La economía heterodoxa ha sido una corriente académica fundamentalmente crítica con las teorías convencionales de la economía neoclásica, pero, en lo que respecta a los problemas medioambientales, su tratamiento ha sido, en el mejor de los casos, marginal. Esto se evidencia en la escasa atención que las escuelas heterodoxas, a pesar de su diversidad, le han prestado a cuestiones tan urgentes como el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. De hecho, se observa que las principales contribuciones a la economía heterodoxa tienden a concentrarse en áreas que poco o nada tienen que ver con la ecología, como la teoría microeconómica, la teoría macroeconómica y la historia del pensamiento económico. Este vacío en la reflexión ecológica dentro de las economías heterodoxas plantea un desafío considerable, dado que las crisis sociales y ecológicas actuales requieren urgentemente un replanteamiento de las estructuras económicas dominantes.

En Estados Unidos, por ejemplo, la economía heterodoxa ha sido identificada como una corriente de investigación con énfasis en áreas como la teoría microeconómica y la organización industrial, mientras que en los departamentos heterodoxos apenas se publica material relacionado con el medio ambiente. Esta desconexión entre la teoría económica y las crisis ecológicas actuales es profundamente inquietante. Aunque las críticas a la economía convencional son un paso importante, sin un enfoque que aborde directamente las preocupaciones medioambientales, los esfuerzos por transformar el sistema económico se ven considerablemente limitados.

Al abordar este tema, diversos estudios han señalado que la economía ecológica es una alternativa reciente que podría ofrecer una vía de integración para los economistas heterodoxos. Sin embargo, a pesar de la creciente conciencia de las crisis ecológicas, el progreso hacia una economía que combine de forma efectiva los principios de la economía heterodoxa con los retos medioambientales ha sido lento. Un análisis de volúmenes recientes sobre pensamiento heterodoxo, como Handbook of Heterodox Economics y Heterodox Economics: Legacy and Prospects, revela que la mayoría de las discusiones se centran en cuestiones que no tienen relación directa con la ecología, y cuando se abordan, se hace de manera superficial y marginal.

La exclusión del medio ambiente en la economía heterodoxa no es una característica reciente. A lo largo de las últimas décadas, las contribuciones más significativas a la reflexión ecológica dentro de la economía heterodoxa han provenido, en su mayoría, de escuelas de pensamiento específicas como la marxista, la institucionalista, la feminista y la post-keynesiana. Sin embargo, la cobertura de temas medioambientales dentro de estas corrientes ha sido, en general, escasa o fragmentada.

Dentro de la tradición marxista, la crítica al capitalismo ha sido una de las más influyentes en términos de visibilizar las contradicciones entre el sistema económico y los límites ecológicos. Los economistas eco-marxistas han contribuido significativamente a los debates sobre la explotación de los recursos naturales y la manera en que el capitalismo, en su búsqueda de crecimiento continuo, desencadena la degradación ambiental. Desde la creación de la revista Capitalism, Nature, Socialism en 1988, se han explorado enfoques radicales de la ecología social, que van más allá de la economía tradicional, tratando de vincular la lucha por la justicia social con la preservación del medio ambiente. Autores como Paul Burkett y Murray Bookchin, entre otros, han sido fundamentales en este esfuerzo, proponiendo modelos de economía que desafían las jerarquías y abogan por una economía socialmente y ecológicamente sostenible.

A pesar de los avances en algunas áreas del pensamiento heterodoxo, la conexión entre la economía ecológica y las escuelas heterodoxas sigue siendo limitada. Mientras que la economía ecológica ha tenido un auge en las últimas décadas, las contribuciones desde las principales escuelas heterodoxas siguen siendo fragmentarias. El concepto de "ecología política", que vincula la teoría económica con la política medioambiental, ha sido propuesto por algunos economistas heterodoxos como un puente potencial entre estas dos áreas del conocimiento, pero este enfoque sigue siendo marginal.

