La fórmula "America First" representó un cambio radical en la política estadounidense, un giro hacia el nacionalismo que desafió las bases del sistema internacional y las políticas tradicionales. Si bien el eslogan había sido históricamente asociado con movimientos fascistas en los años 30, bajo la presidencia de Donald Trump se convirtió en un pilar clave para justificar una nueva visión sobre la política exterior, económica y doméstica. La propuesta no solo ignoraba las lecciones aprendidas del orden internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial, sino que también presentaba a Estados Unidos como un país que debía poner sus propios intereses por encima de cualquier compromiso global.
En términos de política exterior, Trump sostenía que la debilidad de Estados Unidos en el escenario global era consecuencia de un exceso de internacionalismo. Según su visión, la expansión de los intereses de EE.UU. a través de alianzas y organizaciones internacionales había debilitado al país, lo que había permitido a sus enemigos, como ISIS, Irán o China, aprovecharse de esa vulnerabilidad. En lugar de reconocer los beneficios obtenidos por Estados Unidos a través de acuerdos multilaterales como la ONU o la OTAN, Trump criticaba la carga económica que suponían estos acuerdos, ya que los veía como una dilapidación de los recursos nacionales. En su retórica, el mantener una postura internacionalista solo generaba costos, tanto en términos financieros como en vidas humanas, como ocurrió con la guerra en Irak.
Una de las claves de su enfoque era la recuperación de la soberanía. Trump argumentaba que la política exterior internacionalista había limitado la capacidad de Estados Unidos de actuar según sus propios intereses. Las leyes internacionales y la opinión pública global interferían con su capacidad para tomar decisiones que, según él, deberían estar guiadas por la seguridad y el bienestar nacionales. Esto significaba una retirada de la participación en organismos internacionales, una revalorización de las políticas de defensa y un compromiso más selectivo en conflictos exteriores, bajo la premisa de que las intervenciones solo se justificarían si los intereses directos de Estados Unidos estaban en juego. Así, Trump propugnaba una política de "America First" que buscaba un Estados Unidos fuerte, decidido a actuar solo cuando fuera estrictamente necesario.
La política interna de Trump también estaba profundamente influenciada por esta lógica nacionalista. El enfoque sobre inmigración, por ejemplo, se centró en la seguridad nacional como una prioridad absoluta. Trump fue contundente al considerar a los inmigrantes ilegales, especialmente de países musulmanes o latinoamericanos, como amenazas directas a la seguridad de la nación. Bajo su mandato, se rechazó el concepto de "correctitud política" en la gestión de estos temas. En lugar de proteger la diversidad o los derechos de los inmigrantes, Trump apostó por una política de "extremo control" de fronteras, proponiendo medidas drásticas como la construcción del muro fronterizo con México y la deportación masiva de inmigrantes sin regularizar. A la vez, las medidas para combatir el terrorismo interno se endurecieron, y la práctica de "detención extrema", como el uso del agua-boarding o la permanencia de Guantánamo, fue defendida en nombre de la seguridad nacional.
En el terreno económico, "America First" significó un rechazo total a la globalización y sus efectos sobre la economía estadounidense. Trump denunció los acuerdos comerciales multilaterales, como el NAFTA, y los acusó de haber desmantelado la manufactura nacional y de haber despojado a los trabajadores estadounidenses de sus empleos. Con una visión profundamente nacionalista, Trump propuso una renegociación de todos los acuerdos comerciales internacionales que consideraba perjudiciales para los intereses estadounidenses. Este enfoque se basaba en la idea de que el comercio debe ser una herramienta para fortalecer la economía interna de un país, no un medio para fomentar la cooperación internacional.
A través de esta política, Trump prometió un resurgimiento de la industria manufacturera en EE.UU., basado en la implementación de tarifas proteccionistas y un control más estricto sobre el outsourcing de empleos. A nivel económico, la retórica de "America First" implicaba el rechazo a los acuerdos internacionales que, según Trump, habían sido impuestos por gobiernos anteriores sin tener en cuenta el bienestar de los ciudadanos estadounidenses.
