En Estados Unidos, el pavo tiene un valor simbólico mucho más elevado que cualquier otro plato de carne, una característica que tiene sus raíces en la fiesta original de Acción de Gracias. Este simbolismo no es uniforme, sino contextualizado: el valor histórico del pavo es relevante en la comida del Día de Acción de Gracias, no en el consumo de un simple sándwich de pavo cotidiano. La vida de los colonos, basada en la frugalidad, la diligencia, la templanza y el trabajo arduo, fue etiquetada como la "ética del trabajo protestante", considerada el espíritu fundacional de la sociedad estadounidense.
Con el paso del tiempo, los colonos se enriquecieron a través del ahorro y el trabajo duro, apoderándose eventualmente del poder económico en las ciudades emergentes que comenzaron a formarse en la última parte del siglo XIX. El origen del capitalismo corporativo moderno se encuentra en esta ética, como argumentó el sociólogo Max Weber a comienzos del siglo XX. Weber sugirió que los valores religiosos de grupos fundacionales como los peregrinos y los puritanos crearon inconscientemente una versión del capitalismo que veía el beneficio económico como un fin virtuoso, y como tal, un objetivo que debía perseguirse como si fuera una virtud religiosa. Según Weber, esto transformó las formas tradicionales de capitalismo en Europa, basadas en la propiedad de empresas por parte de familias, y allanó el camino para el capitalismo corporativo contemporáneo. Una vez que emergió este sistema, los valores religiosos protestantes dejaron de necesitar una manifestación pública explícita, ya que la ética sobre la que se basaban adquirió una nueva forma económica.
Es dentro de este contexto social que surgió el llamado "Sueño Americano", según el cual el éxito material es accesible a cualquier persona que suscriba a la ética del trabajo. Quien no lo haga, es visto como antitético a los "verdaderos" valores estadounidenses. En este paradigma histórico, los esclavos y los pueblos indígenas a menudo son vistos como ajenos, a menos que suscriban a la misma ética. Solo cuando lo hacen, es probable que sean aceptados en el marco de esa sociedad. Arthur Asa Berger señala que no somos conscientes del grado en que América fue fundada por, y posteriormente moldeada en reacción a, la ética protestante. El carácter de América se desarrolló cuando los primeros colonos decidieron que el consumo tenía un "lugar en el plan de Dios". El consumo fue, por tanto, racionalizado como una recompensa terrenal por la diligencia y el trabajo duro. Berger señala también que "hay, de hecho, una dimensión religiosa o sagrada en nuestras pasiones por consumir".
A finales del siglo XIX, la ética protestante comenzó a debilitarse, mientras se gestaba una América más secular, especialmente en los nuevos centros urbanos. Un pionero en este cambio fue P. T. Barnum, un empresario de espectáculos de Nueva York y operador de circos, que contrajo los valores puritanos al ofrecer placeres "pecaminosos" a todos, sin importar su origen social. Estos espectáculos, por casualidad, resultaron ser inclusivos, ya que el dinero no hacía distinciones de raza, etnia o clase social. A través de su "Gran Show en la Tierra", fundado en 1871, Barnum presentó un espectáculo en el que todos eran bienvenidos, independientemente de su origen. El circo y las atracciones que lo acompañaban eran subversivos en su esencia, ya que nadie tenía que adherir a valores religiosos o morales estrictos para disfrutar del espectáculo.
El impacto de Barnum en el cambio de valores en América no puede ser subestimado. Si bien el circo fue inicialmente visto como inmoral, no solo por sus contenidos profanos, sino también porque permitía que los "otros" formaran parte del espectáculo, el espectáculo en sí mismo contribuyó a la transformación cultural de la nación. Fue un punto de inflexión en la conciencia estadounidense, ya que marcó el inicio de una América más diversa, legitimando un lugar en la sociedad para todos, independientemente de su raza o etnia. El circo, en cierto sentido, facilitó un alejamiento de las raíces blancas protestantes de América, no por un cambio filosófico consciente, sino por el impulso del beneficio económico.
A medida que la prosperidad comenzó a extenderse por las nuevas ciudades a principios del siglo XX, los estadounidenses empezaron a disponer de más tiempo libre, lo que permitió una mayor interacción social y un aumento de las actividades recreativas. Entre ellas, destacó el jazz, que inicialmente fue considerado obsceno y vulgar, especialmente porque era la música de los "esclavos". Sin embargo, en un estilo verdaderamente empresarial, el jazz y su estilo de vida se difundieron entre los jóvenes blancos, mucho al disgusto de los guardianes morales de la época. El jazz floreció, y con él, surgió una nueva cultura de entretenimiento que incorporaba influencias afroamericanas, dando paso a los años veinte, conocidos como la "era del jazz". Esta expansión de la diversidad fue acompañada por un crecimiento económico sin precedentes, y la aceptación de las diferencias raciales y étnicas aumentó, a pesar de la aparición de grupos de supremacía blanca como el Ku Klux Klan.