Es crucial, por lo tanto, que los economistas heterodoxos reconsideren su papel en la crisis ecológica. Al incorporar de manera más decidida los temas medioambientales en su análisis, podrían no solo enriquecer su visión crítica del capitalismo y sus estructuras, sino también contribuir de manera significativa a la búsqueda de soluciones para los problemas ecológicos que amenazan la supervivencia de las sociedades humanas.

Además, resulta indispensable que estas corrientes heterodoxas se liberen de la rigidez académica y busquen integrar enfoques interdisciplinarios, en particular, colaborando con disciplinas como la ecología, la sociología y la antropología. Solo mediante una visión más holística que reconozca la interdependencia entre los sistemas sociales, económicos y ecológicos, será posible generar respuestas adecuadas a las crisis actuales. Esta integración, lejos de diluir las críticas al sistema capitalista, podría ofrecer una base más sólida para replantear las estructuras económicas y sociales que hoy rigen el mundo, permitiendo una transición hacia un modelo más justo y sostenible.

¿Cómo entender el comportamiento humano y la ética en la economía social-ecológica?

La economía social-ecológica cuestiona la visión tradicional que concibe a los individuos como agentes aislados, racionales y exclusivamente interesados en maximizar su utilidad personal. Este enfoque ortodoxo, que se apoya en el individualismo metodológico, considera a la sociedad simplemente como la suma de individuos independientes, ignorando las complejas interacciones sociales que modelan las decisiones y comportamientos humanos. Sin embargo, la realidad social es mucho más compleja: las personas operan en contextos interdependientes, sujetos a normas, valores, instituciones y a una red de relaciones sociales que influyen y condicionan sus motivaciones y acciones.

Esta perspectiva reconoce que el comportamiento humano está fuertemente mediado por emociones, normas sociales y estructuras institucionales que no solo limitan sino que también incentivan determinados modos de actuar. En este sentido, el ser humano es un ser social que, a menudo, actúa bajo heurísticas y valores que trascienden el mero interés propio. El reconocimiento de que existen comportamientos “other-regarding” (consideración por el otro) desafía el paradigma del homo œconomicus y abre la puerta a una comprensión más rica y realista de la motivación humana, que incluye la ética y la responsabilidad social como elementos fundamentales.

La psicología social aporta un marco valioso para comprender estas dinámicas, al introducir variables como actitudes, normas subjetivas, creencias y el control percibido sobre la conducta. Estos elementos muestran que las preferencias no son fijas ni preexistentes, sino que emergen y se modifican en interacción con el entorno social e institucional. Esto implica que las motivaciones individuales están profundamente entrelazadas con el contexto social, y que la acción humana no puede entenderse sin considerar estos factores.

La importancia de las normas sociales y los comportamientos éticos es central para el funcionamiento económico. Muchas veces, el sentido de responsabilidad social puede prevalecer sobre intereses personales inmediatos, lo cual resulta incómodo para la economía ortodoxa y su ideología liberal, que tiende a reducir las relaciones sociales a simples medios para alcanzar objetivos individuales. Las normas sociales vinculan al individuo con la comunidad y las instituciones, determinando qué comportamientos se legitiman y cuáles se deslegitiman. Por ejemplo, la práctica común de trasladar costos sociales en economías capitalistas, aunque normalizada, es intrínsecamente cuestionable desde un punto de vista ético.

El valor de los motivos éticos, a menudo ignorados por economistas y psicólogos sociales, cobra relevancia en áreas como la valoración ambiental. Preferencias que niegan los trade-offs económicos o que adoptan una lógica lexicográfica muestran que las decisiones humanas no siempre se rigen por una sustitución económica simple. Estas actitudes reflejan principios éticos no utilitarios, incertidumbre fuerte o comportamientos de satisfacción que escapan a la lógica del maximizar la utilidad.

