En las elecciones presidenciales y otros procesos electorales en Estados Unidos, especialmente en estados como Georgia, se han denunciado múltiples casos de supresión del voto que afectan principalmente a comunidades afroamericanas y minoritarias. En 2018, Stacey Abrams, candidata demócrata a gobernadora de Georgia, denunció que más de 50,000 votantes negros fueron víctimas de fraude relacionado con el registro electoral. Esto ocurrió bajo la supervisión de Brian Kemp, entonces secretario de estado y candidato republicano a gobernador, quien bloqueó temporalmente miles de registros de votantes nuevos y promovió la eliminación de personas consideradas votantes poco frecuentes. La situación despertó críticas éticas profundas y llevó a Abrams a crear la organización “FairFight2020.org”, cuyo objetivo es garantizar el acceso universal al registro electoral, la accesibilidad a los centros de votación y el conteo correcto de todos los votos. Esta práctica de supresión es un síntoma alarmante del deterioro democrático y de los derechos humanos en la nación.
Aunque Estados Unidos sigue siendo clasificado como un país “libre” por Freedom House, con una puntuación global de 86 sobre 100, esta calificación ha experimentado una caída considerable en la última década, reflejando el desgaste de sus instituciones democráticas. Este deterioro se manifiesta en la manipulación partidista de procesos electorales, la parcialidad y disfunción en el sistema de justicia penal, políticas migratorias controversiales y el aumento de desigualdades económicas y políticas. En comparación con otras democracias consolidadas, Estados Unidos muestra un retroceso que debería preocupar a cualquier observador comprometido con la defensa de la democracia y los derechos civiles.
Una de las áreas más críticas y polémicas es la política migratoria, particularmente en la frontera sur. La gestión de la migración ha polarizado a la sociedad estadounidense, con discursos que varían entre quienes ven a Estados Unidos como tierra de acogida histórica para los refugiados, y quienes abogan por una postura estricta y restrictiva. Durante la presidencia de Donald Trump, se intensificaron las medidas para evitar el cruce ilegal, incluyendo la separación de miles de niños migrantes de sus familias, muchos de los cuales permanecen en centros de detención sin identificación clara o contacto con sus progenitores. Estas políticas han sido denunciadas como inhumanas y abusivas, llegando a ser calificadas por organismos internacionales como la ONU como comparables a formas de maltrato infantil. La administración Trump defendió estas prácticas bajo el argumento de mantener la seguridad y el orden en la frontera, negándose a ceder ante las críticas.
Los centros de detención de estos menores tienen una carga histórica simbólica significativa, ubicándose en instalaciones con antecedentes de encarcelamiento masivo, como Fort Sill en Oklahoma, que albergó a líderes indígenas y posteriormente a japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Comparar estas condiciones con los campos de concentración del Holocausto ha generado polémica, pero sí es un hecho que refleja una tradición histórica de encarcelamiento masivo de grupos vulnerables. En un país que se proclama líder mundial en democracia, es fundamental reconocer que los derechos humanos deben protegerse incluso para aquellos que no son ciudadanos y que ingresan al país por vías legales o ilegales.
Desde el punto de vista económico, la narrativa de que Estados Unidos está “lleno” carece de fundamento. La economía nacional depende en gran medida del trabajo migrante, especialmente en sectores que requieren mano de obra poco especializada y que contribuyen al crecimiento y funcionamiento de numerosas industrias. Aun el propio Trump admitió que muchas empresas necesitan trabajadores migrantes para sostener su producción. Por lo tanto, el rechazo absoluto a la inmigración no solo es éticamente cuestionable, sino también contradictorio con las necesidades económicas del país.
Además de los problemas relacionados con la supresión del voto y la política migratoria, Estados Unidos enfrenta un aumento preocupante del antisemitismo, evidenciado en ataques violentos a comunidades judías, y expresiones de racismo y odio promovidas por figuras públicas. Estos fenómenos agravan aún más el contexto de deterioro democrático y ponen en jaque los valores fundamentales de libertad, igualdad y respeto a los derechos humanos.
Es esencial comprender que la erosión de la democracia no ocurre únicamente por grandes actos visibles, sino también por la acumulación de prácticas sistemáticas que restringen la participación ciudadana, vulneran derechos fundamentales y perpetúan desigualdades. La defensa de una democracia saludable requiere reconocer y afrontar estas problemáticas con honestidad y compromiso, entendiendo que la justicia electoral, el respeto a los derechos humanos de todas las personas, incluyendo migrantes y minorías, y la lucha contra la discriminación son pilares inseparables del verdadero estado democrático.
