La historia de la "seguridad" es una narrativa profundamente arraigada, que ha servido como un pilar central en las estructuras de poder desde la antigüedad hasta la era contemporánea. Su atractivo emocional responde a instintos primarios de supervivencia, miedo y respeto, y a lo largo de la historia ha sido utilizada por las clases dominantes para justificar su autoridad. Esta narrativa ofrece una solución sencilla ante un mundo percibido como caótico, donde la amenaza de enemigos —reales o inventados— justifica las medidas autoritarias.
A través de la historia, la "seguridad" ha sido vendida como la promesa de protección frente a diversos enemigos, internos y externos. Desde los antiguos emperadores y monarcas medievales hasta los líderes contemporáneos, la narrativa ha perdurado. Sin embargo, el concepto de seguridad en el capitalismo del siglo XXI ha adoptado una nueva forma, adaptándose a una economía global cada vez más desigual. En este contexto, la seguridad no solo se vende como protección, sino también como un bien que justifica el control de las elites sobre las masas, posicionándose como las únicas capaces de ofrecer seguridad en un mundo lleno de amenazas.
El capital y sus aliados han adaptado este relato para enfrentar una sociedad cada vez más desilusionada, en la que las promesas del sueño americano parecen desvanecerse. El miedo, el desespero y la ansiedad generados por la desigualdad económica y la pérdida de status se canalizan a través de la creación de enemigos. Estos "enemigos" pueden ser cualquier cosa que amenace la estabilidad percibida, desde inmigrantes hasta potencias extranjeras. La construcción de tales enemigos permite a los líderes desviar la atención de las injusticias internas, responsabilizando a un chivo expiatorio colectivo y, de paso, consolidando el poder de la élite.
La lógica detrás de esta narrativa de seguridad es simple: solo aquellos en la cúspide, los que ocupan los escalones superiores de la pirámide social, tienen el poder de mantener el orden. La amenaza de los enemigos exteriores, como se vio en la Guerra Fría, juega un papel esencial en movilizar a la población para que acepte la dominación. Noam Chomsky, en sus análisis sobre la propaganda y la manipulación de las masas, destaca cómo la existencia de un enemigo —en este caso, el comunismo— fue crucial para consolidar el poder y suprimir las voces disidentes.
Este mecanismo de venta de seguridad se intensificó en la era de la Guerra Fría, cuando la amenaza comunista fue utilizada para justificar políticas represivas y la eliminación de cualquier oposición interna. El miedo al otro, al diferente, se convirtió en el pegamento que unía a las clases bajas con la élite gobernante. La retórica de "seguridad primero" fue eficaz para distraer a las masas de los problemas estructurales del sistema, como la creciente desigualdad económica y la pérdida de derechos laborales.
El poder de la narrativa de seguridad se encuentra en su capacidad para generar miedo y odio hacia un enemigo común. Esto no solo une a las personas en torno a un propósito, sino que también les da un sentido de pertenencia bajo la protección de aquellos en el poder. La famosa obra de George Orwell, 1984, ilustra a la perfección cómo una dictadura utiliza la narrativa del enemigo para consolidar su control. En la novela, el régimen perpetúa el miedo a los "enemigos del pueblo", quienes sirven como el chivo expiatorio perfecto, canalizando toda la ira y frustración de la población hacia una figura exterior, mientras que el líder autoritario, "Gran Hermano", se presenta como el único salvador.
Pero esta narrativa no se limita a los regímenes totalitarios. En las democracias capitalistas, como la de los Estados Unidos, el mismo mecanismo de miedo y protección ha sido utilizado con gran eficacia. Los elites capitalistas han adoptado un enfoque similar, creando un enemigo (ya sea el comunismo, el terrorismo o la inmigración ilegal) que justifica políticas de control y represión. Lo que es aún más interesante es cómo este miedo ha sido fabricado, intensificado y perpetuado por los medios de comunicación y los grupos de poder, con el apoyo de expertos en marketing y relaciones públicas, como los utilizados en las campañas de propaganda del gobierno estadounidense durante la Guerra Fría.
Es importante entender que, aunque algunas amenazas son reales, la creación de enemigos ficticios o exagerados es una herramienta esencial en la estrategia de las élites para mantener el control. El miedo a estos enemigos —tanto reales como fabricados— alimenta la narrativa de seguridad, que a su vez justifica las políticas de represión y las desigualdades sociales. Este proceso se ha intensificado en las últimas décadas, con la globalización y la creciente desigualdad, que han exacerbado los temores de las clases bajas y media-bajas, quienes a menudo se sienten abandonadas por el sistema.
