Las narrativas confabuladas, aunque puedan no haber ocurrido tal y como se presentan, son construidas de manera que alimentan su verosimilitud, dando la impresión de basarse en eventos reales, aunque en realidad son invenciones. Según el crítico social W. T. Anderson, estas representaciones son percibidas como plausibles porque encajan dentro de sistemas de creencias y visiones del mundo ya establecidos. De esta manera, la línea entre lo imaginario y lo real se disuelve, incluso en los relatos completamente falsos, ya que existe un deseo inconsciente de que estos sean ciertos. Así, mitos como el del "Aryanismo" ganan credibilidad a medida que se difunden por diferentes medios, como discursos, artículos en periódicos, radio, cine y más, tal como ocurrió en la Alemania nazi.
Como observó el escritor francés Marcel Proust, "el tiempo pasa, y poco a poco todo lo que hemos hablado en falsedad se convierte en verdad". Las historias confabuladas están en todas partes hoy en día, especialmente en el ciberespacio, donde compiten con las "historias oficiales". La verdad se convierte literalmente en lo que la historia confabulada dice que es. Como citó Anderson, los confabuladores "toman el material crudo de la experiencia y lo modelan en historias; nos las cuentan, y nosotros las llamamos realidad".
Jean Baudrillard, el sociólogo y crítico social francés, argumentó que la frontera entre ficción y realidad ha desaparecido por completo en la modernidad, ya que la confabulación se ha convertido en un lenguaje inconsciente, induciendo una mentalidad que él denominó "simulacro". En este contexto, lo que ocurre en la pantalla y lo que ocurre en la vida real se perciben como reflejos el uno del otro. Esto interrumpe los mecanismos normales del cerebro, diseñados para diferenciar entre eventos imaginarios y reales.
En términos de psicología clínica, el término "confabulación" hace referencia a una alteración en la memoria que resulta en recuerdos distorsionados o mal interpretados del mundo. Las confabulaciones son simulacros que distorsionan la percepción de la realidad de las personas. En ellas, hay héroes y villanos, conflictos y victorias, éxitos y derrotas. Este aspecto es lo que las hace particularmente peligrosas, ya que los villanos son aquellos que los propios confabuladores eligen. En los mitos de pureza racial, por ejemplo, los villanos son aquellos que no pertenecen a la raza "superior".
Narrativas como las representadas en la película The Birth of a Nation convenientemente omiten la lucha por la igualdad racial que ha estado en marcha en los Estados Unidos desde la época de la esclavitud. Una historia más honesta de América validaría las muchas contribuciones de los afroamericanos a la nación. En cualquier utilización del Arte de la Mentira, no hay estrategia más peligrosa que esta forma de confabulación, pues alimenta el odio hacia lo diferente, visto como una amenaza para la supuesta hegemonía cultural de una nación.
Un antídoto crucial contra los efectos destructivos de tales narrativas míticas es el activismo social, como los movimientos por los derechos civiles, y las contranarrativas, que proporcionan una comprensión más precisa del papel de la diversidad racial y los efectos perjudiciales del racismo en los Estados Unidos. En esta categoría se encuentran películas como Mississippi Burning (1988), Ghosts of Mississippi (1996), A Time to Kill (1996) y BlacKkKlansman (2018), que sirven como ejemplos poderosos de cómo el cine puede ayudar a contrarrestar los mitos construidos.
El fascismo emergió en la década de 1920, cuando el cine se convirtió en un medio poderoso de expresión artística y política. Los regímenes fascistas aprovecharon el poder emocional del cine para entusiasmar a sus audiencias, mientras que los cineastas utilizaron este medio como una herramienta para oponerse al fascismo y al nacionalismo extremo. Así, el cine se convirtió en la voz de la resistencia contra el fascismo y, al mismo tiempo, en una herramienta para que el fascismo se representara de manera positiva. Hoy en día, el cine sigue siendo una de las voces más efectivas de resistencia a todas las formas de fascismo, razón por la cual suele ser censurado en los estados totalitarios.
