivir en Missouri, un estado en el centro de Estados Unidos, es ser testigo de la descomposición progresiva de un país que alguna vez prometió ser grande. Missouri, históricamente conocida como "el estado indicador" por su capacidad para votar en favor del ganador de las elecciones presidenciales, representa hoy un microcosmos de la decadencia estadounidense. Desde 1904 hasta 2008, Missouri acertó en cada elección presidencial, excepto en 1956. Fue, durante mucho tiempo, un estado que reflejaba la dirección en la que Estados Unidos se encontraba. Hoy, Missouri es el espejo roto de un país que ha perdido su rumbo.

La ascensión de figuras como Donald Trump puede ser mejor comprendida observando los eventos en Missouri, un estado que ha visto de cerca los mecanismos del poder y la corrupción. Muchos observadores, tanto dentro como fuera del país, desestimaron a Missouri como un rincón irrelevante del Medio Oeste estadounidense, hasta que la victoria de Trump en 2016 atrajo la atención nacional. La prensa costera, con su mirada simplista y reduccionista, describió a los habitantes del estado como trabajadores manufacturados retirados, encarnando el cliché de los votantes de MAGA en cafés rurales. Sin embargo, la realidad de Missouri es mucho más compleja que estos estereotipos.

La narrativa de este estado no solo es una cuestión local, sino que tiene implicaciones nacionales. Los problemas de Missouri son, en muchos aspectos, el reflejo de los problemas más amplios de Estados Unidos. La corrupción, el colapso del sistema político y la desinformación han estado presentes durante generaciones, pero con el auge de Trump, estos problemas se han vuelto más evidentes y más difíciles de ignorar. Este estado es una prueba de la ruptura de la democracia en los niveles más profundos de la política estadounidense.

Una de las peculiaridades de Missouri es que posee dos apodos que encapsulan la paradoja de su existencia. El primero es "el estado que muestra", un término acuñado en 1899 por el congresista Willard Duncan Vandiver, quien, cansado de la palabrería política vacía, proclamó: “Soy de Missouri, tienes que mostrarme”. Este es un estado donde la desconfianza hacia la política es tan profunda que la gente exige pruebas antes de aceptar cualquier cosa. Pero en la Missouri contemporánea, esta demanda de prueba se ha desvirtuado, ya que los mismos legisladores que se comprometieron a la transparencia y a frenar la corrupción, están ahora en un constante intento por anular las reformas que los ciudadanos votaron para implementar.

El otro apodo, "el estado de las cavernas", refleja la desconexión de Missouri con el resto del país, especialmente en la era Trump. Bajo la superficie del estado, más de cinco mil cavernas esperan ser exploradas. Este vasto sistema subterráneo, lleno de maravillas geológicas, se ha convertido en un símbolo de resistencia. Al igual que las formaciones rocosas que tardaron millones de años en formarse, la existencia de Missouri como un lugar apartado y a menudo olvidado se ha convertido en un testimonio de la longevidad de un sistema que sigue bajo la superficie, indiferente a las crisis sociales, políticas y económicas que afectan a la nación.

La historia de Missouri también es la historia del pecado original de Estados Unidos. La entrada de Missouri en la Unión en 1821 fue el resultado de una negociación profundamente injusta: el "Compromiso de Missouri", que garantizó que los negros esclavizados en Missouri seguirían siendo propiedad de sus dueños a cambio de que Maine fuera declarado estado libre. Esta iniquidad, vista hoy con horror, fue un acuerdo aceptado por una nación que estaba dispuesta a sacrificar la libertad y la dignidad de millones por una falsa idea de unidad. La historia de Missouri está marcada por una serie de traiciones, injusticias y un legado de violencia institucionalizada que no solo afectó a los afroamericanos, sino que también definió el futuro del país entero.

El activista y periodista Elijah Lovejoy, quien se trasladó a Missouri desde Maine en 1836, es un ejemplo de la resistencia ante la opresión que siempre ha caracterizado a este estado. Abolicionista y defensor de la libertad de prensa, Lovejoy fue perseguido por su lucha contra la esclavitud, hasta que fue asesinado por una turba racista en 1837. Este asesinato, ocurrido en Alton, Illinois, al otro lado del río Mississippi, fue un claro recordatorio de que la lucha por la justicia en Missouri ha sido tanto física como moral.

El caso de Missouri no es solo una advertencia sobre los riesgos de un sistema político corrompido, sino también una lección sobre la resiliencia humana. A pesar de la violencia, la desconfianza y la corrupción que han caracterizado la historia del estado, Missouri sigue siendo un lugar de lucha constante por el cambio. La historia de este estado, aunque oscura, es también un testimonio de la capacidad humana para resistir, cuestionar y, en última instancia, cambiar.