Con el aumento de la inmigración a lo largo del siglo XX, Estados Unidos comenzó a diversificar aún más su composición social, convirtiéndose en un verdadero crisol de culturas. A finales de la década de 2000, el "Sueño Americano" parecía haberse concretado para todos, con la elección de Barack Obama como presidente en 2009, un hito en la integración de las comunidades raciales en el poder político. Sin embargo, el cambio de mentalidad no fue sencillo ni lineal. Para algunos, la elección de un presidente afroamericano fue vista como catastrófica, y el comienzo de una forma de discriminación inversa. Esta resistencia generó un ambiente de polarización política que desembocó en la ascensión de Donald Trump y su retórica del "Make America Great Again" (MAGA), una narrativa que apeló a aquellos que sentían que los valores tradicionales de la cultura blanca estadounidense estaban siendo desplazados.
Es importante reconocer que estos movimientos de inclusión y exclusión en la cultura estadounidense están íntimamente ligados a un proceso económico. Los avances en la diversidad no siempre han sido el resultado de un cambio ideológico, sino que han sido impulsados por una necesidad de adaptación en una sociedad donde la economía y la ganancia siempre han sido prioritarias. De esta forma, la historia de Estados Unidos revela una tensión constante entre los ideales de inclusión y los de preservación de la hegemonía de ciertos grupos, una dinámica que sigue siendo relevante en la actualidad.
¿Cómo se manipulan la verdad y la victimización en la era de las noticias falsas?
El atentado en Denver, Colorado, perpetrado por Eric Harris y Dylan Klebold, evidenció un fenómeno más profundo que trasciende la tragedia misma: la conexión entre el imaginario cultural y la construcción de realidades alternativas. Aquellos jóvenes, vestidos con impermeables negros y armados hasta los dientes, no solo cometieron una masacre, sino que parecían encarnar un símbolo extraído de la ficción más oscura, como la película The Matrix (1999), donde un grupo de rebeldes con vestimenta similar busca liberarse de una prisión ilusoria. Esta narrativa no es casual; el motivo gnóstico de romper las cadenas del cuerpo y alcanzar una realidad superior resurge en diversas expresiones culturales y se funde con símbolos modernos como las gafas oscuras, el cuero y las armas automáticas, creando un imaginario poderoso y subversivo. La magia, lejos de ser un vestigio antiguo, se manifiesta hoy bajo nuevas formas, donde la tecnología y la narrativa se entrelazan para satisfacer la antigua necesidad humana de "escapar de la prisión de la carne", tal como señala Lachman.
En este contexto, no es sorprendente que plataformas dedicadas a difundir noticias falsas, como Infowars, se involucren profundamente en conspiraciones ocultistas, ya que estas historias resuenan a nivel inconsciente en un público ávido de explicaciones simples para complejas realidades. El poder del lenguaje y la narrativa es tal que la creencia puede anular la razón, un fenómeno que la historia ha demostrado repetidamente. Este trasfondo ayuda a comprender por qué figuras políticas, como Donald Trump, han aprendido a aprovechar estratégicamente este ambiente permeado por la desinformación y el ocultismo mediático.
Trump utiliza con maestría la táctica de la victimización para invertir la percepción de sus acciones y crear confusión en la mente pública. Al denunciar constantemente a los medios que revelan sus falsedades como “fake news”, consigue no solo desacreditar a sus críticos, sino también presentarse a sí mismo como un perseguido, un mártir de una conspiración mediática que busca destruirlo. Sus ataques contra la prensa se basan en afirmaciones infundadas, como cuando acusa a la cobertura mediática de ser injustamente favorable hacia su predecesor, Barack Obama, o de minimizar sus propios logros. Estas afirmaciones se repiten en forma de tuits cortos, impactantes, plagados de mayúsculas, signos de exclamación y frases simplificadas que recuerdan a titulares de tabloides, diseñados para atraer la atención y fomentar una adhesión emotiva y no racional.
Este estilo sensacionalista, propio de lo que se conoce como "yellow journalism", explota la necesidad humana de encontrar respuestas sencillas y héroes en tiempos de incertidumbre, funcionando como una forma de escapismo. A través de estas tácticas, Trump no solo se glorifica, sino que también crea un enemigo común: los medios “falsos”, las instituciones de justicia “corruptas” y sus adversarios políticos, configurando así un relato de constante lucha y persecución. Esta narrativa no solo distrae, sino que divide, polariza y desinforma, dificultando el análisis crítico de la realidad.
