En la madrugada del 3 de noviembre de 2020, tras el cierre de las urnas, Donald Trump se enfrentó a la incertidumbre sobre los resultados de las elecciones. Mientras sus colaboradores analizaban los modelos estadísticos de la campaña, Trump comenzó a prepararse para lo que podría ser su discurso de victoria o de concesión en el escenario del East Room. Sin embargo, algo poco común sucedió. En lugar de rendirse ante los resultados preliminares, como dictaría la lógica política, Trump se mostró incrédulo ante la derrota. En un primer momento, alegó que, en su opinión, “habíamos ganado las elecciones” y se negó a aceptar la posibilidad de haber perdido, incluso mientras los votos seguían siendo contados. El presidente saliente, al sentirse incapaz de gestionar el proceso de transición, navegó por una serie de emociones contradictorias, desde la rabia hasta la resignación, mientras buscaba respuestas dentro de su círculo cercano.

Durante los días siguientes, la situación se fue tornando aún más confusa. A pesar de que los asesores más cercanos al presidente, como el estratega político Jason Miller y su yerno Jared Kushner, insistían en la magnitud de la derrota, Trump se aferraba a la posibilidad de revertir los resultados, incluso cuando las probabilidades se presentaban abrumadoramente en su contra. En su mente, el análisis de datos ofrecido por sus consultores mostraba un futuro sombrío con una probabilidad de éxito que oscilaba entre el 5 y el 10 por ciento si continuaba con los desafíos legales. Sin embargo, Trump se mostró confiado e insistió en que la posibilidad de ganar no era tan remota.

A medida que los días avanzaban, las tensiones aumentaron. La posibilidad de presentar una objeción ante los resultados electorales ganó terreno dentro de su círculo más cercano. Personajes como Rudy Giuliani comenzaron a promover la idea de que Trump debía declarar la victoria, y su campaña comenzó a generar dinero a través de mensajes que acusaban fraude electoral. Esta estrategia, aunque ruidosa, no logró obtener apoyo legal significativo. A pesar de esto, Trump siguió adelante, buscando asesoramiento y explorando cada vía posible para evitar ser considerado un perdedor ante el país.

Una de las maniobras más controversiales fue el intento de convencer a las legislaturas estatales controladas por los republicanos para que anularan los resultados de las elecciones y enviaran electores que favorecieran al presidente, un movimiento que se ganó el apoyo de algunos de los aliados más cercanos a Trump. La figura de Steve Bannon, quien había sido una influencia política crucial durante la campaña de 2016, se volvió nuevamente relevante al impulsar teorías sobre el “robo” de las elecciones. Este sentimiento se extendió rápidamente a través de redes sociales, impulsado por el uso del hashtag #StopTheSteal, y figuras como Michael Flynn, Roger Stone y otros aliados cercanos a Trump comenzaron a organizar protestas y eventos públicos, en un intento por deslegitimar los resultados.

Mientras tanto, el presidente comenzó a rodearse de más personas que compartían su perspectiva, lo que incluyó a Sidney Powell y otros abogados dispuestos a presentar demandas en los tribunales para revertir los resultados en estados clave. Aunque las demandas y acusaciones de fraude no tuvieron éxito en la corte, la persistencia de Trump en buscar una solución mostró su incapacidad para aceptar una derrota pública. A pesar de los indicios claros de que Joe Biden se encaminaba a la victoria, Trump no cesó en su intento de desafiar la legitimidad de los resultados.

El factor humano en este proceso fue crucial. Las relaciones entre Trump y su círculo cercano se volvieron cada vez más tensas. Varios de sus colaboradores, como Hope Hicks y su yerno Jared Kushner, comenzaron a hacerle notar la realidad de la situación. Sin embargo, a pesar de los consejos en contra, Trump se mantuvo firme en su posición, buscando alternativas cada vez más extremas, hasta el punto de considerar cambios en la forma en que el Congreso debía abordar los resultados electorales.

