El conocimiento no se organiza de manera aleatoria ni inmutable. Su estructuración depende de una serie de factores, como la experiencia previa, la naturaleza del contenido y las funciones que ese conocimiento debe cumplir en la vida de quienes lo adquieren. Un ejemplo interesante para ilustrar este principio lo encontramos en la manera en que diferentes culturas clasifican a los miembros de la familia. Las terminologías que utilizan reflejan la manera en que cada sociedad organiza su conocimiento sobre la estructura familiar. Por ejemplo, en los Estados Unidos, se hace una clara distinción entre los términos "madre" y "padre", por un lado, y "tío" y "tía", por otro. Este contraste lingüístico, que parece natural y evidente para muchas personas, corresponde al rol que juega la familia nuclear en la sociedad estadounidense.
Sin embargo, en culturas organizadas en torno a familias extendidas, como algunas de Asia o África, los términos para "madre" y "tía", o "padre" y "tío", a menudo son los mismos. Esto se debe a que los roles funcionales de estos familiares en la vida de los niños son bastante similares. En ciertos casos, el lenguaje se adapta para reflejar estas relaciones funcionales comunes. Un ejemplo interesante de esta distinción cultural se da en algunas culturas donde los tíos maternos y paternos desempeñan roles diferentes. Mientras que un "tío paterno" puede tener una función disciplinaria, el "tío materno" puede adoptar una postura más indulgente. En estos contextos, la terminología refleja esa distinción, ya que los roles funcionales son diferentes y requieren una clasificación distinta.
Este ejemplo sobre terminología de parentesco subraya la idea de que las organizaciones de conocimiento no son "correctas" o "incorrectas" en términos absolutos, sino que deben ser vistas como más o menos adecuadas para determinadas circunstancias. Un sistema de organización de parentesco que fusiona "padre" y "tío" en una sola categoría sería, en algunas culturas, confuso, especialmente en aquellas en las que es importante diferenciar estos roles. En otras sociedades, donde tal distinción no es relevante, esa fusión lingüística podría tener total sentido.
Lo importante es que las organizaciones de conocimiento se desarrollan para servir a las funciones prácticas que las personas deben desempeñar en su contexto cultural, y las estructuras organizativas más eficaces son aquellas que coinciden con las necesidades reales de la situación. Esta observación se ve reflejada en la investigación sobre la eficacia de las organizaciones de conocimiento en el aprendizaje. Por ejemplo, un estudio realizado por Eylon y Reif (1984) con estudiantes de secundaria mostró que los estudiantes que aprendían física bajo un marco histórico de conocimiento rendían mejor en tareas que requerían acceder a la información de esa forma, mientras que aquellos que aprendieron según los principios de la física tuvieron mejor desempeño en tareas que requerían pensar en términos de principios físicos. La estructura organizativa del conocimiento, en este caso, estaba claramente alineada con los requerimientos de la tarea.
Un caso similar, que refleja un problema común en la organización del conocimiento de los estudiantes, se da en el ámbito académico. En el curso de Anatomía y Fisiología descrito en otro ejemplo, los estudiantes organizaban su conocimiento de la anatomía en torno a sistemas corporales separados. Esta estructura organizativa funcionaba bien cuando se trataba de examinar las relaciones dentro de un mismo sistema. Sin embargo, cuando los estudiantes debían abordar preguntas que implicaban la interacción de diferentes sistemas del cuerpo, la estructura de su conocimiento no era adecuada para responder con eficacia.
El estudio de estas cuestiones implica que para fomentar el aprendizaje efectivo, debemos tener en cuenta las tareas y experiencias que los estudiantes realizarán. Las organizaciones de conocimiento más efectivas son aquellas que están diseñadas para apoyar los tipos de tareas que se les asignarán. El desafío está en identificar qué tipo de organización de conocimiento será más útil para las demandas específicas de cada disciplina o área de estudio.
Otro aspecto clave que distingue a los expertos de los novatos es la densidad de conexiones entre los conceptos, hechos y habilidades que conocen. Los expertos suelen tener un conocimiento más denso y interconectado que los novatos. Esto significa que los expertos pueden acceder a la información de manera más rápida y eficiente, y las conexiones entre las distintas piezas de información les permiten una comprensión más profunda del material. Por el contrario, los novatos tienden a tener una estructura de conocimiento más dispersa, donde las conexiones entre las distintas piezas de información son limitadas o inexistentes. En este sentido, los novatos pueden aprender de manera más aislada, absorbiendo fragmentos de conocimiento sin ser capaces de ver cómo se interrelacionan entre sí.