Las teorías éticas occidentales clásicas —utilitarismo, deontología y ética de la virtud— ofrecen distintas formas de comprender la racionalidad moral. El utilitarismo, asociado a Bentham, evalúa la acción correcta por sus consecuencias en el bienestar colectivo. La deontología, siguiendo a Kant, valora la acción correcta en sí misma, basándose en principios y derechos que deben ser respetados igualmente. Por su parte, la ética de la virtud se centra en el carácter y en las cualidades morales del agente, privilegiando el ser por encima del hacer.

La economía convencional ha adoptado una versión individualista del utilitarismo a través de la teoría de preferencias, suponiendo que lo que una persona prefiere es lo mejor para ella, desconectando aparentemente la ética del análisis económico. Sin embargo, esta desconexión es ilusoria, pues el análisis de costos y beneficios implícitamente asume un marco ético basado en la evaluación de consecuencias, y restringe esas consecuencias a las que pueden medirse monetariamente como reflejo de la utilidad individual. Esta reducción limita profundamente la capacidad de la economía para captar valores sociales, éticos y ecológicos que no se traducen en términos de mercado.

Entender el comportamiento humano en su dimensión social y ética es fundamental para repensar la economía como una ciencia que no solo describe el intercambio de bienes y servicios, sino que también articula la reproducción social y el bienestar colectivo. Reconocer la diversidad institucional y la multiplicidad de formas en que se satisfacen las necesidades humanas permite abrir el campo a alternativas que trascienden la lógica mercantil dominante. Solo así se podrá construir un análisis económico más completo, que integre las complejidades sociales y morales inherentes a la vida humana.

¿Qué es la monetización de la naturaleza y cómo se integra en la economía global?

Un ejemplo paradigmático de la tendencia creciente hacia la monetización de los servicios ecosistémicos es la iniciativa internacional que busca establecer un discurso dominante sobre el valor monetario bajo el título La Economía de los Ecosistemas y la Biodiversidad (TEEB). Este proyecto, con el objetivo central de "incorporar la economía de la naturaleza" en la toma de decisiones, pretende valorar económicamente todos los aspectos de los ecosistemas como proveedores de servicios. Para lograr este fin, se utiliza un proceso de valoración monetaria que, a través de técnicas como la transferencia de beneficios, busca integrar a la naturaleza en el sistema económico mediante precios de mercado.

El TEEB fue liderado inicialmente por Pavan Sukhdev, exdirector en Deutsche Bank, quien defendió la idea de que "no se puede gestionar lo que no se puede medir". Este enfoque sostiene que la incorporación de la naturaleza en las decisiones políticas y económicas se logra mejor utilizando la "monetización" de los ecosistemas, un concepto clave en esta discusión. En su visión, invertir en el capital natural puede no solo generar y proteger empleos, sino también contribuir al desarrollo económico y asegurar oportunidades económicas aún no aprovechadas, derivadas de los procesos naturales y los recursos genéticos.

En este contexto, la monetización se entiende como el proceso mediante el cual los ecosistemas y sus servicios se convierten en bienes intercambiables por pagos monetarios. La estrategia clave detrás de esta perspectiva es el uso de un lenguaje que facilita la integración de la ecología en los dominios de la economía y la contabilidad. Los ecólogos, aunque interesados en la protección de la naturaleza, han tenido que adaptarse al lenguaje económico para poder acceder al poder de decisión político. En este sentido, el término servicios ecosistémicos ha ganado gran relevancia, reemplazando conceptos científicos previamente establecidos como la estructura y función de los ecosistemas.

Esta aproximación se solidificó con la creación de una taxonomía de los servicios ecosistémicos, la cual convirtió a la naturaleza en una serie de categorías que van desde los servicios culturales y espirituales hasta los servicios de soporte ecológico. Sin embargo, a pesar de su utilidad para simplificar la comunicación y la toma de decisiones, esta clasificación es inherentemente arbitraria y reduce la complejidad de los ecosistemas a una lista de "productos" que la economía puede consumir. En este sentido, la valoración monetaria se ve como una herramienta necesaria para que los responsables políticos comprendan y aprecien el valor de la naturaleza en términos comprensibles dentro del marco económico tradicional.

