La narrativa de Donald Trump sobre el estado de la nación y su supuesta restauración de la grandeza de Estados Unidos jugó un papel crucial en la forma en que su presidencia fue percibida tanto a nivel nacional como internacional. Un aspecto clave de su discurso fue la constante afirmación de que el país se encontraba en un proceso de recuperación después de años de decadencia bajo administraciones anteriores. En particular, su retórica en torno a la reconstrucción del ejército y la economía estadounidense ocupó un lugar central en su estrategia de comunicación.

Trump presentó un ejército de Estados Unidos exhausto, en ruinas y a punto de colapsar al inicio de su mandato. En 2017, en un discurso ante la Guardia Costera de los Estados Unidos, mencionó que el presupuesto militar había sido reducido durante años, lo que resultó en un ejército "agotado". Este tono continuó durante gran parte de su presidencia, cuando proclamó que, bajo su liderazgo, el ejército estaba siendo restaurado "como nunca antes". En varias ocasiones durante sus mítines, insistió en que las fuerzas armadas de Estados Unidos estaban más poderosas que nunca, afirmación que repitió con énfasis en discursos clave de 2018 y 2019, llegando incluso a sostener que el ejército estaba "más avanzado, más letal y más poderoso que nunca".

Lo que comenzó como una promesa de reconstruir el ejército, rápidamente se convirtió en una proclamación de haber logrado dicha reconstrucción. En 2020, durante su campaña de reelección, Trump aseguró que el ejército de Estados Unidos era ahora más fuerte que nunca, debido a una inversión de 2.5 billones de dólares en nuevas tecnologías militares, incluidos aviones, misiles y otros equipos. De esta manera, posicionó su presidencia como el resurgimiento de la potencia militar estadounidense.

En paralelo con la narrativa sobre la restauración militar, Trump también usó un lenguaje similar respecto a la economía del país. De acuerdo con él, la economía estadounidense estaba floreciendo de una manera sin precedentes. La tasa de desempleo estaba en mínimos históricos, los mercados bursátiles alcanzaban máximos nunca antes vistos, y sectores como la manufactura y la energía estaban recuperándose a una velocidad impresionante. La retórica de Trump sobre la economía de Estados Unidos a menudo se mezclaba con la misma exageración, señalando que si no hubiera sido elegido presidente, el país habría colapsado bajo la administración de Hillary Clinton. De este modo, se presentó como el único salvador capaz de evitar una caída catastrófica.

En sus discursos, Trump también insistió en que América se estaba recuperando en todos los aspectos. Desde la restauración de la industria del acero y aluminio hasta la promesa de una atención médica más eficiente y la construcción de un muro fronterizo sin precedentes, Trump creaba la imagen de una nación que había renacido bajo su liderazgo. Sin embargo, a pesar de estas afirmaciones grandilocuentes, muchos analistas y periodistas señalaron la exageración y, en muchos casos, la falsedad de tales proclamaciones.

A lo largo de su mandato, Trump empleó una estrategia de "extraordinaria excepcionalidad" para moldear la percepción pública de su presidencia. Cada victoria, cada política y cada avance se enmarcaban como hitos históricos que solo él podría haber logrado. Esto no solo consolidó su imagen como el arquitecto de un nuevo orden estadounidense, sino que también reforzó su narrativa de que la nación no podría prosperar sin su liderazgo. En este sentido, su retórica se acercaba peligrosamente a la de un líder autoritario, que pintaba un cuadro de catástrofe inminente en caso de que él fuera removido del poder.

Por otro lado, Trump utilizó este discurso de exceptionalismo para presentar cualquier oposición o crítica como una amenaza existencial. Afirmaba que sin su liderazgo, Estados Unidos se dirigiría al desastre. En su visión, si Hillary Clinton hubiera ganado las elecciones de 2016, el país habría caído en una espiral irreversible de declive económico y político. Este enfoque, que alimentaba el miedo y la incertidumbre, reforzaba su imagen como el único capaz de mantener el país a flote. En muchos casos, las críticas a su administración fueron descartadas con el argumento de que los opositores simplemente no entendían la magnitud de lo que él había logrado.

Al final, el concepto de "granza excepcional" fue una herramienta de persuasión eficaz en la que Trump mezclaba la realidad con la percepción, generando una narrativa que no solo buscaba consolidar su poder, sino también encubrir los aspectos más controvertidos y negativos de su presidencia.

