En los últimos años, los grupos de interés han aumentado significativamente su capacidad de movilizar a seguidores en los distritos congresionales, lo que les otorga un poder considerable. Los grupos con base en Washington, que en ocasiones carecen de una fuerte base de apoyo local, han reconocido la importancia de generar actividades locales. Por esta razón, han comenzado a simular presiones "de base" a través de lo que se conoce como el lobby de césped artificial (Astroturfing), en el que se fomenta que los ciudadanos firmen cartas, postales o correos electrónicos prediseñados que luego se envían a los representantes congresionales. En algunos casos, se establecen líneas telefónicas gratuitas donde, al proporcionar simplemente el nombre y la dirección, se genera automáticamente una carta dirigida al congresista. Según un estimado de una oficina senatorial, tales campañas organizadas constituyen aproximadamente dos tercios de la correspondencia recibida, aunque su efectividad ha disminuido debido a la creciente conciencia de los legisladores sobre la falta de interés real por parte de los constituyentes.

Por otro lado, muchos de estos grupos utilizan “tarjetas de puntuación” legislativas para calificar cómo los miembros del Congreso votan en asuntos importantes para ellos. Una calificación alta o baja de un grupo de interés puede convertirse en una herramienta potente en las próximas elecciones. Los grupos más influyentes en este aspecto incluyen la Federación Nacional de Negocios Independientes, la Federación Americana del Trabajo-Congreso de Organizaciones Industriales (AFL-CIO), la Liga Nacional por la Vida, la Liga de Votantes para la Conservación y la Asociación Nacional del Rifle. Estos grupos, al hacer públicas sus puntuaciones, afectan directamente a las decisiones políticas, ya que los legisladores temen las repercusiones de una calificación baja en estas evaluaciones.

Además de influir en las votaciones, los grupos de interés también desempeñan un papel clave en la creación de la agenda legislativa y en la redacción del lenguaje de las leyes. Los cabilderos más sofisticados obtienen influencia proporcionando información sobre políticas y contribuciones para campañas a los miembros del Congreso, quienes a menudo están ocupados con otras tareas. Un ejemplo claro de este poder se dio en 2014, cuando el proyecto de ley de gasto federal de 1.1 billones de dólares incluyó una enmienda que eximía muchas transacciones financieras de la regulación federal bajo la Ley Dodd-Frank. El lenguaje de la enmienda fue tomado de un proyecto de ley originalmente redactado por los cabilderos de Citigroup, con 70 de sus 85 líneas copiadas literalmente de la propuesta de la entidad bancaria. Este tipo de influencia se ha intensificado en los últimos años, con la creación de coaliciones más amplias y campañas integrales que, aunque no surgen de la base popular, están impulsadas por los cabilderos de Washington. Estas campañas combinan actividades simuladas de base con información relevante y fondos para las campañas de los congresistas.

Sin embargo, los lazos financieros cercanos entre los legisladores y los cabilderos de los grupos de interés suelen generar suspicacias, ya que sugieren que estos grupos reciben un trato preferencial a cambio de donaciones políticas. La relación entre los cabilderos y los congresistas fue objeto de un intenso escrutinio público en los años 2000, especialmente cuando el lobbyista Jack Abramoff, un firme defensor del Proyecto K Street, se declaró culpable en 2006 de cargos relacionados con conspiración, fraude postal y evasión fiscal. Esta preocupación sobre la corrupción llevó a la promulgación de una nueva legislación ética en 2007, que exige que los cabilderos divulguen los nombres de los contribuyentes a las donaciones políticas. No obstante, esta ley ha sido vista como insuficiente para perseguir violaciones de ética, y los montos de dinero recaudados por los llamados "Super PACs" han dado pie a una nueva preocupación sobre el papel de los intereses especiales en la política. Aunque los Super PACs no pueden coordinarse abiertamente con los candidatos, tienen la capacidad de respaldarlos públicamente y suelen estar dirigidos por individuos con estrechos vínculos con los políticos que apoyan.

El impacto de los grupos de interés no se limita a la financiación electoral, sino que también está vinculado a la disciplina del partido en el Congreso. Los líderes de los partidos tienen un considerable poder sobre el comportamiento de sus miembros. A principios del siglo XX, la unidad partidaria dominaba el proceso legislativo, y se registraban altos índices de votos a favor o en contra de un mismo partido. Aunque la unidad partidaria ha disminuido en el siglo XXI debido a una mayor polarización, sigue siendo un elemento importante en la toma de decisiones legislativas. Por ejemplo, durante la presidencia de Newt Gingrich en 1995, se impulsó un "Contrato con América" que fue respaldado en su mayoría por los republicanos, mientras que los demócratas se opusieron firmemente. A medida que las divisiones entre los partidos se profundizan, la unidad de los partidos en el Congreso aumenta, especialmente en cuestiones clave como el aborto, la reforma del sistema de salud y la reforma financiera.