Esta organización dispersa puede presentar varios problemas. Por ejemplo, cuando los estudiantes carecen de una red de conexiones sólida, el proceso de recordar y acceder a la información se vuelve más lento y difícil. Además, si no se perciben las relaciones entre las piezas de conocimiento, los estudiantes pueden ser incapaces de identificar o corregir contradicciones. Un ejemplo claro de esto es el trabajo de DiSessa (1982), que mostró cómo los estudiantes con un conocimiento desconectado de la física pueden mantener y usar proposiciones contradictorias sin darse cuenta de las inconsistencias entre ellas.
Una organización dispersa también puede manifestarse en una estructura secuencial, donde los conceptos se relacionan de manera lineal, uno tras otro. Aunque este tipo de organización puede ser útil para recordar procedimientos o hechos de manera secuencial, puede causar dificultades cuando se requiere hacer una desviación de la secuencia o cuando uno de los enlaces de la cadena se rompe. Este tipo de organización es lo que describe el caso de los estudiantes de historia del arte de un profesor, cuyo conocimiento estaba organizado en una línea temporal. Estos estudiantes tenían que recordar las obras de arte en relación con las que precedían o seguían en la secuencia, lo que podía resultar en una tarea de memoria difícil.
En cambio, los expertos organizan su conocimiento de manera jerárquica, lo que permite una comprensión más profunda de las relaciones complejas entre los diferentes conceptos. Esta organización jerárquica facilita el acceso rápido a la información y la identificación de patrones que abarcan diferentes áreas del conocimiento.
El desafío para los educadores, por lo tanto, es ayudar a los estudiantes a desarrollar estructuras de conocimiento más interconectadas y jerárquicas, en lugar de limitarse a enfoques fragmentados o secuenciales. Para lograr esto, es fundamental que los estudiantes sean conscientes de cómo deben organizar su conocimiento y de cómo esa organización influirá en su capacidad para acceder a la información de manera efectiva.
¿Cómo influye la formulación de objetivos en el aprendizaje y la práctica?
Cuando los estudiantes aprenden con un objetivo claro en mente, tienden a enfocarse más en los pasajes de un texto que son relevantes para ese objetivo, lo que facilita la comprensión y asimilación de dichos pasajes. Esta capacidad de dirigir el aprendizaje hacia metas específicas tiene como ventaja adicional la posibilidad de monitorear el progreso hacia esas metas, ajustando el enfoque cuando sea necesario.
Sin embargo, uno de los grandes desafíos al proporcionar práctica dirigida por objetivos radica en que los instructores a menudo creen que están comunicando objetivos claros a los estudiantes, cuando en realidad no lo están haciendo de forma efectiva. Esto ocurre porque, como expertos en un tema, los instructores suelen ver las cosas de manera diferente a sus estudiantes, lo que les impide reconocer cuando los objetivos que plantean son ambiguos o cuando los estudiantes pueden interpretar mal los criterios establecidos. Un ejemplo claro de esto es el caso de la profesora Strait, quien pensó que estaba siendo clara al aconsejar a sus estudiantes centrarse en "argumentos antropológicos sustantivos" y "presentaciones atractivas", dos términos con significados precisos en su campo de especialización. Sin embargo, sus estudiantes no compartían esa misma expertise, por lo que no comprendían con precisión los objetivos de su tarea. Como resultado, interpretaron estas indicaciones de acuerdo con su experiencia previa, centrándose más en aspectos como la creación de presentaciones llamativas y menos en lo que verdaderamente necesitaban desarrollar, como la construcción de argumentos antropológicos.
Este ejemplo resalta una verdad fundamental: cuando los objetivos no se articulan con claridad, es difícil para los estudiantes saber qué y cómo deben practicar. Plantear un objetivo general como "comprender un concepto clave" no es útil, ya que no especifica el nivel ni el tipo de comprensión que se espera. En cambio, un objetivo como "reconocer cuándo un concepto clave está en juego", "explicar el concepto a una audiencia específica" o "aplicar el concepto para resolver problemas" es más concreto y orientador. Estos objetivos tienen características clave en común. En primer lugar, todos están formulados en términos de acciones que los estudiantes deben llevar a cabo, lo que hace más fácil para ellos interpretarlos correctamente. En segundo lugar, todos permiten que el desempeño de los estudiantes sea monitoreado y medido, lo que abre la posibilidad de proporcionar retroalimentación para perfeccionar su rendimiento.