La clave para entender la postura de Trump radica en su profundo temor a la humillación pública, algo que, en su visión, se convertiría en su mayor fracaso. Su habilidad para movilizar a su base de apoyo, a pesar de los resultados adversos, reveló una lección importante sobre cómo las narrativas políticas y los miedos personales pueden entrelazarse para crear una realidad paralela. En el caso de Trump, su obstinación no solo fue una cuestión de política, sino también una lucha interna por mantener el control sobre su propia imagen y evitar ser percibido como un perdedor.

A medida que los días transcurrían y las probabilidades de una reversión se desvanecían, Trump continuaba manejando la narrativa como si el desenlace aún estuviera en sus manos, alentando a sus seguidores a desafiar los resultados. Este fenómeno también reveló una disonancia cognitiva entre la realidad objetiva y la percepción que Trump deseaba mantener: para él, la derrota no solo representaba una pérdida electoral, sino un golpe a su identidad política y personal.

Este proceso también mostró cómo la política puede ser moldeada no solo por hechos y cifras, sino por las emociones, miedos y egos de quienes se encuentran en posiciones de poder. Trump, al igual que muchos otros líderes antes que él, demostró que, en ocasiones, la política se convierte en una batalla emocional, tanto con los demás como con uno mismo. El impacto de estos eventos sigue siendo debatido, pero lo que es innegable es que la resistencia de Trump a la derrota no solo tuvo implicaciones políticas, sino que también dejó una marca indeleble en la política estadounidense.

Es crucial que los lectores comprendan no solo los hechos que rodearon la negativa de Trump a aceptar su derrota, sino también los mecanismos psicológicos que impulsan esta resistencia. Entender estos aspectos puede ayudar a desentrañar las complejidades de la política moderna y ofrecer una visión más profunda de cómo los líderes, al igual que los ciudadanos, pueden ser influenciados por sus propios miedos y deseos en momentos de crisis. Además, el fenómeno de la "negación" política, a menudo alimentado por las redes sociales y las noticias sesgadas, resalta la importancia de una narrativa coherente y de la aceptación de los resultados democráticos para el buen funcionamiento de cualquier sistema político.

¿Cómo ha influido Donald Trump en la política estadounidense?

Trump, en su estilo característico, rara vez ha tomado una postura dura en público sobre aquellos a quienes, en privado, no dudaba en atacar con ferocidad. La forma en que manejó sus relaciones personales y políticas refleja la particularidad de su figura en la historia contemporánea. A pesar de que su campaña se construyó sobre acusaciones de mala administración, con figuras cercanas como su gerente de campaña Brad Parscale descrito como alguien que malgastó recursos, Trump nunca profundizó demasiado en la crítica. En su relato, incluso respecto a la figura de Jared Kushner, su yerno, Trump se justificó con la relación que este mantenía con su hija Ivanka. Sin embargo, cuando se trataba de figuras como Mike Pence, su actitud cambiaba, y Trump no dudaba en acusar a su vicepresidente de no tener la audacia de hacer lo necesario el 6 de enero, sugiriendo que Pence podría haber sido recordado como una figura histórica si hubiera actuado de acuerdo con sus deseos.

A pesar de la retórica enérgica, Trump fue muy reacio a dar el paso definitivo de atacar de manera personal a sus rivales. En ocasiones, utilizaba un tono humorístico o sarcástico, como cuando habló de Chris Christie y, más tarde, de Ron DeSantis, a quienes calificó de oportunistas, además de emplear epítetos como “gordo” o “falso” para caracterizarlos. Sin embargo, lo que realmente preocupaba a Trump no era tanto el futuro de la política estadounidense, sino el recuerdo de su propia administración y la constancia de sus políticas. Por ejemplo, cuando se le mencionó 2024, Trump desvió la conversación hacia el año 2020, manteniendo su mirada centrada en el pasado.

