A lo largo de la historia de los Estados Unidos, los presidentes han jugado un papel crucial en la construcción de la narrativa sobre la excepcionalidad americana. Esta idea sostiene que Estados Unidos se distingue por su singularidad, fortaleza e influencia en el mundo. Sin embargo, a lo largo de los años, la forma en que los presidentes se atribuyen la creación y el mantenimiento de esta excepcionalidad ha cambiado de manera significativa, adaptándose a las necesidades políticas y contextuales de cada era.

Por ejemplo, Harry Truman, tras la Segunda Guerra Mundial, resaltó el papel de su administración en la reactivación de la economía mundial, destacando la importancia de reducir las tarifas globales, lo que a su juicio había impulsado el comercio internacional y favorecido la recuperación económica. Este tipo de afirmaciones no eran inusuales en la era posterior a la guerra, cuando la reconstrucción y el liderazgo global eran temas clave. De manera similar, Lyndon B. Johnson, a través de su retórica presidencial, destacó repetidamente cómo su administración había restaurado la "superioridad estadounidense", al mismo tiempo que promovía la idea de una nación más próspera y segura, con una economía en pleno auge y una fuerza militar que garantizaba la estabilidad mundial.

Sin embargo, el uso de la excepcionalidad estadounidense comenzó a tomar un giro más personal a medida que los presidentes adoptaban un enfoque más directo para reclamar estos logros como propios. La administración de Donald Trump marcó un punto de inflexión en este aspecto. Trump no solo utilizó la excepcionalidad como una herramienta retórica para fortalecer la imagen de Estados Unidos, sino que la hizo parte de su identidad política, reclamando de manera abierta y reiterada que su gobierno había restaurado la grandeza de la nación. En numerosas ocasiones, Trump atribuía el "gran éxito" económico de su presidencia a sus propias políticas, como el auge del mercado bursátil, y afirmaba que cualquier desafío o crisis, como las caravanas migratorias de Centroamérica, era un reflejo del renacimiento de la fuerza y el liderazgo de Estados Unidos bajo su administración.

Este fenómeno de atribución personal de logros, especialmente en lo que respecta a la excepcionalidad, es significativo. La forma en que Trump destacó la superioridad económica de su país, argumentando que la economía estaba mejor que nunca gracias a su liderazgo, contrastó con el enfoque más tradicional de los presidentes anteriores, que tendían a vincular el crédito de la excepcionalidad a sus políticas de manera más indirecta. Por ejemplo, mientras que Truman o Johnson atribuían el progreso a esfuerzos colaborativos de múltiples administraciones y a la resolución de problemas internacionales, Trump nunca dudó en tomar todo el crédito, y lo hacía con una confianza y persistencia inusuales.

Este cambio en el tono de la retórica presidencial refleja no solo una diferencia de estilo, sino también un cambio en el contexto político y social del país. La política de "America First" promovida por Trump, su enfoque en el nacionalismo y su estilo de liderazgo polémico marcaron una ruptura con la tradición de la excepcionalidad americana tal como se había concebido anteriormente. La constante referencia a su administración como responsable directa de la restauración del poder militar, la prosperidad económica y la posición dominante de Estados Unidos en el escenario mundial estableció un modelo de liderazgo en el que la imagen personal del presidente y su retórica se fusionaban con la percepción pública de la nación.

Al observar estos ejemplos, es esencial comprender que la excepcionalidad estadounidense no solo es un concepto político, sino también un fenómeno cultural. En cada una de las presidencias mencionadas, los líderes no solo reclamaban logros para su país, sino que también reforzaban una narrativa que moldeaba la percepción del pueblo estadounidense sobre sí mismos, su lugar en el mundo y sus aspiraciones futuras. Esta narrativa, que ha sido fundamental en la política y la identidad nacional, continúa evolucionando con cada administración, siendo usada no solo para legitimar políticas internas y externas, sino también para consolidar la base de apoyo popular.

Lo que debe entenderse es que el uso de la excepcionalidad, especialmente en tiempos de polarización política, no solo afecta la percepción de los logros de un presidente, sino que también influye en cómo la ciudadanía se ve a sí misma y a su nación. La política de atribución de logros personales, como la que se observó bajo la presidencia de Trump, puede crear una narrativa de éxito que reconfigura la manera en que las personas piensan sobre el futuro del país. En este sentido, el liderazgo y la excepcionalidad no son solo producto de políticas tangibles, sino también de la construcción de una identidad colectiva que, a través de la retórica, se va cimentando cada vez más en la percepción del pueblo.

¿Cómo Donald Trump construyó su discurso de "excepcionalismo" durante su presidencia?

Donald Trump fue un maestro en proyectar su imagen como un presidente único, un líder que no solo desafiaba las normas, sino que también superaba todos los récords de sus predecesores en cada aspecto imaginable. En sus discursos, Trump frecuentemente se presentó como el único capaz de llevar a cabo ciertas políticas, describiéndose a sí mismo como un presidente que lograba hazañas sin precedentes. Su estilo de comunicación, cargado de frases contundentes, descalificaciones hacia sus opositores y reafirmaciones de su propio poder y éxito, fue una constante a lo largo de su mandato.

