Aquel día, la noticia llena de júbilo que su antiguo y poderoso amigo había escuchado con simpatía la trágica historia de su vida triste, errada y mal entendida, no hizo más que aumentar la angustia de Mata Hari. Su sufrimiento era evidente para las Hermanas de la Misericordia que la atendían. Al principio, la acusada miraba a las dos monjas con marcado desdén. La presencia de esas dos almas sencillas, desprovistas de todo orgullo y ostentación, resultaba ofensiva para sus gustos más exigentes. Se burlaba de ellas por su simplicidad, como suelen hacer todas las mujeres hermosas que encuentran una fuente interminable de humor en la pobreza, la fealdad física y la honestidad. Durante largo tiempo, la mujer condenada había rechazado las humildes ofertas de consuelo de las Hermanas, pero lentamente su resistencia fue quebrándose ante la bondad y el buen corazón de la hermana Leonide.

El día en que el abogado Maitre Clunet no le trajo la habitual dosis de charla alegre y esperanza, la hermana Leonide, con un conocimiento astuto de la vanidad de la bailarina, se acercó a ella con una sugerencia singular: "Tienes que salvarte de esta desesperación negra", le dijo. "¿Por qué no bailas? Olvidarás todo tu arte, y además, nunca nos has mostrado tus talentos". Y así, en la celda de condena, con la única audiencia de las dos monjas, Mata Hari bailó. El acto fue suficiente para devolverle la serenidad. La melancolía que la había abatido desapareció como por arte de magia, y comenzó a charlar alegremente. Si el abogado la había fallado, aún quedaba una fuerza misteriosa que se cernía sobre su destino, la cual sostenía su profunda fe en sí misma.

Los sucesos ocurridos en la celda número doce esa fatal mañana han sido descritos tantas veces con añadidos fantásticos que nos basaremos en el testimonio de las dos testigos oculares cuya evidencia más se ajusta a los hechos. El momento de la ejecución había sido fijado para las 5:47 a.m. Una hora antes, los oficiales encargados de la ejecución se reunieron en la prisión para llevar a cabo su desagradable tarea. "Está durmiendo", dijo el alcaide al hacer la solicitud formal para entregarla a las autoridades militares. Pero lo inesperado sucedió cuando un visitante se unió al grupo, alguien cuya compañía preferirían haber evitado. Era el venerable anciano que había luchado con tenacidad por la liberación de la espía, pero que ahora traía un nuevo recurso para consternación de los oficiales ya exhaustos.

Rumores de un intento de rescate durante el traslado a Vincennes preocupaban a los encargados de su ejecución. Se reforzó la vigilancia para reducir las posibilidades de que agentes alemanes o el mítico amante intentaran una acción desesperada. Tal vez Maitre Clunet podría aclarar la situación. Los oficiales encargados de la ejecución de Mata Hari sentían una gran simpatía por el respetado abogado, cuya conducta durante todo ese tiempo no había causado que perdieran su afecto hacia él, pero sabían que su profundo apego hacia la acusada podría llevarlo a una escena de desesperación trágica si presenciaba los detalles mórbidos de su muerte.

"Maitre Clunet, hemos escuchado informes desagradables", dijo el oficial superior del grupo. "¿Puede decirnos si ha oído algo sobre un posible intento de rescate de Mata Hari esta mañana?" "No, no he oído nada, pero..." "¿Con su palabra de honor, no ha oído nada?" "Con mi honor", declaró el anciano, con énfasis. "No he dudado en utilizar todos los recursos legales a mi disposición, pero no tendría nada que ver con un intento ilegal de liberar a la prisionera. Todavía confío en la ley. Señores, Mata Hari no puede ser ejecutada esta mañana. Me opongo formalmente a cualquier acción al respecto, e invoco el artículo 27 del Código Penal, Libro 1, Capítulo I."

El anuncio de Maitre Clunet, respaldado por la cita de una temible disposición legal, causó consternación. Así comenzaba el intento de rescatar a Mata Hari en el último minuto. Estos oficiales eran soldados, no abogados, y no comprendían los matices legales. Un abogado tuvo que explicar (imaginen la escena de esos oficiales atónitos, exigiendo pruebas a tan temprana hora de la mañana) que la cláusula del "Código" invocada establece que una mujer que espera un hijo no puede ser ejecutada. El grupo de soldados miró al abogado con expresiones de desconcierto absoluto. La justicia, después de tantos retrasos, había sido derrotada por las leyes del país.

