El concepto de "visión preanalítica" propuesto por Schumpeter destaca la importancia de los actos cognitivos previos a la investigación científica rigurosa. Este proceso inicial, que ocurre antes de que se inicie el análisis detallado de fenómenos específicos, se convierte en un marco de referencia fundamental para los estudios científicos cuando el conocimiento existente resulta insuficiente para explicar ciertos fenómenos o cuando surge la necesidad de reevaluar paradigmas establecidos. Schumpeter señala que, en momentos de estancamiento en una disciplina, es crucial revisar y reconstruir las visiones iniciales, ya que estas guían el desarrollo de nuevas teorías y modelos.
En el campo de la economía ecológica, este enfoque fue adoptado por figuras como Daly y Costanza, quienes, influenciados por las ideas de Schumpeter, promovieron una visión más holística de la economía, considerando su interdependencia con el medio ambiente y los límites biológicos del planeta. Daly, por ejemplo, en su trabajo de 1991, ya subrayó que la economía debe ser vista como un subsistema dentro de un sistema global de ecosistemas sostenedores. Este giro de paradigma se presenta como una ruptura significativa en la forma en que entendemos la economía, alejándose de la visión clásica que considera la economía un sistema autónomo y desligado de las realidades naturales.
Sin embargo, los esfuerzos por implementar esta nueva visión en la práctica no han sido tan claros ni inmediatos como algunos esperaban. Aunque se reconoce un cambio paradigmático en términos conceptuales, en la práctica no se ha producido una transformación profunda en las herramientas analíticas ni en los métodos utilizados para estudiar la economía ecológica. Este desconcierto también es evidente en las críticas de Özkaynak et al. (2002), quienes, mientras proponen una visión preanalítica más rica para la economía ecológica, citan teorías que parecen contradecir el enfoque propuesto por Daly y Costanza. De hecho, sugieren una transición hacia una visión más integrada que considere conceptos como la coevolución, la termodinámica, la incertidumbre y la complejidad.
Un elemento crucial que Schumpeter incorpora en su análisis es la distinción entre la visión preanalítica y la epistemología. Para él, la visión preanalítica no es solo un punto de partida, sino una construcción conceptual que guía toda la investigación posterior. Aunque el proceso de conceptualización está fuertemente influenciado por los valores y la ideología, Schumpeter enfatiza que estas influencias son inevitables. La economía ecológica, al adoptar una visión preanalítica más amplia que involucra el ecosistema global, se enfrenta a un desafío fundamental: cómo integrar estos valores sin que la ciencia pierda su objetividad analítica. Schumpeter, aunque influyó en la ciencia económica moderna, parece aceptar que el conocimiento y la investigación siempre estarán teñidos por ideologías y valores subyacentes, lo que hace que la llamada "objetividad" sea una ilusión.
El trabajo de Schumpeter también plantea interrogantes sobre el papel de la ideología en la ciencia. Si bien algunos intentan separar la ciencia de la ideología para alcanzar una pureza de conocimiento, Schumpeter sostiene que esto es prácticamente imposible, especialmente en ciencias sociales como la economía. En cambio, los investigadores deben ser conscientes de las ideologías que afectan su visión y metodología, y reconocer la importancia de los valores en el proceso de investigación.
A lo largo de la historia de la ciencia, el cambio de paradigma no ha sido un proceso simple ni lineal. Siguiendo las ideas de Kuhn, un cambio de paradigma se produce cuando las anomalías dentro de un sistema de conocimiento superan la capacidad de ese sistema para explicar ciertos fenómenos. Es un punto crítico que requiere una reevaluación de las bases sobre las que se construye el conocimiento. Sin embargo, como Neurath sugiere, este proceso de cambio científico no es abrupto ni necesariamente revolucionario, sino que implica una reevaluación constante y continua de los principios subyacentes.
Schumpeter, al comparar su enfoque con el de Neurath y Kuhn, se sitúa en un punto intermedio, reconociendo que los cambios científicos son más bien graduales y comunitarios, donde los científicos deben comprometerse explícitamente con la concepción de su campo de estudio. Este proceso de conceptualización es esencial no solo para comprender la realidad, sino también para construir teorías científicas que faciliten la acción, ya sea en la vida cotidiana o en el ámbito académico.