En el contexto moderno, las narrativas confabuladas se hacen cada vez más prevalentes. Un ejemplo claro es la retórica de la administración Trump, específicamente la afirmación surrealista de su secretaria de prensa, Sarah Sanders, en una entrevista en 2018, donde sostuvo que Trump fue enviado a la Tierra por Dios para restaurar los valores cristianos y morales en América, interrumpidos por el "liberalismo ateo" de administraciones anteriores. Para los defensores de este relato, la narrativa MAGA es vista como redentora, un intento por restaurar el "pasado glorioso" de América, a menudo vinculado a un mito de pureza racial y religiosa, en el que se excluye la contribución de los pueblos indígenas y de los afroamericanos en la construcción de la nación.
Este tipo de narrativa es un ejemplo de confabulación astuta que intenta purificar un pasado que, en realidad, nunca fue tan "prístino" como se presenta. De este modo, proporciona a Trump y sus seguidores una herramienta poderosa para resonar emocionalmente con aquellos que sienten que han sido marginados por las políticas de diversidad y multiculturalismo. Esta confabulación no solo ignora la esclavitud y el rol de los pueblos indígenas en la formación de los Estados Unidos, sino que también omite el papel crucial de la inmigración en la evolución sociocultural de América. De acuerdo con la famosa frase de Orwell en 1984, "Quien controla el pasado controla el futuro: quien controla el presente controla el pasado".
Así, las narrativas confabuladas no solo reescriben la historia, sino que crean un nuevo "realidad" que, al ser repetida constantemente, acaba por moldear las creencias y percepciones de quienes la escuchan. Este proceso puede tener consecuencias devastadoras, no solo en el plano individual, sino en el colectivo, alterando nuestra comprensión de los eventos históricos y sociales.
Es fundamental que los lectores comprendan que las narrativas no son simplemente relatos inocentes, sino herramientas de poder y manipulación. Las mentiras y mitos creados a través de la confabulación pueden deshacer el tejido social, creando divisiones y enfrentamientos, como ha ocurrido a lo largo de la historia, y continúan ocurriendo hoy en día. La única manera de combatir estas narrativas es con la verdad, la educación y la reflexión crítica, comprendiendo siempre que lo que nos cuentan no siempre es la realidad, sino una versión construida con fines específicos.
¿Cómo las mentiras y la disonancia cognitiva afectan a la percepción de la realidad?
La habilidad para manipular las percepciones de las personas, creando realidades alternativas que encajan con sus creencias preexistentes, ha sido una herramienta poderosa utilizada por oradores a lo largo de la historia. Un ejemplo claro de esta táctica fue el discurso de Donald Trump durante su campaña presidencial, cuando prometió hacer a todos ricos y defendió la causa de los trabajadores fabriles y mineros del carbón. A pesar de nunca haber trabajado en fábricas ni minas, sus palabras lograron crear la ilusión de que "entendía" su sufrimiento. Esta estrategia de manipulación se fundamenta en una jugabilidad con la memoria histórica y el miedo. Al hablar de una "invasión" de extranjeros que robaban los trabajos de los estadounidenses, Trump no solo apelaba al temor de la pérdida laboral, sino también a una sensación profunda de injusticia histórica.
La oratoria efectiva depende no solo de las palabras, sino también de la forma en que se entregan. Conocer a la audiencia y adaptar el mensaje es crucial, como lo demuestran los discursos de líderes que han influido profundamente en la historia, desde Cicerón hasta Martin Luther King Jr. La diferencia clave, sin embargo, radica en el enfoque sobre la verdad. Los oradores antiguos sabían que la oratoria que promueve la verdad, aunque puede ser menos efectiva a corto plazo, resulta ser más poderosa y duradera.
En el ámbito de la manipulación, surge un fenómeno psicológico conocido como disonancia cognitiva. Introducido por el psicólogo Leon Festinger en 1957, este concepto describe el malestar que experimenta una persona cuando sus creencias entran en conflicto con la realidad objetiva. Este choque entre la creencia y los hechos crea una tensión interna que las personas intentan resolver. En lugar de abandonar sus creencias erróneas, las personas tienden a buscar información que las refuerce, ignorando cualquier evidencia en contra. Este proceso es común entre aquellos que creen en teorías de conspiración o en las mentiras de un líder carismático, ya que los seguidores a menudo desarrollan estrategias para minimizar la disonancia.