Lo que es importante entender es que, detrás de este discurso de magnificencia, muchas veces se ocultaban realidades menos agradables, tales como la creciente polarización política, los conflictos sociales y las profundas divisiones que marcaron el mandato de Trump. Además, mientras el presidente se mostraba como el único capaz de salvar a la nación, muchos de los problemas estructurales de Estados Unidos, como la desigualdad económica y racial, no encontraron soluciones en su retórica.

¿Cómo se presenta Trump como el verdadero representante del pueblo estadounidense?

Trump, en solitario, representaba la verdadera voluntad del pueblo; aquellos que se oponían a él, según su retórica, debían oponerse igualmente a la voluntad del pueblo estadounidense. Este argumento se hacía especialmente evidente en su constante intento de deslegitimar a la oposición demócrata en el Congreso, a la que frecuentemente llamaba los “demócratas inactivos” del “extremo radical”, y en su retrato de los medios de comunicación como “el enemigo del pueblo”. La identidad de Trump como portavoz exclusivo del pueblo estadounidense no fue una estrategia que adoptó únicamente una vez que se convirtió en presidente; las semillas de este enfoque populista ya se plantaron al principio de su campaña en 2016, cuando Trump atacó incansablemente a la élite de Washington como la principal causa de los problemas de América. Sin embargo, fue solo cuando Trump se convirtió en el nominado republicano que la idea de “Yo el Pueblo” realmente cobró forma. Fue en ese momento cuando proclamó con firmeza que él, y solo él, representaba la voluntad del pueblo estadounidense.

En su discurso de aceptación en la Convención Nacional Republicana del 21 de julio de 2016, Trump dejó en claro su postura, proponiendo una alternativa a la famosa promesa de lealtad de Hillary Clinton: “Mi oponente les pide a sus seguidores que reciten un juramento de lealtad de tres palabras: ‘Estoy con ella.’ Yo elijo recitar un juramento diferente. Mi juramento dice: ‘Estoy contigo —el pueblo estadounidense.’ Soy tu voz”. Este momento marcó el inicio de su plena identificación con la gente, un reclamo de que solo él podía interpretar y actuar conforme a sus deseos y necesidades. Trump no solo hablaba como candidato del pueblo, sino que se ofrecía como la única figura capaz de ejecutar los intereses de la mayoría.

Tras la convención, Trump fue aún más lejos, buscando nuevas formas de consolidar esta imagen. En su discurso y en sus tuits, reafirmó que estaba dispuesto a “drain the swamp” (vaciar el pantano) de Washington y reemplazarlo con un nuevo gobierno “de, por y para el pueblo”. La idea era clara: Washington había sido corrupto, y ahora los intereses del pueblo deberían primar. A un mes de la convención, Trump volvió a la carga con el hashtag #ImWithYou, prometiendo hacer que el gobierno volviera a estar verdaderamente al servicio de los ciudadanos. Lo que Trump definía como el “gobierno del pueblo” no se trataba de un gobierno representativo, sino de una forma de liderazgo directo, sin mediaciones. En este sentido, Trump no solo era un presidente más, sino la encarnación de la voluntad popular.

Su discurso sobre el poder del pueblo culminó en una de sus más poderosas declaraciones: “Decadas de fracaso y corrupción política terminarán rápidamente, y un nuevo futuro estadounidense comenzará. Los ciudadanos de este país estarán a cargo una vez más. Los intereses especiales ya tuvieron su día. Ese capítulo de nuestra historia está cerrando”. Esta retórica de “pueblo contra la élite” reforzaba su identidad como el auténtico representante de los estadounidenses de a pie, al tiempo que se posicionaba como el único capaz de cambiar el sistema. A través de su propio ascenso, Trump promovía la idea de un gobierno no solo elegido por el pueblo, sino también directamente ejecutado por él.

La elección de 2016 fue, para Trump, “nuestra magnífica oportunidad para recuperar nuestro país para el pueblo”. Así lo vio él, y así lo presentó: una victoria no solo por él, sino por todos los estadounidenses. Sin embargo, una vez en la Casa Blanca, este enfoque no se limitó solo al discurso electoral. Trump continuó alimentando la imagen de sí mismo como el único líder legítimo, ignorando la complejidad del proceso gubernamental y las diversas perspectivas presentes en el país. En su lógica, el pueblo había hablado en 2016 y su victoria no solo representaba su ascensión personal, sino la consagración de un mandato popular absoluto.