A pesar de su derrota electoral y el abandono de la Casa Blanca, los efectos de su gobierno continuaron con Biden enfrentándose a desafíos similares, como la gestión de la pandemia y una postura contradictoria en cuanto a la inmigración. La política exterior de Trump, en particular su agresiva postura hacia China, se mantuvo, y muchas de las divisiones internas que se crearon bajo su mandato empezaron a mostrarse como elementos que perdurarían más allá de su figura personal. La política estadounidense comenzó a orientarse hacia una nueva polarización, donde la educación, la cultura y la geografía jugarían un papel crucial, mucho más allá de las divisiones tradicionales como la religión o la ideología.

Es importante subrayar que, si bien el comportamiento de Trump fue sin duda disruptivo, no fue completamente novedoso en la política estadounidense. Algunos analistas señalaron que, en muchos sentidos, Trump era el producto de un ambiente político que ya había sido preparado por figuras como Bill Clinton, quien también había desafiado las normas éticas y las expectativas de su tiempo. Sin embargo, la diferencia era clara: Clinton, proveniente de una familia trabajadora, había respetado en su carrera las estructuras de gobierno, mientras que Trump, hijo de un hombre adinerado, mostró una actitud totalmente distinta, usando la política como una extensión de su propio poder. Esta actitud fue la que permitió que, incluso tras los escándalos, muchos en Washington se alinearan con él por puro interés personal.

La figura de Trump no solo cambió la percepción de la política, sino que también introdujo una nueva era de comportamientos que parecían menos censurables. Las normas sociales que antes impedían a ciertos individuos acceder a cargos de alto nivel, debido a sus comportamientos y antecedentes personales, se desdibujaron. Trump no dudaba en resaltar que figuras con historias complicadas, como Herschel Walker, ahora podían ser vistas como viables en la política, ya que el "mundo estaba cambiando", aunque no aceptaba que su propia figura fue la que en muchos sentidos estaba impulsando ese cambio.

Además, es necesario comprender que el gobierno de Trump ha dejado un legado profundo y, en muchos aspectos, irreversible. Las normas de comportamiento en la política estadounidense se vieron profundamente alteradas por su ejemplo. Desde su acercamiento al Partido Republicano, hasta su relación con los medios de comunicación, Trump ayudó a crear un clima en el que las transgresiones ya no parecían tan determinantes para la carrera política. Las figuras que se alinearon con él, o incluso aquellas que se beneficiaron de su legado, contribuyeron a esta transformación.

Una de las lecciones más claras que deja la era Trump es que la política ya no está exclusivamente determinada por el respeto a normas tradicionales o la ética pública. En cambio, la identidad política se ha convertido en algo que se define no solo por la lealtad ideológica, sino también por la voluntad de desafiar las convenciones, de actuar en el presente inmediato y de adaptarse sin reservas a las circunstancias que se presentan.

¿Cómo la percepción de Trump sobre el poder se formó desde joven?

La influencia de la familia y la observación directa de los grandes poderes de Nueva York desde temprana edad jugaron un papel fundamental en la construcción de la figura de Donald Trump. Un episodio clave que marcó su percepción de las dinámicas de poder ocurrió en noviembre de 1964, cuando Trump tenía apenas 18 años. Junto a su padre, un hombre con conexiones políticas sólidas, asistió a la ceremonia de dedicación del Puente Verrazano-Narrows en Nueva York. Para Trump, esa experiencia sería reveladora. Mientras miles de personas se agolpaban en la ceremonia, destacando el papel de los políticos y figuras influyentes de la ciudad, hubo un momento que grabó profundamente en su memoria.

El ingeniero Othmar Ammann, responsable del diseño del puente, se encontraba allí, de pie bajo la lluvia, mientras la multitud aplaudía y celebraba la contribución de los políticos, ignorando a quien realmente había hecho posible la obra. Trump, testigo de la escena, habría declarado en su recuerdo que esa situación le enseñó una lección de vida crucial: no permitiría que lo tratara nadie como un "tonto" o un "sucker". Aunque en su versión de los hechos la lluvia era torrencial y Ammann había sido olvidado, en realidad, el ingeniero fue uno de los primeros en recibir reconocimiento público durante la ceremonia. Este contraste entre su percepción y la realidad subraya la tendencia de Trump a reinterpretar y distorsionar los hechos a su favor.