Es importante entender que la difusión y aceptación de noticias falsas no es solo un problema tecnológico o mediático, sino un fenómeno profundamente humano ligado a nuestra psicología, nuestras creencias y a la manera en que construimos significado en el mundo. La combinación de elementos emocionales, simbólicos y narrativos crea un caldo de cultivo donde la verdad puede ser fácilmente distorsionada o incluso sustituida por ficciones más atractivas. La comprensión de estos mecanismos es esencial para desarrollar una mirada crítica que permita identificar la manipulación y resistir la seducción de relatos que apelan a prejuicios y miedos más que a hechos verificables.
¿Cómo la simulación distorsiona nuestra percepción de la realidad?
La distorsión de la realidad, por medio de la simulación y la manipulación de la percepción, es un fenómeno que se ha ido desarrollando gradualmente en nuestra sociedad. Este proceso ha sido descrito por Baudrillard, quien identificó cuatro etapas en la creación del simulacro. La primera es la capacidad natural del ser humano para distinguir entre lo real y lo irreal, una habilidad fundamental para nuestra interacción con el mundo. Sin embargo, esta capacidad se ve pervertida cuando estamos constantemente expuestos a representaciones ficticias y creencias erróneas. Es en este momento cuando se crean las primeras grietas en nuestra percepción de la realidad, como ocurre con las "hechos alternativos" de Kellyanne Conway o las teorías conspirativas que promueven figuras como Alex Jones. La duda sobre lo que es real y lo que es fantasía comienza a minar la confianza en nuestra propia percepción del mundo.
A medida que la exposición a estas representaciones ficticias se intensifica, se llega a una fase donde la distinción entre lo real y lo irreal se vuelve difusa. Esta es la fase Orwelliana, en la que el colapso de las categorías de verdad y falsedad nos lleva a vivir en una especie de "tercer espacio" donde la simulación se convierte en una realidad en sí misma. Un ejemplo claro de esta disolución de los límites entre la ficción y la realidad es el concepto de "Fantasyland" de Disney, que Baudrillard utiliza para ilustrar cómo los parques temáticos pueden sumergir a los visitantes en mundos ficticios, presentándolos como más reales que la realidad misma.
Con el tiempo, y a medida que la simulación se afianza, todo en la vida cotidiana —desde la política hasta el arte— se convierte en un simulacro. La verdad y la falsedad se mezclan de tal forma que resulta casi imposible distinguirlas sin una reflexión crítica profunda. El mundo descrito en la película de ciencia ficción The Matrix muestra una realidad donde la simulación se ha convertido en el estado normal. En este universo, los personajes viven "dentro" y "a través" de la pantalla de la computadora, y su conciencia está profundamente moldeada por esa interacción constante con un entorno virtual. Es interesante notar que los creadores de la película se acercaron a Baudrillard para consultarlo, aunque él rechazó esa oportunidad.
En un mundo como el de The Matrix, hay poco espacio para la reflexión sobre el contenido, debido a la constante avalancha de información que inunda nuestra atención. Vivimos en un entorno cognitivo donde la información fluye sin cesar, y lo que ayer era relevante, hoy ya parece irrelevante. Esta pérdida de la memoria y la incapacidad de retener el contexto de lo vivido da lugar a lo que algunos psicólogos y críticos sociales han llamado "amnesia de origen". La gente comienza a recordar hechos, pero ya no puede rastrear cómo o cuándo los aprendió, lo que hace que la experiencia personal pierda todo sentido y que los recuerdos se desvanezcan.
Esta pérdida de la capacidad crítica no es solo un fenómeno individual. Pensadores como Marshall McLuhan y Noam Chomsky han señalado cómo los medios de comunicación y la manipulación de la información nos convierten en simples espectadores. En una democracia moderna, aquellos que están encargados de la toma de decisiones y de la reflexión sobre los intereses comunes se distancian del pueblo, que, en lugar de ser partícipe activo, es solo una "masa confundida", que ocasionalmente se le permite votar, pero que no participa de manera significativa en el proceso democrático.
Es aterrador pensar que vivimos en un mundo donde las distinciones entre la verdad y la mentira, entre la ciencia y las conspiraciones, entre la realidad y la ficción, se han desdibujado hasta el punto de que la simulación misma se convierte en nuestra única percepción de la realidad. Donald Trump, por ejemplo, ha perfeccionado la técnica de erosionar el pensamiento crítico, canalizando la confusión y el miedo hacia soluciones fáciles que nunca abordan las verdaderas causas de los problemas, como la creciente disparidad de ingresos y el deterioro de la educación pública.
