Trump ha logrado construir una figura que, más allá de su discurso político, se articula como una especie de conducto, un "shunt", que conecta los intereses de sus seguidores con los de las élites a través de su propia presencia. A través de una serie de tácticas, ha logrado posicionarse entre dos esferas, la de los aliados y la de los rivales, y ha convertido su figura en un canal mediante el cual el valor -económico, político y cultural- puede ser transferido de un grupo a otro. Esta figura de Trump como un conductor de valor no solo está vinculada a su identidad física, sino también a los gestos y actos simbólicos que ha creado, los cuales se convierten en una forma de mediación entre los diferentes mundos que presenta.
En primer lugar, es imposible imaginar a Trump sin los míticos mitines, donde su presencia es fundamental. No se trata solo de lo que dice, sino de cómo se presenta físicamente ante su base de seguidores. Su cuerpo, sus gestos (como el famoso "dedo pistola") y su actuación constante ante la cámara no son meros adornos, sino elementos claves de su estrategia política. A través de estos gestos, Trump evita la necesidad de pronunciar declaraciones abiertamente ofensivas, pero transmite un mensaje claro y directo que conecta emocionalmente con su público. Por ejemplo, sus imitaciones de reporteros o políticos, como la parodia de un agente del FBI, son un recurso eficaz para ridiculizar a sus oponentes sin necesidad de incurrir en comentarios directos y fácilmente citables. Este tipo de teatralidad no solo atrae a sus seguidores, sino que también les da la sensación de estar en un espacio común con él, observando el poder en su máxima expresión.
La figura de Trump se presenta como un conducto por el que los valores de la élite se "filtran" hacia sus seguidores. Su apelación radica en su capacidad para hacer que los seguidores sientan que están alineados con una figura que, aunque aparentemente ajena al sistema establecido, puede recuperar el valor para ellos. Esta estructura de transferencia de valor es el corazón de su mensaje político: "Yo solo puedo arreglarlo", como él mismo dice. Su historia personal, en la que se presenta como un hombre de origen modesto que alcanza la riqueza y el poder, refuerza la creencia de que sus seguidores también tienen un lugar en esa narrativa. La expectativa es que, al pasar por Trump, el valor acumulado por las élites, ya sea en términos económicos o políticos, se redistribuirá a su base.
El riesgo de esta estrategia radica en la necesidad de mantener la apariencia de fricción en el proceso de transferencia de valor. Trump maneja este riesgo al evitar todo lo que pueda sugerir que está reteniendo el valor o haciendo que la transferencia sea difícil. Es por esto que su rechazo a usar teleprompter, su desinhibición y su tendencia a no seguir guiones establecidos son actos simbólicos de transparencia: no hay barreras entre él y su base. La constante "desinhibición" es, en este sentido, una forma de garantizar que su canal de comunicación y valor no se cierre o se distorsione.
El aspecto de la "falta de vergüenza" es otro componente esencial de esta estrategia. Trump no permite que las críticas o el juicio moral lo frenen. Su audacia, lejos de ser una debilidad, refuerza su posición como el único capaz de desafiar un sistema corrupto, una especie de elegido que no se ve limitado por las convenciones sociales. A través de esta falta de vergüenza, Trump reconfigura el concepto de poder, asociándose con la idea de que él es quien verdaderamente está conectado con lo divino o lo sagrado, un principio que muchos de sus seguidores encuentran atractivo y que refuerza su figura casi mítica. La simbología que utiliza, como el acto de levantar la Biblia en la Iglesia de San Juan tras el desalojo de manifestantes, apela a la dimensión religiosa y patriótica que sigue siendo central en su base electoral.
Además, Trump ha logrado hacer de su propia persona el centro del sistema, el punto a través del cual todo pasa. Sus seguidores creen que todo lo que él obtiene, incluso si es ilegal o moralmente cuestionable, será eventualmente redistribuido a ellos. Este fenómeno explica, en parte, por qué muchos aceptan y justifican los problemas éticos y legales que rodean su figura; ven en él un conductor de valor que inevitablemente les traerá alguna forma de ganancia, directa o indirecta. La promesa implícita es que, tras el paso de Trump, el sistema se reequilibrará, y ellos, al igual que él, recibirán una parte de lo que él ha "tomado" de las élites.
Por último, el peligro de esta construcción de Trump como un "shunt" radica en su capacidad para simular el poder y la protección contra el sistema mientras lo usa para enriquecer y reforzar su imagen. El riesgo de una ruptura de esta fantasía de redistribución de valor es que la base de seguidores podría percibir que este conducto se ha cerrado o que ha dejado de ser transparente. En este sentido, la figura de Trump es frágil y depende de su habilidad para mantener una constante dinámica de interactividad con su base, asegurando que el flujo de valor no se detenga.