Sin embargo, la lección de Trump no giraba en torno al valor del trabajo o el ingenio en la creación de una obra monumental, sino en cómo manejar la imagen y el poder. La frase "no quiero ser el tonto de nadie" encapsula su enfoque de vida, donde la supervivencia y la imagen personal son las piezas centrales. En su interpretación, la historia no era sobre el reconocimiento a un ingeniero, sino sobre cómo el poder y la atención mediática se despliegan ante los ojos de aquellos que controlan la narrativa.

Es importante señalar que desde muy joven, Trump ya se estaba moldeando para ocupar un espacio en el que la capacidad para influir y controlar las percepciones de los demás sería fundamental. La política, las construcciones inmobiliarias, y la cultura del espectáculo parecían ser sus campos de batalla predilectos. A medida que su carrera avanzaba, y especialmente en su incursión en la política, este enfoque sobre la manipulación de la narrativa y la lucha por el control de la percepción pública seguiría siendo un elemento constante.

Además de los eventos que conformaron su visión del mundo, es crucial que el lector comprenda que la percepción de Trump sobre el poder no era exclusivamente un producto de sus vivencias personales, sino también del contexto en el que se crió. Su familia, su entorno social y las historias que escuchaba de su padre sobre cómo se debe negociar, manipular y ejercer influencia lo orientaron hacia un camino donde el dinero y la fama no eran suficientes sin el control de la imagen y el mensaje. La manipulación de la opinión pública se convertiría en uno de sus mayores activos.

Por tanto, es vital reconocer que la construcción del poder en la vida de Trump estuvo intrínsecamente ligada a la creación de una narrativa propia que le permitiera sobrevivir en un mundo que consideraba despiadado. La forma en que interpreta los eventos y los reinterpreta para su conveniencia no es solo una característica personal, sino una estrategia deliberada. En este sentido, los aspectos de su carrera y vida pública que pueden parecer exentos de relevancia histórica o política a menudo son más que anécdotas, son ejemplos de un método para construir y mantener el poder.

¿Cómo las relaciones políticas de Fred Trump influyeron en la vida de su hijo Donald?

A lo largo de la década de 1930, Fred Trump construyó casas rápidamente por todo Brooklyn, incluyendo cientos de bungalows en un terreno de East Flatbush que había sido recientemente desocupado por el circo Barnum & Bailey. Simultáneamente, se adentró en los clubes políticos de influencia de los diferentes vecindarios del distrito, buscando nuevos puntos de acceso al aparato político del condado. En Flatbush, se unió a la órbita de Irwin Steingut, quien equilibraba de forma delicada los intereses de las diversas minorías étnicas de Brooklyn, convirtiéndolos en una fuerza política común. En Coney Island, conoció a Kenny Sutherland, quien gobernaba la zona costera con mano de hierro. Las relaciones más duraderas y valiosas, sin embargo, fueron las que forjó a través del Madison Club, un círculo central en Brooklyn, donde Trump conoció al abogado Abraham "Bunny" Lindenbaum. A través de Lindenbaum, Fred Trump entabló contacto con el contador Abraham Beame, quien años después se convertiría en director adjunto del presupuesto de la ciudad de Nueva York. Otro miembro del club era Hugh Carey, quien llegaría a ser el quincuagésimo primer gobernador de Nueva York.

No obstante, el ingreso de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial interrumpió un programa federal de financiación de viviendas, que había sido una fuente vital de ingresos para Fred Trump. Ante este cambio, Fred se reinventó, mudando a su familia a Virginia en 1942, tras ser contratado por el gobierno federal para construir viviendas militares cerca de la base naval de Norfolk. Las condiciones del contrato le permitieron mantener la propiedad de lo que construía, lo que le dio la oportunidad de comenzar a construir a una escala mucho mayor. Para 1944, cuando regresó a Nueva York, ya contaba con una experiencia considerable que le permitió impresionar aún más a sus contactos políticos de Brooklyn.

