El uso de campañas de relaciones públicas manipuladoras es una herramienta poderosa en la lucha política y económica que, a menudo, termina distorsionando el debate público y afectando la capacidad de la sociedad para abordar temas críticos, como el cambio climático y la seguridad ambiental. Estas campañas, lanzadas por grupos de fachada o "astroturfing", no solo buscan influir en la opinión pública, sino que también tienen el objetivo de bloquear la legislación y desacreditar a aquellos que luchan por la justicia ambiental. Estas estrategias no son nuevas; han sido empleadas por décadas, con el fin de crear confusión y desinformación, lo que dificulta la toma de decisiones políticas basadas en hechos.

El caso del término "carbón limpio" es un ejemplo claro de cómo se manipulan las percepciones del público. Desde la década de 1980, las industrias de carbón han utilizado campañas de relaciones públicas para vender la idea de que el carbón puede ser una fuente de energía "limpia", a pesar de las evidentes consecuencias ambientales de su quema. La estrategia consistió en crear un término que desdibujara la realidad del impacto ambiental del carbón, desviando la atención del público de los verdaderos daños que causa al medio ambiente y la salud humana. A lo largo de los años, la industria ha contado con el apoyo de empresas de relaciones públicas para difundir este mensaje, como R&R Partners, la agencia detrás del eslogan "Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas", que también contribuyó a crear el mito del carbón limpio. Este tipo de mensajes, financiados por grandes corporaciones, no buscan convencer a la gente, sino más bien obscurecer la verdad y polarizar el debate.

Un caso aún más alarmante de manipulación mediática ocurrió cuando la industria del carbón se unió con asociaciones como la Coalición para una Energía Limpia y Segura, para formar grupos de presión destinados a desinformar al público sobre el cambio climático. A través de campañas de desinformación, estos grupos trataron de redefinir el calentamiento global como una "teoría" en lugar de un hecho científicamente comprobado. Utilizando términos como "hechos alternativos", buscaban sembrar dudas y promover el escepticismo hacia los científicos y sus investigaciones. No es solo un ataque a la ciencia, sino un ataque a la democracia misma, ya que se socavan las bases sobre las que se construye la toma de decisiones informadas.

En este contexto, las relaciones públicas se convierten en propaganda pura, donde la verdad es manipulada y los científicos son atacados directamente en lugar de que se debata sobre sus investigaciones. Esta práctica, que afecta directamente el espacio público de discusión, tiene un impacto negativo en la democracia. Las campañas que buscan desacreditar a los opositores, crear confusión y sembrar desconfianza en los expertos, son parte de una estrategia más amplia para evitar que se tomen decisiones que podrían perjudicar los intereses de grandes corporaciones.

Estas tácticas de desinformación son peligrosas porque no solo afectan al debate sobre el cambio climático o los peligros de la energía fósil, sino que también socavan la confianza en el sistema democrático. Si los ciudadanos ya no confían en los hechos presentados por los científicos o en las decisiones basadas en esos hechos, el resultado es una sociedad polarizada, donde la verdad se diluye en una nube de manipulación y suposiciones sin fundamento. En este entorno, el verdadero debate se convierte en una batalla de percepciones, y no de hechos.

Es fundamental entender que estas campañas no solo afectan a las problemáticas medioambientales, sino que se aplican en diversos ámbitos. Ya sea en la política, los derechos humanos o la salud pública, los mismos métodos de manipulación son utilizados para crear una narrativa que favorezca a intereses específicos. Es esencial, por lo tanto, que los ciudadanos sean conscientes de estas tácticas y que aprendan a identificar las señales de manipulación en los medios y en el discurso público. Solo de esta manera podremos defender un debate público saludable y basado en hechos reales, y no en intereses creados por poderosas fuerzas económicas y políticas.

Además de entender las tácticas utilizadas en estas campañas, es necesario reconocer la importancia de fortalecer el espacio democrático, fomentando una comunicación abierta y honesta. Solo cuando logremos contrarrestar la desinformación y promover un discurso que se base en hechos y evidencias, podremos avanzar hacia soluciones efectivas para los problemas que enfrenta la sociedad. La manipulación de la información es una forma de contaminación del debate público que, al igual que la contaminación ambiental, requiere una respuesta colectiva y decidida para ser combatida.

¿Cómo la manipulación de la realidad altera nuestra percepción y cómo protegernos?