Trump nunca explicó, sin embargo, cómo los estadounidenses recuperarían realmente el poder. Su premisa era simple: él representaba los deseos del pueblo, y no había necesidad de negociación ni discusión con otras partes del sistema político. No había cabida para el diálogo ni para la diversidad de opiniones. Trump se percibía como el único interlocutor válido entre el pueblo y el poder.

Este enfoque se reflejó en múltiples ocasiones, como en su discurso del Estado de la Unión de 2019, donde expresó: “Nos reunimos esta noche en un momento de posibilidades ilimitadas. A medida que comienza un nuevo Congreso, estoy aquí dispuesto a trabajar con ustedes para lograr avances históricos para todos los estadounidenses. La agenda que presentaré esta noche no es una agenda republicana ni una agenda demócrata. Es la agenda del pueblo estadounidense”. En este contexto, Trump logró moldear una visión de sí mismo como el verdadero portavoz de todos los ciudadanos, independientemente de su ideología o partido político.

Lo curioso de esta afirmación es que, a pesar de que Trump había perdido el voto popular en 2016, él y sus seguidores insistían en que su ascenso al poder había sido un mandato del pueblo. En su visión, la oposición no era solo política; era una oposición contra el pueblo mismo, una contradicción que resultaba fundamental para entender la retórica de Trump durante su mandato. Al mismo tiempo, la lógica populista que Trump desplegaba transformaba la política en una suerte de lucha entre los “verdaderos” estadounidenses y los “corruptos”, en la que el debate político y las negociaciones se veían anuladas por la figura del presidente como el único mediador legítimo.

Además de este enfoque, es crucial para los lectores comprender que, aunque Trump insistía en ser la voz del pueblo, su visión no contemplaba realmente un retorno a un gobierno verdaderamente democrático. La centralización del poder en una figura como la suya contradecía, en muchos aspectos, los principios básicos de la democracia representativa. El pueblo, tal como lo presentaba Trump, no era una entidad plural ni compleja, sino un colectivo homogéneo que solo podía ser representado por su figura y voluntad.

¿Cómo la Estrategia del "Me Excepcional" Ha Remodelado la Política Americana?

En su enfoque hacia la política, Donald Trump se ha presentado como el defensor único y absoluto de la voluntad del pueblo estadounidense, un concepto que se ha convertido en el núcleo de su retórica y estrategia. A través de un discurso repetido y enfocado en lo que él mismo describe como la "victoria de nuestro país sobre el fraude del juicio político", Trump ha logrado consolidarse como una figura polarizadora, que no solo desafía las convenciones políticas, sino que reivindica para sí mismo un papel de líder supremo que representa la voluntad del pueblo de manera directa y sin filtros. Según su discurso, su presidencia fue y es una lucha constante contra aquellos que intentan borrar la voz y el voto de los ciudadanos.

Esta noción de que Trump es la única persona capaz de entender y defender la voz del pueblo se articula a través de lo que se ha denominado la "estrategia del me excepcional". La premisa de esta estrategia es simple: un mensaje de autohéroización que va más allá de la idea de liderazgo tradicional, posicionándose como la única respuesta genuina a los problemas y las injusticias del país. En este marco, cualquier oposición a sus políticas o a su figura es interpretada como un ataque al pueblo estadounidense en su conjunto. Así, Trump se presenta como un salvador, dispuesto a luchar "dientes y muelas" para proteger el futuro de los estadounidenses.

Al mismo tiempo, figuras políticas como Michelle Obama han sido cruciales para confrontar este tipo de discurso. En el contexto de la convención nacional demócrata de 2016, Michelle Obama se erige como una de las voces más resonantes contra la narrativa de Trump. En su discurso, aunque nunca mencionó a Trump directamente, dejó claro que el tipo de liderazgo que él promovía no era el adecuado para el país. Al mismo tiempo, al referirse a la idea de un país excepcional, cuestionó directamente la versión que Trump quería imponer. Obama defendió una visión de la excepcionalidad americana que no solo reconocía los errores y fracasos del pasado, sino que también resaltaba la capacidad de Estados Unidos para aprender y mejorar.

