En abril de 2015, poco antes de declarar oficialmente su candidatura presidencial, Donald Trump asistió a un evento organizado por el grupo Tea Party "Texas Patriots PAC", titulado "Celebrando el Sueño Americano". Durante este evento, el moderador le pidió a Trump que discutiera una idea que había estado al frente del pensamiento conservador en los Estados Unidos durante largo tiempo: "¿Qué significa el excepcionalismo estadounidense? ¿Sigue existiendo? ¿Y qué podemos hacer para fomentarlo?". Este tipo de preguntas no sorprendieron, pues los republicanos históricamente se han presentado como los defensores del excepcionalismo estadounidense en la política del país, mientras que los demócratas a menudo eran retratados como escépticos o incluso apologistas del poder e influencia global de los Estados Unidos.

A pesar de que los republicanos enarbolaban el excepcionalismo como bandera, especialmente durante la presidencia de Barack Obama, Trump ofreció una respuesta que sorprendió tanto a los conservadores presentes como a muchos observadores. En lugar de alinearse con la tradición republicana, Trump expresó su desdén por el término "excepcionalismo estadounidense", afirmando: "No me gusta el término. Para ser honesto con ustedes… nunca me ha gustado". Según Trump, el excepcionalismo es una noción efímera, pues los Estados Unidos estaban perdiendo terreno frente a sus competidores globales a una velocidad alarmante. En ese momento, mencionó a Alemania como un ejemplo, señalando que estaban "comiendo nuestro almuerzo", sugiriendo que otras naciones ya no veían a los Estados Unidos como una potencia única o ejemplar.

Para Trump, los Estados Unidos solo serían "excepcionales" si lograban ganar en el escenario global, lo cual, a su juicio, ya no sucedía. Durante demasiado tiempo, argumentaba, el país había sacrificado sus propios intereses y bienestar en beneficio de otros, permitiendo que otras naciones se aprovecharan y debilitándose en el proceso. Así, Trump rápidamente redirigió su discurso hacia un nuevo objetivo: "Me gustaría hacer que seamos excepcionales".

Este discurso de declive no fue aislado. En junio de 2015, Trump hizo su aparición en el escenario político cuando descendió por la escalera de Trump Tower para anunciar oficialmente su candidatura presidencial. La multitud que lo recibía era masiva, y Trump no perdió la oportunidad de destacar su tamaño. Tras descalificar a sus rivales y resaltar lo imponente de su convocatoria, Trump comenzó a abordar los problemas que, según él, aquejaban al país. Según su visión, los Estados Unidos ya no eran la nación líder del mundo, ni siquiera un ejemplo a seguir. Trump se refirió a un Estados Unidos en ruinas, donde el país ya no era "número uno en nada". Las naciones competidoras como China y Japón estaban ganando terreno a los Estados Unidos, y, en un tono agresivo, Trump describió a México como un país que se burlaba de los Estados Unidos y los vencía económicamente. Para Trump, el país había dejado de ser un faro de esperanza y un modelo a seguir, convirtiéndose en una "nación del tercer mundo".

Este enfoque del "declive" es una característica esencial del discurso de Trump. En su obra Crippled America: How to Make America Great Again, Trump afirma que la idea de la grandeza de Estados Unidos, como líder del mundo libre y no libre, ha desaparecido. Para él, el excepcionalismo estadounidense ya no existe, y Estados Unidos se ha convertido en objeto de burla internacional.

En su evaluación, Trump no solo apuntó a los gobiernos extranjeros, sino que, en su característico estilo combativo, culpó directamente a los políticos de Washington, señalando que, a diferencia de muchos de sus predecesores, él no se limitaría a atacar solo a sus opositores políticos. Esta acusación generalizada hacia la clase política, y su enfoque de lo que él consideraba el agotamiento de los valores estadounidenses, resonaron con una gran parte de la población que sentía que el país ya no estaba en su mejor momento.

Es crucial comprender que el excepcionalismo, en el sentido en que ha sido debatido en la política estadounidense, no es solo una cuestión de poder militar o económico. La noción de excepcionalismo estadounidense se ha relacionado históricamente con la idea de que Estados Unidos posee una misión especial en el mundo, basada en valores como la libertad, la democracia y los derechos humanos. Sin embargo, la crítica de Trump se centra en la práctica del excepcionalismo, es decir, en cómo estas ideas se han materializado a través de la política externa y las decisiones internas. Según su visión, Estados Unidos ya no vive de acuerdo con esos ideales y, en cambio, se ha visto arrastrado por un sistema que ha permitido a otros países superarlo.

Además, es esencial notar que el rechazo de Trump al excepcionalismo no es simplemente una crítica a la política exterior. Va más allá, pues señala una crisis interna de identidad y de valores. Al hablar de la necesidad de "hacer Estados Unidos excepcional nuevamente", Trump no solo está pidiendo una reforma política o económica, sino también una transformación cultural que devuelva a los estadounidenses la confianza en su país y su lugar en el mundo. En sus términos, esto implica una reevaluación de lo que significa ser "número uno" y cómo este objetivo puede alcanzarse.