Lo que queda claro en este enfoque es que cualquier cambio dentro de la economía ecológica debe ser precedido por una clarificación de la visión preanalítica. El enfoque de la economía como un sistema dependiente de las leyes biológicas y los ecosistemas globales está profundamente influenciado por las ideologías que guían esta visión. Es, por lo tanto, necesario que los economistas ecológicos reconozcan este aspecto y reflexionen sobre cómo sus valores y presuposiciones ideológicas afectan tanto la formulación de teorías como la práctica de la investigación.
En este contexto, el análisis de la relación entre ideología y ciencia es crucial para entender las dinámicas de la economía ecológica. La perspectiva crítica que propone Schumpeter no solo cuestiona los límites entre la ideología y la ciencia, sino que también invita a los investigadores a reconsiderar su papel en la transformación social, entendiendo que la ciencia y la práctica social están intrínsecamente conectadas. Para avanzar en el campo, es necesario, además, adoptar una postura crítica sobre las herramientas de análisis utilizadas y estar dispuestos a transformar los supuestos fundamentales que guían la investigación económica.
¿Cómo los conceptos biológicos pueden transformar la comprensión económica?
El pensamiento económico ha sido tradicionalmente dominado por las ideas mecanicistas, que buscan establecer un orden basado en la eficiencia y la acumulación de capital. Sin embargo, desde principios del siglo XX, algunos economistas han comenzado a integrar teorías evolutivas y biológicas en sus modelos, lo que ha abierto nuevos horizontes para comprender las dinámicas económicas. Esta tendencia surge, en parte, de la influencia de los ecologistas, quienes proponen una visión más orgánica y menos reduccionista de los procesos sociales y naturales. La economía se enfrenta a una dicotomía: por un lado, se mantiene la visión mecanicista que busca modelar la economía como una máquina eficiente, mientras que por otro, emerge la necesidad de incorporar conceptos más flexibles y dinámicos inspirados en la biología.
El concepto de evolución, tan central en las ciencias naturales, ha sido una metáfora poderosa para algunos economistas interesados en entender cómo las instituciones y las empresas evolucionan y se adaptan a su entorno. La idea de una economía en constante cambio y adaptación se inspira en la noción de coevolución, que describe cómo diferentes organismos interactúan y se ajustan mutuamente a lo largo del tiempo. De hecho, figuras como Daly (2009) han señalado que es posible encontrar paralelismos entre los procesos económicos y los procesos biológicos, en los cuales la sostenibilidad y la resiliencia juegan un papel crucial, similar al de los ecosistemas en equilibrio.
Sin embargo, no todos los enfoques evolutivos dentro de la economía son igualmente constructivos. A lo largo del tiempo, se han producido intentos de aplicar analogías biológicas de manera que reforzaran visiones dogmáticas y elitistas. El auge del darwinismo social a principios del siglo XX, respaldado por economistas de la escuela de Chicago, intentó justificar posturas como el racismo y el elitismo bajo el manto de la "ciencia". Estas posturas fueron utilizadas para defender políticas de eugenesia y otras formas de control social que terminaron siendo instrumentalizadas por regímenes totalitarios, como el nazismo. En este contexto, las metáforas biológicas adquirieron una carga negativa, y su uso en las ciencias sociales fue muy criticado, lo que llevó a un rechazo generalizado de estas analogías dentro de las ciencias sociales.
Por otro lado, algunos economistas han optado por una integración menos dogmática de los conceptos biológicos, proponiendo que conceptos como la "resiliencia" y la "sostenibilidad" deberían ocupar un lugar más central en el análisis económico. De acuerdo con este enfoque, la economía no debe limitarse a la maximización de beneficios o al crecimiento perpetuo, sino que debe considerar los límites ecológicos y los impactos a largo plazo en los sistemas sociales y naturales. En este sentido, algunos argumentan que el concepto de "eficiencia" en economía ha sido mal entendido, ya que, lejos de ser un objetivo neutro, se ha utilizado para justificar políticas que priorizan el crecimiento económico por encima del bienestar social y ambiental.
