El establecimiento de la economía como una profesión está vinculado a lo que se podría denominar ideologías comúnmente sociológicas que expresan compromisos de valores sociales y políticos. Estas ideas sobre la formación y transformación de la ciencia, sin embargo, parecen estar ausentes en gran medida de la economía ecológica. Por ejemplo, Costanza (1996: 12) señala simplemente que: "Los académicos de diversas disciplinas colaboran codo con codo, utilizando sus propias herramientas y técnicas, y en el proceso desarrollan nuevas teorías, herramientas y técnicas según sea necesario para abordar de manera efectiva la sostenibilidad". En contraste con la unidad interdisciplinaria propuesta por Neurath, en la que todos deberían unirse para renovar o transformar la "nave comunitaria" de la ciencia, parece que cada uno se encuentra en su propio barco, sin una dirección común que promueva una transformación científica conjunta. Este enfoque, a menudo criticado como pluralismo metodológico ecléctico, plantea preguntas sobre cómo se debe lograr el progreso científico y qué criterios se emplean para juzgar la "efectividad" de las propuestas.

Costanza (1996) parece considerar que cualquier intento de rechazar el contenido o cuestionar el uso de ciertas herramientas podría verse como una violación de su (débil) enfoque transdisciplinario, asemejándose a una guerra de territorios intelectuales. Lo que falta en este enfoque es una discusión sobre los conflictos y desacuerdos científicos entre los académicos, así como la necesidad de utilizar un racionalismo crítico para reflexionar sobre la validez de las conceptualizaciones y teorías. Las contradicciones y tensiones inherentes a la ciencia son descartadas en lugar de ser analizadas, lo que debilita el proceso de búsqueda objetiva de la verdad.

Otro elemento ausente en las contribuciones previas a una visión preanalítica para la economía ecológica es la ideología. Schumpeter, al explorar la visión preanalítica, coloca este concepto en un contexto relacionado con el sesgo ideológico. Su objetivo era describir cómo la ideología influye en la formación del conocimiento y señalar en qué áreas dicho sesgo debe ser aceptado y en cuáles debe ser excluido. La eliminación de la influencia ideológica en la ciencia fue un objetivo clave del empirismo lógico, especialmente en el Círculo de Viena. Sin embargo, para Schumpeter, la ideología es inherente al proceso científico desde sus cimientos, y la visión preanalítica es ideológica por definición. Este enfoque puede ser contrastado con la teoría de la hegemonía de Gramsci y otras conceptualizaciones más recientes de la ideología.

Schumpeter, con referencia a Marx, apuntó que la sociología de la ciencia implica un "relativismo", donde la ciencia depende de la ubicación social de los trabajadores científicos, que a su vez determina su visión sobre la realidad y lo que perciben de ella. Marx sostenía que una gran parte de la economía de su tiempo no era más que la ideología de la burguesía industrial y comercial. Schumpeter modificó esta visión al señalar que la ideología no es exclusiva de la clase dominante capitalista; es un fenómeno general que afecta a todas las corrientes ideológicas, incluida la misma ideología marxista. Para Schumpeter, el sesgo ideológico es una motivación para una afirmación, pero la veracidad de esa afirmación es un asunto completamente distinto.

La ideología, según Schumpeter, es necesaria para estimular nuevas formas de pensar, pero debe ser eliminada en el proceso de la ciencia analítica debido a las distorsiones que genera y que impiden el descubrimiento de la verdad. Esta ideología no solo afecta a las ciencias sociales, sino también a las ciencias naturales, incluso a las matemáticas y la física. En este sentido, el trabajador científico se ve condicionado por la estructura social de su época, lo que lleva a la ciencia a reflejar más las preocupaciones y pasiones sociales que una "percepción objetiva" de la realidad.

Aunque Schumpeter admitía que el sesgo ideológico afectaba las ciencias sociales, también creía que las ciencias naturales eran más objetivas, pues la distorsión ideológica tenía menos impacto en fenómenos "neutrales". Es decir, aquellos fenómenos que no generan fuertes emociones en los investigadores, pues estos pueden ser percibidos como más cercanos a una realidad objetiva, independiente del observador. Sin embargo, en la investigación científica, el sesgo ideológico se va eliminando con el tiempo, a medida que los nuevos hechos se acumulan y las ideas previas son verificadas o refutadas.