El aumento de la influencia de los grupos de interés plantea una cuestión central: ¿cómo puede el sistema político garantizar que las decisiones sean tomadas en beneficio de la mayoría y no como resultado de la presión de unos pocos grupos poderosos? La transparencia en las contribuciones políticas y el monitoreo de los lobbies siguen siendo desafíos importantes para la democracia estadounidense. Aunque las leyes han avanzado, la influencia de estos grupos en el Congreso continúa siendo una de las principales preocupaciones en el ámbito político, ya que afecta directamente la forma en que se redactan las leyes y cómo se priorizan ciertos intereses por encima de otros.

¿Qué poderes tienen los estados frente al gobierno federal en Estados Unidos?

La arquitectura del federalismo estadounidense fue diseñada deliberadamente para preservar una fuerte presencia de los estados frente al poder central. El instrumento jurídico clave para lograr este equilibrio es la Décima Enmienda de la Constitución, que establece que aquellos poderes no delegados expresamente al gobierno nacional ni prohibidos a los estados quedan reservados a los estados o al pueblo. Esta cláusula, exigida con insistencia por los antifederalistas temerosos de un gobierno central avasallador, fue aceptada por los federalistas bajo la creencia de que su impacto sería limitado frente al poder ya conferido al gobierno nacional. No obstante, ha demostrado ser una de las piezas fundamentales del entramado jurídico que sostiene la autonomía estatal.

La esencia del poder estatal reside en su capacidad de coerción. Los estados poseen la autoridad de crear y aplicar códigos penales, gestionar la salud pública, establecer normas de seguridad, y regular el ámbito familiar, incluyendo las leyes sobre matrimonio y divorcio. Estas facultades, profundamente enraizadas en los valores locales, fueron intencionadamente distribuidas de manera descentralizada por los fundadores para reflejar la diversidad cultural, económica y social de las distintas regiones del país.

La llamada "policía estatal", entendida no en sentido estricto como fuerzas del orden, sino como el conjunto de poderes que permiten a los estados regular la salud, la moral, la seguridad y el bienestar de sus ciudadanos, representa la manifestación más clara de la soberanía estatal. Los estados definen qué constituye propiedad privada, emiten licencias profesionales y garantizan el cumplimiento de los derechos civiles mediante mecanismos jurídicos que trascienden los intereses federales. Un automóvil, por ejemplo, sólo es verdaderamente "propiedad privada" si el estado lo reconoce como tal y protege al propietario frente a su uso indebido por parte de terceros.

A pesar de esta distribución de poderes, existen competencias compartidas entre los gobiernos estatal y nacional, conocidas como poderes concurrentes. Estas incluyen la capacidad de gravar impuestos, regular actividades económicas, conceder licencias comerciales, establecer estándares de productos y condiciones laborales, así como otorgar o denegar estatutos corporativos. Sin embargo, en casos de conflicto directo entre leyes estatales y federales, prevalece el principio de supremacía nacional.

La Constitución también impone obligaciones recíprocas entre los estados, con el propósito de cimentar una cohesión nacional. La Cláusula de Plena Fe y Crédito del Artículo IV exige que los estados reconozcan como válidos los actos públicos, registros y decisiones judiciales emitidos por otros estados. Esto implica que una orden judicial, como una orden de alejamiento emitida en un estado, debe ser aplicada y respetada en el resto del país. Sin embargo, la jurisprudencia ha admitido excepciones cuando el cumplimiento de una ley ajena contradice la "política pública fundamental" del estado receptor.

Ejemplos históricos ilustran esta tensión. A mediados del siglo XX, numerosos estados prohibían el matrimonio interracial y se negaban a reconocer tales uniones celebradas en otras jurisdicciones. El caso Loving v. Virginia en 1967 desafió esta práctica, cuando una pareja casada legalmente en el Distrito de Columbia fue criminalizada al regresar a su estado de residencia, Virginia, donde su matrimonio era considerado inválido.

Situación análoga vivieron durante décadas las parejas del mismo sexo. Treinta y cinco estados aprobaron leyes o enmiendas constitucionales para definir el matrimonio exclusivamente como la unión entre un hombre y una mujer. El Congreso federal, a través de la Ley de Defensa del Matrimonio (DOMA) de 1996, reforzó esta postura al declarar que ningún estado estaba obligado a reconocer matrimonios entre personas del mismo sexo celebrados en otro estado, y que el gobierno federal tampoco los reconocería, incluso si eran legales bajo leyes estatales.

Este marco legal revela una tensión constante entre la autonomía estatal y la uniformidad nacional. Aunque la Constitución proporciona los fundamentos para la cooperación interestatal y la prevalencia del gobierno federal en ciertas áreas, deja amplio margen para que los estados reflejen sus propios valores y prioridades en aspectos clave de la vida cotidiana.

Más allá de lo expuesto, es esencial comprender que el federalismo no es un sistema estático, sino dinámico. Evoluciona con los cambios sociales, políticos y judiciales. Las decisiones de la Corte Suprema han sido decisivas en trazar los límites del poder estatal y federal, y su jurisprudencia puede redefinir en cualquier momento el alcance de la autonomía de los estados. Además, en la práctica diaria, la interacción entre niveles de gobierno —local, estatal y federal— es compleja y muchas veces difusa, exigiendo una comprensión matizada y crítica de las estructuras institucionales que gobiernan la vida pública en Estados Unidos.