El racionamiento de capital se convierte en una necesidad cuando la demanda de recursos para proyectos, programas y actividades de mejora supera los recursos disponibles. Esta situación es especialmente evidente en los gobiernos, donde las agencias públicas a menudo compiten entre sí por una cantidad limitada de recursos. Este desajuste entre la demanda de inversiones de capital y la disponibilidad de recursos hace que la asignación del presupuesto sea una tarea compleja y desafiante.

Cuando un gobierno enfrenta restricciones presupuestarias, se ve obligado a tomar decisiones difíciles sobre cómo asignar recursos limitados entre diversas necesidades y proyectos. El proceso de asignación de recursos bajo estas restricciones se conoce como racionamiento de capital. Si bien el racionamiento de capital no es un problema cuando los proyectos son mutuamente excluyentes o cuando se elige un pequeño número de proyectos entre muchos, se convierte en un reto cuando múltiples proyectos deben competir por recursos limitados. Teóricamente, si no existieran limitaciones de recursos—es decir, si no hubiera restricciones presupuestarias—no sería necesario recurrir al racionamiento de capital. Sin embargo, dado que la demanda de proyectos siempre es mayor que la disponibilidad de recursos, la necesidad de racionamiento de capital se intensifica.

Para los gobiernos, la preferencia general es evitar recurrir al financiamiento externo para sus proyectos de mejora, dado que esto implicaría un aumento en la carga de la deuda a largo plazo para los contribuyentes. Esta tendencia es particularmente relevante para aquellos gobiernos que ya enfrentan obligaciones de deuda sustanciales, lo que podría agregar más presión a los costos a largo plazo de los intereses. En este contexto, el racionamiento de capital puede servir como una herramienta para priorizar proyectos que son de mayor necesidad y urgencia, como las infraestructuras críticas de seguridad pública, hospitales o bibliotecas, en lugar de proyectos de menor prioridad, como una piscina comunitaria.

La escasez de fondos internos para financiar todos los proyectos necesarios obliga a los gobiernos a depender del financiamiento externo, lo que implica que deben competir tanto con otros gobiernos como con el sector privado para obtener los capitales necesarios. El alcance de esta competencia, y la tasa a la cual un gobierno puede pedir prestado, depende de las condiciones del mercado de capitales y de la situación financiera del propio gobierno. En un mercado de capitales teóricamente perfecto, el racionamiento de capital no sería un problema, ya que los gobiernos y las empresas podrían siempre levantar capital si las inversiones son atractivas. No obstante, en la práctica, los costos de transacción, la asimetría de información y la competencia por el capital disponible suelen generar condiciones que requieren el racionamiento de capital, lo que comúnmente se conoce como racionamiento de capital "blando".

El racionamiento de capital "duro" ocurre cuando el mercado de capitales impone restricciones, limitando la oferta de recursos disponibles, especialmente si hay incertidumbres económicas. En tales casos, el racionamiento se convierte en un desafío real y significativo. Ambos tipos de racionamiento—blando y duro—afectan directamente el mercado, elevando el costo marginal del capital, es decir, el costo de obtener un dólar adicional prestado en un mercado competitivo. Si una organización puede generar el capital necesario internamente, se reducirá la demanda agregada, lo que a su vez disminuirá el costo del capital. Sin embargo, en una economía en expansión, la demanda siempre superará la oferta disponible, lo que aumentará los costos.

A veces, los responsables de la política pública pueden optar por establecer un límite superior en el monto total que se puede gastar en proyectos de mejora de capital, incluso si la oferta de capital no es un factor limitante y los proyectos tienen valores netos positivos. Esto puede ocurrir cuando un gobierno tiene objetivos específicos que quiere alcanzar y utiliza las actividades de mejora de capital como herramienta para lograr esos fines. En este caso, el racionamiento de capital actúa como un mecanismo para implementar estrategias y evitar proyectos que no sirvan a los intereses y metas del gobierno. La gestión puede fijar un presupuesto objetivo para las mejoras de capital y distribuir los fondos entre las agencias y departamentos de acuerdo con los objetivos establecidos.