En ese mismo sentido, la visión de Obama sobre la excepcionalidad contrastó fuertemente con la de Trump, que usaba este concepto para sembrar el miedo, la división y la hostilidad. Mientras Trump apelaba a la nostalgia de una América que debía ser "grande otra vez", Obama destacó que la grandeza de Estados Unidos radica en su capacidad para cambiar y adaptarse, no en la inmovilidad o en el regreso a tiempos pasados.

Más tarde, en su discurso de despedida como presidente, Obama subrayó la importancia de la participación activa en la democracia. Aludiendo al fragor del proceso político en un país tan diverso, Obama enfatizó que la democracia americana no es algo dado ni automático. Requiere de la participación constante de los ciudadanos, de la defensa de los principios fundamentales y, sobre todo, del compromiso con el bienestar colectivo por encima de los intereses individuales. Según Obama, si los estadounidenses permiten que el diálogo político se degrade hasta el punto de que aquellos con buena voluntad se vean disuadidos de involucrarse, la nación misma se debilita. La democracia se ve amenazada cuando los ciudadanos no participan activamente en ella, cuando no respetan la ley ni las instituciones que garantizan su funcionamiento.

Es esencial comprender que la "estrategia del me excepcional" no solo juega con los valores de la excepcionalidad americana, sino que también utiliza una narrativa de victimización, en la cual Trump se presenta como el único que puede salvar al país de los supuestos enemigos internos. Este tipo de discurso fomenta un sentimiento de polarización y de "nosotros contra ellos", que ha sido fundamental en su popularidad y en la consolidación de su base electoral. Sin embargo, lo que muchos no ven es que, detrás de este discurso de defensa de los valores patrióticos, se esconde una manipulación de los mismos para fines personales y políticos.

Es fundamental entender que la percepción de "excepcionalidad" de Trump está estrechamente vinculada a su imagen personal. La exaltación de su figura no solo le otorga poder, sino que también debilita las estructuras democráticas al centrarse en un solo individuo como el motor del cambio y de la defensa de la nación. Este enfoque ha llevado a una reconfiguración de la política estadounidense, en la que la identidad y la política se han fusionado en torno a un solo líder.

El mensaje final que se desprende de este análisis es que, mientras algunos luchan por preservar una visión del país que incluya la solidaridad, la inclusión y el respeto mutuo, otros buscan fragmentar ese mismo tejido social para fortalecer un relato centrado en el individuo. Es necesario reflexionar sobre cómo las estrategias políticas pueden jugar con la narrativa nacional y las emociones colectivas, y cómo estos discursos tienen el poder de transformar la dirección futura de la nación.

¿Cómo la Retórica de Donald Trump Cambió la Política Estadounidense?

En el transcurso de la campaña presidencial de Donald Trump en 2016, un aspecto de su discurso que destacó fue su enfoque directo y agresivo hacia el establishment político, tanto en su propio partido como en el partido contrario. Trump se presentó como un outsider, un individuo ajeno al sistema político tradicional que quería "drain the swamp" (drenar el pantano) en Washington, una frase que capturó la imaginación de sus seguidores. Para Trump, este "pantano" no era solo una metáfora, sino un llamado a la acción, una denuncia directa de la corrupción y la incompetencia que él veía como características inherentes del gobierno de Washington. Esta estrategia le permitió construir una narrativa donde se presentaba como un salvador de la nación, alguien capaz de acabar con las malas prácticas políticas y devolver el poder al pueblo.

La manera en que Trump abordó a sus opositores, especialmente dentro de su propio partido, también fue una pieza clave de su discurso. Sus ataques a figuras prominentes del Partido Republicano, como el senador John McCain, reflejaron su disposición a desafiar no solo a sus enemigos políticos, sino también a los propios miembros de su partido que no lo respaldaban. Trump utilizó sus redes sociales, particularmente Twitter, para atacar a aquellos que consideraba traidores o desleales, como el exgobernador Mitt Romney. Estos ataques a menudo iban acompañados de afirmaciones en las que Trump se colocaba a sí mismo como el verdadero representante del pueblo, mientras que sus oponentes eran vistos como parte del sistema corrupto y obsoleto.