Un aspecto clave en su discurso fue la constante referencia a sus logros. Trump no dudaba en recalcar que su administración había realizado los mayores recortes fiscales y reformas impositivas en la historia de Estados Unidos, había recortado más regulaciones que cualquier otro presidente y había creado millones de empleos. Sin embargo, lo que más destacaba era su habilidad para presentarse como el mejor en todos los aspectos. Sobre la creación de empleos, por ejemplo, Trump afirmaba: "Desde las elecciones, hemos creado siete millones de nuevos empleos. La tasa de desempleo promedio bajo mi administración es la más baja de la historia de nuestro país". Para Trump, su éxito no solo radicaba en los resultados económicos, sino también en la forma en que se presentaba ante la nación.

En cuanto a la seguridad y el ejército, su retórica también se enfocaba en la idea de haber alcanzado logros históricos. “He reconstruido el ejército con financiación récord”, solía decir, sugiriendo que su administración había logrado lo que nadie más había sido capaz de hacer. De hecho, era común escucharle afirmar que su administración había tomado medidas "históricas" para asegurar la frontera sur de Estados Unidos, garantizar la independencia energética del país y proteger la libertad religiosa.

Un tema recurrente en sus discursos era el de la transparencia de su gobierno. Trump no solo se presentaba como el presidente más exitoso, sino también como el más transparente, reiterando constantemente: "Nunca ha habido una administración tan abierta y transparente como la mía". Esta declaración, que podría parecer paradójica dada la cantidad de controversias que rodearon su gobierno, se convirtió en uno de los lemas más persistentes de su narrativa presidencial.

En cuanto a la política exterior, Trump se jactaba de haber restablecido una "gran relación" con países clave, en especial con Rusia, y de haber negociado acuerdos comerciales que, según él, beneficiaban a los trabajadores estadounidenses. Su enfoque sobre el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), por ejemplo, era claro: lo describía como el peor acuerdo comercial jamás firmado, y afirmaba que su nueva versión, el T-MEC, era infinitamente mejor. Esta retórica también se extendía a las relaciones laborales, en donde se identificaba como el defensor del trabajador promedio, en contraste con sus rivales políticos, que según él, solo defendían los intereses de los elitistas.

Además, Trump nunca dudó en destacar lo que él consideraba su mayor logro: haber sido elegido presidente. Para él, su ascenso a la Casa Blanca era un reflejo de que los estadounidenses finalmente reconocían la "excepcionalidad" de su enfoque. Cada victoria en las urnas, cada elogio de sus seguidores, se sumaba a la narrativa de su grandeza personal y política. Durante sus mítines, solía recalcar que su victoria fue un “milagro”, un evento que nadie había anticipado pero que, según él, validaba su mensaje.

En sus discursos, Trump también hacía constantes referencias a su propia fortaleza personal. Frente a las críticas y a las investigaciones en su contra, como la acusación de colusión con Rusia o el proceso de impeachment, Trump se mostraba como un hombre que resistía todo ataque, tanto mediático como político. En su discurso, la frase “Nunca ha habido un presidente que haya sido tratado de forma tan injusta como yo” se convirtió en uno de sus eslóganes más repetidos. Esta idea de victimización no solo consolidaba su imagen como un líder resistente, sino que también polarizaba aún más a la nación, dividiendo a sus seguidores de sus detractores.

Trump también era conocido por su capacidad para manejar las críticas con una mezcla de desdén y humor. En varias ocasiones, incluso bromeó acerca de lo que consideraba el trato injusto que recibía, comparándose con otros presidentes o incluso ridiculizando a sus rivales políticos. "¿Quién más podría soportar todo esto?" se preguntaba, sugiriendo que su resistencia a la presión era un testimonio de su singularidad como líder.

Es esencial que el lector comprenda que, detrás de este discurso de "excepcionalismo", Trump estaba construyendo una narrativa donde él no solo era un presidente, sino el único capaz de devolver a Estados Unidos a una posición de poder y orgullo global. Su retórica alimentaba un sentido de desesperación por parte de sus seguidores, quienes, según Trump, veían finalmente en él a un líder dispuesto a luchar por ellos, frente a lo que percibían como una élite política corrupta y desconectada.

Lo que realmente diferenciaba a Trump de otros presidentes fue su habilidad para comunicar y reforzar su mensaje de forma constante, ya sea a través de discursos, tuits o entrevistas. No solo era un presidente que gobernaba, sino un presidente que se vendía como la solución a todos los problemas de América. Sin embargo, esta constante insistencia en su propia excepcionalidad también dejó de lado otros factores esenciales, como la cohesión social, el respeto por las instituciones democráticas y la integridad en el gobierno.