Este enfoque de "America First" se caracteriza por una visión muy pragmática del poder, donde los principios de soberanía, independencia económica y militar, y la supremacía de los intereses nacionales son los pilares fundamentales. Lo que esta visión no toma en cuenta es el efecto colateral que podría tener sobre las relaciones internacionales a largo plazo, sobre todo con aquellos aliados tradicionales que podrían interpretar este giro como una ruptura con los acuerdos previos. Además, el nacionalismo de Trump dejó en segundo plano los aspectos humanitarios y diplomáticos que, a lo largo de la historia, han sido clave en la configuración de las relaciones internacionales.
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¿Por qué la presidencia de Trump es ordinaria, a pesar de su carácter extraordinario?
La presidencia de Donald Trump parece desafiar las expectativas. Una figura controvertida, conocida tanto por su estilo personal como por las decisiones políticas que ha tomado, Trump ha sido percibido por muchos como un presidente extraordinario. Sin embargo, al observar más de cerca los detalles de su mandato, es posible argumentar que, en muchos aspectos, su presidencia no ha sido tan fuera de lo común como algunos podrían pensar.
A pesar de la magnitud de su figura pública, el comportamiento de Trump en las elecciones presidenciales de 2016 no presentó grandes rupturas con las tendencias históricas. Aunque Trump logró un apoyo más fuerte entre la clase trabajadora en comparación con Romney en las elecciones de 2012, el cambio no fue tan trascendental como muchos afirman. El movimiento de votantes menos educados hacia el Partido Republicano no es un fenómeno nuevo, y Trump no conquistó más de estos votantes de lo que la tendencia histórica habría sugerido. De igual manera, a pesar de la prominencia de temas como la inmigración y la racialización de su discurso, no hubo una redistribución significativa de los votos por raza o etnia en comparación con las elecciones presidenciales anteriores. Así, el resultado electoral en sí mismo no constituyó un cambio radical.
En términos de logros presidenciales, Trump ha tenido muy pocos que puedan considerarse verdaderamente extraordinarios. Aunque sus seguidores puedan argumentar que su enfoque disruptivo fue un éxito, en realidad, sus pocas victorias políticas se enmarcan dentro de la agenda estándar del Partido Republicano. En este sentido, la presidencia de Trump puede ser vista como más bien ordinaria. Pero, ¿cómo es que llegamos a esto? ¿Cómo es posible que un presidente que parece tan extraordinario haya tenido una presidencia tan común?
La respuesta a esta paradoja radica en la naturaleza del sistema político estadounidense. Los padres fundadores diseñaron un sistema para frenar el poder excesivo de los líderes ambiciosos y potencialmente peligrosos. La presidencia de los Estados Unidos está construida sobre la necesidad de compartir poderes con otros actores del gobierno, lo que limita la capacidad de acción presidencial. Como bien explicó Neustadt, "compartir es limitar". Esta es la naturaleza del sistema constitucional de Estados Unidos, y es completamente normal y ordinario que el presidente esté restringido por las estructuras constitucionales que lo rodean.
Por supuesto, algunos presidentes logran realizar cambios profundos y dejar una huella en la historia, como Washington, Lincoln o FDR, quienes aprovecharon las crisis para consolidar su poder y realizar reformas significativas. Sin embargo, tales oportunidades no se presentan con frecuencia, y los presidentes deben ser hábiles para identificar y aprovechar los momentos de crisis. Incluso cuando tales oportunidades surgen, no garantizan el éxito. Barack Obama, por ejemplo, enfrentó una gran oportunidad para reformar el sistema financiero estadounidense tras la crisis de 2008, pero en lugar de cambiarlo, optó por salvarlo, lo que fue duramente criticado por sus detractores. Trump, por otro lado, no ha tenido una crisis de esta magnitud, y sin tal oportunidad, su camino hacia la grandeza histórica está considerablemente limitado.