La manipulación de la realidad, especialmente en el ámbito político, se convierte en una de las armas más poderosas en manos de aquellos que buscan alterar la percepción colectiva. En su obra, Bryant Welch expone cómo, en la práctica individual, el diálogo se basa en la honestidad y la claridad para llegar a una visión auténtica de la realidad, mientras que en el ámbito público, particularmente en Washington, se observa un enfoque diametralmente opuesto: la creación de una realidad alternativa. Welch describe este enfoque como una técnica propagandística, un proceso en el que se parte de un punto de vista falso y se manipula a las personas para que reescriban la realidad a su conveniencia.

Este tipo de manipulación, al igual que un microchip implantado en la mente, funciona a través de la repetición constante. La repetición de una idea, por inverosímil que sea, comienza a calar en la mente de las personas, que, al enfrentar la incomodidad de la incertidumbre, terminan aceptando las versiones simplificadas o distorsionadas de los hechos. En este contexto, la gente prefiere adherirse a una narrativa impuesta antes que buscar información, escuchar diferentes puntos de vista o tomar el tiempo necesario para comprender los matices de una situación. La razón detrás de esta aceptación de falsedades no es más que el deseo de evitar la confusión y la ansiedad. La mente humana, naturalmente, busca respuestas claras y, por lo tanto, se siente agradecida por una "implantación" que simplifique su proceso de toma de decisiones.

Este fenómeno tiene un impacto profundamente negativo sobre la capacidad de pensar de manera independiente. A medida que las personas se ven arrastradas por la corriente de una verdad construida artificialmente, comienzan a dudar de sus propios sentidos y capacidades, volviéndose más dependientes de las narrativas impuestas. Un ejemplo claro de esto es cómo, en la invasión de Irak, las mentiras sobre las armas de destrucción masiva o la conexión con Al-Qaeda se mantuvieron durante tanto tiempo, a pesar de que los hechos no respaldaban esas afirmaciones. La incapacidad de la sociedad para cuestionar estas mentiras fue el resultado directo de una manipulación consciente de la realidad.

El miedo, señala Welch, juega un papel central en este proceso. Cuanto menos puede pensar una persona por sí misma, más miedo experimenta. Este miedo se agrava por la velocidad con la que cambian los tiempos y las circunstancias, lo que hace que muchas personas se sientan abrumadas e incapaces de procesar la información de manera adecuada. En situaciones de gran incertidumbre, como las que enfrentan los ciudadanos en un entorno político agitado, el miedo puede ser la respuesta primordial. Sin embargo, como expresó Franklin Roosevelt, "Lo único que debemos temer es al miedo mismo." Por lo tanto, el verdadero antídoto contra esta manipulación se encuentra en la sabiduría de las prácticas contemplativas orientales, como la meditación y el yoga. Estas prácticas permiten que las personas se centren en su experiencia presente y en su bienestar interior, lo que puede reducir su vulnerabilidad a la manipulación externa.

Una de las formas más efectivas de resistir este tipo de manipulación es a través del discurso no violento. La ausencia de respuesta agresiva por parte de la víctima puede debilitar el poder de los agresores, quienes dependen de la hostilidad para justificar su comportamiento. Cuando la víctima permanece en silencio, sin responder con más agresión, el ciclo de violencia se corta. Esto es especialmente relevante en el contexto político, donde los líderes que manipulan la realidad a menudo encuentran un terreno fértil en la respuesta emocional y beligerante de la sociedad. En este sentido, la conciencia de la manipulación, como la escena famosa de la película Gaslight, es fundamental. Al descubrir la manipulación, la víctima recupera su autonomía y comienza a ver la realidad tal como es.

En el ámbito nacional, cuando los líderes políticos manipulan la realidad, crean una dinámica similar a la del esposo manipulador y la esposa confundida de Gaslight. Al principio, las personas se sienten desorientadas por una realidad falsa; luego, comienzan a dudar de sus propios sentidos, lo que las hace cada vez más dependientes de las mentiras que se les presentan. Este proceso puede escalar hasta niveles absurdos, como las justificaciones de la guerra en Irak, que pasaron de la existencia de armas de destrucción masiva a una relación con Al-Qaeda, y finalmente a la mera especulación sobre el desarrollo de tales armas. La mentira, así como la manipulación de la realidad, se vuelve más sofisticada y, con el tiempo, las personas ya no son capaces de discernir la verdad.

