La política exterior de Donald Trump hacia Irán se centra en tres pilares fundamentales: el aislamiento, las sanciones y un enfoque unilateral. Esta estrategia no solo define la postura de Estados Unidos ante Irán, sino que también impacta en su relación con otros actores internacionales, como Europa y China.

El primer pilar, la contención, se refiere a la estrategia de limitar la influencia iraní en el Golfo Pérsico. En este sentido, Estados Unidos se apoya en sus aliados estratégicos en la región: Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos e Israel, que comparten el objetivo de frenar la expansión de Irán. La contención se convierte así en un tema geopolítico central, en el cual la coalición anti-Irán de Estados Unidos se enfrenta a lo que se denomina el bloque pro-Irán, apoyado por Rusia. Este enfoque busca evitar que Irán se convierta en una amenaza regional capaz de alterar el equilibrio de poder en el Medio Oriente.

El segundo pilar es el de las sanciones económicas, que Trump utiliza como herramienta principal para presionar a Irán. Estas sanciones no solo atacan la estabilidad económica del país, sino que también envían un mensaje directo a las empresas y gobiernos internacionales que mantienen relaciones comerciales con Teherán. El gobierno de Trump ha mostrado su determinación de desmantelar la infraestructura económica de Irán, en particular su programa de misiles balísticos, mediante una serie de restricciones que dificultan cualquier negocio que implique a la Guardia Revolucionaria Islámica (I.R.G.C.). La estrategia es clara: si no se puede derrocar a un gobierno a través de la fuerza militar, se recurre a la desestabilización económica.

Dentro de este enfoque, Trump ha priorizado un modelo de guerra económica, un concepto central en su administración. De hecho, uno de sus principales objetivos ha sido imponer el nivel más alto de sanciones económicas posible a Irán, incluyendo la presión sobre las empresas europeas para que no mantengan acuerdos comerciales con el régimen iraní. Este aspecto ha generado fricciones con la Unión Europea, que sigue favoreciendo el acuerdo nuclear de 2015 y ve en Irán una oportunidad de inversión estratégica. Mientras tanto, el presidente de Estados Unidos, con su postura de "América Primero", ve a la UE como un obstáculo en su cruzada por aislar a Irán, lo que inevitablemente ha creado tensiones con los países europeos, que se han visto obligados a buscar mecanismos alternativos, como un canal de comercio humanitario que permite el intercambio con Irán sin violar las sanciones estadounidenses.

El tercer pilar de la política de Trump hacia Irán es el unilateralismo, una doctrina que ha caracterizado gran parte de su enfoque en política exterior. Para Trump, la primacía de Estados Unidos en el escenario global debe ser ejercida de forma independiente, sin la necesidad de alianzas multilaterales. Este enfoque se extiende más allá de Irán, marcando una actitud general de desdén hacia organizaciones internacionales como las Naciones Unidas o la Organización Mundial del Comercio. La creencia subyacente es que Estados Unidos debe actuar de forma autónoma, sin depender de otros actores para lograr sus objetivos globales.

La relación de Trump con la comunidad internacional, particularmente con Europa y Rusia, se ha visto deteriorada debido a su rechazo a los acuerdos multilateralistas. Mientras que algunos países europeos siguen apoyando el acuerdo nuclear de 2015 con Irán, Trump ha abandonado este tratado clave, lo que ha generado una fractura en las relaciones internacionales y un aumento en las tensiones comerciales, principalmente con las naciones de la Unión Europea. A través de esta política, Trump ha dejado claro que no está dispuesto a compartir el liderazgo mundial y que cualquier acuerdo que no beneficie directamente a Estados Unidos será considerado obsoleto.

Lo que se debe comprender es que la política de sanciones y el enfoque unilateral de Trump no solo han afectado a Irán, sino que han reconfigurado el orden mundial de una manera que plantea nuevos desafíos. Las sanciones no solo son una respuesta a las acciones iraníes, sino una manera de restablecer lo que Trump considera una "justicia comercial" en el mundo. Además, su visión de las relaciones internacionales es estrictamente transaccional, lo que implica que, para Trump, las alianzas y acuerdos internacionales deben ser beneficiosos a corto plazo para Estados Unidos. Esto ha cambiado la forma en que el país interactúa con sus aliados y adversarios, creando un clima de desconfianza y buscando siempre obtener la mayor ventaja posible.

Es esencial tener en cuenta que las sanciones a Irán, aunque efectivas en algunos aspectos, han generado repercusiones globales, afectando a economías de terceros países que intentan mantener relaciones comerciales con Teherán. La postura de Trump también ha creado un vacío en el liderazgo internacional, que ha sido aprovechado por actores como Rusia y China para posicionarse como contrapesos en la política global.

