El 19 de octubre de 1987, el mercado de valores estadounidense vivió una de las caídas más dramáticas de su historia. Ese día, el índice Dow Jones perdió 508 puntos, lo que representó una disminución del 23% de su valor, un descenso tres veces mayor que cualquier otra caída de un solo día en los 30 años previos. El colapso fue aún más grande en los futuros del S&P 500, que cayeron un 29%. La situación fue el resultado de una confluencia de factores, entre los cuales la "aseguranza de portafolios" (portfolio insurance) jugó un papel crucial.
Las empresas dedicadas a la aseguradora de portafolios, en un intento por proteger sus carteras, comenzaron a vender contratos de futuros a medida que caían los precios de las acciones. Esto, en lugar de mitigar el daño, aceleró el desplome. A medida que los índices bajaban, los contratos que las aseguradoras habían vendido también se volvían más valiosos, lo que las obligaba a vender aún más contratos, creando un círculo vicioso. La venta masiva de acciones se convirtió en una presión insostenible que llevó al mercado a un pánico generalizado.
El sistema de órdenes de la bolsa estaba desbordado, lo que provocó que los precios de las acciones y los contratos de futuros se desincronizaran. Para las 2 p.m., los precios reportados en la Bolsa de Nueva York ya estaban retrasados en una hora. A pesar de ello, los inversores continuaban vendiendo, lo que sumado a la falta de liquidez y de información clara, generaba aún más caos. La situación se volvió insostenible. Sin embargo, los arbitrajistas de índices, que eran responsables de un volumen importante de operaciones, dejaron de operar debido a los riesgos y los retrasos en las cotizaciones. Esto interrumpió temporalmente el ciclo vicioso de la "aseguranza de portafolios", aliviando algo la presión.
El colapso de 1987 dejó una huella profunda en los mercados financieros. Aunque la Reserva Federal intervino rápidamente para proporcionar liquidez y estabilizar la situación, la pregunta que quedó en el aire fue la de qué había causado una caída tan abrupta y si algo debía hacerse al respecto. El mercado se estabilizó en los días siguientes y los precios de las acciones comenzaron a subir nuevamente. En poco más de dos años, el Dow Jones superó su nivel anterior al colapso. Sin embargo, las preguntas sobre las causas y las soluciones no se resolvieron tan fácilmente.
Una de las lecciones más importantes que dejó la crisis fue la necesidad de crear mecanismos para prevenir una caída tan drástica en el futuro. Así nacieron los llamados "frenos de circuito" (circuit breakers), un sistema temporal para suspender las operaciones cuando los precios caen demasiado rápido. Este tipo de mecanismos buscan dar tiempo a los inversores para reevaluar la situación antes de tomar decisiones precipitadas.
A lo largo de los años, la mentalidad de miedo al colapso (lo que algunos llaman "crashofobia") se ha mantenido presente en los mercados financieros. La lección fundamental de 1987 es que los mercados no deben operar bajo condiciones de pánico. La venta masiva y la falta de información precisa solo agravan la crisis. Los inversores deben ser conscientes de que los movimientos erráticos pueden ser consecuencia de un pánico generalizado, y que es crucial mantener la calma, además de utilizar herramientas como los frenos de circuito para evitar reacciones impulsivas que empeoren la situación.
En un contexto actual, con la proliferación de servicios financieros en línea que afirman ser gratuitos, la lección de 1987 también es relevante. Antes de utilizar cualquier servicio que parezca no tener costo alguno, es crucial entender cómo el proveedor puede ofrecer algo sin costo. Las tarifas ocultas, el uso de datos personales o la falta de seguridad son riesgos que no se deben subestimar. El colapso de 1987 muestra cómo una falta de regulación adecuada y una confianza ciega en un sistema pueden llevar a una crisis.
Además de las lecciones directas sobre la dinámica del mercado, es fundamental comprender la importancia de un sistema financiero transparente y bien regulado. Los inversores no solo deben preocuparse por las fluctuaciones de los precios de las acciones, sino también por la estructura del sistema financiero en el que están operando. En tiempos de crisis, las políticas gubernamentales y la supervisión financiera juegan un papel crucial en la restauración de la confianza del mercado. La estabilidad a largo plazo del mercado depende no solo de la recuperación de los precios, sino también de las reformas que se implementen para prevenir crisis futuras.