La economía ortodoxa, al reducirse a un análisis de asignación eficiente de recursos y al centrarse en la maximización del bienestar individual a través de la acumulación de capital, ha olvidado muchas de las consideraciones éticas y sociales que deberían ser inherentes al estudio de los sistemas económicos. La noción de eficiencia, en este sentido, ha llegado a convertirse en un dogma, relegando otras dimensiones importantes del análisis económico. Es necesario, por lo tanto, redirigir la atención hacia una visión más holística de la economía, que integre no solo el crecimiento económico y la eficiencia, sino también la justicia social, la equidad y la sostenibilidad ambiental.
Es importante que el lector comprenda que la economía, aunque profundamente influenciada por la teoría y los métodos de las ciencias naturales, no debe reducirse a una simple aplicación de principios biológicos. La economía es, en última instancia, una ciencia social que debe abordar las complejidades de las interacciones humanas y las estructuras institucionales, que son inherentemente diferentes de los procesos biológicos. Por tanto, al aplicar conceptos como la sostenibilidad o la resiliencia, es crucial no caer en el reduccionismo, sino mantener una perspectiva que reconozca tanto las limitaciones como las posibilidades de integrar enfoques evolutivos en el análisis económico.
¿Cómo se desarrolló la economía ecológica a partir de la crítica al neoliberalismo y la crisis de 2008?
El neoliberalismo de los años 80 promovió una visión de desarrollo que priorizaba la explotación de los recursos naturales y la degradación ambiental con el fin de lograr avances tecnológicos y la acumulación de capital. Este proceso no solo implicaba un desequilibrio en la relación entre el ser humano y la naturaleza, sino que también aceptaba como inevitable el sacrificio de la calidad ambiental para satisfacer las crecientes demandas de bienes de consumo. La concepción de los problemas ambientales como una preocupación secundaria, exclusiva de los países ricos y de las clases medias emergentes, permitió que el crecimiento económico, la acumulación de capital y la expansión del empleo productivista se mantuvieran como los objetivos centrales de las políticas económicas. El énfasis en el crecimiento material y energético reflejaba una visión donde el consumo y el aumento de la producción eran considerados sinónimo de progreso y bienestar.
Esta ideología, aunque errónea al ignorar la dependencia histórica de la humanidad de la naturaleza, continuó prevaleciendo en el discurso económico dominante, relegando las cuestiones ambientales a un plano marginal. El modelo de desarrollo basado en el crecimiento ilimitado pasó a ser la norma, y las críticas al mismo eran vistas como aberraciones dentro de una estructura económica que se percibía como eficiente y autosuficiente. El crecimiento económico se convertía en el fin último, y la economía se conceptualizaba como un sistema autónomo, desvinculado de la realidad material y energética. La economía de los recursos y el medio ambiente se trataba como un campo subdisciplinario que permitía la disidencia ortodoxa, pero sin cuestionar los principios fundamentales del modelo neoliberal.
A pesar de las críticas que surgieron desde perspectivas como la de Kapp (1970) o Georgescu-Roegen (1971), que alertaban sobre los límites del crecimiento económico y la relación entre los sistemas económicos y los principios de la entropía, estos pensadores fueron rápidamente marginados. La alternativa a este modelo de crecimiento sin fin vino con la propuesta de una economía de estado estacionario, defendida por Daly (1977), quien propuso una economía que operara dentro de los límites ecológicos del planeta, buscando equilibrio y sostenibilidad a largo plazo.
En los años 80, con el surgimiento de la economía ecológica, comenzó a vislumbrarse una nueva corriente crítica que se distanciaba radicalmente de la economía neoclásica. Este campo prometía abrir un espacio para la reflexión más profunda sobre la interacción entre la economía, el medio ambiente y la sociedad. Sin embargo, la falta de un enfoque homogéneo y la mezcla de posiciones divergentes entre economistas y ecólogos dificultaron su consolidación. A pesar de este panorama, la creación de la Sociedad Internacional de Economía Ecológica (ISEE) marcó un intento de aglutinar a aquellos que, aunque con enfoques distintos, compartían la preocupación por la degradación ambiental y el impacto que las economías humanas tienen sobre los ecosistemas.
Al principio, la economía ecológica buscó integrar modelos de economía neoclásica y estudios de impacto ecológico, pero esta combinación resultó ser insuficiente para generar avances significativos en la comprensión de la relación entre la economía y el medio ambiente. Los esfuerzos por articular un nuevo enfoque teórico y metodológico en la economía ecológica, a menudo se vieron empañados por las tensiones internas entre los economistas ortodoxos y los ecólogos. La participación de economistas de la corriente principal, que mantenían posturas neoclásicas, en la dirección de la ISEE, demostró la dificultad para desvincularse de los paradigmas establecidos.