El fenómeno Trump fue también un reflejo de un profundo desencanto popular con el establishment político. Sus seguidores lo veían como un hombre capaz de hablar sin filtros, alguien que no temía romper con las convenciones y que desafiaba las normas establecidas. Al mismo tiempo, su discurso se centraba en la idea de que el sistema estaba roto y que solo alguien fuera del mismo podía arreglarlo. Esto le permitió construir una base de apoyo leal, que veía en él una figura que representaba el cambio radical que tanto deseaban.

En la campaña de 2016, Trump también utilizó una forma de retórica que se alejaba del enfoque tradicional de los políticos. Mientras que muchos de sus rivales seguían la norma de hablar en términos generales y diplomaticamente correctos, Trump se distinguió por su estilo combativo y polémico. Por ejemplo, su ataque a la figura de los "políticos tradicionales" fue un tema recurrente en sus discursos. A través de esta táctica, Trump no solo denigró a sus oponentes directos, sino que, más importante aún, cuestionó la legitimidad de todo el sistema político. En sus intervenciones, Trump no dudó en afirmar que los políticos de carrera eran los responsables de los problemas que enfrentaba el país, desde la falta de empleo hasta la inseguridad en las calles. Este enfoque se convirtió en un pilar fundamental de su estrategia, apelando a la frustración y el miedo de los votantes.

Otro elemento significativo en su discurso fue el uso de la tercera persona. Trump utilizó con frecuencia su propio nombre en sus intervenciones, lo que no solo le permitió marcar una distancia con los demás políticos, sino que también contribuyó a la construcción de una imagen de excepcionalismo personal. Esta táctica no era nueva en la política, pero su uso intensivo y sin precedentes fue algo que le permitió destacarse. A través de este recurso, Trump presentaba su persona no solo como un candidato, sino como una figura casi mítica, destinada a transformar el país y corregir las injusticias que había señalado.

La retórica de Trump también estaba impregnada de una visión de excepcionalismo estadounidense. Durante su campaña, se presentó como un defensor del "sueño americano", apelando a la idea de que Estados Unidos era una nación única, destinada a liderar el mundo. Sin embargo, al mismo tiempo, Trump mostraba un fuerte escepticismo hacia la idea de que el país debía intervenir en asuntos internacionales de manera tradicional. Su visión era que Estados Unidos debía centrarse en resolver sus propios problemas internos antes de involucrarse en conflictos fuera de sus fronteras.

El llamado a "drain the swamp" y su retórica de confrontación no solo transformaron el tono del debate político estadounidense, sino que también revelaron una nueva forma de hacer campaña. Trump mostró que un candidato podía tener éxito no solo al proponer políticas concretas, sino también al movilizar emocionalmente a la base mediante un lenguaje directo y a menudo provocador. Esta estrategia permitió que Trump ganara a los votantes desilusionados con el sistema, quienes se sentían ignorados por la clase política tradicional.

Sin embargo, lo que muchos no lograron comprender en su totalidad fue el impacto de su retórica en la polarización política. La forma en que Trump atacó a sus opositores, tanto republicanos como demócratas, no solo creó una división más profunda dentro de su propio partido, sino que también exacerbó las tensiones en la sociedad estadounidense en general. A medida que las elecciones de 2016 avanzaban, los ataques personales y las confrontaciones se intensificaron, contribuyendo a una atmósfera de hostilidad y desconfianza que aún persiste en la política de Estados Unidos.

Es importante señalar que, más allá de los ataques y la crítica al sistema político, Trump también apelaba a las preocupaciones económicas y sociales de los votantes. Sus promesas de crear empleos y reducir la inmigración ilegal resonaron con aquellos que se sentían desplazados por la globalización y el cambio demográfico. Su discurso fue eficaz en capturar las ansiedades de una gran parte de la población que veía el futuro del país con incertidumbre.

Además, la retórica de Trump dejó una huella en cómo los candidatos políticos comunican sus mensajes en la era de las redes sociales. Su habilidad para usar plataformas como Twitter para comunicar directamente con sus seguidores, sin la mediación de los medios tradicionales, cambió la manera en que los políticos se relacionan con el electorado. En este sentido, Trump no solo fue un candidato presidencial, sino también un innovador en el uso de las nuevas tecnologías para hacer política.

¿Cómo se construye la narrativa política alrededor de Donald Trump?