"Es imposible. Ningún hombre ha visitado a la acusada en su celda", protestó el alcaide, quien era responsable de la prisionera bajo esa grave acusación. "Supongamos que fui yo", exclamó el valiente anciano. "La he visitado yo." "¿Qué, con su edad?" preguntó Mornay, molesto por haber sido sacado de la cama tan temprano para responder a semejantes conundros legales. "¡Debe tener al menos 75 años!" "No importa cuántos años tenga, invoco el artículo 27 del Código Penal, y no pueden ejecutar a Mata Hari esta mañana."

Aunque Mornay insistía con actitud confiada, el proceso siguió su curso. La procesión trágica avanzaba por el pasillo, iluminada solo por la tenue luz de un gas, y resonando con el pesado sonido de los pasos de los soldados. Al llegar a la puerta fatídica, la prisionera seguía durmiendo plácidamente, ajena al destino que se cernía sobre ella. A los oficiales les pidieron que hicieran ruido para despertarla antes de entrar, con la esperanza de que tuviera tiempo de recomponerse para su encuentro con la muerte. Sin embargo, al abrir la puerta, los guardias encontraron a las dos monjas sentadas en sus camas, frotándose los ojos del sueño, mientras la prisionera seguía durmiendo tranquila. Tuvo que despertarla suavemente para informarle que la solicitud del abogado de un aplazamiento había sido rechazada y que debía morir esa misma mañana.

"¿Qué? No es posible, no puede ser posible", fueron las únicas palabras que pudo decir, creyendo firmemente que estaba hablando con la verdad. Luego, le dijeron que si podía probar lo que Maitre Clunet había sugerido, que estaba esperando un hijo, su vida sería perdonada, pero tendría que someterse a un examen médico. Mata Hari estalló en risas. Reconociendo al doctor Bralez, se envolvió apresuradamente en un albornoz, ya que, como de costumbre, estaba inadecuadamente vestida para tales ceremonias, y, acercándose a él, susurró: "¿Has oído eso? El viejo Maitre Clunet dice que si invoco el artículo tal y tal del viejo Código, que prohíbe ejecutar a una mujer que espera un hijo, ¡me salvaré! ¿No es este un viejo y querido tierno excéntrico?" Rió de buena gana, reconociendo la absurda sugerencia del abogado, y luego, con un gesto no exento de dignidad, desechó la idea, negándose a ser examinada por el médico, declarando que Maitre Clunet se había equivocado debido a su devoción hacia ella, y que su salud era excelente. Luego pidió que se retiraran para poder terminar de vestirse y prepararse para la ceremonia.

¿Cómo el entrenamiento de los Boy Scouts se relacionó con la seguridad y la espionaje durante la guerra?

Anna sabía que debía estar preparada para cualquier situación, especialmente cuando la seguridad y el espionaje se convirtieron en temas cruciales durante la guerra. En ese momento, estaba en el centro de una operación que involucraba a jóvenes scouts, entrenados para ser mucho más que simples mensajeros. Su conocimiento y habilidades iban mucho más allá de lo que se enseñaba en los manuales de los scouts. Había aprendido a identificar huellas de cualquier animal, algo que sorprendía incluso a los niños, que poco después la aceptaron como una líder capaz, incluso mejor que muchos hombres adultos. Su entrenamiento no solo se limitaba al terreno, sino también a sus historias sobre espionaje, que ellos tomaban como hechos reales. Las historias de espías alemanes en Inglaterra, la vigilancia de Zepelines y submarinos, las enseñaban con tanto detalle que se convirtió en un juego de niños detectar traidores, aunque no fueran más que leyendas o rumores sin sustancia.

Pero la realidad se complicaba. Los scouts no encontraban espías en su pequeño pueblo, Woodcot Green, un lugar donde todos se conocían, y donde el policía local había declarado que todos los espías alemanes habían sido eliminados al inicio de la guerra. A pesar de ello, los niños continuaron buscando a los traidores, observando a cada persona con desconfianza, con el convencimiento de que, si no los habían encontrado aún, simplemente no habían buscado lo suficientemente bien. Su visión de la autoridad local estaba teñida por una concepción más romántica de los detectives privados, quienes, en sus imaginaciones juveniles, siempre eran los héroes que resolvían los casos.

