El apoyo a Donald Trump en las elecciones de 2016 ha sido ampliamente debatido, tanto en términos de los perfiles demográficos de sus votantes como de las características psicológicas y actitudinales que impulsan esta preferencia política. El análisis de estas variables no solo revela una visión más matizada sobre quiénes fueron sus seguidores, sino también sobre qué los motivó realmente a optar por él como su candidato, más allá de los elementos superficiales.

En cuanto a la demografía, la narrativa popular ha tendido a presentar un perfil homogéneo de los votantes de Trump como un bloque de blancos, rurales, sin educación universitaria. Sin embargo, los datos muestran una realidad más compleja. Según un estudio de Pew, la proporción de votantes de Trump que eran blancos sin título universitario no aumentó significativamente en comparación con otras elecciones recientes. En 2016, este grupo representaba el 63% de los votantes de Trump, mientras que en 2004, por ejemplo, el 61% de los votantes de George W. Bush pertenecían a este segmento. Así, la caracterización de los votantes de Trump como un colectivo nuevo y radicalmente distinto carece de base empírica si se considera el panorama político de los últimos años.

Además, la idea de que los hombres blancos sin educación universitaria fueron la base principal del apoyo a Trump no es del todo correcta. Aunque este grupo representó un porcentaje significativo (33%), los votantes de Trump también incluían una proporción considerable de mujeres, personas no blancas y votantes con educación universitaria. De hecho, dos tercios de los votantes de Trump en 2016 no encajaban en el perfil de hombre blanco sin título universitario. Esto sugiere que los factores que determinan el voto por Trump son más complejos que la simple demografía.

Sin embargo, aunque el análisis demográfico puede proporcionar una visión general, las correlaciones entre los rasgos demográficos y las preferencias políticas no deben interpretarse de manera determinista. Es decir, que una persona sea parte de un grupo demográfico determinado no significa que necesariamente compartirá las actitudes políticas de ese grupo. Otros factores, como el lugar de residencia, la comunidad religiosa y las decisiones educativas, influyen en la formación de las actitudes políticas. Los individuos que eligen vivir en áreas rurales y pequeñas comunidades pueden sentirse más atraídos por figuras políticas como Trump, independientemente de su nivel educativo. Las preferencias de estilo de vida, las decisiones sobre educación y las inclinaciones psicológicas juegan un papel importante en las elecciones políticas.

La investigación de los sociólogos David Norman Smith y Eric Hanley pone en evidencia que la influencia de la demografía sobre el apoyo a Trump se desvanece cuando se controla por la ideología. Esto sugiere que la atracción hacia Trump está más vinculada a actitudes y creencias ideológicas que a las características demográficas per se. El apoyo a Trump parece estar más relacionado con actitudes conservadoras y, en muchos casos, con actitudes que favorecen el orden, la estabilidad y la simplicidad, características típicas de la derecha política.

Para entender mejor las actitudes que subyacen en el apoyo a Trump, es útil considerar las características psicológicas que han sido asociadas con el conservadurismo. Según los psicólogos, los conservadores tienden a exhibir rasgos como dogmatismo, intolerancia a la ambigüedad, y una preferencia por la simplicidad y el orden. Además, se asocian con un mayor miedo a las amenazas y una visión del mundo como un lugar peligroso. Estos rasgos, aunque no exclusivos de los votantes de Trump, están claramente presentes en su base de apoyo.

Estudios realizados por el psicólogo John Jost en 2003 han identificado varios rasgos que tienden a ser más prominentes en los conservadores. Estos incluyen una baja tolerancia a la incertidumbre, la preferencia por el orden y la estructura, y una mayor sensibilidad al miedo y la amenaza. Estas características coinciden con los valores y la retórica de Trump, que apela constantemente a la necesidad de restablecer el orden y la seguridad, y de proteger a Estados Unidos de lo que percibe como amenazas externas e internas. Aunque no todos los conservadores presentan estos rasgos en el mismo grado, su presencia en el electorado de Trump es innegable.

La relación entre la psicología y las actitudes políticas es compleja, pero los estudios sugieren que los votantes de Trump no solo comparten características demográficas o ideológicas comunes, sino que también muestran una predisposición psicológica hacia un tipo de liderazgo autoritario que promete restaurar el orden y la estabilidad. Los votantes de Trump tienden a ser más defensivos en cuanto a su identidad, menos abiertos a nuevas experiencias y más proclives a aceptar la autoridad como una fuente de seguridad.

El apoyo a Trump también está vinculado a actitudes específicas frente al cambio y la innovación. Los conservadores, en general, son más reticentes a aceptar nuevos desarrollos tecnológicos y sociales, prefiriendo mantener las estructuras existentes. Esta actitud se refleja en la forma en que Trump abordó temas como la inmigración, el comercio internacional y la globalización, apelando a aquellos que temen que el cambio amenace su forma de vida tradicional.

Es importante recordar que estos rasgos y actitudes no son exclusivos de los votantes de Trump, pero sí parecen ser más pronunciados entre aquellos que lo apoyan con mayor fervor. La cuestión de si estos votantes son más o menos conscientes de estos rasgos es relevante, ya que los individuos no siempre tienen plena conciencia de las motivaciones subyacentes que guían sus decisiones políticas. Sin embargo, la correlación entre estos rasgos psicológicos y el apoyo a Trump es clara, y proporciona una comprensión más profunda de las dinámicas que impulsaron su victoria en 2016.