Además, la polarización política actual presenta un obstáculo adicional. En tiempos de división extrema, los opositores políticos son reacios a cooperar con el presidente, lo que hace que la construcción de coaliciones bipartidistas sea casi imposible. El sistema político está dominado por intereses especiales bien organizados y financiados, que tienen el poder de proteger sus intereses y bloquear reformas. La "sopa espesa" de intereses arraigados y partidismo en Washington hace que sea más difícil para cualquier presidente navegar por las aguas políticas y lograr avances significativos.
Sin embargo, la segunda explicación para la "ordinariedad" de la presidencia de Trump es el propio Trump. No solo el sistema lo limita, sino que también sus características personales y su estilo de gobierno han jugado un papel crucial en su falta de éxito. A lo largo de su mandato, Trump ha demostrado ser ineficaz en la tarea fundamental de persuadir a otros para que apoyen sus propuestas y políticas. Sus decisiones clave de personal estuvieron más relacionadas con la lealtad personal y la apariencia que con la competencia o la ideología, lo que ha contribuido a una administración caótica, llena de luchas internas. Su estilo de negociación, basado en lo que se ha denominado "política de rehenes", ha demostrado ser contraproducente, limitando sus posibilidades de éxito en la implementación de sus políticas.
Este enfoque metodológico erróneo ha creado un espacio para que otros actores políticos dominen la agenda. Como resultado, las pocas victorias políticas que Trump ha logrado se han centrado en políticas tradicionales republicanas, en lugar de reformas verdaderamente disruptivas o nacionalistas. Los problemas en su enfoque son, en gran medida, autoimpuestos. La falta de capacidad para adaptarse al cargo, la toma de decisiones erráticas y la falta de un enfoque estratégico cohesivo han impedido que Trump aproveche las oportunidades que su presidencia podría haber ofrecido.
Es irónico, en cierto modo, que la "extraordinaria" personalidad y el estilo de gobierno de Trump sean los mismos elementos que lo han convertido en un presidente más ordinario de lo que muchos esperaban. La extraordinaria naturaleza de su comportamiento, en lugar de impulsar su éxito, lo ha arrastrado hacia una presidencia marcada por la falta de logros y una incapacidad para cambiar el sistema político.
¿Por qué la personalización del poder en la presidencia de Trump debilitó su capacidad de gobernar?
Donald Trump llegó a Washington con la promesa de derrocar el establecimiento político, una visión que resonó fuertemente entre muchos de sus seguidores. Sin embargo, pocas personas previeron que los poderes establecidos no cederían simplemente el control de la administración, sino que Trump se enfrentaría a un desafío sin precedentes, incluso contando con el apoyo de un sector importante de la base republicana. Para llevar a cabo una agenda radical, habría sido necesario un liderazgo astuto y estratégico que supiera cómo manejar los recursos del sistema político estadounidense. No obstante, Trump demostró no tener la habilidad para liderar de esa forma. Le faltaron las competencias de gestión necesarias para utilizar eficazmente los recursos del poder presidencial.
A pesar de contar con la Oficina Ejecutiva del Presidente (EOP), una institución altamente equipada y respaldada por miles de personas capacitadas dentro de la Casa Blanca, Trump optó por personalizar su presidencia. En lugar de funcionar como líder del poder ejecutivo, centró su liderazgo en una comunicación directa con su base, sobre todo a través de redes sociales como Twitter. Este enfoque, que parece lógico desde una perspectiva populista, no toma en cuenta la esencia misma del poder presidencial, que reside en la capacidad de gestionar y movilizar los recursos de la EOP y otras instituciones clave del gobierno. De hecho, Trump parecía ver su presidencia como algo separado de estas estructuras, lo que le impidió aprovechar los medios necesarios para implementar cambios sustanciales.
