El fenómeno de las noticias falsas se ha convertido en una preocupación mundial que afecta a la percepción pública y a la confianza en los medios de comunicación. La difusión de información errónea puede alterar el comportamiento de las personas y socavar la cohesión social. A lo largo de los últimos años, los esfuerzos para combatir las noticias falsas han dado paso a diversas estrategias, y una de las más prometedoras es la inmunización contra las noticias falsas, basada en principios de la psicología y las ciencias del comportamiento.
En un estudio reciente, se utilizaron titulares ficticios inspirados en noticias falsas reales para evaluar cómo las personas responden a la desinformación. Los participantes debían calificar la fiabilidad de estos tuits en una escala del uno al siete, incluyendo dos tuits de control que no contenían ninguna estrategia de desinformación. Estos titulares ficticios abordaban temas como el Brexit y otras cuestiones políticas, pero estaban diseñados específicamente para aislar las técnicas de desinformación sin los confusos factores de familiaridad que presentan las noticias falsas reales.
Uno de los objetivos principales de este experimento era entender si el juego podía simplemente hacer que los jugadores se volvieran más escépticos respecto a los medios de comunicación en general. Sin embargo, los resultados mostraron que no era así. Los participantes no solo mantuvieron un juicio estable sobre las noticias de control, sino que también mostraron una capacidad significativa para identificar y rechazar técnicas de desinformación después de jugar al juego. Estas técnicas incluyeron la suplantación de identidad, la conspiración, y la desacreditación de los opositores, entre otras.
Los resultados indicaron que después de la exposición a estas estrategias de desinformación, los participantes calificaron las noticias falsas significativamente más bajas en términos de fiabilidad. Este cambio mostró un efecto de inmunización claro, que es comparable al fenómeno de la resistencia a la persuasión documentado en investigaciones previas. Los efectos de este aprendizaje no variaron significativamente en función de la ideología política, la edad, el género o la educación de los participantes, lo que sugiere que la inmunización contra las noticias falsas podría tener un impacto generalizado.
La teoría de la inmunización puede compararse con las vacunas, ya que se basa en la idea de "exponer" a las personas de manera controlada a un tipo de desinformación debilitada para que desarrollen una resistencia frente a futuras exposiciones más fuertes. Este enfoque no solo ayuda a contrarrestar una instancia específica de noticia falsa, sino que también refuerza la capacidad de las personas para identificar las estrategias que se utilizan para crear y difundir desinformación.
Un aspecto importante que se debe destacar es que la inmunización contra las noticias falsas no implica un enfoque pasivo, sino que requiere una intervención activa que permita a las personas reconocer las tácticas que subyacen en la creación de estas noticias. Esta intervención puede tomar diversas formas, como juegos interactivos que enseñen a los usuarios a identificar técnicas de desinformación o campañas educativas que promuevan una mayor alfabetización mediática.
Además, este tipo de estrategias se ha probado en diferentes contextos culturales, lo que indica su potencial para generar resistencia contra las noticias falsas a gran escala. Por ejemplo, en colaboración con el gobierno del Reino Unido, se ha traducido el juego de inmunización a 12 idiomas diferentes, lo que permite realizar evaluaciones transnacionales sobre su efectividad. Este enfoque también se ha adaptado a plataformas de mensajería directa como WhatsApp, lo que demuestra su versatilidad y aplicabilidad en diversos entornos.
Sin embargo, como todo enfoque innovador, la inmunización contra las noticias falsas tiene limitaciones. Los estudios realizados hasta ahora han utilizado muestras limitadas, en su mayoría de estudiantes o grupos autoseleccionados, lo que puede no reflejar de manera precisa la diversidad de la población en general. Además, aunque los efectos fueron positivos, los participantes aún podían adaptar los escenarios de juego de acuerdo con sus propias ideologías, lo que podría limitar la eficacia del enfoque en ciertos contextos.
Para que la inmunización contra las noticias falsas sea verdaderamente eficaz, debe ser considerada una estrategia complementaria dentro de un enfoque más amplio que incluya la mejora de la alfabetización mediática y la promoción de la responsabilidad de los medios de comunicación. Al mismo tiempo, las plataformas digitales deben asumir una mayor responsabilidad en la curación de contenido y la moderación de la desinformación.
Es fundamental que los esfuerzos de inmunización no se vean como soluciones rápidas ni únicas. La desinformación es un fenómeno complejo que requiere una respuesta multifacética y continua. En este sentido, es crucial seguir investigando y desarrollando nuevas formas de intervención que puedan hacer frente a las diferentes formas de desinformación que emergen constantemente en el entorno digital.
¿Cómo influyen los marcos culturales en nuestra manera de pensar y razonar?