¿Por qué algunos grupos defienden la vulnerabilidad en lugar de la seguridad?

En el ámbito político contemporáneo, el apoyo a figuras como Donald Trump no siempre se explica desde una perspectiva económica, sino que está profundamente ligado a la percepción de vulnerabilidad que sienten ciertos grupos frente a amenazas externas. Este fenómeno tiene raíces que van más allá de los intereses materiales inmediatos, apuntando a una visión más profunda de lo que significa pertenecer a un grupo o nación.

Los seguidores de Trump, por ejemplo, se oponen al gasto en bienestar no porque este afecte su economía directa, sino porque asumen que los beneficios del Estado se destinan principalmente a aquellos que perciben como "fuera del grupo", tales como minorías raciales o personas que no han demostrado su contribución a la sociedad. En contraste, cuando se trata de subsidios a los agricultores, quienes tradicionalmente forman parte de lo que consideran un "grupo interno", los mismos individuos no cuestionan el gasto gubernamental. Este tipo de actitud refleja una preocupación subyacente mucho más profunda: la defensa de lo que consideran su "cultura" o "identidad", que se ve amenazada por factores externos, ya sea por la inmigración o por políticas económicas que perciben como un ataque a su forma de vida.

Esta forma de pensar, que da preferencia a la seguridad y la protección frente a los intereses económicos inmediatos, no es exclusiva de los seguidores de Trump. Un fenómeno similar se observó con los defensores del Brexit, quienes, a pesar de ser conscientes de las consecuencias económicas adversas que podrían derivarse de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, decidieron sacrificar sus propios intereses financieros por la preservación de su identidad nacional frente a lo que veían como una invasión cultural y económica proveniente de fuera.

La razón de fondo de estas actitudes está relacionada con lo que se puede llamar una "orientación securitaria", un enfoque psicológico que coloca la seguridad por encima de otros intereses, como el económico. Este tipo de perspectiva se caracteriza por un temor profundo a la vulnerabilidad, que genera una disposición a priorizar la protección de la comunidad sobre el bienestar individual inmediato. La identificación con una cultura o nación se vuelve central, y los que se perciben como "forasteros" o "amenazas" deben ser enfrentados, a menudo incluso a costa de los propios intereses materiales.

Pero la cuestión es aún más compleja. A lo largo de la historia, los seres humanos han tenido que lidiar con la tensión entre los "internos" y los "externos". Desde los tiempos de las bandas semi-nómadas, donde los conflictos entre grupos rivales eran una constante, la vigilancia ante las amenazas externas se volvió una cuestión de supervivencia. Sin embargo, esta necesidad de protección no siempre fue unitaria. Si bien las amenazas externas eran un peligro real, las comunidades humanas también debían lidiar con las amenazas internas, como los líderes poderosos o las jerarquías internas que podían ser igual o más peligrosas que los enemigos de fuera.

La clave para comprender la evolución de esta tensión radica en el equilibrio. Por un lado, una vigilancia excesiva ante las amenazas externas podría haber reducido las oportunidades de obtener nuevos conocimientos, ideas y recursos provenientes de otros grupos. Por otro lado, un exceso de confianza en los "internos" podría haber dado lugar a abusos de poder que, al igual que las amenazas externas, eran destructivos para la cohesión social. En este sentido, la historia humana ha sido una constante búsqueda de equilibrio entre la protección frente a los "otros" y el control de los "nuestros".

Es importante señalar que el securitarismo no se limita a una cuestión política o económica. Tiene raíces profundas en la psicología humana, una psicología que ha sido moldeada por miles de años de interacción entre grupos y la necesidad de proteger lo que se percibe como "nuestro". Esta orientación, aunque comprensible desde una perspectiva evolutiva, puede llevar a consecuencias negativas cuando se lleva al extremo, como la exclusión, la xenofobia o la violencia. Así, la tendencia a colocar la seguridad por encima de otros intereses puede resultar en un ciclo vicioso que alimenta el miedo y la desconfianza hacia aquellos que se perciben como diferentes.

A lo largo de los siglos, diferentes sociedades han abordado estas tensiones de diversas maneras. Algunas han optado por políticas inclusivas, buscando integrar a los "otros" y diluir las distinciones internas. Otras, en cambio, han enfatizado la protección y el aislamiento, y estas diferencias han sido la base de grandes divisiones políticas y sociales. La forma en que cada sociedad aborda estas tensiones tiene implicaciones profundas para su futuro, ya que afecta no solo la política y la economía, sino también la cohesión social y la identidad colectiva.

El securitarismo, como fenómeno psicológico y político, sigue siendo relevante en el mundo moderno, especialmente cuando se habla de movimientos populistas o nacionalistas. La necesidad de sentirse seguro, unido y protegido frente a amenazas externas sigue siendo un motor poderoso en la política contemporánea, y los líderes que apelan a estos sentimientos pueden movilizar grandes masas de personas dispuestas a sacrificar ciertos beneficios personales en favor de lo que perciben como el bien mayor de la seguridad y la estabilidad nacional.