¿Cómo la Captura Regulatoria y la Corrupción Dañan la Gobernanza Democrática?
El enfoque del gobierno de Trump sobre la captura regulatoria, los conflictos de interés y la corrupción a pequeña escala ha tenido un impacto significativo en las agencias gubernamentales encargadas de supervisar sectores cruciales como la energía, la salud, la educación y el medio ambiente. Un claro ejemplo es la elección de personas con vínculos estrechos con las industrias que deberían regular, lo que ha socavado la independencia de estas instituciones. Steven Mnuchin, por ejemplo, fue nombrado secretario del Tesoro, a pesar de ser un personaje clave en Wall Street. Durante la crisis financiera de 2008, compró un banco en quiebra que más tarde recibió una millonaria ayuda pública. Otro caso notable es el de Jay Clayton, presidente de la Comisión de Bolsa y Valores, quien pasó la mayor parte de su carrera defendiendo a las firmas de Wall Street que luego debía regular. En el ámbito de la energía, Rick Perry, nombrado secretario de Energía, tenía lazos estrechos con la industria petrolera y gasística, lo que generó un conflicto de intereses evidente. De manera similar, el administrador de la Agencia de Protección Ambiental, Scott Pruitt, mostró una relación cercana con ejecutivos de la industria fósil, algo que salió a la luz a través de correos electrónicos filtrados.
Este tipo de nombramientos no son un fenómeno aislado. A lo largo del mandato de Trump, la práctica de instalar personas con una carrera profesional en la industria que se pretende regular se hizo frecuente, lo que provocó que las agencias se vieran “capturadas” por los intereses privados que deberían controlar. La captura regulatoria en este contexto no solo debilitó las políticas públicas, sino que también perjudicó la moralidad institucional al poner a las agencias al servicio de intereses privados y no de la ciudadanía.
La corrupción a pequeña escala, aunque menos comentada, también tuvo un papel destacado en la administración de Trump. Muchos de sus miembros del gabinete fueron señalados por prácticas de despilfarro público y favoritismos. Por ejemplo, algunos ministros mostraron aversión a volar en vuelos comerciales, se beneficiaron de lujosas reformas en sus oficinas e incluso se embarcaron en viajes internacionales cuyo propósito real parecía ser más turístico que gubernamental. Estos comportamientos fueron vistos como una contradicción directa con la imagen de Trump como el presidente que lucharía contra la corrupción y el despilfarro en el gobierno, pero, en lugar de "drenar el pantano", los resultados fueron más bien una profundización de los mismos problemas que Trump prometió eliminar.
Uno de los aspectos más dañinos de la administración fue la proliferación de lo que se conoce como el "síndrome de la puerta giratoria". Este fenómeno se refiere a la práctica de que ex funcionarios del gobierno, como miembros del Congreso o secretarios de gabinete, se unan a empresas de lobby o firmas consultoras, a menudo trabajando en los mismos sectores que antes regulaban. Este tránsito entre el sector público y privado fomenta una relación de dependencia mutua entre los dos, lo que a su vez reduce la capacidad de los gobiernos para actuar de manera independiente y en el mejor interés de los ciudadanos. En el caso de la administración Trump, Pro Publica documentó al menos 187 ex cabilderos en puestos políticos clave, lo que muestra cómo esta dinámica se intensificó bajo su mandato.
En paralelo, las "lobbies sombra" también proliferaron. Estas son personas que, sin estar formalmente registradas como cabilderos, ejercen una influencia significativa sobre la política mediante su cercanía con funcionarios del gobierno o su vinculación con grupos de presión no oficiales. Durante la administración de Trump, personajes como Rudy Giuliani o Newt Gingrich fueron ejemplos claros de cómo la influencia de estas élites informales se coló en el gobierno. Aunque estos actores no siempre se identifican como cabilderos en el sentido tradicional, sus roles y conexiones dejaron claro que la separación entre el sector público y privado se había diluido considerablemente.
Además, este panorama de captura regulatoria, corrupción y lobbies sombra no solo afecta la eficacia de las políticas públicas, sino que deteriora la confianza de la ciudadanía en las instituciones democráticas. La instalación de individuos cuya trayectoria profesional contrasta directamente con los principios y misiones de las agencias que dirigen va en contra de los ideales fundamentales de la democracia. La moralidad del cargo y el ejercicio responsable del poder se ven socavados, lo que, en última instancia, conduce a una erosión de la gobernanza democrática.
A lo largo de estos procesos, la falta de rendición de cuentas y la manipulación del poder institucional por parte de los intereses privados no solo debilitan las instituciones gubernamentales, sino que también crean un entorno propicio para la corrupción y el abuso de poder. La captura regulatoria, la corrupción y el fenómeno de las puertas giratorias alimentan un ciclo en el que los intereses del pueblo son ignorados en favor de unos pocos actores poderosos que se benefician del sistema.