En un nivel más profundo, este fenómeno refleja una dinámica de poder que ha existido durante siglos: la creación de un "otro" contra el cual se definen las identidades y se construyen las narrativas de seguridad. Lo que subyace a esto es una lucha constante entre las clases dominantes y las clases subordinadas, donde la manipulación del miedo se convierte en una herramienta crucial para mantener el orden social y económico.
El concepto de seguridad, entonces, no es solo un asunto de protección contra el crimen o la violencia. En este contexto, la seguridad es la herramienta a través de la cual se gestiona y se perpetúa el poder. La narrativa de seguridad no solo refuerza la estructura jerárquica de la sociedad, sino que también moviliza a las masas, canalizando su frustración y miedo hacia una causa común que, en última instancia, favorece a los que ya se encuentran en la cima.
¿Cómo construyen los relatos de seguridad a los enemigos y qué implica esto para la sociedad?
El discurso de seguridad política, ejemplificado en la narrativa de Donald Trump, es una estrategia que apela a proteger a un grupo definido como “los verdaderos americanos” frente a enemigos tanto externos como internos. Este relato no es novedoso; remite a estructuras feudales donde la promesa de protección a cambio de lealtad o sometimiento era clave. Trump planteó recuperar empleos, fronteras, riqueza y sueños, así como la restauración cultural de tradiciones religiosas como la Navidad, presentándose como el guardián de una identidad amenazada.
Es fundamental entender que dentro de cualquier historia de seguridad, los enemigos son un componente indispensable, aunque su naturaleza sea ambivalente. Algunos enemigos son reales y representan amenazas objetivas, como las enfermedades letales, desastres naturales o ciberataques. No obstante, la mayoría de las veces, estos relatos exageran la amenaza real para generar miedo y movilizar apoyo. Durante la Guerra Fría, por ejemplo, la amenaza soviética fue amplificada sistemáticamente por ambos partidos en Estados Unidos.
Además, muchos enemigos son creados o fortalecidos por las propias políticas de un país. Ejemplo paradigmático es Irán, que pasó de aliado a enemigo tras la intervención estadounidense en 1953. En consecuencia, ciertos adversarios son en parte inventados o manipulados para cumplir una función política, un fenómeno que permite transferir el miedo hacia blancos específicos, como minorías o inmigrantes, desviando la atención de problemas más estructurales.
Un aspecto crucial es que, en las narrativas de seguridad, ciertos enemigos reales y graves, como el cambio climático o las amenazas internas al sistema democrático, son sistemáticamente ignorados o minimizados. Esta omisión estratégica revela que las élites, que controlan la narrativa, protegen sus propios intereses y evitan ser señaladas como responsables o parte del problema. La verdadera amenaza para la nación no reside en los “enemigos” externos o grupos minoritarios, sino en la concentración de poder y riqueza que debilita la democracia.
La polarización entre enemigos “exteriores” e “interiores” contribuye a fragmentar a la población, dividiendo a los ciudadanos en tribus enfrentadas, lo cual evita que cuestionen a los verdaderos responsables. Esta dinámica ha sido explotada por regímenes totalitarios en la historia y hoy se manifiesta en discursos que estigmatizan a ciertos grupos para fortalecer a la “tribu verdadera” de seguidores.
Es importante destacar que estas historias de seguridad no buscan el consenso general, sino movilizar a una base activa y emocionalmente comprometida, que puede ser minoritaria pero muy influyente. La narrativa de Trump, por ejemplo, fue rechazada por grandes segmentos demográficos, pero logró captar un núcleo duro que la llevó al poder.
El propósito último de estas narrativas es preservar el poder de las élites que habitan “arriba”, mientras manipulan y dividen a la población “de abajo”. No sorprende que, incluso dentro de las élites, existan disputas sobre qué versión de la historia de seguridad promover, dependiendo de sus intereses económicos o culturales.
Finalmente, estas historias se entrelazan con la narrativa capitalista del “no hay alternativa” (TINA), que sostiene que, a pesar de sus fallas y desigualdades, el capitalismo es el único sistema capaz de generar prosperidad masiva. La versión de Trump recalca que solo protegiendo a los trabajadores “de abajo” frente a globalistas y enemigos externos se podrá restaurar el bienestar económico, legitimando así tanto la seguridad nacional como el sistema económico dominante.
Es fundamental reconocer que la construcción de enemigos en los relatos de seguridad no solo moviliza emociones y votos, sino que también condiciona la percepción colectiva sobre quién merece protección y quién es amenaza, moldeando la cohesión social y la política. Comprender la instrumentalización de estos enemigos y la selectividad de las amenazas reales que se abordan o ignoran permite desentrañar las dinámicas profundas del poder y la dominación en la sociedad contemporánea.