Es esencial comprender que lo que ocurre en Missouri es representativo de un proceso más amplio en Estados Unidos: un país que, a pesar de sus grandes promesas, ha caído en un ciclo de corrupción, desigualdad y violencia que afecta a todos, desde las ciudades costeras hasta el corazón del país. Para entender lo que le ha ocurrido a la nación, es necesario mirar con detenimiento a estados como Missouri, donde la historia y el presente se entrelazan en una tragedia nacional. La lucha por la verdad, la justicia y la rendición de cuentas no es solo una cuestión local, sino una necesidad urgente para el futuro de Estados Unidos.

¿Cómo influyen las conexiones políticas y económicas en la construcción de poder en la sociedad moderna?

El edificio de la Quinta Avenida 666, uno de los rascacielos más emblemáticos de Nueva York, ha sido durante años un símbolo de la intersección entre los negocios, la política y la familia Kushner. Esta propiedad, adquirida por Jared Kushner en 2007, ha estado en el centro de diversas controversias, tanto por su historia como por los vínculos que ha establecido con figuras políticas y económicos de alto perfil. A lo largo de los años, la lucha por mantener el control de esta torre ha revelado no solo las dificultades financieras de los Kushner, sino también los mecanismos de influencia que operan entre bastidores.

El caso del edificio no es simplemente un ejemplo de cómo los grandes desarrollos inmobiliarios pueden ser el centro de poder, sino también cómo los actores políticos se ven involucrados en operaciones financieras complejas. En particular, la deuda que Jared Kushner asumió para adquirir la propiedad, que rápidamente se convirtió en un lastre financiero para su familia, muestra cómo las dinámicas de inversión y especulación pueden tener un impacto profundo en el ámbito político. La tentativa de los Kushner de vender el edificio a inversores vinculados con Qatar fue un intento por salvar una propiedad en ruinas. Este tipo de situaciones no es infrecuente cuando las apuestas son tan altas y el capital involucrado es tan extenso.

Es relevante notar que, detrás de la fachada de los rascacielos y las transacciones inmobiliarias, se encuentra una red de relaciones que, a menudo, no solo se limita a los intereses económicos, sino que se extiende a una esfera política mucho más amplia. El involucramiento de figuras como Paul Manafort y las acusaciones que lo vinculan con un encuentro con un funcionario ruso en un club de cigarros en Nueva York, resalta cómo las conexiones políticas entre Estados Unidos, Rusia e incluso países del Medio Oriente se entrelazan con la riqueza material. Estas relaciones son el marco de poder que sostiene muchas de las decisiones que afectan la vida cotidiana, desde políticas exteriores hasta las estrategias empresariales de grandes corporaciones.

A través de estos movimientos y las controversias que los rodean, los Kushner no solo han sido parte de un juego de poder económico, sino también de un juego político más amplio, cuyo alcance puede ser difícil de medir en términos concretos. La administración de Trump, en la que Jared Kushner desempeñó un papel destacado, estuvo marcada por una serie de decisiones que involucraron directamente los intereses financieros de la familia Kushner. El hecho de que Jared, Ivanka y otros miembros de su círculo cercano pudieran acceder a posiciones clave en el gobierno mientras mantenían sus intereses financieros activos muestra la capacidad de estos individuos para navegar por las aguas turbias de la política global.

Es interesante cómo el elemento religioso también se mezcla en esta ecuación. Las contribuciones de la Fundación Kushner a causas judías y las bendiciones recibidas de rabinos influyentes sirven para fortalecer la posición de la familia en una red social que no solo es económica, sino también cultural. El hecho de que los Kushner se presenten como actores claves en la política israelí, y que hayan sido muy vocales en sus apoyos al gobierno de Netanyahu, subraya cómo la religión y la política pueden fundirse para consolidar una red de poder más sólida, que extiende su influencia más allá de las fronteras de los Estados Unidos.

A medida que el edificio de la Quinta Avenida 666 continúa siendo un símbolo de la compleja intersección entre el poder político, los intereses empresariales y las redes internacionales, también refleja una realidad más amplia sobre cómo las elites económicas y políticas moldean el mundo en que vivimos. Los inversionistas de la propiedad no solo buscan una ganancia, sino que también están involucrados en una lucha constante por influir en las políticas globales que afectan a millones de personas. Esta intrincada red de intereses muestra cuán entrelazados están los hilos del poder en el mundo contemporáneo.

Además, la historia del 666 Fifth Avenue nos obliga a reflexionar sobre el papel de las grandes corporaciones y las figuras poderosas en la toma de decisiones políticas, y cómo estos actores pueden influir en los eventos globales sin que la mayoría de la gente sea consciente de su influencia directa. Los movimientos económicos en un edificio de lujo pueden tener repercusiones políticas que van mucho más allá de lo que se percibe a simple vista. La clave de todo esto es reconocer que el poder no se distribuye de manera equitativa y que hay actores que operan detrás de las cortinas, determinando el futuro de los países y las economías.

¿Cómo la historia de St. Louis revela la fractura de América?