Es fundamental reconocer que la confusión mental generada por la simulación tiene efectos profundamente destructivos en nuestra capacidad para discernir lo que es verdadero. Sin embargo, es posible recuperar la claridad mental, aunque solo sea en un pequeño círculo de personas dispuestas a cuestionar y reflexionar críticamente. El filósofo Charles Mackay escribió: "Los hombres piensan en manadas; se volverán locos en manadas, mientras que solo lentamente, uno a uno, recuperan sus sentidos". De ahí que sea esencial encontrar un miembro de esa "manada", iniciar un intercambio de ideas y, gradualmente, introducir elementos de pensamiento crítico que permitan desentrañar la confusión impuesta por la simulación.
La distorsión de la realidad no se limita solo a la información política o a las teorías conspirativas. La misma dinámica afecta a nuestro sentido del arte, la cultura, y nuestra propia historia personal. La manipulación de la percepción, a través de mecanismos como el gaslighting y el lenguaje ambiguo, refuerza la confusión mental y hace que nuestra visión del mundo se base en algo completamente desajustado a lo que podría ser considerado objetivamente verdadero.
¿Cómo entender y combatir la manipulación política a través del lenguaje y la retórica?
El análisis de figuras políticas controvertidas, como Adolf Hitler y Donald Trump, revela que el uso estratégico del lenguaje y la retórica es una herramienta fundamental para moldear la percepción pública y ejercer poder. Desde Mein Kampf hasta los discursos y tuits de Trump, la manipulación del mensaje, el uso de metáforas poderosas y el control del marco narrativo permiten a estos líderes influir en las emociones y creencias de sus audiencias, a menudo distorsionando la realidad para crear una versión conveniente de los hechos.
El lenguaje figurado no es simplemente un ornamento literario, sino un mecanismo cognitivo que estructura cómo entendemos el mundo. Como muestran estudios de George Lakoff y Mark Johnson, las metáforas no solo enriquecen la expresión, sino que definen nuestra experiencia conceptual. Por ejemplo, la utilización de metáforas bélicas o de limpieza moral refuerza un sentido de urgencia y justificación para acciones controvertidas. En este sentido, el lenguaje de Trump, simplificado y repetitivo, busca no solo comunicar, sino también consolidar un marco mental específico en sus seguidores, uno en el que los problemas sociales son enemigos tangibles que deben ser enfrentados con medidas radicales.
El recurso al gaslighting, o manipulación psicológica para hacer dudar a la audiencia sobre su propia percepción, es clave en este contexto. El constante cuestionamiento de la verdad, la negación de hechos evidentes y la invocación de enemigos internos y externos crean un ambiente de incertidumbre y polarización. Este fenómeno no es nuevo ni exclusivo de un individuo, sino una estrategia recurrente en regímenes autoritarios y movimientos populistas que buscan consolidar poder a costa de la verdad y la confianza pública.
Por otra parte, la simplicidad deliberada del discurso político, que puede parecer superficial o incluso infantil, tiene un propósito claro: asegurar la accesibilidad y la memorización del mensaje, reforzando así su difusión y arraigo. La repetición constante y la reducción de la complejidad permiten que el mensaje atraviese capas sociales diversas y sea asumido como verdad incuestionable, creando una suerte de consenso ficticio.
Comprender estas dinámicas es esencial para combatir eficazmente la manipulación política. La alfabetización crítica en lenguaje y comunicación debe ser vista como una herramienta indispensable para cualquier sociedad democrática. Reconocer las técnicas retóricas, analizar el uso de metáforas y cuestionar las fuentes de información fortalece la resistencia frente a la propaganda y las tácticas de desinformación.
Es fundamental que el lector no solo observe los ejemplos evidentes de manipulación, sino que también desarrolle un sentido crítico que permita identificar formas más sutiles de control del discurso. La historia ofrece lecciones valiosas: desde el fascismo italiano y la propaganda nazi hasta las estrategias mediáticas contemporáneas, la repetición del patrón es clara. La vigilancia constante, la educación y el compromiso con la verdad son las mejores defensas contra el debilitamiento del tejido social y democrático.
La manipulación política a través del lenguaje no solo afecta la esfera pública, sino que incide profundamente en la percepción individual y colectiva de la realidad. Por ello, es necesario que el lector entienda que resistir estas estrategias implica un esfuerzo activo de reflexión, discusión y cuestionamiento constante, evitando caer en la pasividad que facilita el avance de discursos autoritarios.

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