Gramsci, por su parte, introduce la idea de hegemonía ideológica, expandiendo la definición de ideología más allá de una simple creencia en un sistema de ideas. Según Gramsci, la ideología es una práctica social que se actualiza a través de las acciones y discursos. Las ideologías están en constante contestación, y nuevas ideas reemplazan a las viejas mediante luchas sociales que implican la integración, la formación de alianzas y la universalización de visiones sociales. De este modo, la ideología se convierte en una parte integral del proceso político y social, algo más complejo que simplemente eliminarla del discurso científico.

Es importante destacar que la ideología, como sugieren tanto Schumpeter como Gramsci, no es algo que se deba erradicar por completo, sino entender cómo influye en la construcción del conocimiento y las políticas públicas. Las luchas ideológicas no solo ocurren en el ámbito académico, sino que se reflejan en el mundo político y social, dando forma a los procesos de toma de decisiones y las recomendaciones de políticas. La ideología, entonces, no debe ser vista como un obstáculo, sino como un componente inevitable del proceso de transformación científica y social, cuya comprensión es esencial para cualquier intento de avanzar hacia una economía más sostenible y justa.

¿Cómo integrar la economía social y ecológica para una transformación real?

La reorientación hacia una economía social y ecológica implica una revisión integral tanto de lo que es la economía como disciplina, como de lo que constituye una economía en las estructuras sociales reales. La visión pre-analítica que se presenta aquí aborda aspectos de la filosofía de la ciencia, tales como la ontología, epistemología, metodología, axiología e ideología. Este enfoque establece una base teórica fundamental sobre la cual se puede construir un entendimiento más profundo y coherente.

En términos de cómo opera la economía como disciplina, el principal requisito es que se relacione con su objeto de estudio, en lugar de adherirse a un sistema idealizado y ficticio que se conecta con una visión utópica de eficiencia óptima y crecimiento infinito. Si la economía aspira a comprender las economías reales a lo largo de la historia, entonces conceptualizarlas como sistemas de provisión social destinados a satisfacer las necesidades humanas parece ser el enfoque más comprensivo. Este enfoque no se limita a una visión simplificada de la economía como mera gestión de recursos, sino que debe ampliar su perspectiva hacia una comprensión más profunda del contexto social y natural en el que se inserta.

Un primer paso fundamental en este proceso es vincular la economía con las ciencias naturales, particularmente en lo que respecta al conocimiento de la estructura biofísica del mundo. Este vínculo proporciona las limitaciones y restricciones dentro de las cuales deben operar las economías. El flujo de energía y materiales se presenta como un aspecto central para comprender el proceso económico y cómo las economías pueden ser reproducidas y mantenidas a largo plazo. El rechazo del crecimiento y la eficiencia como metas finales implica reorientarse hacia cómo se pueden satisfacer las necesidades humanas, teniendo en cuenta otras prioridades, como la forma en que se satisfacen esas necesidades y los arreglos institucionales necesarios para hacerlo.

La economía, entendida en este nuevo enfoque, ya no se limita a la mera acumulación de bienes materiales o la maximización del beneficio. Por el contrario, se enfoca en un marco ético que prioriza el cuidado y la justicia social. Este marco ético no solo se limita a la dimensión económica, sino que se extiende a otras áreas de la ciencia social, lo que subraya la necesidad de una integración interdisciplinaria entre las ciencias sociales y naturales. La integración de estos conocimientos es esencial para identificar los mecanismos causales detrás de las crisis sociales y ambientales y para formular políticas públicas eficaces que puedan conducir a una transformación exitosa de las economías hacia modelos más sostenibles y justos.

La economía ecológica, en sus orígenes, surgió para abordar una falla crítica dentro de la economía tradicional: la ignorancia acerca de la realidad física en la que cualquier economía está inmersa y de la cual depende completamente. Este problema no es nuevo, como se evidencia en la historia del pensamiento económico ecológico, pero fue una cuestión ignorada o descuidada por la mayoría de los economistas. Un pensador clave en este campo, Kapp, intentó visibilizar la interconexión entre las estructuras económicas y las realidades biofísicas, al destacar los costos asociados con la competencia económica y su impacto directo en la degradación ambiental. Su trabajo subraya la necesidad de considerar las limitaciones biológicas y sociales en la formulación de políticas económicas. En sus escritos, Kapp también abordó cuestiones fundamentales como la valoración del medio ambiente, el papel de las instituciones y la planificación participativa, propuestas que siguen siendo relevantes en el contexto actual.