Es crucial entender que este tipo de manipulación de la realidad no solo afecta a los individuos a nivel personal, sino que también corroe el tejido mismo de la sociedad. La falta de pensamiento crítico y la aceptación pasiva de narrativas impuestas debilitan la democracia y los valores fundamentales de libertad y justicia. Sin embargo, la resistencia a esta manipulación es posible. La educación, la reflexión interna y el desarrollo de una mayor conciencia son herramientas poderosas para restaurar la autonomía personal y colectiva. La sabiduría antigua y las prácticas como la meditación no son solo técnicas para la paz interior, sino que también son antidotos contra las mentiras que se nos imponen.

En resumen, el desafío para los individuos y la sociedad es comprender cómo la manipulación de la realidad no solo distorsiona los hechos, sino que socava nuestra capacidad de pensar por nosotros mismos. Frente a la constante presión de la propaganda y las narrativas impuestas, es vital desarrollar una conciencia crítica y un enfoque centrado en el presente para resistir la distorsión de la verdad. La verdadera fuerza radica en mantener nuestra autonomía mental y emocional, no ceder a la manipulación y ser conscientes del impacto que nuestras creencias y decisiones tienen en la realidad colectiva.

¿Cómo puede el diálogo generativo transformar el liderazgo y las organizaciones en tiempos de crisis?

El proceso de cambio en los sistemas sociales, políticos y económicos de nuestro tiempo exige una transformación profunda, no solo a nivel institucional, sino también a nivel individual. Los métodos tradicionales de gestión y liderazgo han demostrado ser insuficientes frente a los complejos retos del siglo XXI. Ante esta realidad, Scharmer propone un enfoque innovador que va más allá de las estrategias convencionales: se trata de una transformación que comienza con la apertura de la conciencia individual y colectiva, a través del diálogo generativo y una profunda escucha.

El principio fundamental del enfoque de Scharmer radica en la necesidad de crear espacios de reflexión de alta calidad, tanto para grupos como para individuos, donde las personas puedan conectarse de manera auténtica con su ser interior y con los demás. Esta práctica de reflexión no es simplemente una forma de descanso o meditación, sino una acción deliberada para desconectar del ruido externo y del ego, y reconectar con lo que realmente importa. La clave está en la creación de un ambiente que permita ver la realidad desde una nueva perspectiva, reconociendo la interdependencia y la conexión entre los distintos actores dentro de un sistema más amplio.

El concepto de "escucha generativa" se presenta como un elemento esencial en este proceso. Scharmer describe cómo, a través de una escucha profunda, las personas pueden pasar de una simple escucha de juicio, en la que solo se atiende a lo que ya se sabe, a una escucha empática, en la que se empieza a entender la situación desde los ojos de otro. Esta escucha empática es fundamental para desbloquear nuevas posibilidades, tanto en el ámbito personal como profesional. Pero lo más transformador es la escucha generativa, en la que se da espacio para que algo nuevo emerja, para que surjan nuevas ideas y soluciones, aún antes de que se materialicen plenamente. Este tipo de escucha no se trata de "resolver problemas" de inmediato, sino de generar nuevas realidades.

El acto de escuchar de forma generativa, como un proceso de co-creación, puede llevar a un cambio radical en la forma en que se gestionan los proyectos y las relaciones dentro de las organizaciones. A medida que las personas se conectan a un nivel más profundo, empiezan a experimentar un sentido más claro de lo que son capaces de crear juntas. Se trata de movernos desde la conciencia del ego hacia la conciencia del ecosistema, reconociendo cómo nuestras acciones y creencias afectan al conjunto. El cambio comienza cuando, al dejar ir nuestras viejas formas de pensar, se abre un espacio para lo nuevo.

Es importante destacar que este tipo de cambio no se logra a través de estrategias de coerción o manipulación, sino más bien a través de la creación de condiciones en las que las personas estén dispuestas a participar de manera auténtica. Scharmer subraya que la resistencia al cambio se produce cuando se intenta imponer soluciones desde arriba, en lugar de permitir que surjan naturalmente desde los actores involucrados. En este sentido, el enfoque de "ir hacia donde ya está ocurriendo el cambio" se presenta como una forma de fortalecer las iniciativas emergentes y apoyarlas de manera sostenible. En lugar de centrarse en lo que no funciona, se debe poner atención en lo que ya está funcionando y amplificar esos esfuerzos.