La razón por la que muchos siguen fielmente a líderes que los manipulan radica en la profunda inversión emocional que hacen en las mentiras que se les presentan. Cuanto más convencidos están de una idea, más difícil es que se dejen influir por los hechos. Como se señala en el libro When Prophecy Fails, los individuos que tienen creencias firmemente establecidas a menudo, al enfrentarse con pruebas irrefutables en contra, no solo mantienen sus creencias, sino que las refuerzan con un fervor aún mayor. Este fenómeno explica cómo los regímenes dictatoriales han podido mantener el control y la lealtad de sus seguidores, incluso cuando se evidencia que sus acciones son destructivas o infundadas. La necesidad de resolver la disonancia cognitiva puede ser una de las razones principales por las que los seguidores de un déspota se mantienen a su lado hasta el final.
El mundo contemporáneo, especialmente en el contexto de internet y las redes sociales, ha intensificado este fenómeno. La distinción entre la verdad y la mentira se ha vuelto cada vez más difusa, lo que genera un ambiente de disonancia cognitiva constante. En la "aldea global" de la que hablaba Marshall McLuhan, estamos atrapados en un presente continuo donde la velocidad de la información es tan rápida que las secuencias tradicionales de causa y efecto se desdibujan. Esta falta de un marco claro entre lo verdadero y lo falso nos sumerge en una realidad cada vez más confusa, donde las personas, incapaces de procesar la abundancia de información, tienden a aferrarse a sus creencias previas.
Esta situación se amplifica en lo que Neil Postman llamó una "tecnopolítica", una sociedad en la que la tecnología no solo domina las relaciones y las formas de vida, sino que redefine lo que entendemos como verdad. En una tecnopolítica, lo que importa no es si la información es verídica o no, sino que la información misma se ha convertido en el único bien valioso. En este entorno, los individuos buscan constantemente resolver la disonancia cognitiva que les provoca la contradicción entre lo real y lo virtual, entre los hechos y las ficciones.
Este fenómeno se evidencia claramente en el auge de los medios digitales y las redes sociales. Jaron Lanier, ingeniero y filósofo de la tecnología, señala que la tecnología no solo extiende nuestras capacidades, sino que manipula nuestra percepción del mundo. Hoy vivimos "a través" de las pantallas, y nuestra realidad se moldea cada vez más por lo que aparece en ellas. Esta situación ha creado una nueva forma de "realidad" que, aunque tan omnipresente como la vida misma, se basa en simulaciones y representaciones, más que en hechos verificables.
El concepto de Matrix, como se vio en la famosa película de 1999, refleja esta realidad contemporánea: vivimos inmersos en un sistema digital que define nuestra percepción de la realidad. En este nuevo entorno, las distinciones entre la verdad y la mentira son cada vez menos claras, y la disonancia cognitiva se convierte en una constante que influye en nuestra interpretación del mundo. La información, ya sea verdadera o falsa, sigue siendo el centro de nuestra existencia, y la búsqueda de una verdad objetiva se ha convertido en un reto cada vez más difícil.
¿Cómo la mentira se convierte en poder y qué revela sobre la naturaleza humana?
El ascenso de Donald Trump al poder no fue producto de un golpe militar ni de una conspiración oculta, sino de una guerra verbal que explotó el hastío general hacia la corrección política y su lenguaje edulcorado. Su campaña, caracterizada por un estilo agresivo, inclusivo en su aparente simplicidad y una retórica machista, logró energizar a sectores amplios del electorado con eslóganes contundentes como “Make America Great Again”, “Build the Wall” y “Drain the Swamp”. Su poder no residía en la verdad, sino en la fuerza de sus palabras y en la capacidad de imponer su versión de la realidad, un juego lingüístico que recuerda al Humpty Dumpty de Lewis Carroll, para quien las palabras significan solo lo que él decide que signifiquen. Esta estrategia retórica no solo funcionó para convencer a millones, sino que también reveló una compleja relación entre la mentira, el poder y la percepción social.