Kapp se preocupaba profundamente por la fragmentación del conocimiento en la academia y por la creciente tendencia de compartimentalizar el pensamiento humano, lo cual, en su opinión, daba lugar a contradicciones entre disciplinas y dentro de ellas. Consideraba que una de las claves para resolver los problemas ambientales era superar esta fragmentación y promover la integración de los conocimientos de diversas ciencias. Su obra destaca la necesidad de conectar las ciencias biológicas y sociales de manera más estrecha y coherente, lo cual, en su momento, fue una idea que no encontraba una plena aceptación.

La economía ecológica, por definición, tiene como objetivo llenar este vacío, integrando las ciencias sociales con las ciencias naturales para entender las interacciones entre los sistemas sociales y ecológicos. En la actualidad, la integración de los conocimientos de las distintas disciplinas es una necesidad más urgente que nunca. Sin embargo, este proceso de integración no es sencillo. Requiere de un enfoque interdisciplinario riguroso y consciente, que supere las barreras institucionales y las resistencias entre disciplinas. Aunque este enfoque es esencial para abordar las crisis sociales y ambientales, también presenta una serie de obstáculos, tanto epistemológicos como prácticos.

Una de las claves para lograr esta integración es el concepto de "conceptualización" propuesta por Kapp. La creación de conceptos comunes y denominadores que puedan ser utilizados por diferentes disciplinas se presenta como un paso fundamental hacia una mayor integración. Esta idea, aunque todavía en desarrollo, ofrece una vía potencial para la construcción de un nuevo marco teórico que integre el conocimiento de manera más coherente y fluida.

Por otro lado, es crucial reconocer que el enfoque interdisciplinario debe ser un proceso dinámico y evolutivo. La integración de las ciencias sociales y naturales no es un evento aislado ni un producto estático; debe ser un proceso continuo de diálogo y colaboración entre las diferentes disciplinas. Es este proceso de integración el que permitirá una comprensión más completa de las interacciones entre los sistemas económicos, sociales y ecológicos, y que, finalmente, ofrecerá las herramientas necesarias para llevar a cabo una transformación sostenible de las economías.

¿Cómo la explotación de recursos y la transformación del metabolismo social afectan el sistema económico moderno?

La transformación histórica que marcó el paso hacia la explotación masiva de recursos naturales implicó un cambio estructural en las relaciones socio-ecológicas. La autosuficiencia, los lazos de parentesco, el intercambio cooperativo y no comercial, así como las economías bioregionales, fueron la norma histórica para la mayoría de las personas. Los flujos materiales se mantenían en su mayoría dentro de los ecosistemas regionales, y la principal fuente de energía era la solar indirecta utilizada a través de la agricultura, la silvicultura, la pesca y el trabajo animal.

Sin embargo, con la Revolución Industrial, comenzó una transformación energética fundamental. El uso creciente del carbón, impulsado por las máquinas de vapor, condujo al desarrollo de trenes y barcos de vapor en el siglo XIX, lo que a su vez incrementó la utilización de hierro y acero. No obstante, la mayoría de las economías y personas, incluso en el mundo industrializado, no participaron de manera activa en esta revolución, sino que permanecieron dentro del metabolismo social de la economía tradicional, trabajando y viviendo cerca de los recursos locales para su uso regional y empleando animales, no máquinas impulsadas por combustibles fósiles, para complementar el trabajo humano.

Los avances tecnológicos impulsados por la inversión estatal en el ámbito militar transformaron de manera sustantiva el sistema económico mundial. Las dos guerras mundiales aceleraron el papel del petróleo, el gas y los productos petroquímicos, que se convirtieron en la base para nuevos modos de procesar y transportar recursos, transformándolos en productos innovadores. La organización social tradicional del proceso económico, ya en proceso de desaparición debido a la acumulación de capital facilitada por la Revolución Industrial, comenzó a ser explícitamente objetivo de erradicación. La economía local y regional basada en la biomasa y la energía solar fue reemplazada por una economía nacional e internacional petroquímica, con una creciente dependencia de los minerales concentrados y la energía derivada de los combustibles fósiles. Este cambio representó una transformación crucial en el metabolismo social de los sistemas humanos y sus necesidades para la reproducción.

Un principio fundamental que los economistas ecológicos han señalado insistentemente es que, por definición, un stock de recursos es finito. Una sociedad construida sobre la base de la explotación de recursos no renovables inevitablemente colapsará. Solo si el stock de recursos puede ser renovado o sustituido se podrá evitar este colapso. La dependencia moderna de los materiales y la energía derivada de los combustibles fósiles lleva directamente a la búsqueda de nuevas tecnologías y formas innovadoras de sustituir los recursos. Este proceso resulta en una sociedad en constante cambio sin estabilidad, pues el proceso económico debe buscar continuamente nuevas formas de hacer las cosas, lo que obliga a la práctica social a cambiar en consecuencia.