El ambiente en el pueblo comenzó a cambiar de manera abrupta cuando Hatfield Park, que antes había sido un terreno de entrenamiento favorito, fue cerrado al público. La llegada de policías y soldados, junto con la movilización de los voluntarios, generó en los scouts la sensación de que algo mucho más grande estaba sucediendo: tal vez los alemanes ya estaban en tierra, y Hatfield Park sería el escenario de una gran batalla. Aunque la explicación oficial era menos dramática —se trataba de preparativos para maniobras— la emoción no desapareció, y rápidamente los scouts se involucraron en diversas tareas relacionadas con el terreno militar.

El transporte de mensajes, que inicialmente les había parecido una tarea trivial, se convirtió rápidamente en algo más intrigante. Un niño, impulsado por la curiosidad, consiguió abrir un sobre que llevaba consigo y encontró una nota que, aunque no era un mensaje vital, reflejaba la tensión de la situación: "Por favor, envíenme botas de goma, estoy hasta las rodillas en agua". La ansiedad por la misión y la sensación de estar involucrados en algo grande aumentaron en los scouts, quienes pasaron a desempeñar un papel más activo en la vigilancia del perímetro de Hatfield Park. Lo que comenzó como un juego de vigilancia contra espías, se transformó en una misión de seguridad, sin importar que no hubiera intrusos a la vista.

El problema con los niños es su tendencia a tomarse las cosas demasiado en serio. Al igual que el policía que, sin la información correcta, arrestó a varios criminales basándose únicamente en las fotos de ellos, los scouts no dudaron en poner en práctica sus habilidades de vigilancia con la misma intensidad. El territorio de Hatfield Park fue dividido en varios puntos de control, y su tarea era observar y evitar que cualquier persona se acercara al área restringida. Pero, como cualquier niño que busca un enemigo, ellos transformaron cada transeúnte en un sospechoso, y pronto concluyeron que solo un espía alemán podría tener la osadía de entrar en ese lugar.

La historia de la captura de un "espía alemán" por parte de los scouts es, quizás, el punto culminante de este relato. Mientras patrullaban el perímetro, un grupo de scouts atrapó a un hombre joven, al que ataron con cuerdas usando los nudos aprendidos bajo la supervisión de Anna. Este hombre, con sangre en la nariz y una mirada de furia, fue inmediatamente identificado como un espía alemán. Los niños, convencidos de su éxito, corrieron a mostrarle a Anna, quien, aún desconcertada, les preguntó cómo podían estar tan seguros de que era un espía.

Lo importante de esta historia no es la captura de un supuesto espía, sino cómo los niños interpretaron la situación a través de un lente distorsionado por el entrenamiento, la desinformación y las historias de espionaje. En el fondo, sus mentes de niños habían adoptado una postura de vigilancia constante, y lo que podría haber sido una simple observación de la vida cotidiana se transformó en una misión de seguridad militar. La influencia de Anna, quien sabía cómo manejar y guiar a sus jóvenes scouts, fue crucial, no solo para mantenerlos enfocados en su objetivo, sino para asegurarse de que no se desbordaran en su fervor patriótico.

Es fundamental entender que el espíritu de los scouts en tiempos de guerra, lejos de ser solo una preparación física, se vio envuelto en una lucha psicológica constante. Los jóvenes fueron entrenados no solo para ver el mundo como un campo de acción, sino para actuar dentro de él con una seriedad que sobrepasaba la inocencia de su edad. Cada actividad, cada misión, se transformó en un reflejo de la tensión de la época y de la necesidad de estar siempre alerta, un concepto que no solo se enseñaba a través de técnicas de observación, sino también a través de historias y rumores, que en muchos casos resultaron ser tan poderosos como la realidad misma.

¿Cómo el uso del espionaje y la manipulación de información puede alterar el curso de un conflicto?

La escena estaba cargada de tensión. El pequeño hombre elegante y el mecánico miraron al mismo tiempo hacia un mismo punto. El mecánico no mostró ninguna reacción visible, pero la expresión del hombre vestido con esmero cambió de forma notable, se oscureció y se tornó casi grotesca. Antes de que pudiera comprender lo que sucedía, se lanzó en un rápido movimiento hacia el centro de la escena. En un primer momento, creí que su objetivo era yo, pero no era así. Su intención parecía dirigirse hacia la mujer de la que me había encargado. Se precipitó hacia ella de forma descontrolada, intentando atraparla por el escote de su blusa. Fue un intento torpe, pero antes de que pudiera continuar, le propiné un golpe que lo dejó fuera de combate. No hubo espacio para la duda: era una situación en la que la discreción era necesaria. El hombre cayó al suelo como un tronco.