Además, el liderazgo generativo no se limita a la solución de problemas inmediatos, sino que se enfoca en la creación de un futuro en el que la sostenibilidad y el bienestar sean el centro de la acción colectiva. La visión de un futuro que inspire compromiso es más poderosa que la insistencia en hacer menos daño, como a menudo sucede en los movimientos medioambientales. Para Scharmer, el cambio real y duradero surge cuando las personas se sienten realmente escuchadas y valoradas, cuando hay un sentido de comunidad y cooperación genuina.

La dificultad de implementar estos enfoques radica, en gran medida, en la falta de habilidades de escucha generativa en los líderes actuales. Esta falta de competencia limita las posibilidades de innovación colectiva, ya que se pierden oportunidades de creación conjunta al centrarse demasiado en resolver problemas de manera aislada. El "problema de la solución de problemas" se convierte en una barrera que impide el desarrollo de soluciones más amplias y efectivas. Por ello, desarrollar habilidades de escucha generativa no solo es útil para líderes, sino para cualquier persona involucrada en procesos de cambio o innovación.

Para superar estas limitaciones, las organizaciones y las instituciones deben estar dispuestas a probar nuevas formas de operar. Esto incluye explorar las grietas y aperturas dentro de los sistemas existentes, aquellas que indican que los viejos métodos ya no producen los resultados esperados. Si se logran identificar y aprovechar estos momentos de oportunidad, se pueden generar pequeños pero significativos cambios que, con el tiempo, pueden transformar sistemas enteros. El cambio no siempre debe ser disruptivo; a veces, lo más efectivo es ir avanzando de manera incremental, probando nuevas ideas y ajustándolas según se vayan desarrollando.

Lo esencial, en última instancia, es el desarrollo de una conciencia colectiva que esté abierta a nuevas posibilidades, que reconozca la interconexión de todas las partes de un sistema y que se enfoque en lo que realmente importa para el bienestar común. La capacidad de un líder para facilitar este tipo de interacción —donde el énfasis no está en imponer soluciones, sino en crear un espacio en el que surjan nuevas realidades— es lo que marcará la diferencia entre el fracaso y el éxito en el mundo contemporáneo.

¿Cómo podemos enfrentar la negación y la apatía ante la crisis ambiental?

El sentido de impotencia frente a la crisis ambiental global puede inducir a las personas a adoptar mecanismos de defensa, que les permiten distanciarse de la angustia causada por la magnitud del problema. Según Lertzman, la autodefensa se manifiesta en formas como la negación, la proyección y la escisión, todas estrategias psicológicas diseñadas para proteger a la mente de la sobrecarga emocional. Pero estas defensas no solo operan a nivel individual; la socióloga Kari Norgaard ha señalado que también son fenómenos sociales, organizacionales y políticos. Es decir, la negación no es simplemente un comportamiento individual, sino que es un proceso colectivo donde necesitamos que otros colaboren en nuestro rechazo a la realidad. Norgaard también advierte que el silencio sobre el cambio climático no debe interpretarse como desinterés, sino como una reacción al dolor que nos provoca reconocer nuestra propia complicidad en la crisis.

Cuando las personas no pueden evitar estas emociones de impotencia, surge la pregunta: ¿cómo pueden los individuos, los grupos y las organizaciones sentirse lo suficientemente seguros como para tolerar y enfrentarse a los duros problemas ambientales? Lertzman responde que es aquí donde la psicología clínica y la investigación inspirada en el campo clínico ofrecen valiosas perspectivas. Estas enseñanzas son cruciales para abordar el sufrimiento psíquico causado por la gravedad de la situación, y a menudo se traducen en tres pasos clave que un terapeuta seguiría al tratar con un paciente que lleva actitudes autodefensivas a la sesión: reconocer, fomentar la verdad y movilizar apoyo.

La primera etapa, el reconocimiento, implica un acto simple pero poderoso: "Te escucho, te veo, y te reflejo lo que creo que estás sintiendo". Este proceso tiene un efecto desarmante sobre los mecanismos de defensa. Cuando nos sentimos escuchados y apoyados, somos más receptivos y menos propensos a defendernos. La segunda fase es la revelación de la verdad, donde el terapeuta acompaña al paciente en la difícil tarea de hablar con honestidad sobre su experiencia, sin ocultar la dureza de la situación. Finalmente, el apoyo activo, que en muchos casos implica un liderazgo firme, puede inspirar a las personas a ver más allá de la desesperación e imaginar soluciones proactivas. Lertzman cita el ejemplo de la famosa frase de Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial: "Lucharemos en las playas". En este contexto, Churchill no ocultó la gravedad de la situación, pero pintó un cuadro heroico de resistencia y de enfrentamiento a la tormenta de la guerra.