Al no comprometerse a trabajar de manera efectiva con la EOP, Trump pasó por alto funciones esenciales de la presidencia, como la planificación de políticas, la relación con grupos de interés y el Congreso, y la creación de una estrategia de comunicación efectiva. Estos son los medios a través de los cuales un presidente puede influir en el proceso legislativo y en la opinión pública. La correcta gestión de estas áreas permite que el presidente aproveche al máximo las herramientas disponibles para fomentar su agenda. Sin embargo, Trump no solo ignoró estos métodos, sino que a menudo los saboteó con comentarios y posiciones contradictorias, enviando mensajes erráticos que obstaculizaron el proceso político y administrativo de la Casa Blanca.
Este enfoque improvisado tuvo consecuencias graves para su capacidad de implementar su programa. No solo afectó su capacidad para formular políticas coherentes, sino que además dañó su habilidad para gestionar las citas dentro de su administración. Una de las funciones clave de un presidente es nominar y confirmar a personas competentes en cargos importantes. De hecho, una de las principales ventajas del cargo presidencial es la capacidad de rodearse de un equipo que pueda llevar a cabo la agenda política. Sin embargo, Trump falló en esta tarea, no solo al no seleccionar personas con la suficiente experiencia, sino al optar por una mezcla tóxica de leales a su figura, muchos de los cuales carecían de la experiencia necesaria, y figuras tradicionales del Partido Republicano que se consideraban más como opositores internos que como aliados.
Esto se traduce en una administración disfuncional, donde las luchas internas y las tensiones políticas socavaron cualquier intento de cohesión. La falta de un proceso de toma de decisiones bien gestionado y la debilidad de las estructuras tradicionales de apoyo dejaron al presidente con poco margen para avanzar en su agenda. La gestión del poder no es solo cuestión de hacer declaraciones impactantes o de mantener una postura firme frente a los opositores, sino de saber coordinar los esfuerzos y usar las herramientas institucionales para asegurar que las promesas de campaña se transformen en logros reales.
Más allá de los errores de gestión y de la falta de aprovechamiento de los recursos del gobierno, lo que está en juego es la propia naturaleza del poder presidencial. Los presidentes que han tenido éxito en la historia de Estados Unidos han sido aquellos que han entendido cómo manejar tanto la imagen pública como las complejidades burocráticas. En el caso de Trump, su tendencia a externalizar el liderazgo y a personalizar los problemas le costó no solo eficacia en el gobierno, sino también una mayor polarización social y política. Al final, la capacidad de un presidente para liderar no solo depende de su habilidad para conectar con su base, sino también de su habilidad para gestionar las intrincadas relaciones dentro de las instituciones del poder.
Es crucial que los futuros líderes comprendan que la presidencia no se trata solo de una figura representativa del pueblo, sino de un sistema de gobierno en el que las relaciones, las estrategias institucionales y la competencia dentro de la administración juegan un papel decisivo. Trump, al personalizar su enfoque, sacrificó estas relaciones estratégicas, y, por tanto, debilitó su propia capacidad para transformar su mandato en un éxito político tangible.
¿Cómo la falta de un proceso estructurado de toma de decisiones afectó la gestión de Trump en la Casa Blanca?
La administración de Donald Trump se caracterizó por una serie de desafíos en la gestión de políticas y la toma de decisiones, problemas que no solo fueron causados por las tensiones internas del gobierno, sino también por la falta de un proceso de toma de decisiones estructurado y confiable. Desde el primer día de su presidencia, Trump prefirió confiar en sus instintos y en una red de asesores que competían por su atención, sin recurrir a un sistema formal que pudiera garantizar decisiones bien informadas y coherentes.
El clima dentro de la Casa Blanca, lejos de ser un entorno de colaboración, estuvo marcado por una división constante entre los diversos grupos de asesores. Trump, al nombrar a personas con puntos de vista variados, muchos de los cuales no compartían completamente su agenda, institucionalizó una lucha constante entre el establishment republicano y su propia visión desafiante. Esta situación, lejos de fomentar una política cohesionada, creó un espacio donde los asesores competían entre sí, buscando persuadir al presidente con tal de llevarlo a tomar decisiones que favorecieran sus propios intereses. De este modo, Trump construyó un sistema donde las decisiones no eran el resultado de un análisis colectivo y deliberado, sino el producto de la última persona que lograba convencerlo.