En términos de cómo esto se ha aplicado, estudios como los de Costanza y Daily (1997), quienes destacaron la importancia de la valoración económica para la toma de decisiones públicas, han influido en la adopción de esta visión. A través de estos estudios, la valoración de los ecosistemas ha sido promovida como una forma de traducir los servicios naturales a un lenguaje accesible tanto para los responsables de políticas como para el público general. Un ejemplo de esto es la estimación del valor económico de la polinización agrícola por parte de insectos salvajes, calculado en unos 150 mil millones de euros, una cifra que, se espera, pueda incidir en las decisiones políticas a favor de la conservación.

Sin embargo, la visión de la naturaleza como una "mercancía" cuya existencia se justifica únicamente por sus servicios para la economía humana tiene implicaciones problemáticas. La historia muestra que una vez que se introduce una alternativa más económica, los servicios naturales, incluso aquellos previamente valorados, pueden ser fácilmente reemplazados. El ejemplo de las aves como controladoras naturales de insectos, cuyas funciones fueron sustituidas por pesticidas, ilustra cómo la valoracián económica puede fallar en la preservación real de la biodiversidad.

Además, los propios defensores de esta perspectiva pragmática de la conservación, como Sodhi y Ehrlich, advierten sobre los peligros de centrarse exclusivamente en un valor instrumental que podría no ser eficaz a largo plazo o, incluso, podría desvirtuar la verdadera esencia de la naturaleza. De hecho, esta visión instrumental de la naturaleza podría traer consecuencias negativas si no se reconoce la naturaleza intrínseca de los seres vivos, independientemente de su utilidad económica.

En este contexto, es esencial comprender que la valoración monetaria de los ecosistemas no debe ser vista como un fin en sí mismo. La discusión sobre los servicios ecosistémicos, aunque útil para facilitar la toma de decisiones políticas, no debe reemplazar la reflexión ética sobre el valor intrínseco de la naturaleza. La monetización, si bien puede ser una herramienta para asegurar la integración de los ecosistemas en las políticas económicas, no debe obviar el reconocimiento de la naturaleza como un bien que posee valor más allá de su capacidad de ser explotado en términos monetarios.

¿Cómo transformar la economía para evitar la crisis social y ecológica?

La economía tradicional está obsoleta. Los convencionalistas defienden su validez, pero la realidad demuestra lo contrario. Creer y apoyar teorías económicas que no corresponden con la realidad no solo perpetúa la crisis social y ecológica actual, sino que también genera nuevas. La economía clásica no está preparada para enfrentar los problemas que nos aquejan: las crisis sociales, ecológicas y económicas se agravan día a día, y lo peor es que las herramientas teóricas y prácticas de la economía dominante no están a la altura de los desafíos.

Los modelos económicos actuales están basados en el crecimiento constante, la competencia y la explotación, principios que están llevando a la humanidad a guerras por los recursos y una creciente desigualdad. Un cambio radical es necesario. La economía debe ser transformada profundamente desde sus cimientos, reconociendo principios fundamentales que no solo sean económicos, sino también sociales y éticos. Es fundamental un compromiso ideológico explícito y una discusión abierta sobre estos compromisos. La economía ecológica debe ser una ciencia emancipadora, crítica y realista, capaz de cuestionar las estructuras y visiones económicas dominantes.

El sistema económico actual está estructurado de tal manera que no reconoce las realidades sociales y ecológicas. Es urgente imaginar y construir economías alternativas, que sean más justas, equitativas y sostenibles. Existen diversas formas posibles de organizar la economía del futuro, desde la planificación estatal, la propiedad pública de los medios de producción, hasta economías comunitarias y cooperativas. Estas alternativas incluyen desde economías solidarias y de cuidado, hasta sistemas de ecoaldeas y empresas ecosociales, todas ellas fundamentadas en principios de reciprocidad, cooperación y sostenibilidad.