El entorno familiar también tuvo un impacto importante en la vida de Donald Trump, especialmente en su niñez. Martha Burnham relataba una historia que describía el carácter de los jóvenes de la vecindad, donde su hijo, Donald, fue testigo de una escena en la que su vecinito, a tan solo cinco años, arrojaba piedras a un niño pequeño que jugaba en su cuna. Donald, como niño, desarrolló una temprana agresividad que le llevaría a ser conocido por su temperamento y su tendencia al acoso. Sin embargo, este mismo niño fue también descrito por algunos de sus amigos como simpático y divertido. En la escuela primaria Kew-Forest, donde Donald comenzó su educación, desarrolló una cercana amistad con un compañero llamado Peter Brant, compartiendo su pasión por el béisbol. Durante la Serie Mundial, se colaban juntos en clase para escuchar los partidos en un pequeño radio, lo que revelaba el carácter rebelde y a la vez tierno de su infancia.

La familia Trump vivió una vida llena de contrastes. Mientras la imagen pública era la de una familia carismática y bien presentada, la vida privada del hogar de los Trump era mucho más fría y formal, especialmente por la figura dominante de Fred Trump. Su comportamiento rígido y distante creaba un hogar donde las emociones no tenían cabida. Esta dinámica de desapego emocional era evidente incluso en situaciones graves, como cuando la madre de Donald, Mary Trump, sufrió una cirugía de emergencia y su esposo le ordenó a su hija que continuara con su rutina escolar, ignorando el drama personal que se estaba viviendo en el hogar.

La relación con su padre también marcó la vida de Donald, quien en su adolescencia fue enviado a la Academia Militar de Nueva York, una decisión que estuvo envuelta en misterio y especulación. Mientras que Donald nunca fue un alumno ejemplar, su influencia en la institución estaba asegurada gracias a la sombra de su padre. En la academia, Trump fue sometido a estrictas disciplina y abusos físicos, lo que, según algunos de sus compañeros, reforzó su convicción de que debía ganar a toda costa, sin importar los métodos.

Es importante señalar que la figura de Fred Trump, a pesar de sus éxitos en los negocios y su capacidad para navegar el sistema político local, también estuvo marcada por una fuerte desconfianza hacia el gobierno, especialmente después de que Fred enfrentara la primera de sus dificultades con las autoridades en 1954, al ser forzado a testificar sobre un préstamo recibido por un proyecto inmobiliario, lo que le impuso una condena pública. Este evento generó un sentimiento de resentimiento hacia un sistema que, si bien podía brindar oportunidades, también tenía el poder de arrebatarlo todo.

Este ambiente de rigidez, presión y desconfianza hacia el gobierno y las instituciones públicas formó parte fundamental del carácter de Donald Trump. La influencia de su padre, no solo en el ámbito de los negocios, sino en su forma de entender la vida y el poder, es una constante en su carrera posterior. Sin duda, las relaciones políticas de Fred Trump y su enfoque pragmático y a veces despiadado hacia la vida y los negocios, fueron esenciales para el camino que siguió su hijo en el futuro.

¿Cómo la política exterior de Trump alteró las relaciones internacionales y la estructura gubernamental de EE.UU.?

En 2018, un encuentro entre los líderes de Rusia y Estados Unidos, apenas dos años después de que Washington impusiera sanciones a Moscú por su interferencia en las elecciones presidenciales de 2016, simbolizó una de las posturas más controvertidas del presidente Donald Trump en su política exterior. A pesar de la condena generalizada de expertos en política exterior, Trump no solo desafiaba las convenciones diplomáticas, sino que también mantenía una actitud abierta hacia ciertos líderes autoritarios, como el presidente ruso Vladimir Putin, lo que desató intensas críticas tanto dentro de su propio gabinete como en la comunidad internacional.

