El estudio de los sonidos del lenguaje, especialmente de una lengua tan rica como el inglés, implica entender las sutilezas de cómo se producen los sonidos y cómo se agrupan y clasifican. Para esto, utilizamos el Alfabeto Fonético Internacional (IPA, por sus siglas en inglés), que nos permite representar con precisión los sonidos del habla, sin confusión con las letras del alfabeto. A lo largo de esta sección, exploraremos cómo los sonidos del inglés, en particular los de la variedad conocida como inglés general americano, son producidos en el tracto vocal, y cómo los clasificamos en consonantes y vocales, prestando especial atención a sus propiedades articulatorias.

En el caso del inglés, dependiendo de la variedad, existen entre 36 y 40 sonidos distintivos. La variedad que aquí abordamos es la del inglés general americano, asociada comúnmente con los medios de comunicación y el habla educada. Sin embargo, no es una única forma homogénea de hablar. Dentro de esta variedad, existen matices regionales, de clase y étnicos que pueden alterar la pronunciación de ciertos sonidos. Por ejemplo, algunas personas pueden distinguir el sonido de la vocal en cot de la de caught, mientras que otras no. De hecho, uno de los rasgos característicos del inglés general americano es el uso de lo que se conoce como "flap alveolar", que hace que palabras como ladder y latter suenen de la misma manera. Además, esta variedad se caracteriza por lo que se denomina "rótico completo", donde la r se pronuncia claramente, tanto si precede a una vocal como si no.

Es importante destacar que los símbolos que utilizamos para representar los sonidos no son los mismos que se emplean en la lectura ni siempre los que encontramos en los diccionarios. Algunos pueden parecerse a letras, mientras que otros serán completamente nuevos. Por esta razón, resulta útil recordar que estamos trabajando con sonidos, no con letras, y que el objetivo principal es una descripción precisa de la pronunciación, no la pronunciación "correcta" o idealizada.

Uno de los conceptos fundamentales para comprender cómo producimos los sonidos del habla es el conocimiento del tracto vocal, la parte del cuerpo que utilizamos para articular los sonidos. Este tracto está compuesto por la laringe, la faringe, el paladar duro, el velo del paladar (o paladar blando), la lengua, los labios y las cuerdas vocales, entre otros elementos. Los sonidos del habla se producen al expulsar el aire de los pulmones a través de estas estructuras, modificando el flujo de aire mediante pequeños cambios en la posición de la lengua, los labios o las cuerdas vocales. De esta manera, es posible generar una asombrosa variedad de sonidos.

Cuando hablamos, no somos conscientes de todos estos movimientos, pero los hacemos de manera casi automática. Cada sonido se produce cuando modificamos la posición de alguna parte de este tracto vocal, lo que da lugar a una clasificación detallada de los sonidos según el lugar y la forma en que se producen. Es por esto que es tan importante conocer cómo se produce cada sonido para poder representarlo correctamente con los símbolos del IPA.

Para clasificar los sonidos, empezamos por los dos grupos más básicos: consonantes y vocales. Probablemente ya estés familiarizado con la distinción entre estos dos tipos de sonidos. Las vocales son generalmente los sonidos más abiertos y fluidos, sin ninguna constricción significativa del flujo de aire. Los sonidos consonánticos, por otro lado, se producen cuando hay una restricción o constricción en alguna parte del tracto vocal, lo que crea fricción.

Las consonantes se pueden clasificar aún más según su lugar y su manera de articulación. El lugar se refiere a la ubicación específica dentro del tracto vocal donde se produce el sonido, como los labios (bilabiales), los dientes (dental) o el paladar (palatal). La manera de articulación describe cómo se producen esos sonidos, si se hace mediante una obstrucción completa del flujo de aire (como en el caso de las oclusivas), o mediante una obstrucción parcial que permite cierto paso del aire (como en las fricativas).

Un aspecto clave de los sonidos del habla es la "voz", que tiene que ver con si las cuerdas vocales vibran o no durante la producción de un sonido. Si las cuerdas vocales están relajadas y no vibran, el sonido es voiceless (sin voz). Si las cuerdas vocales vibran, el sonido es voiced (sonoro). Por ejemplo, cuando pronunciamos el sonido [s], como en sit, las cuerdas vocales no vibran, pero cuando pronunciamos [z], como en zit, sí lo hacen. Esta distinción entre sonidos sonoros y no sonoros es crucial no solo en inglés, sino en muchos otros idiomas.