El lector debe comprender que la captura regulatoria y la corrupción no son únicamente prácticas individuales o decisiones aisladas, sino procesos estructurales que están profundamente enraizados en cómo funcionan las relaciones entre el gobierno y los intereses privados. A medida que estas prácticas se expanden y se institucionalizan, las consecuencias sobre la gobernanza democrática y el bienestar social se hacen más evidentes, y la confianza pública en el sistema de gobierno se ve gravemente comprometida.
¿Cómo la Corrupción y los Intereses Especiales Deterioran la Confianza Pública?
La creciente desconfianza en las instituciones, tanto a nivel global como nacional, es una señal alarmante de un fenómeno más profundo que afecta a sociedades y gobiernos. A lo largo de los últimos años, numerosos casos de corrupción, falta de transparencia y colusión entre el poder político y los intereses económicos han erosionado las bases de la confianza pública. Desde los lobbies que influyen en las políticas gubernamentales hasta los funcionarios públicos que aprovechan sus cargos para beneficio personal, la percepción de un sistema profundamente corrupto se ha convertido en una preocupación central en las democracias modernas.
Este declive en la confianza no es un fenómeno aislado ni reciente. En muchos países, los escándalos vinculados a la corrupción son sistemáticos, y la respuesta de las autoridades, a menudo, ha sido insuficiente o ineficaz. Los ejemplos más notorios incluyen desde el despilfarro de recursos en el gobierno, como lo ocurrido con el caso del teléfono insonorizado de $43,000 del exdirector de la EPA, Scott Pruitt, hasta el uso de conexiones políticas para obtener beneficios personales o familiares, como en el caso de Ivanka Trump y sus patentes en China. Estos incidentes no solo demuestran la falta de ética en los altos círculos de poder, sino que también refuerzan la percepción de que las reglas están diseñadas para beneficiar a unos pocos.
Los medios de comunicación, que deberían actuar como agentes de control social, también han sido cómplices en muchos casos, ya sea por falta de rigor en la investigación o por influencia de poderosos intereses. Esto se ve reflejado en la forma en que los medios de comunicación tradicionales han sido manipulados por grupos de poder, como sucedió en las elecciones de 2016 en Estados Unidos, cuando los medios de derecha lograron alterar la narrativa en torno a diversos temas, contribuyendo a una polarización aún mayor de la sociedad.
Una de las principales fuentes de desconfianza es el fenómeno de la "puerta giratoria", en la cual los exfuncionarios gubernamentales se incorporan a empresas privadas, o viceversa, creando un círculo vicioso donde los intereses personales prevalecen sobre los intereses públicos. Este tipo de corrupción no solo afecta a la moralidad de los sistemas políticos, sino que también tiene consecuencias tangibles en la formulación de políticas que no están orientadas al bienestar general, sino a proteger a las élites económicas y políticas.
Además, la opacidad en las donaciones y en la financiación de campañas políticas es otro factor que refuerza la desconfianza. El caso de los 1,100 donantes secretos a una organización benéfica vinculada a la Fundación Clinton, que no fueron revelados al público, es solo uno de los ejemplos de cómo los intereses de grandes corporaciones y millonarios influyen de manera encubierta en las decisiones políticas. Este tipo de prácticas refuerzan la idea de que las decisiones importantes se toman en favor de unos pocos, mientras que las necesidades de la mayoría quedan desatendidas.
El impacto de estos fenómenos va más allá de la política. La corrupción y la falta de transparencia contribuyen al aumento de la desigualdad, ya que las políticas públicas tienden a beneficiar a los sectores más poderosos en detrimento de los más vulnerables. Los populistas, en su intento por canalizar el descontento de la población, a menudo aprovechan este malestar, pero también utilizan tácticas engañosas para desviar la atención y manipular a las masas, en lugar de ofrecer soluciones reales al problema.
Es crucial que los ciudadanos comprendan que la corrupción no es solo una cuestión de "malos políticos", sino un sistema que se alimenta de la falta de participación y vigilancia. La transparencia, la rendición de cuentas y la lucha contra los conflictos de intereses deben ser pilares fundamentales en cualquier democracia. La confianza en las instituciones no puede ser restaurada sin una profunda reforma que elimine las prácticas corruptas y garantice una representación genuina de los intereses del pueblo.
Por lo tanto, además de reconocer los casos de corrupción y abuso de poder, es fundamental que los ciudadanos exijan un sistema más justo y transparente, donde las instituciones realmente trabajen para el bien común y no para el beneficio de unos pocos. Es importante entender que el cambio no vendrá solo de los líderes políticos, sino también de una ciudadanía activa, informada y comprometida con la defensa de sus derechos y valores democráticos.

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