¿Cómo las criptomonedas pueden desencadenar una crisis financiera aún mayor?
El auge de las criptomonedas ha traído consigo una nueva era de innovaciones tecnológicas, pero también ha generado preocupaciones sobre sus efectos a largo plazo en la economía global. En la actualidad, si bien algunas criptomonedas pueden experimentar caídas significativas, todavía existe una gran amenaza financiera latente, especialmente si alguna de ellas logra sobrevivir. Esto se debe a que las criptomonedas no solo tienen funciones como medio de intercambio o reserva de valor, sino que también cumplen una función crucial: la de unidad de cuenta, que podría ser la semilla de una crisis financiera aún más grande que las que hemos visto en el pasado.
El concepto de "unidad de cuenta" va más allá de simplemente usar el dinero para registrar activos y pasivos; en su núcleo, esta función tiene el poder de crear deudas o generar préstamos. Si las criptomonedas son aceptadas ampliamente como medios de pago o como reservas de valor, es casi seguro que la gente comenzará a pedir prestado y prestar en ellas. Los emisores de criptomonedas tendrían la capacidad de crear más unidades de la moneda, un proceso prácticamente sin costo alguno, lo que les permitiría ofrecer préstamos sin restricciones inmediatas. Esto podría llevar a una expansión descontrolada del crédito.
El crédito, como sabemos, es una de las principales formas de crecimiento de la moneda. A medida que los préstamos aumentan la oferta de crédito, se produce un auge en la demanda agregada y la actividad económica. Sin embargo, la historia ha demostrado repetidamente que, cuanto más rápido crece el crédito, mayor es el riesgo de que este crecimiento se vuelva insostenible y termine en una crisis financiera. En el sistema bancario tradicional, los bancos centrales y los reguladores pueden controlar el ritmo del crecimiento del crédito y tratar de frenar los excesos. Pero en un sistema de criptomonedas completamente privado e independiente, la única restricción sería la autocontención de los prestamistas. Mientras el crédito se expanda, los prestamistas acumularían enormes beneficios, y no tendrían ningún incentivo para frenar el crecimiento del crédito. De esta forma, el ciclo de auge y caída que ya hemos visto en la historia de las crisis financieras podría repetirse, solo que en una escala mucho mayor, dada la naturaleza descentralizada de las criptomonedas.
Las criptomonedas, y en general los productos impulsados por la tecnología, no son peligrosas por sí solas; más bien, ofrecen nuevas formas para que las personas lleven a cabo comportamientos que históricamente han llevado a desastres financieros: el robo, la especulación y el endeudamiento excesivo. El rápido crecimiento de las criptomonedas y su adopción como activos especulativos pueden intensificar estas conductas, exacerbando aún más el riesgo de una crisis global.
En el sistema actual de criptomonedas, donde las monedas están fuera del control directo de los gobiernos, la supervisión y la regulación son casi inexistentes. Esto abre la puerta a un ciclo de crédito aún más peligroso que el que hemos experimentado con las monedas tradicionales. Este entorno podría facilitar una burbuja financiera aún mayor que las que precedieron a las crisis más devastadoras del pasado. La falta de un marco regulatorio robusto y de controles claros podría permitir que el crédito se expanda de forma irresponsable, lo que generaría una mayor fragilidad en los sistemas financieros globales.
Además, la falta de regulación implica que las criptomonedas no tienen una entidad responsable que pueda intervenir en caso de que el mercado entre en un colapso. Si bien la tecnología subyacente de las criptomonedas, como la blockchain, puede parecer segura y transparente, la economía que las rodea es susceptible a los mismos vicios que han causado crisis financieras en el pasado. Los préstamos desmedidos, las burbujas especulativas y la falta de control podrían desencadenar una crisis aún más peligrosa que cualquier otro colapso económico reciente.
