La industria del petróleo y gas, en particular la que se centra en las arenas bituminosas de Canadá, ha sido objeto de una intensa lucha de propaganda en la última década. Las narrativas utilizadas por las grandes empresas, junto con su agresiva manipulación de la opinión pública, han marcado el rumbo de políticas y de la percepción general de la energía fósil. A través de una serie de campañas bien financiadas y sofisticadas, el objetivo de estas corporaciones ha sido desviar el enfoque de los problemas ambientales, promover sus intereses y generar una imagen positiva en un entorno cada vez más crítico con el impacto ambiental de los combustibles fósiles.
La propaganda a menudo se presenta de manera que descalifica a los opositores, en lugar de centrarse en el debate de los méritos o en las evidencias científicas. Grupos ambientalistas han sido atacados de forma directa, tildándolos de "radicales" o incluso "anti-progreso". Un ejemplo claro de esto se encuentra en las campañas contra las arenas bituminosas, que han sido comparadas por algunos como el "heroína" de la energía, alimentando un fuerte sentimiento negativo hacia las extracciones de petróleo. No obstante, estos ataques retóricos muchas veces se desvían del verdadero problema: el cambio climático y los daños irreversibles que la extracción y quema de estos recursos pueden causar a largo plazo.
Una de las tácticas más controversiales utilizadas por las empresas fue la creación de grupos de apoyo ficticios, conocidos como "astroturfing". Esta técnica se refiere a la creación de "movimientos populares" que en realidad son financiados y dirigidos por las mismas corporaciones que están siendo cuestionadas. Un ejemplo de ello fue la estrategia de la empresa Edelman, contratada por TransCanada en 2014, para apoyar la expansión de la construcción de un oleoducto a través de Canadá, conocido como el Proyecto Energy East. El plan de Edelman incluía la formación de grupos "de base" para descreditar a las organizaciones que se oponían a los proyectos de petróleo, como la Fundación David Suzuki o el Consejo de Canadienses, en un esfuerzo por neutralizar su impacto.
El uso de estas tácticas de manipulación de la opinión pública no es nuevo, ni exclusivo de Canadá. En Estados Unidos, esta estrategia ha sido practicada durante años, con la colaboración de firmas como Edelman y otras consultoras que manejan grandes campañas de relaciones públicas para crear una imagen favorable del sector energético. Estas campañas a menudo se financian con dinero oscuro, lo que hace casi imposible rastrear su origen y controla la narrativa de manera eficaz.
El astroturfing también juega un papel crucial en la creación de un campo de batalla en el que la información se distorsiona y se pone en duda todo lo relacionado con los movimientos ambientales, desde sus objetivos hasta los fondos que los respaldan. Este enfoque ha sido adoptado por personajes influyentes como Richard Berman, un consultor que se especializa en explotar el miedo y la ira a través de sus campañas, lo que permite a las empresas de petróleo y gas avanzar en sus intereses sin demasiada oposición pública.
Además de las tácticas de desinformación, la industria también ha sabido manipular el marco político. En 2012, el gobierno canadiense aprobó un proyecto de ley denominado "Jobs, Growth and Long-Term Prosperity Act", que fue criticado por los defensores del medio ambiente debido a sus implicaciones para la protección ambiental. Esta ley cambió más de 70 leyes federales y permitió una mayor flexibilización en los permisos para la expansión de oleoductos y proyectos de extracción de petróleo. El gobierno canadiense también dio un paso atrás respecto al Protocolo de Kioto y cerró centros de investigación clave sobre el cambio climático, lo que alimentó aún más la controversia sobre la falta de compromiso de Canadá en la lucha contra el calentamiento global.
En el fondo de este panorama se encuentra la cuestión central de la sostenibilidad. Mientras las grandes corporaciones continúan invirtiendo millones en campañas de relaciones públicas, las comunidades, los activistas y los científicos se enfrentan al desafío de destacar la verdad detrás de los intereses corporativos. La rapidez con la que se han tomado decisiones políticas que favorecen a la industria del petróleo es un reflejo de cómo el poder económico puede moldear la política en detrimento del medio ambiente y las generaciones futuras. La situación requiere un balance entre el desarrollo económico y la necesidad urgente de preservar los recursos naturales, pero la propaganda de las grandes empresas ha convertido este debate en uno profundamente polarizado y difícil de resolver.
Al analizar cómo las corporaciones petroleras utilizan estrategias de manipulación para avanzar sus proyectos, es importante que el lector comprenda la magnitud de la influencia que estas empresas tienen sobre la política y la opinión pública. No se trata simplemente de un debate sobre el petróleo, sino sobre cómo las estructuras de poder pueden moldear las políticas que afectan al futuro del planeta. Las campañas de relaciones públicas, aunque efectivas, deben ser vistas con escepticismo, y es fundamental buscar información de fuentes diversas para tener una comprensión completa de los temas que afectan a la humanidad y al medio ambiente.
¿Cómo transformar la polarización en un diálogo efectivo sobre temas controvertidos?