El 7 de noviembre de 1837, Elijah Lovejoy, un abolicionista y periodista, fue asesinado mientras intentaba defender su imprenta de la ira de una multitud blanca que se oponía a sus ideas. La multitud, tras dispararle, continuó su ataque destruyendo la imprenta y arrojándola al río. Este acto de violencia no fue un incidente aislado, sino que fue una manifestación de las profundas divisiones raciales y sociales que seguían marcando la vida en Estados Unidos, particularmente en lugares como Alton, Illinois, donde Lovejoy murió.

St. Louis, como muchas ciudades del Medio Oeste, encierra en su historia el eco de estos viejos conflictos. La ciudad, que alguna vez fue un centro de importancia imperial y cultural, hoy es testigo de una historia de abandono y olvido. En sus calles, los vestigios del pasado imperial se mezclan con las cicatrices de la segregación y la desigualdad racial. Mientras los turistas visitan monumentos icónicos como el Arco, pocos se adentran en los barrios más pobres, donde los edificios desmoronados cuentan historias de una ciudad que alguna vez fue próspera pero que hoy parece haberse desvanecido, no por una gran derrota, sino por la indiferencia y el abandono.

La lucha de Lovejoy no terminó con su muerte. A pesar de su asesinato, su legado como símbolo de resistencia contra la opresión sigue vivo, especialmente en una ciudad que, como Alton, ha sido un escenario de debates cruciales sobre los derechos civiles, la esclavitud y la segregación racial. Esta historia de conflicto se remonta a las primeras exploraciones de la región por Lewis y Clark, y sigue presente en la lucha de los músicos afroamericanos de St. Louis, como Scott Joplin y Chuck Berry, quienes crearon géneros musicales profundamente americanos como el ragtime y el blues. Sin embargo, en una nación que tiende a ignorar la importancia cultural y política de estados como Missouri, esta historia es frecuentemente pasada por alto, incluso en medio de su influencia decisiva en la configuración de la identidad nacional.

El dilema de Missouri, entre el norte y el sur, entre la esclavitud y la libertad, aún sigue vivo en la división social y racial que persiste hoy. La confusión de identidad no es solo una cuestión de pronunciación; se manifiesta en las actitudes contradictorias sobre cómo la gente ve su pasado y cómo enfrenta su presente. En la actualidad, Missouri sigue dividido por líneas raciales y de clase, donde las tensiones urbanas y rurales se agudizan.

Este conflicto subyacente no es solo histórico; es palpable en la vida cotidiana de St. Louis, donde la violencia sigue siendo una presencia constante, especialmente en los barrios más empobrecidos. En muchas de sus esquinas, los recuerdos de muertes violentas se hacen visibles mediante oscilantes globos y ositos de peluche, símbolos de una sociedad rota que parece incapaz de sanar. El sufrimiento colectivo y la sensación de desesperanza se han convertido en la única unión posible entre los diversos grupos de la región.

Esta herida colectiva se encuentra también en el hecho de que St. Louis, como muchas otras ciudades del Medio Oeste, está marcada por la misma historia de apocalipsis constante que la región experimentó en 1811, cuando un terremoto de magnitud 7.9 sacudió Nueva Madrid, Missouri, alterando el curso del río Mississippi y causando pavor en la población. Hoy, los científicos predicen que la falla de Nueva Madrid podría volver a despertar en cualquier momento, trayendo consigo una devastación aún mayor. La historia de St. Louis, como la de Missouri en general, no es una de un desastre repentino, sino una de prolongado desmoronamiento.

Este desgarramiento visible y emocional es el resultado de generaciones de lucha y resistencia, y es en gran parte ignorado por aquellos que prefieren ver a América solo a través de su resplandeciente fachada. Sin embargo, es imposible ignorar el papel crucial que lugares como Missouri han jugado en la construcción de la identidad estadounidense. Las figuras históricas que surgieron de aquí, como Mark Twain y Walt Disney, marcaron el rumbo de la cultura nacional. A través de ellos, se entiende que la historia de esta región es, en gran medida, la historia misma de América: una nación que ha luchado constantemente con sus propios ideales de libertad y justicia, a menudo sin llegar a una reconciliación.

Lo importante es comprender que, al igual que la historia de St. Louis, la lucha por la justicia racial, la igualdad y la identidad no es una cuestión del pasado, sino una batalla continua que está en el centro de los conflictos sociales actuales. Cada ciudad, cada pueblo, cada estado tiene su propia historia de fractura y resistencia, pero es crucial no ver estas historias de manera aislada, sino entenderlas como partes de un todo más grande, como la constante tensión que sigue moldeando los Estados Unidos. La historia de St. Louis y de Missouri es solo un reflejo de las tensiones nacionales que nunca se resolvieron, que aún persisten, y que continúan definiendo las luchas por la justicia social y la reconstrucción de la identidad nacional.