Lo que esta historia muestra es cómo, incluso en medio de una creciente crisis ambiental, la economía tradicional ha intentado mantener su hegemonía, relegando la ecología y la sostenibilidad a un segundo plano. Sin embargo, la resistencia a este enfoque ha crecido, y hoy en día la economía ecológica se sigue desarrollando como un campo interdisciplinario que busca desafiar las suposiciones fundamentales de la economía clásica y promover un modelo de desarrollo que sea verdaderamente sostenible.
Es importante comprender que la crítica al crecimiento ilimitado y al modelo neoliberal no se limita únicamente a cuestionar el impacto ambiental, sino que implica una revisión profunda de las prioridades económicas, éticas y sociales. La economía no puede seguir ignorando los límites impuestos por la naturaleza, ni puede justificar un crecimiento perpetuo que condene a las generaciones futuras a vivir en un mundo degradado. La economía ecológica debe seguir evolucionando como un campo capaz de integrar los conocimientos de la ecología, la economía y las ciencias sociales, ofreciendo alternativas más viables y humanas para un desarrollo global sostenible.
¿Cómo puede la economía ecológica transformar nuestra visión del crecimiento y la sostenibilidad?
La economía ecológica ha emergido como un campo interdisciplinario que busca integrar los principios de la ecología y la economía, desafiando las nociones tradicionales de crecimiento económico. A lo largo de la historia, las concepciones económicas predominantes, como el modelo neoliberal, se han basado en la idea de que el crecimiento constante es la clave para el bienestar de las sociedades. Sin embargo, esta perspectiva se enfrenta a límites inherentes, dados los recursos finitos de la Tierra y las crecientes amenazas ambientales.
A partir de las décadas de 1970 y 1980, pensadores como Georgescu-Roegen comenzaron a cuestionar los fundamentos de la economía clásica y a proponer un enfoque alternativo. En su obra más influyente, La ley de la entropía y el proceso económico (1971), Georgescu-Roegen introduce el concepto de la entropía como una restricción fundamental para la actividad económica, sugiriendo que los recursos naturales no son simplemente insumos que pueden transformarse sin fin, sino que tienen un costo ecológico en términos de su agotamiento y de la generación de residuos. Este enfoque resalta la importancia de reconocer las limitaciones físicas del planeta y la necesidad de reestructurar nuestra economía en función de esas restricciones.
La bioeconomía, que se desarrolla a partir de esta visión, propone un enfoque económico centrado en la sostenibilidad ecológica, donde el bienestar humano no se mide exclusivamente a través del crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), sino en relación con la salud ambiental, el bienestar social y la equidad. Los economistas ecológicos sostienen que debemos replantear nuestras prioridades, dando lugar a nuevas formas de medir el éxito económico y social, basadas en la capacidad de la economía para funcionar dentro de los límites planetarios.
Una de las críticas fundamentales a los modelos económicos dominantes es su desconexión con la realidad ambiental. El trabajo de autores como Hickel y Kallis (2020) sobre el crecimiento verde resalta que, aunque las políticas de "crecimiento verde" intentan combinar crecimiento económico con sostenibilidad ambiental, en la práctica no logran desvincular completamente el crecimiento de los impactos ecológicos. Según estos autores, el verdadero reto radica en la imposibilidad de continuar con un crecimiento económico sin un agotamiento progresivo de los recursos naturales, un fenómeno que se conoce como "desacoplamiento" en la literatura económica.
Por otro lado, la teoría del decrecimiento, que toma como base la obra de filósofos como Serge Latouche, aboga por una disminución voluntaria del consumo, como respuesta a la insostenibilidad del modelo de crecimiento económico ilimitado. El decrecimiento no busca la pobreza ni la regresión económica, sino una reorganización de las prioridades humanas, donde la calidad de vida y la justicia social prevalezcan sobre la acumulación material. Este enfoque reconoce que el crecimiento económico ha sido históricamente acompañado de un aumento en la desigualdad social y la degradación ambiental, y propone alternativas centradas en la cooperación, la redistribución de los recursos y la satisfacción de las necesidades humanas esenciales.
