Las políticas raciales y la marginalización económica han jugado un papel fundamental en la transformación de las ciudades con una mayoría de población negra, especialmente en los contextos urbanos de Estados Unidos. Desde mediados del siglo XX, las ciudades como Detroit y Cleveland, que alguna vez fueron centros industriales vibrantes, han sufrido una serie de cambios que no solo han afectado a sus economías, sino también a su infraestructura social y política. La fragmentación y desintegración de estos espacios urbanos son el resultado de una confluencia de factores económicos, políticos y sociales que han sido orquestados, tanto de manera explícita como implícita, por las instituciones estatales y privadas.

Las áreas suburbanas, como Macomb County, han resistido históricamente los esfuerzos para integrar sistemas de transporte público regional que facilitarían el acceso de los residentes negros de Detroit a empleos en zonas fuera de la ciudad. Este tipo de resistencia no es aislado; representa un patrón de segregación y marginación que es endémico en la interacción entre las ciudades y sus suburbios circundantes. Mientras las áreas suburbanas crecen y se consolidan políticamente, las ciudades centrales, predominantemente negras, enfrentan una grave falta de apoyo en los legislativos estatales, que están controlados mayoritariamente por representantes blancos. Como lo predijo Friesema hace más de 50 años, la creciente representación política de las comunidades negras dentro de los gobiernos municipales ha reducido el interés de las legislaturas estatales en brindar apoyo económico o social a las ciudades. Los políticos de los suburbios, principalmente blancos, poco se interesan en las problemáticas urbanas, ya que su base electoral y sus intereses económicos están fuera de las áreas urbanas densamente pobladas por negros.

Además de la desatención legislativa, las ciudades negras han sido sistemáticamente patologizadas por los medios y políticos como focos de corrupción, incompetencia y exceso. Este discurso ha sido utilizado por políticos de áreas predominantemente blancas para movilizar apoyo electoral, justificando políticas de austeridad social, mayor vigilancia policial y el rechazo a cualquier tipo de reforma estructural que pudiera beneficiar a los residentes urbanos. El uso de este tipo de retórica no solo fortalece la segregación, sino que también sirve para perpetuar la desigualdad en la distribución de recursos y servicios.

Otro factor clave en la marginalización de las ciudades negras ha sido el redlining, una práctica discriminatoria en la que los bancos y otras instituciones financieras negaban servicios de crédito a comunidades negras, particularmente en áreas urbanas. Esta exclusión económica contribuyó de manera significativa a la erosión del capital en estas áreas, acelerando su deterioro económico y la caída en el valor de las propiedades. Los bancos no solo se negaban a financiar a los residentes de estas áreas, sino que también inundaban a las comunidades negras con hipotecas engañosas y predatorias, prácticas que fueron expuestas en diversas demandas judiciales. Las pruebas de esta discriminación son abundantes y muestran cómo, a pesar de las políticas de integración y los esfuerzos por desmantelar las barreras raciales, los actores privados han jugado un papel crucial en la consolidación de la pobreza y la exclusión de los negros en las áreas urbanas.

La salida masiva de las corporaciones de las ciudades a partir de las décadas de 1960 y 1970 también desempeñó un papel fundamental en la declinación económica de las ciudades negras. Las empresas abandonaron rápidamente los centros urbanos, llevándose consigo empleos e inversiones, dejando a sus habitantes atrapados en un ciclo de pobreza y marginalización. Esta “fuga de capital” se consolidó a medida que las corporaciones se trasladaban a suburbios más blancos, donde la fuerza laboral era predominantemente blanca. Aunque muchos académicos y economistas, como Michael Porter, argumentaron que las ciudades interiores representaban oportunidades de negocio por su proximidad a centros de negocios, infraestructura logística y mercados cautivos, las grandes empresas se negaron a invertir en estas áreas, ignorando el potencial económico que podrían ofrecer.

Los líderes empresariales y políticos blancos también contribuyeron a esta exclusión al rechazar activamente la cooperación con los gobiernos de las ciudades con mayoría negra. Cuando los primeros alcaldes negros, como Coleman Young en Detroit o Maynard Jackson en Atlanta, asumieron el poder, la actitud de las élites empresariales cambió drásticamente. En lugar de colaborar con ellos para impulsar el desarrollo económico, los líderes empresariales adoptaron una postura hostil, calificando a los alcaldes negros de “arrogantes” o “incompetentes” y retirando su apoyo a proyectos clave. Esta hostilidad hacia los líderes negros no solo obstaculizó el desarrollo económico en las ciudades, sino que también consolidó una división política y social que sigue siendo evidente en la actualidad.

La discriminación sancionada por el Estado sigue siendo una de las características más persistentes en la relación entre las ciudades negras y las políticas estatales. Un ejemplo claro de esto es la dependencia de las ciudades con mayoría negra, como Ferguson, Missouri, de los ingresos provenientes de multas de tráfico y otros cargos, como un mecanismo para financiar sus presupuestos. Este sistema de penalización económica afecta de manera desproporcionada a los residentes de estas ciudades, quienes ya enfrentan dificultades económicas debido a la falta de apoyo estatal y privado.

Es fundamental entender que la marginación de las ciudades con mayoría negra no es solo una cuestión de política urbana, sino un fenómeno interrelacionado con la raza, la economía y las estructuras de poder. Las políticas públicas que refuerzan la segregación y la desigualdad económica siguen impactando a las comunidades negras de manera profunda. A pesar de los avances en términos de derechos civiles y la lucha contra la discriminación racial, las estructuras de poder tanto estatales como privadas siguen reproduciendo un ciclo de exclusión social que afecta las perspectivas de desarrollo y bienestar de estas ciudades.