Es importante también considerar la relación de las criptomonedas con el concepto de "falsas promesas" en el ámbito financiero. Como en los esquemas Ponzi, donde se ofrece una rentabilidad inalcanzable sin explicar de manera clara cómo se generarán esos beneficios, las criptomonedas pueden atraer a inversores con promesas de ganancias rápidas e interminables, sin una comprensión clara de los riesgos involucrados. La especulación desenfrenada, junto con el flujo constante de nuevos inversores que buscan obtener rendimientos rápidos, puede inflar los precios artificialmente, solo para colapsar cuando los primeros signos de caída aparecen en el mercado.
Otro aspecto importante que no debe pasarse por alto es la creciente tendencia de los bancos centrales a experimentar con sus propias versiones de criptomonedas. A pesar de que algunos defienden que las criptomonedas centralizadas, respaldadas por gobiernos y bancos centrales, podrían ofrecer mayor estabilidad, la experiencia sugiere que incluso estas versiones podrían no ser inmunes a las crisis. La tecnología de las criptomonedas, al igual que cualquier sistema financiero, tiene el potencial de ser mal utilizada si no está respaldada por una regulación adecuada y una supervisión estricta.
Así, la adopción masiva de las criptomonedas podría resultar en una expansión descontrolada del crédito, y si las criptomonedas continúan siendo vistas como instrumentos especulativos y de préstamo, el ciclo de auge y caída podría volverse aún más pronunciado y destructivo. La tecnología de las criptomonedas tiene un enorme potencial para transformar la economía global, pero también presenta riesgos considerables que deben ser comprendidos y gestionados con sumo cuidado.
¿Por qué fallaron los modelos VaR en la crisis financiera de 2008?
Los modelos de Valor en Riesgo (VaR) se diseñaron para ayudar a los traders y gestores de riesgos a cuantificar la posible pérdida en un portafolio bajo condiciones normales del mercado. Sin embargo, durante la crisis financiera de 2008, estos modelos fracasaron estrepitosamente, provocando una serie de pérdidas inesperadas y descontroladas. Para entender las razones detrás de este colapso, es crucial examinar los factores que contribuyeron a la falibilidad de estos modelos.
El primer factor radica en los datos utilizados para construir los modelos VaR. Para realizar un análisis de VaR, es necesario estimar la distribución de los rendimientos de una actividad financiera, lo que exige la recopilación de datos. Generalmente, se emplean datos del pasado reciente, típicamente de los últimos dos años, para estimar esta distribución. Durante gran parte de los años 2000, cuando los mercados experimentaban un auge continuo, los rendimientos eran mucho más altos de lo habitual, y los días de pérdidas eran escasos. Como resultado, las distribuciones estimadas para el VaR se desplazaron hacia la derecha, lo que hizo que las estimaciones de pérdidas fueran cada vez menores, sugiriendo riesgos cada vez más reducidos. En otras palabras, los modelos proyectaban pérdidas más pequeñas, lo que daba una falsa sensación de seguridad.
Sin embargo, a finales de 2008, la distribución de los rendimientos de muchos activos se desplazó hacia la izquierda, lo que provocó pérdidas mucho mayores de lo esperado. La sorpresa ante estas pérdidas fue mayor porque los traders habían basado sus estrategias en la estabilidad que los modelos de VaR habían proyectado, lo que los dejó sin preparación para las pérdidas reales que comenzaron a materializarse.
El segundo aspecto importante tiene que ver con las correlaciones entre los activos de los portafolios. Los traders a menudo gestionan portafolios complejos que incluyen decenas, si no cientos, de activos diferentes. Para estimar una distribución única de rendimientos para un portafolio complejo, es necesario modelar las correlaciones de los rendimientos entre todos los activos presentes en dicho portafolio. El supuesto subyacente en los modelos de VaR es que estas correlaciones son estables a lo largo del tiempo. Sin embargo, si las correlaciones cambian de manera drástica, esto puede alterar significativamente la estimación del VaR.