¿Es posible la caída de Pax Americana? La política exterior de Trump y sus implicaciones globales

El fin de la misión universal de Estados Unidos podría marcar el principio de una transformación en su enfoque hacia las relaciones internacionales. El complejo militar-industrial, cimentado tras la Segunda Guerra Mundial, ha justificado la necesidad de mantener una postura intervencionista. La vitalidad de desplegar tropas de manera constante en el extranjero, alimentando una economía de guerra permanente, hizo casi impensable la opción de retornar al aislacionismo. Desde la administración de Truman, los presidentes se han adherido en su mayoría a una doctrina intervencionista, buscando justificar la expansión del poder de Estados Unidos a través de una política exterior activa.

Sin embargo, con la llegada de Donald Trump al poder, se abrió un nuevo capítulo lleno de incertidumbres y contradicciones. El slogan “Hacer América grande de nuevo” no solo reveló un anhelo por restaurar el país, sino también una propuesta de desvinculación con las tradiciones hegemónicas previas. Trump prometió un cambio radical, uno que se alejara de los enfoques históricos para favorecer una política más aislacionista. A pesar de sus repetidos llamados a reducir la intervención de Estados Unidos en el extranjero, la realidad fue otra: Siria, Irak, Afganistán, Ucrania, Turquía, China y Corea del Norte se convirtieron en los nuevos blancos de su estrategia.

La política exterior de Trump es, en muchos aspectos, una representación de su estilo personal: errática, impredecible, cargada de confrontación verbal y una tendencia a crear nuevos enemigos a diario. Su falta de habilidades diplomáticas y su estilo comunicativo tan polarizado han generado tensiones internacionales que a menudo desembocan en conflictos. La ambigüedad de su enfoque aislacionista, mientras sigue ampliando la lista de naciones consideradas amenazas para Estados Unidos, da lugar a un escenario mundial de creciente incertidumbre.

El enfoque atípico de Trump ha suscitado serias preocupaciones entre analistas políticos que temen las consecuencias de una política exterior tan desestructurada. El modelo clásico que dominó durante décadas, y que guiaba a la mayoría de presidentes estadounidenses posteriores a la Segunda Guerra Mundial, ha sido desmantelado, y en su lugar, se perfila una doctrina que podría ser tanto impredecible como pragmática. En efecto, Trump parece seguir una ruta que favorece un aislamiento gradual y un unilateralismo que ha distorsionado el orden internacional establecido por Estados Unidos tras la Segunda Guerra.

Esta transformación podría tener implicaciones trascendentales. La constante disminución de la implicación estadounidense en los asuntos internacionales podría llevar al fin de la Pax Americana, dando paso a un orden mundial donde otras potencias, como China, pudieran ocupar el vacío de poder dejado por Estados Unidos. Este fenómeno no es exclusivamente una predicción de observadores externos: expertos como Fareed Zakaria ya advertían en 2011 sobre el declive de la hegemonía estadounidense, sugiriendo que el mundo estaba moviéndose hacia una realidad multipolar, donde el liderazgo estadounidense sería cada vez menos dominante. La administración Trump, con su desdén hacia las instituciones internacionales y su creciente desinterés por el liderazgo supranacional, podría estar acelerando este proceso.

En este sentido, la política exterior de Trump se ha caracterizado por la falta de una visión clara y coherente, lo que ha complicado las relaciones bilaterales y la toma de decisiones a nivel global. Aunque algunos argumentan que este enfoque podría ser la base de una nueva política exterior estadounidense, más flexible y ajustada a los intereses inmediatos del país, otros sostienen que esto podría presagiar el fin de la influencia de Estados Unidos en el escenario internacional.

Por otro lado, la expansión de la lista de enemigos, la retórica belicista y la constante amenaza de sanciones económicas pueden reflejar una estrategia más centrada en la presión económica y el poder blando que en el uso de la fuerza militar. Este enfoque podría transformar la manera en que Estados Unidos interactúa con el mundo, potenciando un nuevo tipo de diplomacia caracterizada por negociaciones económicas, acuerdos unilaterales y, tal vez, una menor intervención directa en conflictos internacionales.

Este giro hacia el unilateralismo y el aislamiento no está exento de riesgos. Mientras algunos lo ven como una forma de revitalizar la posición de Estados Unidos como un actor principal, otros advierten que podría conllevar el retroceso de su influencia en el orden global. En un mundo cada vez más interdependiente, la retirada de Estados Unidos de sus compromisos internacionales podría dar pie a una mayor inestabilidad y al fortalecimiento de otros actores globales, lo que cambiaría el equilibrio de poder de manera irreversible.

Al final, la política exterior de Trump refleja un dilema fundamental: entre la promesa de restablecer una grandeza interna a expensas de la influencia global y la necesidad de adaptarse a un mundo donde las relaciones multilaterales y las alianzas son esenciales para afrontar desafíos globales como el cambio climático, la proliferación nuclear o las crisis humanitarias. En este contexto, lo que parecía ser una forma de evitar los conflictos innecesarios podría resultar en la pérdida de la capacidad de Estados Unidos para influir decisivamente en el futuro de la humanidad.