“Gracias”, me dijo una voz suave a mi lado. Miré rápidamente y vi a la mujer de la que me había encargado. Justo en ese momento, la mecánica de los sucesos dio un giro aún más inesperado. A medida que el mecánico se acercaba a nosotros, varios hombres, algunos uniformados, otros de civil, salieron de detrás del avión, rodeándonos con una rapidez sorprendente. En un abrir y cerrar de ojos, el escenario se transformó en un campo de acción para aquellos que trabajaban en las sombras.

El mecánico, que había sido derribado por Terrel, un hombre con el que había compartido tareas de espionaje, fue rápidamente neutralizado. En ese momento, la tensión aumentó aún más cuando Terrel, con un gesto rápido, me indicó que recogiera algo que había caído al suelo: un cigarrillo que, si no se recogía, podría ser aplastado sin remedio.

Recogí el cigarrillo, un objeto que resultó ser más significativo de lo que imaginé. En su interior, había algo mucho más grande que un simple cigarro. Era el vehículo de una información secreta, un pequeño receptáculo para detalles cruciales que podían cambiar el curso de los eventos.

El cigarrillo, que se desarmó ante nuestros ojos, contenía un papel finamente enrollado en su interior, lleno de una escritura microscópica, tan minuciosa que sería imposible leerla sin las herramientas adecuadas. El contenido de esos papeles era la clave para entender la red de espionaje que estaba operando en ese lugar, y Terrel no tardó en entregárselo al jefe para su análisis.

“¿Lo tienes?” preguntó el jefe, mirando a Terrel con expectación. “Sí, todo está aquí”, respondió Terrel mientras examinaba el contenido minuciosamente. Este tipo de información, oculta en objetos ordinarios, es la esencia de la guerra moderna de inteligencia, donde cualquier cosa, incluso lo más insignificante, puede convertirse en una pieza crucial del rompecabezas.

A pesar de que el jefe parecía satisfecho, algo no cuadraba en todo esto. ¿Qué papel jugaba la mujer, que hasta ese momento parecía ser solo una pieza secundaria en todo el asunto? Ella, en realidad, no era quien parecía ser. Su nombre, "Fraulein Weiss", era solo un alias, utilizado para ocultar su verdadera identidad. Lo que la hacía tan valiosa no era solo su capacidad para hacer el trabajo sucio, sino la forma en que manipulaba a quienes la rodeaban, engañándolos para que cumplieran su rol sin saberlo. Ella no era simplemente una espía; era una pieza clave en un juego mucho más grande.

Cuando ella apareció de nuevo, esta vez sonriendo y entregando el broche, que en realidad era una cámara en miniatura, comprendí la magnitud de su implicación en todo esto. Su simple gesto de desabrocharse el broche y entregárselo a Terrel reveló el nivel de sofisticación en este espionaje. La cámara había capturado a los dos prisioneros en el acto de pasar el cigarrillo y, con él, las pruebas que necesitaban para desmantelar toda la operación.

Es esencial entender que el espionaje moderno no depende solo de la recolección de información a través de métodos convencionales. Las herramientas, como la tecnología oculta en objetos cotidianos, tienen un valor incalculable. Un broche que oculta una cámara, un cigarro que lleva información en su interior, son solo algunos de los ejemplos de cómo la información puede ser manipulada y utilizada para alterar el curso de los eventos. Las personas que operan en estos círculos de espionaje deben tener un control absoluto sobre los detalles más mínimos, porque cada pieza cuenta.

Más allá de las tácticas utilizadas, lo que realmente marca la diferencia en este tipo de operaciones es la habilidad para operar en las sombras, donde cada paso debe ser calculado y cada acción tiene repercusiones. La mujer, al igual que todos los involucrados, no estaba solo jugando a ser parte de la trama; era un engranaje dentro de una maquinaria compleja, y cada movimiento suyo tenía la intención de controlar el flujo de información, esa que, en manos equivocadas, podría cambiar no solo destinos personales, sino el curso de toda una nación.