¿Cómo la historia de la seguridad de Hitler se refleja en el rumbo de la política actual?
La transformación de un esclavo mongol en un "verdadero alemán" según la visión de Hitler no se basa únicamente en la identidad racial, sino en la conveniencia política y económica. La pregunta sobre su salud o su origen étnico, cuestiones que para otros serían definitorias, no tienen cabida en un Estado cuya prioridad es la defensa de una nación "pura" contra cualquier amenaza externa o interna. La raza aria, según el nazismo, es la única capaz de cumplir con una misión trascendental y divina, por lo que los inmigrantes, independientemente de sus orígenes, no tienen cabida en la construcción de este ideal. Para el régimen, los pueblos "extranjero" son considerados como obstáculos que deben ser eliminados, no solo por motivos raciales, sino también por su potencial para debilitar la unidad de la nación.
La "historia de seguridad" de Hitler propone una guerra constante contra los enemigos internos, una guerra que, según los ideales fascistas, no solo protege la nación, sino que la fortalece. En este proceso, los trabajadores y campesinos arios se unen con las élites para crear una sociedad que esté al servicio de un ideal racial y cultural único. Hitler no solo restauró el bienestar económico de la clase trabajadora alemana, sino que también les devolvió el respeto cultural que se les había arrebatado, transformando su identidad en un instrumento de lucha en nombre de la supremacía aria.
A lo largo de la historia, se han registrado movimientos similares en diversas partes del mundo. En los Estados Unidos, el ascenso de figuras como el presidente Trump ha evocado preocupaciones sobre la deriva hacia un sistema autoritario, que podría seguir los mismos pasos que llevaron a la Alemania de los años 30 hacia el fascismo. Las similitudes entre la "historia de seguridad" de Hitler y la agenda de Trump son innegables. Trump, al igual que Hitler, ha trabajado para concentrar el poder en la figura del líder y ha utilizado un discurso polarizador para construir una narrativa que divide a la sociedad en "nosotros" y "ellos". Los enemigos, ya sean inmigrantes, opositores políticos o cualquier otro grupo percibido como una amenaza, se convierten en los objetivos de una lucha que promete restaurar el orden y la grandeza de la nación.
Sin embargo, esta tendencia no se limita a un solo líder o a un solo país. A lo largo de las últimas décadas, los presidentes de los Estados Unidos han seguido una trayectoria de concentración de poder en el ejecutivo. Desde los días de Ronald Reagan hasta Barack Obama, el poder del presidente ha ido en aumento, una tendencia que se acentuó tras los atentados del 11 de septiembre y la posterior "guerra contra el terrorismo". Los presidentes han obtenido poderes extraordinarios, como la autorización para emprender guerras sin la aprobación del Congreso o la capacidad de imponer medidas drásticas como la vigilancia masiva y la detención indefinida de sospechosos.
El caso de Trump, que ha afirmado en varias ocasiones que él está por encima de la ley y que tiene el derecho de perdonarse a sí mismo, refleja una interpretación del poder que se acerca peligrosamente a una forma de dictadura. Este fenómeno, aunque más pronunciado bajo su administración, tiene raíces en políticas anteriores que han ido aumentando la concentración de poder en la presidencia de los Estados Unidos. El ascenso de un "presidente fuerte", libre de restricciones constitucionales, es el primer paso hacia un régimen autoritario.
Este proceso no es solo un fenómeno contemporáneo. A lo largo de la historia, figuras autoritarias han intentado concentrar el poder en sus manos, socavando las instituciones democráticas y alterando el equilibrio de poderes. Los regímenes fascistas, como el de Hitler, y los regímenes autoritarios modernos siguen patrones similares. En estos regímenes, la democracia se convierte en una fachada que oculta la realidad de un gobierno cada vez más centralizado y opresivo.
Es crucial que, al observar estos desarrollos, los ciudadanos mantengan una conciencia crítica sobre los peligros de concentrar el poder en un solo individuo o en un grupo reducido. La democracia no solo depende de la existencia de elecciones libres, sino también de la preservación de los mecanismos de control y equilibrio entre las distintas ramas del gobierno. La historia nos ha demostrado, una y otra vez, que cuando estos mecanismos se debilitan, la libertad y la justicia corren un grave riesgo.
¿Cómo afecta la globalización al bienestar económico y social de los trabajadores y consumidores?
¿Cómo las comunidades rurales perciben la política y el impacto de sus valores en las elecciones?
¿Cómo la honestidad, lealtad y equidad construyen relaciones empresariales sostenibles?

Deutsch
Francais
Nederlands
Svenska
Norsk
Dansk
Suomi
Espanol
Italiano
Portugues
Magyar
Polski
Cestina
Русский