El impacto político y social de Donald Trump ha sido el foco de numerosas investigaciones y debates a lo largo de su presidencia, especialmente en cuanto a la manera en que figuras públicas han cambiado su narrativa en relación con él. En este contexto, uno de los elementos más intrigantes es cómo los mismos miembros del Partido Republicano que inicialmente fueron críticos de Trump, llegaron a ser algunos de sus más fervientes defensores. Este fenómeno se explica, en gran medida, por los intereses políticos y las presiones que impulsan el discurso en torno a su figura.

Lindsey Graham, por ejemplo, es un caso paradigmático. Durante la campaña presidencial de 2016, se mostró abiertamente crítico de Trump, e incluso sugirió que el país debería expulsarlo del Partido Republicano. Sin embargo, con el tiempo, Graham pasó de ser uno de los mayores detractores de Trump a convertirse en su más grande defensor en el Senado. Su transformación refleja el poder de la política pragmática, donde la lealtad partidaria y la influencia de la Casa Blanca pesaron más que las diferencias ideológicas iniciales. Esta evolución es particularmente notable en un contexto en el que otros líderes del partido, como Ted Cruz y Mitch McConnell, adoptaron posturas similares.

Este fenómeno se puede observar no solo en las declaraciones de estos políticos, sino también en las constantes alabanzas a las políticas de Trump que se hicieron cada vez más frecuentes. Desde su enfoque en la economía hasta su postura en relación con temas internacionales como la lucha contra ISIS, Trump consiguió que varios de sus opositores se alinearan con su agenda. Los republicanos como Ron DeSantis y Kevin McCarthy no escatimaron en elogios a las decisiones económicas de la administración Trump, como la creación de empleos y el aumento de la confianza del consumidor. Sin embargo, estas posturas a menudo contrastaban con las críticas que habían hecho anteriormente, lo que pone de manifiesto la flexibilidad de la política y la relación entre poder y retórica.

En paralelo, los opositores de Trump dentro del Partido Demócrata, especialmente figuras como Nancy Pelosi y Maxine Waters, han mantenido una línea crítica constante, acusando al presidente de corrupción y de ser un peligro para la democracia. La narrativa demócrata se ha centrado en la idea de que Trump es una amenaza para la unidad y la integridad de los Estados Unidos, basándose en denuncias como el intento de influir en la política interna de Ucrania para su beneficio electoral. Esta confrontación, más allá de las disputas partidarias, ha supuesto una batalla por el control de la narrativa política, en la que los detalles sobre la corrupción y las decisiones del presidente se han utilizado como herramientas para galvanizar a los votantes y fortalecer la posición opositora.

El impeachment, que se convirtió en un tema central durante el mandato de Trump, representa otro aspecto crucial de cómo se construyó esta narrativa política. Desde el comienzo de su mandato, se generaron rumores y especulaciones sobre la posibilidad de su destitución. A pesar de las denuncias, el Partido Republicano se mantuvo mayoritariamente unido, mientras que los demócratas se enfrentaron a la tarea de construir una narrativa sólida y convincente. Fue solo cuando la revelación del caso de Ucrania salió a la luz que la acusación de abuso de poder se convirtió en un argumento clave para la destitución, aunque finalmente el Senado decidió no proceder con la destitución.

Es fundamental entender cómo estos eventos han moldeado la percepción pública de Trump. Por un lado, su capacidad para movilizar a sus seguidores ha sido inquebrantable, convirtiéndolo en un líder carismático para una parte importante del electorado. Por otro lado, la polarización generada por su figura ha llevado a una división profunda entre los diferentes sectores de la sociedad estadounidense. Esta división no solo ha impactado a los partidos políticos, sino también al ámbito social y cultural, afectando la forma en que los ciudadanos perciben temas fundamentales como la justicia, los derechos humanos y la libertad de expresión.

Es importante tener en cuenta que, más allá de las estrategias políticas y las narrativas construidas en torno a figuras como Trump, lo que está en juego es la capacidad del sistema político de mantener su integridad y funcionamiento frente a la creciente polarización. La figura de Trump, tanto admirada como odiada, pone de manifiesto las grietas en un sistema democrático que depende de la cohesión interna y la confianza entre sus instituciones. La narrativa política en torno a Trump no es solo un relato sobre su figura, sino también sobre el estado de la democracia estadounidense y la lucha por su futuro.