Específicamente, las estimaciones de VaR reflejan los beneficios de la diversificación. Si los rendimientos de los activos en un portafolio no están perfectamente correlacionados, la diversificación puede reducir el riesgo global del portafolio. Por lo tanto, un portafolio diversificado debería tener un VaR menor que un portafolio no diversificado de igual tamaño, siempre y cuando los activos de ambos portafolios tengan un riesgo similar y sus rendimientos no estén correlacionados de manera perfecta. No obstante, si las correlaciones entre los activos aumentan hacia 1, los beneficios de la diversificación desaparecen, lo que puede hacer que el VaR del portafolio "diversificado" se eleve significativamente. Esto fue exactamente lo que sucedió en la crisis financiera de 2008: los rendimientos de los activos que anteriormente no estaban altamente correlacionados comenzaron a moverse en conjunto, lo que provocó que los riesgos de los portafolios diversificados fueran mucho mayores de lo estimado inicialmente.
En resumen, los traders se vieron sorprendidos por el repentino fracaso de sus modelos de VaR debido a la combinación de un cambio abrupto en la distribución de los rendimientos y un aumento de las correlaciones entre activos. Este fracaso llevó a una huida masiva de los mercados, drenando la liquidez y acelerando la caída de los precios de los activos. La sobreconfianza en los modelos de VaR y la suposición implícita de que los riesgos podrían ser controlados de manera precisa contribuyeron a que los traders se prepararan para pérdidas que no estaban en su radar, dejándolos completamente desprevenidos para enfrentar la magnitud de los riesgos reales.
El caso de la crisis financiera de 2008 no fue el único en el que los modelos de VaR fracasaron. Un ejemplo paradigmático de cómo los traders manipularon sus propios modelos de VaR para ocultar el verdadero riesgo es el caso de "El Ballena de Londres" en 2011-2012, involucrando a JPMorgan Chase. Este caso es irónico, ya que JPMorgan fue la entidad que originó los modelos de VaR, pero en este caso los traders manipulaban sus propios modelos para ocultar el tamaño real de sus riesgos, lo que resultó en pérdidas gigantescas.
En este episodio, un trader en Londres, Bruno Iksil, acumuló enormes posiciones en contratos de swaps de incumplimiento crediticio (CDS, por sus siglas en inglés). Este tipo de contrato actúa como un seguro contra el incumplimiento de una empresa o gobierno que haya emitido bonos. El comprador del CDS paga una prima periódica al vendedor, y si la entidad de referencia incumple, el vendedor del CDS paga la diferencia entre el valor nominal de los bonos y su valor de mercado.
Iksil estaba convencido de que los riesgos de incumplimiento de muchas empresas europeas estaban subestimados, por lo que comenzó a comprar contratos de CDS. A pesar de que los traders de Morgan esperaban grandes pérdidas en esta estrategia, un evento inesperado, como la quiebra de American Airlines en 2011, transformó la operación de una gran pérdida a una ganancia significativa de $400 millones. Esto impulsó a Iksil a expandir aún más sus posiciones, lo que llevó a una serie de pérdidas aún mayores cuando los riesgos de los CDS se materializaron de forma inesperada. Mientras tanto, la gestión de JPMorgan había establecido límites de VaR diarios para sus operaciones, pero el propio modelo de VaR creado por Iksil ya había superado estos límites antes de que el escándalo estallara, lo que reveló las deficiencias inherentes a los sistemas de modelización de riesgos y el manejo de las posiciones en mercados complejos.
El fracaso de los modelos VaR y las manipulaciones realizadas para ocultar los riesgos no fueron solo el resultado de fallos técnicos en los modelos matemáticos, sino de una falta de comprensión profunda de sus limitaciones y de una confianza ciega en la capacidad de estos modelos para predecir el comportamiento de los mercados bajo circunstancias excepcionales.
¿Cómo las crisis financieras revelan los errores sistemáticos en la gestión económica?
Las crisis financieras, aunque frecuentemente analizadas a través de sus efectos visibles en los mercados y las economías, suelen tener una raíz más profunda en los fallos sistémicos de las políticas monetarias, los reguladores y la propia estructura del sistema financiero. El estudio de estos colapsos no solo ilumina las vulnerabilidades inherentes en las economías globales, sino que también proporciona valiosas lecciones para evitar que se repitan.