Es importante reconocer que los sistemas sociales y económicos requieren procesos reproductivos que involucran trabajo no remunerado, mantenimiento y el intercambio desinteresado, aspectos que hoy en día son sistemáticamente ignorados bajo la dominación financiera, corporativa y neoliberal. Sin embargo, este olvido de lo esencial tiene consecuencias graves, que se traducen en problemas sociales y ambientales que afectan a las comunidades globalmente. Por lo tanto, las alternativas que surjan deben ser capaces de romper con el paradigma del crecimiento económico y el mercado de precios.

La necesidad de economías alternativas y formas de provisión social no es solo un ideal, sino una urgencia. A lo largo del tiempo, los intentos por parte de los economistas ecológicos de colaborar con los paradigmas hegemónicos, justificarlos o infiltrarse en ellos, solo han logrado revoluciones pasivas que no abordan los problemas estructurales. A través de estas prácticas, se ha revalidado la economía dominante, en lugar de invalidarla, y se ha marginalizado cualquier crítica radical. Esta estrategia de “pluralismo ecléctico” ha demostrado ser ineficaz, ya que no cambia las estructuras operativas fundamentales de las economías reales.

La transformación radical y profunda que se necesita no consiste solo en cambiar las políticas, sino en crear las condiciones necesarias para sostener nuevas ideas económicas. Estas nuevas ideas deben surgir del rechazo de las teorías económicas que ya han sido probadas y rechazadas, no desde un enfoque pragmático que busque incluirlas por temor a rechazar el consenso dominante. Es más, es imprescindible reconocer que no hay nada que ganar y mucho que perder manteniendo la falsa creencia de que puede haber un diálogo fructífero con aquellos que defienden el sistema que se busca transformar.

Una nueva comprensión económica debe ser forjada, una que surja de la convergencia de diversas corrientes heterodoxas del pensamiento económico. De esta forma, la economía ecológica debe ser una ciencia crítica y realista, capaz de explicar cómo y por qué el actual modelo de producción y consumo es socialmente injusto y ecológicamente insostenible. Esta nueva economía debe estar construida sobre principios de equidad, solidaridad y sostenibilidad, y debe desarrollar una visión científica utópica que sirva de base para una transformación social y ecológica radical.

El lema que debe guiar este proceso es claro: "Solo existen alternativas". Esto no es solo una consigna, sino una llamada a la acción que debe inspirar la creación de nuevas estructuras económicas y sociales, pensadas desde una perspectiva que coloque el bienestar de las personas y del planeta en el centro de la acción económica. La emergencia de nuevas formas de organización económica y social que rompan con los paradigmas del crecimiento y del mercado basado en precios es más urgente que nunca.

¿Cómo influyen los enfoques heterodoxos en la crítica ecológica al pensamiento económico dominante?

El desarrollo de la economía ecológica como campo independiente ha estado marcado por una crítica profunda a las premisas centrales del pensamiento económico dominante, particularmente al neoclasicismo. Esta crítica no se limita únicamente a los contenidos teóricos, sino que se extiende a las estructuras institucionales del conocimiento económico, a la forma en que se legitiman ciertos discursos y se silencian otros, y a las condiciones históricas y materiales que han permitido la hegemonía del paradigma neoclásico.

Autores como Georgescu-Roegen, K. William Kapp y Nicholas Georgescu-Roegen fueron pioneros al articular una visión de la economía como subsistema del sistema ecológico mayor, en oposición a la visión neoclásica que trata al medio ambiente como un simple “sector” económico. La economía ecológica heredó también aspectos importantes de la economía institucionalista y de la tradición keynesiana, pero no desde una lógica de síntesis, sino como una convergencia crítica. Esta convergencia cuestiona tanto la metafísica del equilibrio como la racionalidad instrumental de los modelos económicos hegemónicos, y se articula con otras corrientes de pensamiento como el marxismo ecológico, el feminismo económico y la ecología política.