A la hora de clasificar los proyectos de capital, es fundamental que los gobiernos con recursos limitados busquen aquellos que generen la mayor rentabilidad posible en relación con la inversión realizada durante la vida útil del proyecto. Para esto, existen diversas metodologías, entre las cuales destaca el uso del Proceso Analítico Jerárquico (AHP, por sus siglas en inglés), una técnica ampliamente utilizada para la toma de decisiones complejas. A la hora de calcular la rentabilidad, tres métodos comúnmente utilizados son el Ratio Beneficio-Costo (B:C), el Valor Presente Neto (VPN) y la Tasa Interna de Retorno (TIR). Si bien cada uno tiene sus fortalezas y limitaciones, el Valor Presente Neto es más utilizado en la administración pública debido a su enfoque en la rentabilidad a largo plazo, especialmente bajo restricciones presupuestarias.

El Proceso Analítico Jerárquico (AHP) comienza descomponiendo un problema complejo en una jerarquía compuesta por varios niveles. Cada nivel incluye una serie de elementos, y estos elementos a su vez se descomponen en otros elementos más específicos, hasta llegar a los aspectos más detallados del problema. Este enfoque permite a los responsables de la toma de decisiones evaluar, clasificar y priorizar proyectos según varios criterios, lo que facilita la selección de los proyectos que mejor se alinean con los objetivos del gobierno.

Es importante destacar que el racionamiento de capital no solo implica priorizar los proyectos según su rentabilidad o beneficios, sino también la necesidad de gestionar las expectativas públicas y la percepción de los contribuyentes sobre el uso de los recursos. Un buen proceso de racionamiento de capital debe considerar no solo los aspectos financieros, sino también los impactos sociales y políticos de las decisiones, ya que la financiación de proyectos públicos a menudo está relacionada con la aceptación y el apoyo de la comunidad.

¿Por qué crece el gasto gubernamental y cuáles son sus implicaciones?

El aumento progresivo de la contribución estatal al gasto local ha buscado compensar la pérdida de ingresos federales, pero también ha significado un resurgimiento de la influencia estatal sobre los gobiernos locales desde una perspectiva política. Este fenómeno revela un dinamismo en la estructura fiscal y política que no puede ser entendido solo en términos económicos, sino también como un reflejo de la reconfiguración del poder entre los distintos niveles de gobierno.

El gasto público incluye con frecuencia medidas destinadas a corregir los problemas distributivos que genera un mercado libre sin restricciones. Históricamente, los gobiernos han implementado dos grandes conjuntos de programas: los de seguro social, como la Seguridad Social, que protegen contra la incertidumbre económica en la vejez, la discapacidad o el desempleo; y los programas de asistencia pública, como el Crédito por Ingreso del Trabajo (EITC), la Asistencia Temporal para Familias Necesitadas (TANF) o el Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria (SNAP), que buscan brindar alivio financiero directo a los sectores más vulnerables. Mientras los programas de seguro social se financian a través de contribuciones obligatorias de los beneficiarios, los programas de asistencia pública dependen de fondos fiscales y se orientan principalmente a quienes no pueden contribuir.

Estos programas constituyen una red de seguridad social indispensable, garantizando un mínimo de bienestar económico. Pero además de su función social, estos mecanismos tienen una justificación económica crucial: incrementan el poder adquisitivo de los beneficiarios, lo que evita que muchos bienes queden sin vender, protegiendo así a las empresas productoras y estabilizando la economía en su conjunto. Por ello, estos programas actúan como estabilizadores automáticos, amortiguando las fluctuaciones económicas aunque la magnitud exacta de este efecto sigue siendo objeto de debate.

El grueso del gasto federal se concentra en los programas de seguro social y asistencia pública, especialmente Seguridad Social, Medicare y Medicaid, y otros programas de bienestar. Aproximadamente un 60% del gasto se destina a estas áreas, con la Seguridad Social y la salud representando cada una cerca del 25%. Esta distribución responde no solo a las necesidades sociales, sino también a las transformaciones demográficas, como el envejecimiento poblacional, que impone presiones crecientes sobre la sostenibilidad financiera de estos programas.