Trump, a menudo acusado de no tener una relación fluida con sus homólogos extranjeros, encontró cierta afinidad con líderes fuertes, entre ellos Kim Jong-un, el líder norcoreano. En 2018, Trump no dudó en reunir a los dos países, que hasta ese momento no mantenían relaciones diplomáticas formales, con la esperanza de reducir la creciente tensión en la península coreana. Este encuentro sorprendió a muchos, especialmente a aquellos que consideraban que la política de Estados Unidos debería ser más firme frente a los regímenes autoritarios. La narrativa de Trump de “diplomacia personal” se alineó con su tendencia a actuar según sus propios impulsos, en ocasiones desoyendo a los asesores expertos de su administración.

En paralelo, Trump no vaciló en abandonar acuerdos internacionales importantes. La decisión de retirar a Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán, uno de los logros más emblemáticos de la presidencia de Barack Obama, reflejó su tendencia a desmantelar políticas anteriores, sin tener en cuenta las implicaciones internacionales o los efectos de largo plazo. De manera similar, a fines de 2018, Trump anunció la retirada de las tropas estadounidenses de Siria, alegando que el Estado Islámico había sido derrotado, algo que sus propios asesores militares consideraban prematuro y peligroso. Esta decisión generó tensiones internas, provocando la renuncia del Secretario de Defensa, Jim Mattis, quien dejó claro en su carta de dimisión que no compartía la visión de Trump sobre el trato a los aliados y el enfoque hacia actores estratégicamente adversos.

La compleja relación de Trump con su propio gabinete también se reflejó en su gestión de la justicia. A pesar de la constante presión por parte de los demócratas y medios de comunicación, Trump no cesó en sus esfuerzos por contrarrestar la investigación sobre la injerencia rusa en las elecciones de 2016, llevada a cabo por el fiscal especial Robert Mueller. Su frustración con la investigación se manifestó no solo en ataques públicos a los fiscales, sino también en la sustitución de funcionarios clave en el Departamento de Justicia. La salida de Jeff Sessions y la incorporación de William Barr, un abogado que compartía las posturas políticas de Trump, simbolizaron el deseo del presidente de tener un defensor legal que interfiriera menos en su agenda política.

A medida que el mandato de Trump avanzaba, su actitud hacia los funcionarios de alto nivel del gobierno, muchos de los cuales llevaban años en sus puestos, se volvía cada vez más beligerante. Su tendencia a desplazar o a menospreciar a aquellos que no estaban dispuestos a ajustarse a su visión reflejó una desconfianza creciente en las instituciones del gobierno, especialmente en aquellos que, según él, representaban la "vieja guardia" republicana. Este fenómeno no solo transformó el liderazgo del país, sino que también evidenció una peligrosa fragmentación dentro de la administración, que culminó en una serie de dimisiones, entre ellas la del propio Mattis.

Es esencial comprender que, más allá de los desafíos inmediatos y los giros inesperados de la política exterior bajo Trump, las repercusiones de sus decisiones siguieron afectando las relaciones internacionales de Estados Unidos durante años. Su actitud unilateral frente a aliados tradicionales, como la Unión Europea y la OTAN, y su actitud de confrontación frente a potencias como China, establecieron un clima de incertidumbre global. Las políticas erráticas y la gestión conflictiva de las instituciones gubernamentales no solo moldearon la imagen de EE.UU. en el exterior, sino que también generaron un desajuste interno en el funcionamiento del gobierno, socavando la confianza en la democracia y en el sistema de pesos y contrapesos.

Además de la influencia directa de Trump sobre la política exterior, es crucial entender cómo sus decisiones reflejaron y exacerbaron las tensiones internas en Estados Unidos. La política de “America First” no solo modificó la estrategia internacional del país, sino que también tuvo un profundo impacto en la estructura interna de poder. Las luchas por el control de la narrativa, la gestión de las relaciones con aliados y el trato hacia actores considerados adversarios por Trump revelaron la polarización que marcó toda su presidencia, la cual siguió resonando incluso después de su salida del poder.