El diagnóstico de Yankelovich sobre la calidad del discurso público actual es claro: está profundamente deteriorado. El modelo predominante de comunicación masiva, en el que las personas no escuchan, desconfían, están polarizadas y carecen de un marco mental común, distorsiona cualquier intento de diálogo auténtico. El principal problema, según él, radica en que los medios de comunicación y los actores públicos no se percatan de que no están realmente comunicando. Creen que lo hacen, pero en realidad están atrapados en un círculo vicioso de incomprensión mutua, donde las diferencias se acentúan y no se busca el terreno común.
Yankelovich señala que la democracia requiere espacio para el compromiso, y el compromiso solo se logra reconociendo las preocupaciones legítimas del otro. Cuanto más se enfatizan las diferencias, más difícil se hace la posibilidad de avanzar hacia soluciones efectivas. La polarización, la falta de escucha y la desconfianza son elementos que obstruyen el progreso, tanto en cuestiones tan complejas como la lucha contra el terrorismo o el cambio climático. Si nos mantenemos en posturas rígidas, las soluciones que surjan serán dogmáticas, erróneas y distantes de la verdad.
En su crítica, el sociólogo apunta que la cultura actual favorece el debate y el conflicto por encima del diálogo y la deliberación. La televisión, los tribunales y los espacios públicos suelen estar dominados por una lógica de confrontación, donde lo importante es ganar el argumento, no buscar una solución compartida. Sin embargo, esta dinámica es contraproducente cuando se trata de enfrentar problemas complejos que requieren la cooperación de todos los sectores de la sociedad, como es el caso del cambio climático. En lugar de fomentar el entendimiento mutuo, el enfoque actual profundiza la desconfianza y contribuye a la parálisis social.
La ciencia, por ejemplo, se enfrenta a un desafío particular. Los científicos suelen comunicar bajo la presunción de que el público es racional, atento y dispuesto a aceptar los hechos presentados de manera objetiva. Sin embargo, esta visión es incorrecta en un contexto donde la desconfianza es la norma. Las afirmaciones científicas, por más fundamentadas que estén, pueden ser ignoradas o descalificadas si no se logra una comunicación efectiva con el público. En lugar de imponer hechos de manera abstracta y técnica, los científicos deben aprender a dialogar, reconociendo las preocupaciones de los demás y adaptando su discurso a las realidades de un mundo polarizado.
El concepto de "diálogo auténtico" cobra relevancia aquí. A diferencia del debate, que está diseñado para defender una postura y ganar, el diálogo parte de la premisa de que todos tienen piezas del rompecabezas y que la solución debe construirse de manera colectiva. El diálogo no busca derrotar al otro, sino entenderlo, reconocer sus puntos de vista y explorar el bien común. Es un proceso colaborativo, y no un juego de exposición y refutación de debilidades en las ideas ajenas. En este sentido, un tema como el cambio climático, que involucra a actores con marcos de referencia y valores muy distintos, solo podrá abordarse adecuadamente si todos se comprometen a dialogar.
El desafío que presenta el cambio climático es un ejemplo claro de cómo la polarización, la falta de entendimiento y la desconfianza dificultan el avance. Científicos, políticos, activistas y ciudadanos traen consigo perspectivas, intereses y niveles educativos muy dispares, lo que hace necesario un espacio de diálogo en el que las posturas sean examinadas con apertura. Solo así se podrá llegar a acuerdos que respeten las diversas preocupaciones y, a la vez, aborden la urgencia de la crisis ambiental.
El propio Yankelovich sugiere que, en un mundo saturado de eslóganes y datos incompletos, es crucial que los expertos y los responsables políticos aprendan a reconocer que la comunicación no se está produciendo si no se está escuchando de manera activa y empática. No basta con presentar información; es necesario fomentar un entendimiento mutuo, a menudo en medio de la desconfianza. En lugar de imponer respuestas, se debe abrir un espacio donde las personas se sientan escuchadas y puedan ver sus preocupaciones reflejadas en el proceso de toma de decisiones.
El advenimiento de una cultura del "abogado defensor" en lugar de la del diálogo está estrechamente relacionado con el aumento de la desconfianza pública. Los políticos y los científicos no pueden dar por sentada la confianza del público. En lugar de vender soluciones rápidas, el verdadero desafío está en crear un ambiente donde las personas se sientan cómodas suspendiendo su juicio y dispuestas a escuchar, incluso si no comparten las mismas ideas de inicio.
La solución no está en imponer la verdad ni en ganar un debate, sino en construir un entendimiento común. El trabajo de los expertos, los líderes políticos y los comunicadores es escuchar antes de hablar, comprender las preocupaciones ajenas y, sobre todo, estar dispuestos a cambiar su propio marco mental si es necesario. De esta forma, el diálogo no solo será un intercambio de ideas, sino una herramienta para construir un futuro común basado en el entendimiento mutuo.
¿Cómo contar una historia pública que inspire cambio y esperanza?