El crecimiento acelerado del gasto en estas áreas ha generado dudas sobre su viabilidad a largo plazo, especialmente en periodos de estancamiento económico. El aumento del costo relativo de los programas de seguro social, ligado al incremento de la población jubilada en comparación con quienes ingresan al mercado laboral, representa un desafío fiscal importante. Además, el creciente costo del servicio de la deuda, que ya consume cerca del 9% del presupuesto federal y podría aumentar al 14% en la próxima década, añade una carga adicional a las finanzas públicas, trasladando el peso a las generaciones futuras.

A nivel estatal y local, el gasto se distribuye de manera diferente pero sigue concentrándose en salud, bienestar, educación y jubilaciones. Los estados destinan cerca del 38% de su presupuesto a salud, 20% a educación y 15% a jubilaciones, mientras que a nivel local la mayor parte se destina a educación, seguridad pública y transporte. Sin embargo, estos gobiernos tienen menos flexibilidad financiera que el federal, pues no pueden emitir moneda ni endeudarse con la misma facilidad, lo que limita su capacidad para responder a incrementos imprevistos en el gasto.

Un problema particularmente preocupante a nivel subnacional es el déficit creciente en los fondos de pensiones, con un faltante estimado superior a los 3 billones de dólares, situación que pone en riesgo la estabilidad financiera de muchos gobiernos estatales y locales. El gasto en salud, bienestar, educación y pensiones continúa dominando sus presupuestos operativos, y aunque es posible revertir esta tendencia con voluntad política y reformas adecuadas, el contexto político actual dificulta que tales cambios se materialicen.

El crecimiento del gasto público no es un fenómeno exclusivo de Estados Unidos; la mayoría de los países industrializados han experimentado incrementos similares, lo que plantea la interrogante sobre las causas subyacentes. Entre las explicaciones se encuentran el crecimiento demográfico, la evolución tecnológica, las expectativas sociales y políticas, y teorías basadas en la psicología humana y el comportamiento institucional. En esencia, el aumento del gasto responde a una combinación compleja de factores estructurales y coyunturales.

Es importante comprender que el crecimiento sostenido del gasto público implica inevitables tensiones entre las necesidades sociales, la capacidad fiscal y la estabilidad económica. La expansión de programas sociales busca asegurar protección y bienestar, pero también debe ser acompañada de una gestión eficiente y sostenible. El envejecimiento poblacional, la creciente demanda de servicios públicos y la presión sobre los sistemas de pensiones configuran un escenario donde las decisiones políticas tienen un impacto decisivo en la viabilidad futura del gasto.

Además, la relación entre niveles de gobierno, marcada por la distribución del gasto y la recaudación, revela dinámicas complejas donde el poder y la responsabilidad se entrelazan de formas que afectan la gobernanza y la capacidad de respuesta ante crisis económicas. La dependencia creciente de los gobiernos locales y estatales respecto al financiamiento federal puede limitar su autonomía y generar desafíos en la implementación de políticas públicas adaptadas a sus realidades específicas.

Por último, el lector debe considerar que la evolución del gasto público no solo refleja cuestiones económicas, sino también decisiones políticas y sociales, conflictos distributivos y la búsqueda de equilibrios entre eficiencia, justicia y sostenibilidad. La comprensión integral de este fenómeno requiere mirar más allá de los números, reconociendo las múltiples dimensiones que configuran el gasto público en las sociedades contemporáneas.

¿Cómo se estructura y ejecuta el proceso de presupuestación y mejora del capital?

El proceso de presupuestación y mejora del capital representa un vínculo fundamental entre la planificación estratégica y la operativa dentro de una organización. Este proceso permite a los tomadores de decisiones buscar las mejores estrategias y acciones para llevar a cabo actividades presupuestarias relacionadas con mejoras de capital, manteniendo coherencia con la misión, objetivos y recursos financieros internos de la entidad. Así, actúa como un puente directo entre un plan maestro integral y un plan específico de mejora de capital.

Sin embargo, la implementación efectiva de un plan de mejora de capital suele entrar en el ámbito de la planificación táctica. Mientras que la planificación estratégica establece el marco y las estrategias generales, la planificación táctica se encarga de ejecutar pasos concretos para materializarlas, especialmente en la operación y mantenimiento de los programas de mejora de capital. Esta distinción entre lo estratégico y lo táctico es esencial para comprender la dinámica del proceso.