En este contexto, el concepto de buen vivir (buen vivir, o sumak kawsay en quechua) emerge como una filosofía alternativa, especialmente en América Latina. Esta propuesta de vida más allá del crecimiento se enfoca en la armonía con la naturaleza y la construcción de una sociedad basada en principios de equidad, solidaridad y sostenibilidad. El buen vivir desafía las nociones de progreso y bienestar basadas exclusivamente en el consumo, proponiendo en su lugar un enfoque más holístico que valora tanto los derechos humanos como los derechos de la naturaleza.
La economía ecológica también propone un modelo de desarrollo más inclusivo y equitativo, que tiene en cuenta no solo las dinámicas económicas, sino también las relaciones sociales y ecológicas que subyacen a estos procesos. Un ejemplo de esto es la crítica a los modelos extractivistas de desarrollo que prevalecen en muchas economías de América Latina y otras partes del mundo. Estos modelos, que explotan los recursos naturales sin considerar las consecuencias sociales y ecológicas a largo plazo, han sido responsables de grandes injusticias y destrucción ambiental.
Por lo tanto, los economistas ecológicos no solo están cuestionando el modelo económico dominante, sino también sugiriendo formas concretas de transformar nuestra relación con el medio ambiente. Esto incluye la adopción de principios de economía circular, donde los recursos se reutilizan de manera eficiente y los residuos se minimizan, contribuyendo así a la regeneración del ecosistema. El concepto de circularidad es clave en la transición hacia una economía sostenible, pues implica un cambio en la forma en que producimos y consumimos bienes, favoreciendo la reparación, el reciclaje y la reutilización sobre la producción y el consumo ilimitados.
Es esencial, en este proceso, considerar no solo los cambios tecnológicos o políticos necesarios, sino también una transformación cultural profunda. La transición hacia una economía ecológica exige una nueva forma de pensar sobre el bienestar humano, donde el crecimiento material deje de ser el principal objetivo y se den más valor a la diversidad, la cooperación y la adaptación a los límites del planeta. La economía ecológica nos invita a repensar nuestras prioridades, y a considerar que el bienestar colectivo depende no solo de la eficiencia económica, sino también de nuestra capacidad para vivir en equilibrio con el medio ambiente.
¿Es suficiente el crecimiento verde como estrategia única para la sostenibilidad?
El concepto de crecimiento verde ha emergido como una respuesta moderna a los desafíos ambientales, económicos y sociales derivados de la degradación ecológica y la crisis climática. A pesar de su amplia adopción, algunos académicos y pensadores critican la visión unidimensional de este enfoque. El crecimiento verde, entendido principalmente como un modelo que promueve el crecimiento económico sin aumentar el impacto ambiental, se enfrenta a varios cuestionamientos sobre su viabilidad a largo plazo y su capacidad para abordar de manera efectiva las raíces estructurales de los problemas ecológicos.
Desde una perspectiva económica, el crecimiento verde se basa en la premisa de que es posible desvincular el crecimiento del uso de recursos naturales. Sin embargo, muchos críticos sostienen que este enfoque simplifica excesivamente las complejas relaciones entre economía y medio ambiente. Para que el crecimiento económico sea verdaderamente sostenible, no basta con implementar tecnologías más limpias o mejorar la eficiencia de los recursos; es necesario repensar los propios fundamentos del sistema económico, que está estructurado para priorizar el crecimiento continuo, incluso a expensas del bienestar social y ambiental.
El economista Kenneth Boulding (1966) advirtió que los modelos económicos convencionales, basados en la expansión sin límites, son inherentemente insostenibles. El concepto de "economía circular", tan popular en los discursos contemporáneos sobre el crecimiento verde, se encuentra limitado si se mantiene la lógica del crecimiento infinito, ya que la Tierra, como sistema cerrado, tiene una capacidad finita para regenerar recursos y absorber desechos. Además, los avances tecnológicos, aunque útiles para mitigar los efectos más destructivos de las actividades humanas, no pueden sustituir un cambio profundo en las prácticas económicas, políticas y culturales.