Una narrativa pública hábil es un elemento esencial en el liderazgo, especialmente cuando la plaza pública está llena de relaciones públicas, desconfianza e indiferencia. Como hemos visto a lo largo de este libro, presentar a las personas una avalancha de hechos y evidencia que despiertan sentimientos de culpa y miedo no es suficiente. Prácticamente todas las personas que entrevisté expresaron su preocupación por la baja calidad de la narrativa ambiental y cómo la falta de habilidad para contar historias lleva a una mayor ansiedad pública e inacción. Marshall Ganz detalla de manera brillante cómo construir una historia pública capaz de transmitir noticias malas sobre un problema, al mismo tiempo que ofrece un nivel de esperanza que sobrepasa cualquier ansiedad creada por una comprensión más profunda del problema. Tal historia se convierte en un diálogo emocional que habla sobre valores profundamente arraigados, sobre un futuro inspirado que es esperanzador y está impregnado de esos valores.
Un ejemplo fundamental de esta narrativa es la Regla de Oro, tal como la interpreta Karen Armstrong. Investigadora británica galardonada, Armstrong ha dedicado su vida al estudio de las grandes religiones del mundo. En 1984, fue encargada de escribir y presentar un documental televisivo sobre la vida de San Pablo. Fue durante su viaje por la Tierra Santa que su propia vida adquirió un nuevo rumbo. Absorbida en descubrir las similitudes y conexiones entre las religiones, comenzó a profundizar en la historia de estas tradiciones y, en 2008, hizo historia al ganar el premio TED. Armstrong usó el premio de 100,000 dólares para crear la Carta para la Compasión, una iniciativa que pretende resaltar la importancia de la compasión en las tradiciones religiosas.
Este principio central de la compasión, que Armstrong expone a través de la Regla de Oro, es fundamental para entender cómo transformar la narrativa pública. La regla, en su forma más sencilla, es: "No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti". Este principio, formulado por Confucio en el siglo VI a.C., está presente en muchas religiones y filosofías del mundo, como el judaísmo, el cristianismo, el budismo y el hinduismo. La compasión, según Armstrong, es el corazón de la verdadera espiritualidad y la clave para transformar las relaciones humanas y el comportamiento individual. Vivimos en una sociedad donde, con frecuencia, las doctrinas y creencias nos desvían de la esencia misma de las enseñanzas religiosas, que es un cambio profundo en el comportamiento, un cambio que nos aleja del egoísmo y nos invita a salir de nosotros mismos.
La compasión, lejos de ser un idealismo distante, es un camino muy práctico para la transformación personal y social. Armstrong señala que, a pesar de vivir en sociedades extremadamente violentas, los grandes maestros como Confucio, Buda y Sócrates insistieron en la importancia de la práctica de la compasión. Confucio, por ejemplo, subrayó que la verdadera compasión consiste en comprender el dolor propio y rehusar infligir ese mismo dolor a los demás. Este acto de empatía es el que transforma profundamente al individuo, permitiéndole vivir en armonía con los demás.
En el contexto político y social actual, donde la agresividad y la lucha parecen ser la norma, Armstrong destaca que la práctica de la compasión es esencial. No se trata de aceptar la injusticia pasivamente, sino de reconocer que la verdadera transformación comienza cuando nuestra acción no está motivada por el ego ni por el deseo de castigar, sino por el verdadero propósito de generar un cambio. La compasión no es un estado de pasividad, sino un estado de conciencia activa que busca mejorar la realidad sin caer en la trampa del antagonismo o la indignación egoísta. En palabras de Gandhi, la verdadera resistencia no debe buscar destruir al oponente, sino transformar la situación y las condiciones que llevan a esa injusticia.
Armstrong advierte sobre los peligros de la autocomplacencia y el endurecimiento del corazón, algo común en muchas protestas y movimientos sociales. En lugar de caer en la trampa de la indignación moral y la autojustificación, es vital preguntarse constantemente si nuestras acciones están motivadas por el deseo genuino de cambiar las cosas, o si simplemente estamos buscando desahogar nuestra frustración. Las emociones son poderosas, pero cuando se manejan desde el ego, se convierten en un obstáculo para lograr un cambio real. Este es uno de los grandes desafíos de los líderes públicos, activistas y defensores del cambio social: encontrar un equilibrio entre la pasión por la causa y la serenidad necesaria para generar una verdadera transformación.
Además de la compasión, otro aspecto clave en la construcción de una narrativa pública efectiva es la capacidad de generar esperanza. Una historia poderosa no solo debe reconocer la gravedad de un problema, sino también ofrecer una visión de un futuro posible, un futuro en el que los valores que compartimos nos guíen hacia soluciones y reconciliación. No es suficiente con identificar las malas noticias; también se debe presentar la posibilidad de un futuro mejor. Esta esperanza, sin embargo, no debe ser ingenua. Es una esperanza basada en la acción, en el compromiso colectivo, y en la comprensión profunda de que solo a través de la empatía y el esfuerzo común se puede superar la adversidad.
En un mundo que se enfrenta a crisis ambientales, políticas y sociales, la narrativa pública debe ser capaz de unir a las personas en torno a un objetivo común. La tarea del líder no es solo informar, sino inspirar, no solo denunciar, sino también ofrecer caminos hacia la resolución. Es en este cruce entre el entendimiento profundo de los problemas y la capacidad de generar esperanza donde reside el verdadero poder de la narrativa pública.
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