En este contexto, surge el pluralismo metodológico como necesidad epistémica y política. No se trata simplemente de tolerar distintos métodos, sino de reconocer que los problemas socioecológicos exigen marcos analíticos que escapen a la reducción cuantitativa y a la lógica de optimización. El pluralismo, tal como lo argumenta Hodgson, implica una apertura ontológica y epistemológica, que no puede limitarse al uso estratégico de metáforas, sino que debe abrir espacio a formas radicalmente diferentes de entender el valor, el trabajo, el crecimiento y la relación sociedad-naturaleza.

En esa línea, los trabajos de Hornborg introducen una crítica de raíz antropológica y sistémica al intercambio ecológicamente desigual, mostrando cómo las dinámicas del capitalismo global se sustentan en flujos asimétricos de energía, materiales y tiempo humano. Esta perspectiva desafía la neutralidad valorativa del análisis económico y revela el carácter político de toda economía, incluso cuando se disfraza de ciencia naturalizada. La crítica de Hornborg es clave para entender que el metabolismo socioeconómico no es simplemente una variable técnica, sino un proceso históricamente configurado por relaciones de poder.

Del mismo modo, las propuestas de Tim Jackson y Peter Victor insisten en que la sostenibilidad no puede alcanzarse a través de ajustes marginales en las políticas existentes, sino que requiere una transformación estructural del marco macroeconómico. Su modelo de economía ecológica poscrecimiento se basa en principios de estabilidad, equidad y resiliencia, alejándose de la compulsión al crecimiento perpetuo que caracteriza a la economía capitalista moderna. Este imperativo del crecimiento, tal como lo analizan, no es un fenómeno natural sino una construcción financiera e institucional, donde el crédito, la deuda y la expectativa de rentabilidad perpetúan la expansión económica a costa de la integridad ecológica.

La crítica a la valoración económica de la naturaleza ha sido otro punto nodal. Kallis y sus colaboradores subrayan que la verdadera pregunta no es si valorar o no, sino cómo construimos las categorías de valor y qué intereses se reproducen a través de estas prácticas. Valorar la naturaleza en términos monetarios puede ser útil tácticamente, pero implica también una colonización simbólica que reduce la diversidad de valores ecológicos, culturales y espirituales a una única lógica de equivalencia.

Los trabajos de Kapp son fundamentales para comprender cómo los costos sociales y ecológicos son sistemáticamente externalizados por la empresa privada, en tanto las instituciones económicas permiten y fomentan esta externalización. Su noción de “costos sociales” no se refiere solo a efectos colaterales, sino a una forma estructural de organización del sistema económico que desplaza sus impactos negativos hacia los márgenes sociales y naturales.

El entrelazamiento entre tecnología, economía y dominación se vuelve más explícito en los análisis recientes de Hornborg, quien plantea que la tecnología moderna no es neutral, sino una forma insidiosa de reorganizar las relaciones de dependencia y poder. En este sentido, la máquina no es simplemente una herramienta, sino una transformación social que permite la acumulación por desposesión. Esta tesis implica repensar las condiciones materiales de la productividad y las promesas emancipadoras del progreso técnico.

La economía ecológica, cuando se entiende en este registro crítico y pluralista, no busca simplemente reemplazar un conjunto de modelos por otros, sino cambiar las preguntas fundamentales. ¿Qué significa prosperar? ¿Cómo definimos el bienestar más allá del ingreso? ¿Qué instituciones permiten una reproducción social en armonía con los límites biofísicos del planeta?

Importa también comprender que la crítica ecológica al pensamiento económico dominante no es meramente académica. Es una intervención política que disputa el sentido común económico, los marcos de decisión pública, los lenguajes de legitimidad y las formas de imaginar el futuro. La construcción de alternativas exige tanto rigurosidad teórica como compromiso ético y político. Y sobre todo, exige abandonar la ilusión de una ciencia económica sin sujetos, sin historia, sin ecología.