Además, es fundamental que los objetivos no solo sean claros, sino también apropiadamente desafiantes. Si el desafío es demasiado bajo, los estudiantes no serán impulsados a mejorar; si es demasiado alto, pueden sentirse abrumados y desistir. La práctica deliberada, definida como trabajar hacia un objetivo desafiante pero alcanzable, es un concepto clave en este contexto. El nivel adecuado de desafío es crucial, ya que favorece el aprendizaje y la consolidación de habilidades sin generar frustración ni aburrimiento.
El desafío de ajustar el nivel de dificultad se puede manejar más fácilmente en situaciones de enseñanza individualizada. La investigación ha demostrado que la tutoría personalizada tiene éxito en gran parte porque permite adaptar el nivel de desafío a las necesidades del estudiante. Sin embargo, también se ha comprobado que en contextos grupales se puede ajustar el nivel de desafío de las tareas de manera que se adapten a las necesidades de los estudiantes como grupo. Un estudio en el que se enseñaban conceptos matemáticos utilizando una aplicación de hoja de cálculo mostró que los estudiantes con menos conocimientos previos obtenían mejores resultados cuando el aprendizaje era secuencial, mientras que los estudiantes más avanzados lo lograban mejor cuando las tareas eran concurrentes.
Por lo tanto, la formulación clara de los objetivos y el ajuste del nivel de desafío son esenciales para que los estudiantes progresen adecuadamente. El ajuste adecuado de la dificultad y la implementación de apoyo estructurado en las actividades de práctica son fundamentales para que los estudiantes puedan aprender de manera efectiva. Este tipo de soporte, que a veces se denomina "andamiaje" (scaffolding), facilita que los estudiantes trabajen en habilidades objetivo de manera adecuada, proporcionándoles la guía necesaria para avanzar sin sentirse perdidos o desbordados.
Es importante que los objetivos sean coherentes con lo que realmente se desea que los estudiantes aprendan. Por ejemplo, especificar requisitos como "incluir al menos tres piezas de evidencia que respalden el argumento" puede ser útil, pero si no se especifican aspectos más complejos como la organización del trabajo o la coherencia del argumento, los estudiantes pueden cumplir con los requisitos superficiales sin lograr un trabajo de calidad. Por tanto, los objetivos deben estar alineados no solo con los aspectos cuantitativos del aprendizaje, sino también con los aspectos cualitativos.
El proceso de aprendizaje no se trata solo de cumplir con tareas o de realizar ejercicios repetitivos, sino de asegurar que cada paso de la práctica esté alineado con los objetivos de aprendizaje definidos y que se proporcione el soporte necesario para alcanzar esos objetivos a través de un desafío adecuado.
¿Cómo aprender de manera más efectiva? Principios fundamentales para el aprendizaje estudiantil
El aprendizaje resulta de lo que el estudiante hace y piensa, y solo de eso. El docente puede promover el aprendizaje únicamente al influir sobre lo que el estudiante hace para aprender. Esta premisa, compartida por Herbert A. Simon, uno de los pioneros de la Ciencia Cognitiva, establece un principio básico para la educación: el verdadero motor del aprendizaje es la acción del estudiante. De hecho, los docentes que se dedican a investigar los mecanismos y condiciones que favorecen el aprendizaje estudiantil a menudo se enfrentan a un dilema: por un lado, encuentran artículos técnicos sobre los procesos de aprendizaje que pueden ser inaccesibles o demasiado complejos; por otro, existen textos más accesibles que, aunque prácticos, no brindan un entendimiento profundo de por qué o cómo las estrategias empleadas pueden funcionar en la enseñanza.
Este libro, y especialmente los principios que lo fundamentan, nacen de la experiencia acumulada durante años de consultas con colegas docentes sobre cómo mejorar la enseñanza y facilitar el aprendizaje. Estos años de interacción con una amplia gama de educadores y disciplinas revelaron patrones comunes de dificultad en el aprendizaje, que incluyen preguntas fundamentales tales como: ¿por qué los estudiantes no pueden aplicar lo que aprenden? ¿por qué insisten en conceptos erróneos? ¿por qué no muestran mayor interés por los temas que considero fascinantes? ¿por qué siguen utilizando estrategias de estudio ineficaces? ¿por qué no alcanzan el nivel de conocimiento que dicen tener?