Es necesario señalar que, en inglés, todas las vocales son sonoras. Sin embargo, no todas las consonantes lo son, por lo que prestar atención al voicing de las consonantes es especialmente importante cuando aprendemos a pronunciarlas correctamente.

Cuando nos adentramos más en la clasificación de las consonantes, vemos que se pueden describir de manera única a través de tres parámetros: su voicing (sonoro o no sonoro), su lugar de articulación y su manera de articulación. Cada uno de estos factores define cómo se produce un sonido específico. Por ejemplo, el sonido [p], como en pie, es un bilabial no sonoro, mientras que el sonido [b], como en buy, es también un bilabial, pero sonoro. Aunque ambos se producen en el mismo lugar en la boca, su diferencia radica en el voicing.

En resumen, entender cómo se producen los sonidos en una lengua implica una mirada detallada al funcionamiento del tracto vocal y una clasificación precisa de los sonidos. Esto nos permite no solo representar de manera fiel los sonidos a través del IPA, sino también comprender las sutilezas de la pronunciación en una lengua tan compleja como el inglés. A medida que avanzamos en el estudio de los sonidos, se hace cada vez más evidente que cada detalle de la producción de los sonidos, desde la posición de la lengua hasta la vibración de las cuerdas vocales, juega un papel crucial en la comunicación oral.

¿Qué es un fonema y cómo influye en la pronunciación del inglés?

La fonología del inglés no se limita a aprender a pronunciar sus sonidos, sino que también abarca entender qué variedad de un sonido usar en distintas circunstancias. Un ejemplo claro de esto sería el sonido [p], que puede pronunciarse con aspiración o sin ella, dependiendo del contexto. De igual manera, la fonología implica comprender qué variaciones de sonido son relevantes para el significado de una palabra y cuáles no lo son.

Por ejemplo, el sonido [t] en inglés tiene múltiples variaciones dependiendo de la palabra y del estilo de pronunciación. Realiza el siguiente experimento: di las siguientes palabras como lo harías en una conversación casual, prestando atención al sonido [t] en cada una: city, Latin, ton, stun. El [t] en "city" es una vibrante alveolar [ɾ]; en "Latin", es una parada glotal [ʔ]; en "stun", se pronuncia un [t] sin aspiración; y en "ton", es un [t] con ligera aspiración. En "kitten", encontramos una combinación del [t] sin aspiración y la parada glotal [tʔ]. Si transcribimos estas palabras en el alfabeto fonético, se verían así: [sIɾi], [laʔIn], [tən], [sthən] y [kɪtʔɪn]. A pesar de que todas contienen el sonido /t/, cada una tiene una variación distinta de este. En un nivel, estos sonidos son diferentes; pero en otro, son todos la misma unidad fonética, es decir, el fonema /t/.

Las variaciones de un fonema, como las de /t/ en este caso, son llamadas alófonos. Estos alófonos, aunque fonéticamente diferentes, representan una misma idea abstracta del sonido /t/ y no cambian el significado de la palabra cuando se sustituyen entre sí. La diferencia entre los alófonos y los fonemas se vuelve más clara al considerar cómo se percibe un fonema como la unidad mínima de sonido que distingue significados. Si sustituimos un fonema por otro, el significado de la palabra cambiará, pero la sustitución de un alófono por otro no produce un nuevo término.

Un fonema puede ser entendido como una representación abstracta del sonido, mientras que los alófonos son las realizaciones concretas de ese fonema. Así, la pronunciación de un fonema dependerá del contexto en el que aparece dentro de una palabra. Por ejemplo, el sonido /t/ puede sonar como [t], [ɾ], [ʔ], o [th], dependiendo de la palabra en la que se encuentra. No obstante, al decir "how do you pronounce /t/?", uno podría saber cómo se pronuncia generalmente este fonema, pero no podría precisar su forma exacta sin conocer la palabra completa.

Para diferenciar fonemas y alófonos en inglés, se utilizan pares mínimos, es decir, pares de palabras que se diferencian solo por un sonido. Un ejemplo clásico es el par "fat" y "bat", que se distinguen únicamente por el sonido [f] y [b] en la primera posición. Si cambiamos el sonido [f] de "fat" por [b], obtenemos una palabra diferente, lo que indica que los sonidos [f] y [b] son fonemas distintos. En cambio, al sustituir un alófono del fonema /t/ por otro, como en "city" pronunciado con [t] en lugar de [ɾ], el significado de la palabra no cambia.