El crecimiento económico en términos materiales y energéticos requiere siempre de más para que el proceso reproductivo continúe. Además, el hecho de que la energía y la materia no se destruyen, sino que simplemente se transforman, implica que todo lo que entra en la economía sale en igual masa, pero en una forma cualitativamente diferente: alta entropía y no concentrada. Esta materia y energía, que los humanos denominamos "desperdicio", debe ir a la tierra, el aire o el agua. El "control" de la contaminación transfiere los desechos del sistema humano de un medio a otro, buscando una forma de neutralizar los impactos más graves, pero a menudo con retroalimentaciones no deseadas para los humanos y los no humanos. La contaminación es una parte inevitable del proceso económico, no una externalidad evitable que desaparece si los precios son "correctos", y aumenta inevitablemente con el crecimiento económico, ya que este crecimiento sigue dependiendo de la circulación de materiales y energía.

Además, la búsqueda de productos innovadores y sustitutos para materiales y energía implica la creación de sustancias artificiales que alteran y desestabilizan las estructuras existentes, generando consecuencias desconocidas. Por ejemplo, los clorofluorocarbonos alteraron el equilibrio químico de la estratósfera y destruyeron la capa de ozono, mientras que los pesticidas e insecticidas cambiaron el equilibrio de las especies y el funcionamiento de los ecosistemas agrícolas. La distinción hecha por Georgescu-Roegen (1971) entre los stocks de capital que se agotan cuando proporcionan un flujo de recursos y los fondos, como los ecosistemas, que pueden ofrecer un servicio continuo, es relevante aquí, ya que estos últimos están siendo reemplazados por los primeros en las economías de acumulación de capital.

Las economías circulares son promocionadas falazmente, por figuras como Kate Raworth (2018 [2017]) y Ellen MacArthur (2015), para sostener la idea de que el crecimiento puede ser sostenible, ignorando la realidad biofísica de que estos sistemas simplemente retrasan el flujo lineal de materiales y energía, mientras que su crecimiento incrementa la escala de extracción de recursos y desechos, destruyendo fondos naturalmente sostenibles (Giampietro, 2019). La estructura de nuestra economía de flujo material y energético es incompatible con el mantenimiento de la estructura y el funcionamiento de los sistemas ecológicos, pero los datos empíricos suelen mirar hacia el pasado y muestran los desastres solo después del evento, cuando la acción ya es demasiado tarde.

Los escenarios combinados con el análisis de sistemas fueron utilizados en la década de 1970 para ilustrar cómo el crecimiento exponencial en un planeta finito encuentra límites (Meadows et al., 1972). La precaución significa actuar con antelación, basándose en la comprensión de la estructura y los mecanismos de un sistema para juzgar los posibles resultados. La estructura de las economías de crecimiento basado en la acumulación de capital revela un sistema en continua lucha contra la inestabilidad que crea a través de la destrucción de aquello de lo que depende.

El crecimiento económico genera riquezas materiales pero también destrucción material biofísica, impactos sociales y conflictos de valor. En un sistema estructurado para priorizar los flujos financieros, los daños y perjuicios (es decir, los costos sociales) se trasladan deliberadamente a aquellos que parecen ser los de "menor costo" en las cuentas, como los pobres, los pueblos indígenas, los marginados y los no humanos. Además, la estructura también crea un "lock-in". Por ejemplo, las ciudades y pueblos fueron rediseñados en el siglo XX para servir al automóvil, creando una infraestructura física extensa y un bloqueo estructural social. El uso del automóvil se convirtió en un comportamiento normalizado, facilitando la expansión urbana y suburbana. El desplazamiento diario se convirtió en un aspecto indiscutible de la vida moderna para cientos de millones de personas. Más y más carreteras justificaron su existencia por el valor del "tiempo ahorrado" para los viajeros debido al tiempo que se invertía en los desplazamientos.

A lo largo del tiempo, la pandemia del COVID-19 cuestionó valores modernos como la necesidad del desplazamiento diario y la eliminación de espacios verdes urbanos como algo económicamente eficiente, sin tener en cuenta el bienestar psicológico. Tales choques estructurales pueden generar oportunidades para el cambio. Sin embargo, la estructura social resiste el cambio, y el capitalismo sigue integrado en las naciones modernas.