Este enfoque implica confrontar la realidad, no evitarla, pero también resaltar las posibilidades, las innovaciones y las soluciones que aún son posibles, incluso en medio de la adversidad. El balance entre el reconocimiento de la verdad y el impulso hacia adelante es fundamental: uno sin el otro es incompleto y limitado. "Tenemos que ser los animadores del cambio", dice Lertzman, "reconocer la realidad y, al mismo tiempo, alentar el movimiento hacia un futuro mejor".

Por otro lado, el concepto de "adormecimiento psíquico" introducido por Paul Slovic proporciona una clave para entender por qué somos tan indiferentes ante problemas masivos como el cambio climático. Slovic señala que este fenómeno, que se refiere a nuestra incapacidad para conectar emocionalmente con crisis de gran escala, es crucial para comprender nuestra falta de respuesta ante tragedias globales. ¿Por qué nos conmueve tanto una tragedia individual, como un niño atrapado en un pozo, pero nos resulta casi imposible reaccionar ante genocidios o crisis que afectan a miles, o millones, de personas?

Este desinterés emocional hacia los problemas de gran escala, como el cambio climático, tiene raíces profundas. Slovic sugiere que esta falta de respuesta no se debe a una falta de interés o empatía, sino a la dificultad inherente de procesar problemas gigantescos. Los números, por sí solos, no evocan emoción; no despiertan esa sensación urgente que nos impulsa a actuar. Por ejemplo, frente a la muerte de miles de personas en un conflicto, nuestro instinto es no involucrarnos emocionalmente, porque el sufrimiento es tan grande que nuestra capacidad de respuesta se diluye. La "ley del efecto gota en el océano" —la idea de que, siendo un individuo, poco podemos hacer para cambiar la situación— es otra barrera clave para la acción.

Es importante señalar que esta falta de respuesta no es exclusivamente un fenómeno occidental o una cuestión de indiferencia. En realidad, muchas personas, especialmente aquellas que no experimentan directamente los efectos del cambio climático, tienden a subestimar la gravedad de la situación. La tentación de restar importancia a los cambios climáticos, viéndolos como variaciones naturales, es poderosa, porque evita enfrentarse a los sacrificios que podrían ser necesarios para mitigar el daño. Por ejemplo, muchos se oponen a las políticas ambientales estrictas porque creen que estas amenazan sus intereses económicos, especialmente cuando afectan a grandes industrias o alteran sus hábitos de consumo.

Finalmente, aunque nuestra capacidad para conectar emocionalmente con las tragedias globales es limitada, se puede fomentar una mayor conciencia y acción si se crea un enfoque equilibrado que combine la toma de conciencia de la realidad con la exploración activa de soluciones. Cuando los individuos se sienten parte de un movimiento hacia el cambio, se reduce el aislamiento emocional y se incrementa el deseo de involucrarse. Las políticas públicas, la educación y la movilización comunitaria pueden ser claves para superar las barreras psicológicas que dificultan nuestra respuesta ante la crisis ambiental.

¿Cómo la narrativa pública puede transformar el cambio social?

Marshall Ganz es un testigo y actor clave en la historia de los movimientos sociales de los Estados Unidos. Su viaje desde la juventud, marcada por la experiencia de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, hasta convertirse en uno de los más grandes pensadores y activistas en el ámbito del liderazgo y la organización, ha sido profundamente influenciado por su convicción de que la lucha contra el racismo y la injusticia social debe ser entendida desde una perspectiva más amplia: la lucha por la justicia y la dignidad humana. Su historia personal, ligada a la de muchos otros, es la historia de cómo la narrativa pública puede ser una herramienta de transformación social.

Ganz se unió al Movimiento por los Derechos Civiles de los afroamericanos tras ser testigo de una serie de eventos que marcaron la historia del siglo XX: el asesinato de Medgar Evers, el discurso en la Marcha sobre Washington en 1963, y la trágica muerte del presidente John F. Kennedy. Estos eventos no solo lo marcaron a él, sino que también lo conectaron con el sufrimiento colectivo, dándole un marco para entender que la lucha contra el racismo no solo tenía que ver con el odio hacia los judíos, sino con un problema mucho más amplio, el racismo institucionalizado que condena a muchos a la exclusión y la pobreza.