De esta manera, los fonemas y los alófonos se distribuyen de manera contrastiva. Esto significa que los fonemas son unidades que contrastan entre sí y su distribución es impredecible, mientras que los alófonos son variaciones predecibles de un fonema. Es decir, un [t] no es un [p], pero [ɾ], [ʔ], [th] y [t] son diferentes maneras de pronunciar el mismo fonema /t/. Este principio se extiende a los demás sonidos del inglés, como los consonantes [w], [d], [θ], [g] y muchos otros.

En inglés, algunas combinaciones de sonidos pueden parecer similares, como [θ] y [ð], pero se trata de fonemas diferentes. La distinción entre estos dos se puede verificar mediante pares mínimos, como "thy" y "thigh", donde el cambio de [ð] en "thy" a [θ] en "thigh" cambia el significado de la palabra, confirmando que son fonemas distintos. Otros ejemplos incluyen los sonidos [n] y [ŋ], que se distinguen en pares como "thin" y "thing", o "sin" y "sing", lo que muestra que estos también son fonemas separados.

Este análisis se aplica igualmente a las vocales del inglés, que también forman parte de este sistema. A través de pares mínimos como "beet" y "bit", "bet" y "bait", se demuestra que fonemas como /i/, /I/, /ɛ/, /e/, /æ/, /ə/, /u/, /o/, /aw/ y /ay/ son fonemas separados.

La importancia de entender estos principios radica en que, si bien a menudo las letras pueden ser engañosas, el análisis fonológico nos permite comprender cómo los sonidos interactúan para dar forma a las palabras y su significado. En algunos casos, como el [ɾ], que puede ser un alófono tanto del fonema /t/ como del fonema /d/, esta comprensión se vuelve esencial para evitar confusiones en la pronunciación y en la interpretación de los significados de las palabras.

¿Cómo comprendemos las intenciones detrás del lenguaje cotidiano?

El lenguaje no solo se utiliza para informar; también es una herramienta poderosa para realizar acciones. Al hablar, no solo comunicamos hechos o ideas, sino que llevamos a cabo actos específicos que tienen implicaciones más allá del significado literal de las palabras. Estos actos se conocen como actos de habla, y son fundamentales para entender la interacción diaria.

Los actos de habla son acciones realizadas a través del lenguaje. A menudo, pensamos en el lenguaje simplemente como un medio para informar a otros, pero en realidad, cuando hablamos, estamos haciendo mucho más: podemos estar en desacuerdo, aceptando, amenazando, sugiriendo, recordando, aconsejando, prometiendo, saludando, despidiéndonos, pidiendo disculpas, halagando, mintiendo, intimidando, coqueteando, respondiendo, insultando, entre otros. Todos estos son ejemplos de actos de habla. Sin embargo, no todo lo que hacemos con palabras constituye un acto de habla. Por ejemplo, pedir prestado algo no es un acto de habla en sí mismo; solo se convierte en uno cuando se realiza la acción de pedir algo en préstamo. De manera similar, el sentimiento de gratitud no es un acto de habla por sí mismo; es la expresión verbal de ese sentimiento lo que constituye el acto de habla.

Cada acto de habla tiene tres componentes esenciales: locución, ilocución y perlocución. La locución hace referencia a la forma del acto de habla, es decir, a las palabras exactas que se pronuncian, escriben o señalan. La ilocución es la intención del hablante al emitir el acto de habla; en otras palabras, es lo que el hablante quiere lograr con sus palabras. Finalmente, la perlocución es lo que el oyente entiende o hace como resultado del acto de habla; en términos sencillos, es la interpretación del oyente.

La distinción entre locución e ilocución se puede ilustrar con el siguiente ejemplo: "¿Podrías sostener esto por mí?" La locución de esa frase es una pregunta, que podría responderse con un simple sí o no. Sin embargo, la ilocución, o la intención pragmática, es una solicitud de acción: el hablante quiere que el oyente sostenga el objeto. La respuesta "sí" o "no" por sí sola no sería suficiente en este caso, porque la intención subyacente es realizar una acción, no solo obtener una respuesta afirmativa o negativa.

Es importante notar que la perlocución no siempre coincide con la ilocución. Muchas veces, lo que el oyente entiende de una expresión puede ser diferente de la intención del hablante. Este tipo de desajuste es frecuente y puede originar malentendidos, o incluso ser la base de muchos chistes, como se muestra en el ejemplo de figuras cómicas en los diálogos.