La importancia de un plan de mejora de capital radica en que introduce estructura y coordinación al proceso decisorio, integrando los diversos componentes del presupuesto de capital. Esto permite una asignación racional de recursos, fomenta la transparencia y facilita la implementación efectiva del presupuesto. Es fundamental que el proceso sea claro y preciso, evitando consumos innecesarios de tiempo y recursos que puedan comprometer el éxito de la ejecución.

En cuanto al proceso en sí, la elaboración del presupuesto de capital sigue una serie de etapas que reflejan en buena medida el ciclo presupuestario operativo, conocido como proceso de presupuestación de capital o CIP (Capital Improvement Process). Incluye desde la preparación y revisión ejecutiva, pasando por audiencias públicas y revisiones legislativas, hasta la aprobación, enmiendas y asignaciones suplementarias. Este ciclo se desarrolla en un marco temporal definido, el calendario presupuestario de capital, que guarda semejanza con el calendario del presupuesto operativo.

A diferencia del presupuesto operativo, la preparación del presupuesto de capital es la actividad central y más determinante, debido a factores como el estado de los activos de capital, el volumen considerable de recursos comprometidos, la irreversibilidad de las decisiones y la existencia de riesgos e incertidumbres asociados a los proyectos. No obstante, la estructura esencial del proceso sigue siendo preparar el presupuesto, aprobar fondos, ejecutar proyectos y finalmente evaluar resultados.

Operativamente, el proceso puede resumirse en ocho fases: organizar el proceso, realizar análisis de necesidades, establecer prioridades, analizar flujo de caja, determinar opciones de financiamiento, asignar fondos, ejecutar el presupuesto y evaluar los resultados. La organización inicial implica designar el departamento responsable —usualmente finanzas en colaboración con planificación— y formar un comité de presupuestación integrado por altos representantes de diversas áreas con necesidades de capital reconocidas, como obras públicas, transporte, servicios básicos y seguridad.

Este comité es usualmente liderado por un alto ejecutivo y se apoya en un segundo grupo operativo compuesto por personal técnico: planificadores físicos, ingenieros, gerentes de compras y contadores, quienes asumen responsabilidades específicas asignadas mediante una matriz que clarifica roles, evitando superposiciones y omisiones. Durante esta etapa, es crucial definir normas de diseño, estándares de seguridad y cumplimiento normativo, ya que omisiones pueden generar retrasos y costos adicionales que afecten la viabilidad del proyecto.

Tres tareas fundamentales se desarrollan en esta fase: la preparación de formularios para solicitar propuestas de proyectos, el desarrollo de criterios para evaluar y seleccionar dichos proyectos, y la proyección inicial de ingresos no etiquetados que servirán para financiar las iniciativas elegidas. La elaboración de criterios para selección puede ser compleja, pero debe estar alineada con los objetivos y necesidades críticas de la organización, que varían según el contexto: mantenimiento para comunidades con infraestructura consolidada, revitalización para áreas en declive, o expansión para zonas en crecimiento acelerado.

El análisis de necesidades es el siguiente paso esencial, comenzando por un inventario detallado del estado actual de los activos de capital. Esta evaluación permite identificar prioridades en las mejoras necesarias, orientando las decisiones hacia un uso eficiente y responsable de los recursos. Este análisis, más que una función presupuestaria, es una función de gestión que sustenta la planificación y la toma de decisiones.

La comprensión profunda de este proceso exige reconocer que la presupuestación y mejora del capital no es un simple trámite administrativo, sino un mecanismo estratégico y operativo que condiciona el desarrollo sostenible y la eficiencia de una organización. La coordinación entre niveles de planificación, claridad en la asignación de responsabilidades, y la adaptación constante a las condiciones y objetivos cambiantes son factores críticos para su éxito.

Además, es importante entender que las decisiones tomadas en este proceso suelen ser irreversibles, con compromisos financieros significativos y riesgos inherentes. Por ello, la evaluación continua, la transparencia en la gestión y la comunicación efectiva entre los distintos actores son indispensables para minimizar incertidumbres y garantizar que los recursos públicos o privados se utilicen en forma óptima y en beneficio de la comunidad o la organización.