Desde la fundación del Sistema de la Reserva Federal de los Estados Unidos, a principios del siglo XX, hasta la explosión de burbujas especulativas en los mercados de criptomonedas y derivados financieros, la historia ha demostrado que, aunque las crisis financieras pueden parecer eventos aislados, en realidad son manifestaciones de una acumulación de decisiones erróneas, tanto a nivel macroeconómico como a nivel de individuos que operan dentro de estos sistemas. En su "Historia Monetaria de los Estados Unidos", Milton Friedman y Anna Schwartz documentan cómo el Federal Reserve, durante la Gran Contracción de los años 1930, no logró actuar con rapidez ni eficacia ante los retos económicos, exacerbando la profundidad de la Gran Depresión.
Las burbujas especulativas, tales como la famosa burbuja de los tulipanes en el siglo XVII o los altísimos precios de los activos en la década de 2000, también nos enseñan que la irracionalidad no es siempre la causa principal de estos fenómenos. Peter M. Garber, en su libro Famous First Bubbles, argumenta que el análisis social y las dinámicas de grupo, a menudo pasados por alto, juegan un papel crucial en la formación y explosión de las burbujas. A lo largo de la historia, el auge de los precios ha sido impulsado tanto por la presión social como por la especulación organizada, no solo por el comportamiento errático de los inversores.
La tecnología también ha jugado un papel esencial en la creación de nuevas formas de crisis. Por ejemplo, la introducción de las criptomonedas y su base tecnológica, la blockchain, ha transformado la naturaleza de los mercados financieros. El libro Virtual Billions de Eric Geissinger ofrece una visión fascinante de los primeros días de Bitcoin, no solo desde un punto de vista técnico, sino también desde la perspectiva de los ideales libertarios que impulsaron su creación. Aunque las criptomonedas se presentan como una solución descentralizada, su volatilidad y el riesgo inherente a la falta de regulación han demostrado ser factores que pueden desestabilizar los mercados de formas similares a otras burbujas financieras históricas.
Un punto crucial para entender las crisis es la forma en que las políticas monetarias pueden tanto mitigar como agravar los problemas. En el caso de la hiperinflación alemana de 1914-1923, que Carl-Ludwig Holtfrerich describe en su trabajo The German Inflation 1914–1923, la excesiva expansión de la oferta monetaria por parte del gobierno alemán no solo duplicó los niveles de precios, sino que provocó un colapso económico que tuvo efectos devastadores en la estabilidad social y política del país. Los estudios de este tipo subrayan la importancia de una política monetaria prudente y bien regulada para evitar que los excesos financieros lleven a la ruina.
Otro ejemplo paradigmático es el de la crisis bancaria japonesa de la década de 1990, que se originó por una combinación de políticas laxas y la sobreexposición al sector inmobiliario. Los trabajos sobre este tema, como los de Takeo Hoshi y Hugh Patrick en Crisis and Change in the Japanese Financial System, destacan cómo la falta de transparencia en los activos bancarios y la resistencia a reformas estructurales fueron factores clave en el colapso de su sistema financiero. La gestión inadecuada del riesgo por parte de las instituciones financieras, sumada a un sistema de regulación débil, dejó a Japón vulnerable a una crisis que perduró por más de una década.
La influencia de las derivadas financieras es otro punto que ha sido crucial en el desencadenamiento de crisis. La quiebra de entidades como Lehman Brothers en 2008, producto de la especulación masiva con productos financieros complejos, mostró que incluso las instituciones más robustas pueden caer debido a la exposición a riesgos que no habían sido correctamente gestionados. Libros como Global Derivatives Debacles de Laurent L. Jacque nos proporcionan un análisis técnico de cómo la desregulación y el mal uso de los derivados pueden llevar a desastres financieros, afectando no solo a las empresas involucradas sino a la economía global en su conjunto.
Lo importante para los lectores es entender que las crisis financieras no son fenómenos aislados ni eventos fortuitos, sino que surgen de un cúmulo de fallos sistémicos, tanto en la política económica como en la conducta de los actores financieros. Aunque las tecnologías emergentes, como las criptomonedas, ofrecen nuevas oportunidades, también conllevan riesgos similares a los de las burbujas pasadas, si no se manejan adecuadamente. Las lecciones del pasado deben servir no solo para entender qué salió mal, sino también para implementar cambios que prevengan futuras catástrofes económicas.
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