¿Cuál es el valor real de la educación superior en términos económicos y sociales?
Los datos estadísticos de Estados Unidos en 2017 evidencian de manera contundente que el nivel educativo está estrechamente ligado a las ganancias económicas y a la estabilidad laboral. Según el informe del Bureau of Labor Statistics, las personas con grados doctorales o profesionales obtienen ingresos semanales que triplican a aquellos que no completaron la educación secundaria. Los individuos con al menos una licenciatura superan ampliamente la mediana de ingresos semanales para todos los trabajadores, que se situó en $907.
Este fenómeno no solo se traduce en mayores ingresos, sino también en una disminución significativa de las tasas de desempleo. Por ejemplo, los que poseen un doctorado o un grado profesional enfrentaron una tasa de desempleo de apenas 1.5%, mientras que quienes no tienen diploma de secundaria alcanzaron un 6.5%. Esta diferencia no solo afecta al individuo, sino que repercute en la economía general de la sociedad. El desempleo reduce el poder adquisitivo y, en consecuencia, la demanda de bienes de consumo, lo que afecta negativamente a las economías capitalistas que dependen del consumo interno.
Además, el nivel de educación influye en el tipo de campo académico y, por ende, en la remuneración inicial. Los mejores salarios de inicio para graduados con licenciatura se encuentran en las disciplinas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). La ingeniería petrolera lidera con un salario promedio inicial de $97,689, seguida por diversas ramas de ingeniería y ciencias aplicadas. No sorprende que las ciencias sociales y humanidades no aparezcan entre los campos con mayores ingresos iniciales, reflejando una demanda económica muy marcada por el mercado laboral.
La promoción y el fortalecimiento de la educación STEM se ha convertido en una estrategia federal, con planes que buscan garantizar acceso continuo y de calidad a estos estudios, reconociendo la importancia de preparar a la población para un mundo cada vez más tecnológico y competitivo.
Sin embargo, el valor de la educación superior trasciende lo económico. Su verdadera misión incluye el desarrollo del conocimiento intelectual y de habilidades críticas en los estudiantes. El intelecto se define como la capacidad de comprender objetivamente mediante la razón, alejándose de respuestas basadas en emociones o deseos subjetivos. La educación superior cultiva este intelecto, promoviendo la comprensión de conceptos abstractos y teorías complejas, indispensables para el avance del conocimiento y el pensamiento profundo.
En paralelo, las universidades tienen la responsabilidad de formar en el pensamiento crítico. Este se ha tornado crucial en la era digital, donde la información abundante, pero a menudo falsa o sesgada, inunda los canales de comunicación. La habilidad para analizar, evaluar y verificar datos es fundamental para evitar la manipulación y la difusión de desinformación. Sin esta capacidad, el público se vuelve vulnerable a creencias erróneas y prejuicios sin fundamento. Por ello, el fomento del pensamiento crítico no solo beneficia al individuo, sino que fortalece el tejido social y democrático.
Es esencial comprender que la educación superior, más allá de la preparación para un empleo, debe ser vista como una herramienta para el crecimiento integral de la persona y de la sociedad. La posibilidad de acceder a un nivel de vida más confortable es solo una parte de su impacto. La formación intelectual y crítica permite a los ciudadanos participar activamente en sociedades complejas, afrontar desafíos de manera razonada y contribuir al desarrollo cultural y científico.
La inversión en educación, especialmente en aquellas áreas que fomentan el pensamiento riguroso y la comprensión profunda, es, por lo tanto, una inversión estratégica para cualquier nación. A medida que el mundo enfrenta retos globales como la crisis climática, las transformaciones tecnológicas y las dinámicas sociales cambiantes, la capacidad de razonar, cuestionar y aprender continuamente será un recurso invaluable.
La educación superior no solo eleva el nivel económico de los individuos, sino que impulsa la innovación, la cohesión social y la resiliencia ante la incertidumbre. Es, en suma, un pilar fundamental para el progreso sostenible y equitativo.
¿Cómo la astrología y otras pseudociencias influyen en la percepción de la realidad humana?