Además, una misma locución puede cumplir múltiples funciones. Un caso claro de esto es el uso de frases aparentemente sencillas como "Oh, sí", que pueden tener distintas intenciones pragmáticas, como estar de acuerdo, sorprenderse, o incluso mostrar sarcástico acuerdo. Por otro lado, cualquier ilocución puede expresarse mediante diferentes locuciones, es decir, podemos pedir lo mismo de muchas maneras distintas. Por ejemplo, para pedir que nos pasen la sal en la mesa, podemos decir: "¿Podrías pasarme la sal?", "¿Me pasas la sal?", "¿Puedes darme la sal?", "¿Te importaría pasarme la sal?", entre otras. Todas estas frases tienen la misma ilocución, pero difieren en su forma.

Este fenómeno también ocurre con expresiones que, a primera vista, podrían no parecer solicitudes. Por ejemplo, si alguien dice "Esta comida necesita sal" mientras está cenando, ¿cómo interpretamos la intención detrás de la frase? Podría ser una queja, una solicitud indirecta, o simplemente una evaluación del sabor de la comida. Aquí entra en juego una herramienta clave en la interpretación de actos de habla: el principio cooperativo y las máximas de conversación.

El principio cooperativo se basa en la suposición de que los hablantes intentan cooperar en sus interacciones. Este principio se expresa mediante cuatro máximas que guían nuestra comprensión de las conversaciones cotidianas. La máxima de cantidad indica que esperamos que los hablantes proporcionen la cantidad justa de información, ni más ni menos. La máxima de relevancia nos lleva a esperar que las intervenciones en una conversación sean pertinentes al contexto. La máxima de manera nos sugiere que los hablantes deberían expresarse de forma clara y ordenada, evitando vaguedades o confusión. Finalmente, la máxima de calidad estipula que esperamos que los hablantes digan lo que creen que es cierto y lo hagan con una base razonable.

Aunque estas máximas no siempre se cumplen al pie de la letra, nos ayudan a interpretar y comprender las interacciones incluso cuando no se siguen estrictamente. Por ejemplo, en una conversación, si alguien dice "Estoy en el teléfono" cuando se le informa de que alguien está en la puerta, su respuesta parece violar la máxima de relevancia, ya que no parece tener relación directa con la situación. Sin embargo, el oyente (en este caso, George) utiliza su conocimiento implícito de las máximas de conversación y el contexto para comprender que Martha no está haciendo una observación sobre el teléfono, sino informando de que no puede atender la puerta en ese momento. En este tipo de interacciones, nuestras expectativas de los demás nos ayudan a llenar los vacíos de la información y a interpretar el significado de lo que se dice, incluso cuando no se sigue de manera perfecta el principio cooperativo.

Es fundamental recordar que los actos de habla y las máximas de conversación no solo nos ayudan a comunicarnos de manera eficiente, sino que también nos permiten manejar situaciones en las que el lenguaje no sigue las normas establecidas. Cuando las máximas se violan, no necesariamente significa que haya un malentendido o un error. A menudo, las violaciones de estas máximas pueden tener un propósito estratégico, como suavizar una crítica o manejar una situación incómoda. En tales casos, la interpretación depende tanto de la percepción del oyente como de la habilidad del hablante para gestionar el contexto comunicativo.

¿Cómo nacen y desaparecen los idiomas?

El proceso de nacimiento y extinción de las lenguas, al igual que otros fenómenos humanos, está marcado por complejidades históricas, sociales y culturales que a menudo nos pasan desapercibidas. Al viajar por el mundo, es común encontrar personas que, incluso en los rincones más remotos, hablan inglés. Esta globalización del idioma es solo una manifestación de un proceso mucho más amplio: el origen, expansión y desaparición de las lenguas. Aunque la lengua que hablamos hoy puede parecer algo permanente, las lenguas, como los pueblos que las hablan, también tienen una vida finita.

En un mundo con más de 7,000 lenguas vivas, los linguistas calculan que en tiempos antiguos existieron hasta 10,000 lenguas. ¿Qué sucedió con las demás? ¿Cómo nacieron estas lenguas y cómo desaparecieron? Estas preguntas, aunque parezcan lejanas, tienen implicaciones profundas en el entendimiento de nuestra evolución como especie.

Desde el punto de vista lingüístico, la existencia de las lenguas puede rastrearse hasta los primeros Homo sapiens, hace entre 150,000 y 200,000 años, cuando nuestros antepasados comenzaron a migrar desde África. El lenguaje, como fenómeno cultural, no surgió de manera instantánea; los lingüistas se dividen entre dos teorías principales sobre su origen. La teoría de la discontinuidad sugiere que el lenguaje humano apareció de golpe debido a una mutación genética, mientras que la teoría de la continuidad postula que surgió de sistemas de comunicación más simples en nuestros antepasados primates, tales como gestos y señales vocales.