La experiencia de Ganz como activista y su participación en el proyecto de verano en Mississippi en 1964 le permitió comprender la diferencia entre caridad y justicia. En su aprendizaje, Ganz descubrió que el poder, cuando no está acompañado de amor, no puede ser justo, y que cualquier forma de amor que no reconozca y enfrente el poder nunca podrá producir justicia. A través de este aprendizaje, entendió que el cambio solo podría ocurrir si se abordaban las estructuras políticas, económicas y culturales que mantenían a las comunidades negras en un estado de poder político y económico casi nulo.

Una de las lecciones más significativas que Ganz extrajo de su participación en el Boicot a los autobuses de Montgomery fue la de cómo el poder colectivo puede cambiar las reglas del juego. En este contexto, comprendió que cuando las personas usan sus pies para mantenerse fuera del autobús en lugar de subirse a él, no solo boicotean a la empresa de autobuses, sino que empoderan a sí mismos. La lección era clara: "Las cosas empiezan a cambiar cuando las personas encuentran una manera de usar sus recursos para cambiar su dependencia en interdependencia." Esta idea se convirtió en una herramienta clave para reunir a las comunidades y ayudarlas a resolver sus propios problemas.

Con el tiempo, Ganz fue más allá, y en 1991, a los 49 años, completó su licenciatura en Historia y Gobierno en la Universidad de Harvard, donde continuó su formación con una maestría en la Kennedy School y un doctorado en Sociología. Fue en ese contexto académico donde profundizó en la importancia de la narrativa pública, como un medio para movilizar a las personas hacia la acción. La narrativa pública, según Ganz, es una forma de discurso empoderador que no solo permite a las personas reconocer sus propias historias, sino también conectar esas historias con las de los demás y, de este modo, crear un sentido colectivo de agencia.

El concepto de narrativa pública es una herramienta poderosa para movilizar a las personas en momentos de desafío. Una narrativa pública efectiva se construye a partir de tres elementos esenciales: la historia de uno mismo, la historia de nosotros y la historia de ahora. La historia de uno mismo es crucial porque permite que el líder o el activista se conecte con su audiencia de manera auténtica, transmitiendo los valores que los impulsan a actuar. Es, como subraya Ganz, un relato de nuestras experiencias y de los desafíos que hemos enfrentado, y cómo estas experiencias nos han llevado a la acción.

Por otro lado, la historia de nosotros conecta a la comunidad a través de relatos compartidos, que hacen resonar los valores comunes que unen a los miembros del grupo. Es un proceso de re-creación colectiva en el que cada persona se reconoce en la experiencia del otro. Y finalmente, la historia de ahora es la que da contexto al presente y plantea el desafío inmediato que enfrenta el grupo. En esta narrativa, el colectivo debe decidir si enfrentará el reto con miedo o con esperanza, eligiendo si se retirará o tomará acción con valentía.

La efectividad de la narrativa pública se ve reflejada en la capacidad de transformar el presente en un momento de cambio y acción. La narrativa, según Ganz, no debe estar vacía de sentido, sino que debe vincularse a un objetivo claro y alcanzable. Por ejemplo, en sus años de trabajo con los trabajadores agrícolas, Ganz utilizó un mensaje simple pero poderoso: boicotear las uvas para presionar a los empleadores a reconocer al sindicato. Este mensaje estratégico no solo fue comprensible, sino que ofreció a las personas un camino concreto hacia la justicia.

Ganz también subraya la importancia de que cualquier campaña de cambio social debe ser capaz de inspirar esperanza, no solo indignación. En el caso de la lucha contra el cambio climático, por ejemplo, la falta de una narrativa clara y la sobrecarga de información terminaron diluyendo el mensaje, impidiendo una acción efectiva. Para movilizar a las personas, la narrativa debe ser clara, enfocada en un desafío concreto y ofrecer una vía realista hacia la acción. El mensaje debe evitar caer en el derrotismo, ya que la desesperación solo conduce a la parálisis.

Al construir un movimiento de cambio, la narrativa no solo es un medio para sensibilizar a las personas, sino una herramienta para darles poder. Cuando las personas entienden su propio papel en una historia más grande, son capaces de actuar de manera más estratégica y coherente. Por lo tanto, los líderes y organizadores deben tener claro que la narrativa no solo informa, sino que también transforma, y es fundamental en la lucha por la justicia social.