En respuesta a estos desafíos, los autores de este libro decidieron extraer y sintetizar siete principios clave del aprendizaje estudiantil, principios que se han vuelto esenciales tanto en su propia enseñanza como en las consultas con otros docentes. Estos principios no solo son útiles en contextos académicos específicos, sino que tienen una aplicación universal, resonando con educadores de todo el mundo, desde América Latina hasta Asia. A continuación, se presentan estos principios fundamentales del aprendizaje estudiantil y sus implicaciones para la enseñanza:
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El conocimiento previo afecta el aprendizaje. Los estudiantes no aprenden de manera aislada; traen consigo experiencias, conocimientos previos y concepciones erróneas que influyen en la forma en que perciben y procesan nueva información. Esta interacción entre lo viejo y lo nuevo determina, en gran parte, el éxito del aprendizaje. Por lo tanto, es esencial que los docentes identifiquen y comprendan lo que los estudiantes ya saben, para que puedan construir sobre eso y corregir malentendidos.
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El aprendizaje es un proceso activo. Aprender no es una actividad pasiva. Los estudiantes aprenden cuando se enfrentan a desafíos que requieren de su participación activa. Esto incluye resolver problemas, reflexionar sobre conceptos y aplicar lo aprendido en situaciones concretas. El simple hecho de asistir a clases no garantiza aprendizaje; es el involucramiento activo en tareas y actividades lo que produce cambios duraderos en el conocimiento.
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El aprendizaje se ve facilitado por la retroalimentación frecuente y significativa. Los estudiantes necesitan saber cómo lo están haciendo. La retroalimentación debe ser frecuente, oportuna y específica, para que los estudiantes puedan ajustar sus estrategias de aprendizaje y corregir errores antes de que se conviertan en hábitos arraigados. La retroalimentación efectiva no solo señala lo que está mal, sino que también guía a los estudiantes en el camino correcto.
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El aprendizaje debe ser un proceso contextualizado. El contexto en el que los estudiantes aprenden tiene un impacto significativo en su capacidad para retener y aplicar lo aprendido. Las experiencias de aprendizaje deben estar conectadas con la vida cotidiana de los estudiantes o con situaciones prácticas que les permitan ver la relevancia del contenido. Esto facilita la transferencia de lo aprendido a otras situaciones.
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El esfuerzo constante mejora el aprendizaje. Aunque el talento y la inteligencia juegan un papel, el esfuerzo sostenido es el mayor predictor de éxito. Los estudiantes que entienden que el aprendizaje es un proceso continuo y que el esfuerzo constante les permitirá superar obstáculos y mejorar su rendimiento están mejor preparados para enfrentar los desafíos académicos.
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El aprendizaje se potencia a través de la metacognición. Los estudiantes necesitan desarrollar habilidades de autorreflexión que les permitan ser conscientes de cómo aprenden. Fomentar la metacognición ayuda a los estudiantes a identificar sus propias fortalezas y debilidades, permitiéndoles tomar decisiones más informadas sobre las estrategias de estudio y los métodos que mejor funcionan para ellos.
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El aprendizaje es social y colaborativo. Los estudiantes aprenden no solo a través de la instrucción formal, sino también mediante la interacción con sus compañeros. Las discusiones, los proyectos en grupo y el intercambio de ideas proporcionan oportunidades para que los estudiantes solidifiquen su comprensión y vean el material desde diferentes perspectivas. Este tipo de aprendizaje social también fomenta habilidades interpersonales cruciales en su vida profesional futura.
Es importante que los docentes comprendan que estas no son reglas rígidas, sino principios flexibles que deben adaptarse al contexto específico de su curso, disciplina y estudiantes. La capacidad para aplicar estos principios de manera efectiva depende de una comprensión profunda de las dinámicas del aula y de las necesidades particulares de los estudiantes. Además, el docente debe ser consciente de que, aunque la teoría del aprendizaje ofrece herramientas poderosas, es la aplicación práctica lo que hará que esas teorías se materialicen en resultados visibles.
En resumen, al integrar estos principios en su enseñanza, los educadores pueden fomentar un ambiente de aprendizaje más efectivo y significativo. El éxito académico de los estudiantes no depende únicamente de la cantidad de información transmitida, sino de cómo se involucran activamente con el contenido, cómo reciben y procesan la retroalimentación y cómo se conectan emocionalmente con el proceso de aprendizaje.

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