Los códigos operativos o marcos de interpretación son estructuras de significado cultural a través de las cuales las personas comprenden el mundo, identifican sus deseos y determinan cómo alcanzarlos. Estas redes de conocimiento asociativo, arraigadas en la cultura, configuran modelos mentales que permiten prever cómo se desarrollarán ciertas situaciones. Cada solución culturalmente aceptada como “suficientemente buena” activa una red de conocimiento que incluye contenidos, procedimientos y metas, todas ellas alineadas con temas dominantes como el individualismo, el colectivismo o el honor. Las prácticas culturales también contienen redes de conocimiento, generalmente implícitas, que guían cómo se interpretan y ejecutan acciones cotidianas, desde lo que una novia debe vestir hasta lo que se considera un desayuno.
En contextos específicos, sólo una parte de ese vasto conocimiento cultural se activa. Esta selección momentánea moldea los procedimientos mentales accesibles, que a su vez guían la toma de decisiones. Por ejemplo, tras activar un marco mental individualista, las personas se destacan en identificar objetos individuales dentro de un conjunto visual, evidenciando una tendencia cognitiva hacia la separación y el análisis. En cambio, con un marco mental colectivista activo, las personas recuerdan mejor la ubicación relativa de los objetos, muestran mayor sensibilidad a estímulos irrelevantes, tanto visuales como auditivos, y tienden a utilizar procedimientos de conexión y relación. Estos patrones no son fijos: varían según pistas contextuales inmediatas, como la activación de una identidad grupal relevante (ser británico, ser patriota, etc.).
Un marco mental colectivista conlleva implicaciones cognitivas específicas: las personas tienden a enfocarse en las conexiones entre elementos, lo cual puede dificultar la identificación de errores lógicos, al estar más orientadas hacia la armonía que hacia la disonancia estructural. Esta orientación también se manifiesta en tareas aparentemente triviales pero reveladoras: las personas están más dispuestas a pagar más para completar un conjunto, aceptar elementos previamente no deseados si eso permite completarlo, o se ven obstaculizadas al elegir entre alternativas cuando varias parecen adecuadas pero solo una es óptima.
El conocimiento cultural también influye en la fluidez cognitiva: cuando una situación encaja con las expectativas culturales, se procesa con mayor facilidad. Por el contrario, cuando algo contradice estas expectativas, se genera disfluencia y se activa un cambio en el estilo de razonamiento: se pasa del razonamiento asociativo, intuitivo, hacia un razonamiento más sistemático y basado en reglas. Un ejemplo clásico de esta fricción cognitiva proviene del estudio de Bruner y Postman (1949), en el que estudiantes universitarios estadounidenses tuvieron dificultades para identificar símbolos de cartas de juego cuando sus colores no coincidían con los culturalmente esperados (picas rojas, por ejemplo). Esta interferencia no fue consciente, sino automática, demostrando la fuerza del conocimiento cultural implícito.
Experimentos contemporáneos han replicado este efecto en contextos culturalmente relevantes. En uno de ellos, realizado tanto en Ann Arbor (EE.UU.) como en Hong Kong, se manipuló la fluidez cultural utilizando como variable la presencia o ausencia del color rosa durante el Día de San Valentín. Los participantes expuestos a estímulos culturalmente coherentes (pantalla con borde rosa durante ese día) tendieron a responder con mayor frecuencia de forma intuitiva en tareas que requerían razonamiento. En cambio, la disonancia cultural (estímulo rosa en un día no relacionado) promovió un cambio hacia un estilo de razonamiento más sistemático.
Este fenómeno se observó en una tarea cognitiva diseñada para discriminar entre respuestas instintivas y respuestas analíticas. Una de las preguntas fue: “Una caña de pescar y un anzuelo cuestan $1.10 en total. La caña cuesta $1.00 más que el anzuelo. ¿Cuánto cuesta el anzuelo?”. La respuesta instintiva ($0.10) surge de una interpretación superficial basada en la diferencia explícita de un dólar. La respuesta correcta ($0.05) exige aplicar una regla matemática más estructurada. La mayoría de los participantes eligieron una u otra de estas dos opciones, dependiendo de si la situación les permitió operar desde su conocimiento cultural automático o si ese conocimiento fue puesto en duda por una situación inesperada.
Lo relevante aquí no es simplemente el contenido de los marcos culturales, sino cómo y cuándo se activan, cómo influyen en nuestros procesos mentales más automáticos y qué ocurre cuando el contexto obliga a cuestionarlos. La mente no opera de forma aislada: responde a marcos culturales que le confieren fluidez o resistencia, y estos marcos, lejos de ser estáticos, se adaptan, se negocian y se reconfiguran constantemente en función de la interacción entre el individuo y su entorno.
Importa comprender que el razonamiento humano no es universalmente homogéneo, sino profundamente moldeado por las estructuras culturales a las que estamos expuestos. Esta maleabilidad no implica arbitrariedad, sino una sofisticada sensibilidad contextual que ajusta los procedimientos mentales según los significados culturalmente relevantes en cada momento. En consecuencia, lo que percibimos como lógico, intuitivo o evidente no depende únicamente de una racionalidad abstracta, sino de un anclaje cultural que guía tanto nuestra atención como nuestras conclusiones.