¿Qué podemos aprender de la crisis de Detroit? El mito conservador sobre la ciudad en quiebra

A lo largo de los años, Detroit ha sido objeto de diversas interpretaciones, especialmente en lo que respecta a las causas de su crisis económica. Una de las explicaciones más frecuentes, impulsada por los conservadores, ha sido que la quiebra de la ciudad es una consecuencia de la ineficiencia administrativa y el excesivo gasto público. De acuerdo con los defensores de esta perspectiva, Detroit es un ejemplo claro de lo que sucede cuando un gobierno gasta más de lo que ingresa, imponiendo altos impuestos sin ofrecer los servicios correspondientes. A este análisis se le conoce como el "mito conservador" de Detroit, que sostiene que la ciudad ha fracasado debido a sus decisiones fiscales y su incapacidad para adaptarse al mercado.

Desde la década de 1950, Detroit ha experimentado una migración masiva hacia sus suburbios, y, debido a una serie de políticas públicas que dificultaron cualquier forma de regionalización, la ciudad no pudo manejar la fuga fiscal resultante. Cuando la recesión económica de 2008 colapsó los ingresos derivados de los pagos del estado y los impuestos sobre la propiedad, Detroit se vio empujada hacia una gestión de emergencia y, finalmente, a la quiebra. Para los conservadores, la crisis económica no es más que el resultado de décadas de "profligacidad fiscal", un castigo inevitable por no haber seguido las reglas del mercado.

Charles Tiebout, un teórico de la economía pública, es citado frecuentemente para justificar esta visión. Tiebout argumentó que los residentes de una ciudad migrarían hacia lugares con impuestos más bajos y mejores servicios. Según esta perspectiva, Detroit estaba simplemente recibiendo lo que le correspondía por sus malas decisiones fiscales, y las ciudades más exitosas como Dallas y Austin representan ejemplos a seguir: reducir los impuestos y controlar el gasto para promover el crecimiento económico.

Para los partidarios de esta interpretación neoliberal, Detroit representa un modelo de "liberalismo fiscal", que ha fallado en gran parte debido a sus altos impuestos y a la falta de control sobre el gasto. Sin embargo, el enfoque de los conservadores ha sido, en su mayoría, sobre el control de los costos, dejando de lado la necesidad de redistribuir la riqueza o de crear nuevas fuentes de ingresos. A pesar de los esfuerzos estatales para tomar el control de las finanzas municipales, como en los acuerdos de bancarrota, los críticos sostienen que estos enfoques han fracasado en abordar los problemas estructurales de la ciudad.

Además del déficit fiscal, los conservadores también han identificado lo que se ha denominado "déficit emprendedor". Esta teoría sostiene que, en sus primeros años, Detroit fue el hogar de muchos empresarios innovadores que impulsaron el crecimiento económico mediante la mejora de productos y la creación de nuevos mercados. Sin embargo, según los neoliberales, a medida que la ciudad se industrializaba, perdió su capacidad para generar innovación. La creciente burocracia y los sindicatos, que buscaban proteger los derechos laborales, fueron vistos como obstáculos para el progreso económico, lo que llevó a un estancamiento en la ciudad.

El evento más emblemático de esta narrativa es el conflicto de 1937, cuando los trabajadores del sindicato United Auto Workers (UAW) intentaron organizar una huelga en la fábrica más grande de Ford. La confrontación, que resultó en una feroz represión por parte de los guardias de seguridad de Ford, se convirtió en un símbolo de la lucha de clases y, para los conservadores, marcó el comienzo de la decadencia de Detroit. En su visión, la popularidad de los sindicatos y el aumento de los costos laborales provocaron el éxodo de las empresas, que optaron por mudarse a áreas con leyes laborales más flexibles, como el sur de Estados Unidos.

Hoy en día, la narrativa neoliberal sigue viva en Detroit. Los líderes de la ciudad, como el alcalde Mike Duggan, han expresado su deseo de revivir la ciudad de principios del siglo XX, una época en la que Detroit era considerada un centro de innovación y emprendimiento. Sin embargo, esta vez no se busca revivir la industria automotriz, sino atraer sectores como el arte y la tecnología. En un esfuerzo por revitalizar áreas específicas, como Midtown y Corktown, Detroit está haciendo todo lo posible por posicionarse como una ciudad para los creativos y los emprendedores.

Lo que los defensores de esta visión no suelen señalar es que la ciudad enfrenta problemas mucho más profundos que la simple falta de innovación o el exceso de gasto. Las políticas neoliberales que han propuesto como solución no han logrado abordar la pobreza estructural, la falta de acceso a servicios públicos básicos y la creciente desigualdad social. A pesar de los esfuerzos por recuperar la ciudad, muchos residentes siguen viviendo en condiciones precarias, sin acceso a servicios esenciales, mientras las áreas revitalizadas siguen siendo enclaves exclusivos para los más favorecidos.

En resumen, el mito de Detroit como víctima de un gasto desmesurado y un gobierno ineficaz no toma en cuenta las complejas realidades sociales y económicas que enfrentan muchas ciudades en crisis. En lugar de centrarse únicamente en reducir impuestos y controlar el gasto, es necesario adoptar enfoques más integrales que consideren la justicia social, la redistribución de la riqueza y el fortalecimiento de las comunidades. Solo así se podrá construir una ciudad verdaderamente resiliente y sostenible.