La astrología, como sistema de creencias, ha sido una constante en la historia humana desde hace más de cuatro mil años. Originada por los babilonios en el segundo milenio a.C., su primera función era predecir las estaciones y el clima. Con el tiempo, la astrología fue adoptada por otras civilizaciones, como los chinos, y se transformó en una forma de adivinación celestial. A pesar de que carece de validez científica, la astrología sigue siendo popular. Hoy en día, se estima que en los Estados Unidos existen cerca de diez millones de astrólogos, y cada vez son más las universidades que incorporan la astrología en sus programas académicos (McCarthy 2018:6). La fascinación por esta práctica parece haberse intensificado, hasta el punto en que figuras políticas, como el presidente Ronald Reagan, recurrían a astrólogos para tomar decisiones importantes, como se evidencia en su relación con la astróloga Joan Quigley (Associated Press 2014). La astrología, entonces, no solo es vista como una forma de entretenimiento, sino que también se posiciona como una supuesta guía para la toma de decisiones vitales.
Una de las claves para entender la permanencia de la astrología, y otras pseudociencias, radica en el hecho de que estas prácticas ofrecen consuelo o certeza en un mundo impredecible. Las personas buscan respuestas que les otorguen una sensación de control sobre su destino, algo que la ciencia, en su naturaleza objetiva y empírica, a menudo no puede proporcionar. Esta necesidad de certezas más allá de lo verificable es el caldo de cultivo para que florezcan creencias que carecen de fundamento científico.
La clarividencia, otro tipo de pseudociencia, es otro ejemplo de la búsqueda de respuestas fuera del alcance de la razón y la ciencia. Derivado del francés "clair" (claro) y "voyance" (visión), este fenómeno se refiere a la capacidad de obtener información a través de la percepción extrasensorial. Según Chauran (2014), la percepción psíquica implica recibir información a través de sentidos distintos a los tradicionales. A menudo, quienes afirman poseer habilidades de clarividencia se presentan como intermediarios entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Los médiums, como se les denomina, aseguran tener la capacidad de contactar a los difuntos, proporcionando consuelo a los familiares en duelo. Sin embargo, este fenómeno se encuentra rodeado de controversias, ya que la explotación de personas vulnerables emocionalmente por parte de estafadores que se hacen pasar por médiums es una realidad común. El fraude y la manipulación emocional son características que persisten en este tipo de prácticas.
El futurismo, la lectura de cartas, los horóscopos y otras técnicas adivinatorias han sido una constante a lo largo de la historia. En la antigüedad, las personas recurrían a adivinos o videntes en busca de orientación sobre su futuro. En Rusia, por ejemplo, era común que las familias asistieran a sesiones de adivinación tras los servicios religiosos, utilizando estos encuentros como una forma de entretenimiento y de fortalecer los lazos comunitarios (Touchkoff 1992). En la actualidad, la adivinación sigue siendo una forma popular de entretenimiento, aunque en muchos lugares del mundo, como en algunos estados de los Estados Unidos, está regulada por la ley. En Nueva York, por ejemplo, la adivinación es ilegal a menos que se aclare explícitamente que se trata de una actividad para fines de entretenimiento. Esta regulación se debe al hecho de que la adivinación carece de fundamento científico y se basa en prácticas que no son verificables.
El psicokinesis, o telequinesis, también es un fenómeno que pertenece al ámbito de las pseudociencias. Se entiende como la capacidad de mover objetos físicos utilizando solo la mente. A pesar de que los testimonios de personas que afirman haber experimentado fenómenos de este tipo son numerosos, no existe evidencia científica que valide esta habilidad. A menudo, las personas que se consideran poseedoras de estas facultades desafían las leyes físicas tal y como las entendemos. Sin embargo, como argumenta Hawking (2018), estos fenómenos no deben verse como una violación de las leyes físicas, sino como una revelación de que estas leyes son meramente conceptos intelectuales. Sin embargo, la falta de evidencia empírica y la incapacidad para reproducir estos fenómenos en condiciones controladas relegan al psicokinesis al ámbito de la pseudociencia.
La pseudociencia, en general, se caracteriza por su promesa de respuestas fáciles y concluyentes a preguntas existenciales, algo que la ciencia, con su metodología rigurosa y sus límites en la verificación, no puede ofrecer de la misma manera. La popularidad de prácticas como la astrología, la clarividencia, la adivinación y el psicokinesis se debe, en parte, a la búsqueda humana de certezas en un mundo incierto. A menudo, estas creencias se presentan como alternativas más accesibles, inmediatas y satisfactorias que la ciencia, con su enfoque analítico y crítico. Sin embargo, es importante comprender que, al igual que la astrología, estas prácticas no deben tomarse como un sustituto de la razón y el pensamiento crítico, sino más bien como un reflejo de las necesidades emocionales y espirituales de quienes buscan consuelo en el misticismo.
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