A nivel social, el crecimiento verde también se enfrenta a cuestionamientos relacionados con su capacidad para reducir las desigualdades. Las políticas de crecimiento verde suelen ser diseñadas e implementadas por gobiernos y empresas, pero a menudo no benefician equitativamente a todos los sectores de la sociedad. En particular, las comunidades más vulnerables —que a menudo son las más afectadas por la degradación ambiental— corren el riesgo de quedar excluidas de los beneficios de estas políticas. Este fenómeno puede generar una "ecología de clases", donde los sectores más privilegiados se benefician de la transición verde, mientras que los más pobres se ven desplazados, sin acceso a los recursos o las oportunidades que generaría una economía más sostenible.
Un ejemplo claro de este tipo de tensiones se observa en las políticas de transición energética. Si bien las energías renovables como la solar y la eólica son fundamentales para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, su implementación masiva no es neutra desde el punto de vista social. La instalación de grandes parques eólicos o solares a menudo implica la expropiación de tierras a comunidades locales, y las economías locales pueden no beneficiarse directamente de los nuevos empleos que se crean en el sector de las energías limpias, especialmente si las tecnologías son importadas y las inversiones extranjeras dominan el mercado.
Desde la óptica de la economía ecológica, pensadores como Georgescu-Roegen (1971) señalan que el paradigma del crecimiento verde ignora la ley de la entropía, que establece que toda actividad humana tiene un costo en términos de pérdida de energía y recursos. Es decir, incluso las prácticas más eficientes desde el punto de vista tecnológico no pueden escapar de los límites físicos del planeta. En este sentido, el crecimiento verde corre el riesgo de crear una ilusión de progreso mientras se profundiza la dependencia de los recursos naturales, en lugar de promover una transformación verdadera hacia un modelo económico más estable y justo.
Además, la dimensión política del crecimiento verde debe ser considerada con cautela. La forma en que los estados y las corporaciones configuran el marco legal y las políticas públicas puede limitar o incluso desvirtuar los beneficios de las iniciativas verdes. En muchas ocasiones, las políticas medioambientales son impulsadas por los intereses de grandes corporaciones que buscan adaptar sus modelos de negocio a las nuevas exigencias regulatorias sin cambiar realmente sus prácticas depredadoras. Esto puede dar lugar a lo que algunos críticos denominan "capitalismo verde", un fenómeno donde las mismas estructuras de poder que han llevado a la crisis ambiental se reconfiguran para continuar explotando los recursos de la naturaleza de manera más "limpia", pero no necesariamente más equitativa ni sostenible.
Por otro lado, el enfoque del crecimiento verde puede ser complementado con otros modelos económicos, como los propuestos por la teoría del decrecimiento o la economía solidaria. El decrecimiento aboga por una desaceleración controlada de la actividad económica, reconociendo que la búsqueda constante de crecimiento es incompatible con los límites planetarios. Al rechazar la premisa del crecimiento infinito, esta corriente promueve una reducción de la huella ecológica y una redistribución de los recursos de manera que se minimicen las desigualdades. Asimismo, la economía solidaria fomenta un enfoque más local y cooperativo, en el que la cooperación y la justicia social son fundamentales para el bienestar colectivo.
Además de las críticas estructurales al crecimiento verde, es esencial comprender que, aunque los avances tecnológicos y las políticas públicas pueden aliviar algunos de los efectos negativos de la actividad humana sobre el medio ambiente, no deben ser considerados como soluciones definitivas. La sostenibilidad requiere de un cambio profundo en nuestras prácticas de consumo, en nuestras relaciones con el entorno natural y en la forma en que concebimos el progreso. Este cambio implica también un cuestionamiento de los valores que guían nuestras sociedades y economías, y una reflexión crítica sobre cómo las distintas formas de poder, como el patriarcado o el capitalismo, influyen en nuestra relación con la naturaleza y en nuestras perspectivas sobre el futuro.
En conclusión, el crecimiento verde, aunque una estrategia valiosa dentro de un conjunto más amplio de soluciones, no puede ser la única respuesta a los problemas ecológicos y sociales que enfrentamos. Para alcanzar una verdadera sostenibilidad, es necesario repensar las estructuras económicas, políticas y sociales que subyacen a la crisis ambiental y buscar modelos que no solo desvinculen el crecimiento económico de la explotación de recursos, sino que promuevan una relación más armónica y respetuosa con el medio ambiente y con las personas más vulnerables de nuestra sociedad.
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