Más allá de estas teorías, los estudios sugieren que el lenguaje pudo haberse originado a partir de diversas fuentes. Algunos investigadores creen que el lenguaje pudo haber evolucionado de los sonidos vocales entre madres e hijos, de los gritos animales, o incluso de las señales gestuales. De hecho, existe la hipótesis interesante de que el lenguaje emergió cuando los grupos humanos crecieron tanto que el "acicalamiento manual" (una práctica social común entre los primates) ya no era suficiente para mantener la cohesión grupal, por lo que comenzaron a usar señales vocales, que eventualmente se convirtieron en el lenguaje.

Cuando los seres humanos comenzaron a emigrar fuera de África, no solo llevaron consigo su cultura y tecnología, sino también sus lenguas, extendiéndolas por todo el mundo. Aunque no tenemos registros escritos de esas primeras lenguas, los lingüistas postulan la existencia de un "proto-mundo", una lengua original de la cual habrían derivado todas las lenguas actuales. Sin embargo, este concepto es debatido, pues algunos creen que las lenguas humanas podrían tener múltiples orígenes.

Al hablar de la expansión de las lenguas, es crucial entender que no son solo las lenguas las que se expanden, sino los pueblos que las hablan. La migración humana ha sido una fuerza impulsora detrás de la difusión de idiomas. A medida que los grupos de personas se movían hacia nuevos territorios, sus lenguas no solo se establecían, sino que también cambiaban, adaptándose a nuevos contextos y contacto con otros idiomas. Esta adaptación continua a lo largo del tiempo ha dado lugar a la formación de familias lingüísticas, como la familia indoeuropea, que incluye idiomas tan variados como el latín, el griego, el hindi y el inglés.

La familia indoeuropea, por ejemplo, se conoce por haber evolucionado de una lengua común, un hecho que fue inicialmente propuesto por Sir William Jones en 1786, al observar similitudes entre el sánscrito, el latín y el griego. Este descubrimiento sentó las bases para la identificación de una serie de lenguas que comparten una raíz común. Sin embargo, no todas las lenguas tienen una historia documentada tan clara. Muchas lenguas ancestrales no dejaron vestigios escritos, lo que plantea un desafío para los lingüistas al tratar de reconstruir estas familias lingüísticas. A pesar de las dificultades, se han logrado identificar y reconstruir algunas de estas familias mediante el análisis comparativo de vocabulario y estructura gramatical, un proceso que ha revelado las complejas relaciones entre las lenguas y sus hablantes a lo largo de miles de años.

Pero el estudio de las lenguas no solo se limita a su origen y expansión. La extinción de las lenguas, que ocurre de manera mucho más rápida de lo que solemos percibir, es un fenómeno igualmente crucial. Actualmente, muchas lenguas están en peligro de desaparecer debido a la globalización y la homogeneización cultural, lo que lleva a la desaparición de lenguas minoritarias y a la consolidación de lenguas dominantes, como el inglés, el español o el chino mandarín. Las lenguas que desaparecen no solo pierden su valor como medios de comunicación, sino que también arrastran consigo conocimientos, tradiciones y formas de pensar que se han desarrollado a lo largo de siglos o milenios.

Es fundamental reconocer que las lenguas son mucho más que simples herramientas de comunicación. Son vehículos de cultura, identidad y visión del mundo. La pérdida de una lengua no es simplemente un cambio en la forma en que se habla, sino también en cómo se ve y se entiende el mundo. Además, las lenguas minoritarias a menudo contienen estructuras gramaticales y vocabularios únicos que pueden ofrecer perspectivas inéditas sobre la cognición humana y el pensamiento.

Hoy en día, muchos esfuerzos se están llevando a cabo para preservar lenguas en peligro de extinción, desde iniciativas de revitalización lingüística hasta el uso de tecnología para documentar y enseñar lenguas minoritarias. Estos esfuerzos son cruciales no solo para la conservación de las lenguas en sí, sino también para preservar las culturas que las utilizan. Sin embargo, mientras algunas lenguas están siendo revitalizadas, otras siguen desapareciendo a un ritmo alarmante.

Las lenguas nacen, se expanden y, eventualmente, pueden desaparecer. Este ciclo refleja la naturaleza dinámica de las sociedades humanas, siempre cambiantes y adaptativas. Comprender el proceso de nacimiento y extinción de las lenguas no solo nos permite entender mejor nuestra historia y evolución, sino también apreciar la riqueza cultural que cada lengua aporta al mundo.