Trump es un maestro de la manipulación lingüística, que responde a las críticas acusando a sus detractores de “fake news” o “cacerías de brujas”. Sin embargo, esta dinámica tiene límites históricos y filosóficos: como Humpty Dumpty, quien tuvo una “gran caída” de la que no se recuperó, las figuras que sustentan su poder en el engaño están destinadas a ser desmentidas y derrotadas eventualmente. Esta idea está enraizada en la reflexión de pensadores como Maquiavelo y Giambattista Vico, quienes vieron la historia como un ciclo que alterna entre etapas divinas, heroicas y racionales, donde la verdad y la racionalidad emergen como conquistas sociales y no como atributos innatos.
Vico introduce el concepto de ricorso, el retorno a fases anteriores de la cultura, lo que sugiere que la humanidad puede transitar desde períodos dominados por mitos y leyendas hacia una era de historia racional y factual. En este sentido, la actual polarización y proliferación de la mendacidad política podrían verse como una fase regresiva que, sin embargo, está destinada a ser superada por una renovada conciencia humanista. La metáfora de la cueva de Platón ilustra esta transición: la sociedad puede estar atrapada en una oscuridad de falsedades y percepciones distorsionadas, pero tarde o temprano emergen aquellos capaces de romper con las sombras y enfrentar la realidad con claridad y verdad.
La mentira, vista a través de esta lente, no es un rasgo fijo del ser humano, sino una manifestación contingente de su creatividad e ingenio, que puede ser controlada y eventualmente superada. La teoría de la autopoiesis de Maturana y Varela es crucial para entender esta capacidad infinita de la mente humana para generar y reproducir conocimiento, y cómo la cultura es un factor fundamental para alcanzar la racionalidad. Sin cultura, los humanos regresarían a su imaginación mitológica para interpretar el mundo, perdiendo la conexión con la verdad objetiva.
La historia ofrece lecciones sobre el fracaso inevitable de regímenes basados en la mentira y la manipulación, desde el nazismo hasta el comunismo, que sucumbieron ante la integridad y la honestidad que brotan del espíritu humano. La antigua palabra israelita hychma, o “ciencia del corazón”, remite a esa fuerza interna que resiste la mentira y sostiene la dignidad humana. De igual manera, la tradición judeocristiana advierte contra el falso testimonio como una violación profunda del orden moral y social.
El simbolismo de Atenea, la diosa griega de la sabiduría, protege esta búsqueda de la verdad y la integridad. Atenea representa la superación de la astucia engañosa a través del lógos, el razonamiento racional que debe regir la vida pública y privada. Su legado cultural es un recordatorio de que la civilización florece cuando la verdad y la sabiduría guían las acciones humanas. La reciente ola de mujeres elegidas en la política estadounidense podría interpretarse como un renacer de esta fuerza ateniense, una esperanza de que la calidez, la sabiduría y la honestidad sustituyan a la frialdad y al cálculo frío del poder machiavélico.
La transformación social hacia una cultura de la verdad es un proceso continuo que requiere no solo reconocimiento de las falacias que nos rodean, sino también la construcción consciente de espacios donde la razón, la ética y la empatía sean los pilares. La mentira puede ser un instrumento de poder, pero su poder es efímero frente a la persistencia de la búsqueda humana por la verdad, la justicia y la integridad.
El entendimiento profundo de estas dinámicas permite al lector discernir cómo la manipulación verbal y la mentira no solo reflejan una estrategia política momentánea, sino también un fenómeno cultural más amplio que ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes. Comprender la capacidad humana para crear, perpetuar y eventualmente superar la mentira es fundamental para participar activamente en la construcción de sociedades más justas y conscientes.
¿Cómo la manipulación de la verdad forma parte de la política contemporánea?
En la actualidad, la línea entre la verdad y la falsedad se ha vuelto cada vez más difusa, especialmente en el ámbito político. La manipulación de la verdad no es algo nuevo, pero en las últimas décadas ha adquirido una forma y frecuencia alarmantes debido a los avances tecnológicos y la masificación de los medios de comunicación. Esto ha permitido que ciertos actores políticos, mediante un control astuto de la información, construyan realidades paralelas que favorecen sus propios intereses. La figura de Donald Trump es un ejemplo claro de esta tendencia, pues, a lo largo de su carrera política, ha jugado un papel central en la creación y difusión de lo que algunos podrían calificar como "fake news" (noticias falsas).