Este ambiente de competencia constante entre los asesores generó conflictos abiertos, especialmente en áreas clave como la política comercial. En 2018, por ejemplo, las disputas entre los llamados "globalistas", como el asesor económico Gary Cohn, y los "patriotas" como Peter Navarro y Robert Lighthizer, fueron bien documentadas en los medios. Esta división reflejaba una lucha más profunda sobre la naturaleza misma de la presidencia de Trump, ya que la falta de una orientación clara permitía a los diferentes actores internos manipular las decisiones del presidente a su favor.
El problema radicaba en la falta de un proceso claro de toma de decisiones. Trump no construyó un sistema organizado y metódico al asumir la presidencia. En lugar de delegar responsabilidades a expertos o crear equipos de trabajo estructurados, prefería tomar decisiones a base de su intuición. Este enfoque desorganizado provocó un caos político en la Casa Blanca, con asesores buscando influir sobre él mediante métodos poco convencionales. Las decisiones presidenciales, como el controvertido veto de entrada a musulmanes, eran anunciadas sin previo aviso, lo que dejaba a los funcionarios en la administración fuera del circuito de toma de decisiones hasta el último momento.
Incluso cuando John Kelly asumió el cargo de jefe de gabinete y trató de implementar un proceso más tradicional de toma de decisiones, la situación no mejoró significativamente. Kelly introdujo un proceso formal de planificación política, con reuniones, documentos informativos y evaluaciones de impacto, pero Trump no se comprometió a seguirlo. A menudo, las decisiones presidenciales eran anunciadas de manera abrupta, a través de tuits o comentarios espontáneos en los medios, lo que socavaba los esfuerzos de planificación. Los miembros de su equipo se encontraban en una constante carrera para adaptarse a los cambios de dirección impuestos por el presidente.
Este enfoque de toma de decisiones, aunque basado en una estrategia de liderazgo personalista, tuvo consecuencias graves para la administración. Al no contar con un sistema estructurado y al depender de su intuición, Trump dejó de lado las perspectivas expertas, lo que derivó en decisiones poco informadas y a menudo equivocadas. Este estilo de gestión personalista no solo debilitó la capacidad de su equipo para implementar políticas coherentes, sino que también amplificó las tensiones internas, convirtiendo la Casa Blanca en un campo de batalla donde los intereses y las prioridades personales prevalecían sobre la coherencia institucional.
En última instancia, la falta de un proceso formal de toma de decisiones y la naturaleza caótica de su liderazgo no solo pusieron en riesgo la eficacia de su gobierno, sino que también minaron la confianza dentro de su propio equipo. Sin un sistema claro de decisiones y sin la intervención constante del presidente, la administración de Trump quedó atrapada en una red de contradicciones, donde cada nuevo cambio de dirección parecía socavar los esfuerzos previos. En lugar de liderar a través de la delegación y el consenso, Trump eligió un camino de liderazgo basado en la incertidumbre y la competencia interna, lo que tuvo un impacto negativo en la calidad de las decisiones y en la estabilidad de su gobierno.
El impacto de esta falta de estructura no se limitó a la toma de decisiones inmediatas. La forma en que Trump manejó su administración también dejó en evidencia la importancia de un proceso bien organizado para garantizar la coherencia y el éxito a largo plazo. Sin un proceso de toma de decisiones claro y una comunicación efectiva dentro de la Casa Blanca, las oportunidades para crear políticas de impacto duradero fueron rápidamente frustradas por las constantes alteraciones e intervenciones presidenciales. La lección clave es que un gobierno bien organizado, con estructuras claras y un proceso transparente, es fundamental para cualquier administración que aspire a tener un impacto duradero.
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