¿Por qué creemos en teorías de conspiración? Motivaciones psicológicas y sociales detrás de una visión alternativa del mundo
Las teorías de la conspiración no son simplemente narrativas marginales sostenidas por individuos desconectados de la realidad, sino sistemas complejos de creencias que emergen como resultado de múltiples factores psicológicos, motivacionales y sociales. Estas creencias, que ofrecen explicaciones alternativas a eventos complejos o ambiguos, están íntimamente vinculadas a la necesidad humana de sentido, cierre cognitivo, control y pertenencia.
La Lay Epistemic Theory de Kruglanski y colaboradores sugiere que la formación del conocimiento está profundamente influenciada por una tensión entre la urgencia epistemológica (la necesidad de llegar a conclusiones rápidamente) y la permanencia epistemológica (el deseo de mantener esas conclusiones de manera estable). Cuando una persona se encuentra en un estado de alta necesidad de cierre cognitivo —una aversión al caos, a la ambigüedad, a la incertidumbre— tenderá a adoptar explicaciones que proporcionen orden, incluso si estas explicaciones no son empíricamente sólidas. Las teorías de la conspiración ofrecen precisamente ese tipo de estructura: dotan de sentido a lo caótico, transforman el azar en intención y convierten la incertidumbre en certeza.
La motivación también juega un papel central. Según Kunda, el razonamiento motivado no se basa en la búsqueda imparcial de la verdad, sino en la interpretación de la información de manera que respalde creencias deseadas o emocionalmente satisfactorias. Así, alguien puede creer en una conspiración no porque haya evaluado cuidadosamente la evidencia, sino porque esa creencia refuerza su identidad, sus valores o le protege del dolor de aceptar una realidad desagradable. Este fenómeno se ve potenciado por estrategias de autorregulación afectiva: cuando las personas enfrentan amenazas existenciales o inseguridad, las teorías conspirativas actúan como mecanismos defensivos que restauran la sensación de coherencia y control.
La necesidad de unicidad también se entrelaza con esta dinámica. Lantian y colegas han mostrado que quienes poseen un fuerte deseo de sentirse únicos e independientes tienden a abrazar explicaciones no convencionales del mundo. Al sostener creencias que contradicen la narrativa dominante, estos individuos se perciben a sí mismos como más informados, más críticos, y menos manipulables. Creer en teorías de conspiración se convierte así en una afirmación de identidad individualista, en una forma de diferenciarse de la masa percibida como ingenua o ciega.
Al mismo tiempo, estas creencias cumplen una función social. Larose y otros subrayan la importancia de la orientación en redes sociales a la hora de buscar apoyo. En contextos de aislamiento o desconfianza hacia las instituciones tradicionales, los grupos conspirativos pueden ofrecer una sensación de comunidad, pertenencia y validación. La ideación conspirativa se vuelve entonces un fenómeno colectivo, no sólo individual, donde las creencias compartidas refuerzan la cohesión del grupo y la identidad común frente a un “otro” percibido como corrupto o manipulador.
El principio del mundo justo, estudiado por Lerner, también ofrece una clave interpretativa. Las personas tienden a creer que el mundo es justo y que las cosas suceden por una razón. Cuando eventos aleatorios o traumáticos rompen esta narrativa —asesinatos, desastres, crisis globales— surge una disonancia cognitiva que debe ser resuelta. La explicación conspirativa permite restablecer la ilusión de orden: si hay alguien detrás del caos, entonces el mundo aún funciona según algún principio inteligible, aunque sea perverso.
En última instancia, la creencia en conspiraciones representa una respuesta a múltiples tensiones psicológicas. Desde la intolerancia a la incertidumbre —como muestra el trabajo de Moulding— hasta la búsqueda de coherencia en la propia visión del mundo, estas creencias constituyen estrategias de afrontamiento. Proveen sentido, estructura y pertenencia en un mundo percibido como cada vez más incierto, fragmentado y amenazante.
También se debe considerar el papel de la confianza en las instituciones del conocimiento. Palmer y Albarracín muestran que, paradójicamente, quienes más confían en la ciencia también pueden ser más susceptibles a pseudociencia, si no distinguen entre ciencia legítima y su imitación superficial. La apariencia de rigor puede ser suficiente para captar la aceptación cuando coincide con necesidades psicológicas subyacentes.
Lo importante no es sólo entender por qué las personas creen en teorías conspirativas, sino también reconocer que estas creencias no son simples errores cognitivos o déficits intelectuales. Son expresiones de necesidades humanas profundas: el deseo de orden
Anotaciones a los programas educativos de las asignaturas: "Música", "Artes Visuales" y "Arte"
Información sobre los recursos materiales y técnicos para la actividad educativa en tecnología
Documento con información corregida del informe del emisor por el primer semestre de 2022
Notificación sobre la modificación del texto del informe trimestral

Deutsch
Francais
Nederlands
Svenska
Norsk
Dansk
Suomi
Espanol
Italiano
Portugues
Magyar
Polski
Cestina
Русский