El fenómeno de las noticias falsas no es únicamente un medio para manipular la opinión pública, sino que también constituye una táctica para desestabilizar la confianza en las instituciones democráticas. Trump, por ejemplo, ha repetido en numerosas ocasiones afirmaciones erróneas o tergiversadas, como cuando dijo que Chicago había experimentado miles de tiroteos en un solo año, una declaración que carecía de base alguna, como señala el reporte de Miriam Valverde para Politifact. La persistencia en difundir estas mentiras genera un desgaste en la capacidad crítica de los ciudadanos y les hace dudar de las fuentes tradicionales de información.
Es relevante observar que este tipo de prácticas no se limita a la política estadounidense. A lo largo de la historia, los líderes han manipulado la verdad para ganar poder o consolidarse en el mismo. Figuras como Machiavelli, en su obra El Príncipe, ya alertaban sobre el uso de la mentira y la manipulación como herramientas de poder. Sin embargo, hoy en día, la velocidad con la que se propaga la información, gracias a las redes sociales, ha exacerbado este fenómeno. La realidad virtual creada a través de estos medios ha abierto nuevas formas de interacción, pero también ha facilitado el ascenso de personajes políticos cuya estrategia se basa en la confusión y el desorden informativo.
La técnica de la "gran mentira", o el uso repetido de afirmaciones falsas hasta que la gente comienza a aceptarlas como verdaderas, ha sido documentada a lo largo de la historia y se encuentra presente en los métodos de comunicación de Trump. Este tipo de manipulación se ve reforzada por el fenómeno de la "posverdad", un concepto que señala cómo las emociones y las creencias personales han llegado a prevalecer sobre los hechos objetivos. En este contexto, los hechos ya no importan tanto como las narrativas construidas alrededor de ellos, y los políticos han aprendido a explotarlas para sus fines.
La figura del "líder carismático" también juega un papel crucial en la manipulación de la verdad. El magnetismo de estas figuras puede oscurecer el juicio crítico de sus seguidores, quienes pueden llegar a aceptar afirmaciones sin cuestionarlas, simplemente por la confianza que tienen en la persona que las profiere. Esto ocurre no solo en los contextos políticos, sino también en ámbitos como el empresarial o el mediático, donde la mentira se presenta como una estrategia eficaz para consolidar el poder.
Es importante destacar que este fenómeno tiene implicaciones profundas en el tejido social. La erosión de la verdad y la expansión de las mentiras tienen el potencial de dividir a la sociedad, crear desconfianza entre los ciudadanos y, en última instancia, deslegitimar el sistema democrático. En un mundo en el que la verdad se ha vuelto maleable y manipulable, es fundamental desarrollar un enfoque crítico hacia la información que consumimos. La educación en medios, la alfabetización digital y el fomento de un pensamiento autónomo son herramientas esenciales para combatir la propagación de noticias falsas y restaurar la confianza en las instituciones.
En este contexto, también es relevante entender que la manipulación de la verdad no solo se limita a los discursos políticos, sino que se extiende a otras áreas como la publicidad, el marketing y la economía. Los individuos y grupos que se dedican a la creación de "fake news" a menudo emplean técnicas psicológicas para que sus mensajes resuenen con las emociones y las creencias preexistentes de su audiencia, lo que facilita su aceptación y difusión.
Es crucial que, como sociedad, no solo tomemos conciencia de las tácticas empleadas por los manipuladores de la verdad, sino que también desarrollemos una resistencia crítica ante ellas. El simple hecho de dudar de lo que se nos presenta como verdad, de cuestionar las fuentes y de verificar los hechos, puede ser una herramienta poderosa contra la manipulación masiva. La capacidad de distinguir entre hechos y opiniones, entre lo que es verdad y lo que no lo es, es más vital que nunca para preservar la democracia y el bienestar social.
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