Al abordar la cuestión del excepcionalismo, es importante también que el lector considere no solo las implicaciones de las críticas externas, sino el impacto que estas tienen en el pensamiento interno del país. Este tipo de discursos polarizantes tiene el poder de redefinir la narrativa nacional, creando una división entre aquellos que creen que el país ha perdido su grandeza y aquellos que sostienen que la grandeza de Estados Unidos siempre ha estado en sus ideales, y no en su posición dominante en el mundo.

¿Cómo influyó la retórica de Donald Trump en su campaña electoral?

La estrategia comunicativa de Donald Trump durante su campaña presidencial de 2016 fue un elemento clave que lo diferenciaba de sus oponentes. Utilizó una retórica altamente polarizadora y provocadora, apelando a un amplio espectro de emociones, desde la indignación hasta la esperanza, y a menudo recurrió a un lenguaje que reflejaba un marcado rechazo hacia el establishment político y mediático. Este enfoque no solo lo distinguió, sino que también le permitió conectar con una parte significativa del electorado estadounidense.

Desde sus primeros discursos en 2015, Trump adoptó una postura de "fuera de lo común", presentándose como un outsider político que no estaba atado a las normas establecidas. Su discurso estaba basado en una narrativa de declive nacional, donde Estados Unidos estaba perdiendo su grandeza a manos de políticos corruptos y gobiernos ineptos. Este tipo de lenguaje evocaba a la jeremiada, un recurso retórico que apela a la angustia social y la promesa de redención. Al igual que en las figuras históricas de la jeremiada estadounidense, Trump retrató una nación al borde del abismo, cuya única salida era un retorno a sus principios fundamentales y valores tradicionales.

Un aspecto crucial de su retórica fue la constante construcción de su imagen como un líder fuerte y resolutivo, que se encontraba por encima de las complejidades políticas tradicionales. En diversas ocasiones, Trump se elogió a sí mismo y a su movimiento, utilizando frases como "Hemos hecho más en un año de lo que otros no lograron en décadas". Esta autoexaltación no solo servía para consolidar su imagen como un salvador, sino también para descalificar a sus adversarios, a quienes veía como parte del problema del país.

En sus intervenciones, Trump recurría a un estilo narrativo de confrontación constante, dividiendo al electorado en dos categorías: "nosotros" y "ellos". "Nosotros" era el pueblo estadounidense que, según Trump, estaba siendo traicionado por los élites, y "ellos" eran los políticos, los medios de comunicación y las instituciones internacionales que, en su visión, habían comprometido los intereses nacionales. De este modo, se tejió una retórica en la que la lucha por la "grandeza" de América se planteaba como una batalla contra fuerzas externas e internas, las cuales supuestamente socavaban la soberanía y el bienestar del país.

Un rasgo distintivo en la campaña de Trump fue el uso de un lenguaje directamente dirigido a un público que sentía que había sido ignorado por la política tradicional. Trump se presentó como un defensor del trabajador estadounidense promedio, y a menudo hablaba de "reconstruir" la industria del país, recuperar empleos perdidos y frenar la inmigración ilegal. Su propuesta de "Make America Great Again" no solo resonó con los votantes que se sentían dejados atrás por la globalización, sino también con aquellos que veían en él una figura capaz de revertir los cambios sociales y económicos que amenazaban su modo de vida.

Además, la retórica de Trump estuvo marcada por su habilidad para manejar las redes sociales, particularmente Twitter, lo que le permitió comunicarse directamente con sus seguidores y movilizar a grandes masas sin la mediación de los medios tradicionales. Esta relación directa con el electorado reforzó la imagen de Trump como un líder cercano a las personas y como alguien dispuesto a desafiar la "corrupta" maquinaria mediática.

Otro aspecto importante que merece atención es cómo la retórica de Trump no solo buscaba movilizar a su base, sino también sembrar desconfianza en las instituciones democráticas y en los procesos electorales. En sus discursos, Trump a menudo cuestionaba la legitimidad de las elecciones, sugiriendo que estaban amañadas, y utilizaba sus apariciones públicas para incitar a la confrontación con los opositores. Esto contribuyó a crear un ambiente político cargado de tensión y divisiones profundas, que perduran incluso después de su mandato.

Es fundamental entender que la retórica de Trump no solo se limitaba a las palabras que utilizaba, sino que también estaba respaldada por una estrategia visual y simbólica que apelaba a los sentimientos de nacionalismo, orgullo y miedo. Su uso de mítines masivos, banderas estadounidenses y su constante referencia a la fuerza militar, la seguridad fronteriza y la "American way of life" contribuyó a consolidar su imagen como un defensor de los valores más arraigados de la nación.

La retórica de Trump, aunque polarizante, tuvo un impacto profundo en la política estadounidense. No solo modificó el tono y estilo de los discursos políticos, sino que también dejó una marca indeleble en las futuras campañas electorales. Sin embargo, es crucial recordar que este estilo comunicativo, aunque exitoso en términos electorales, también dejó tras de sí un paisaje político marcado por la desconfianza, el cinismo y un debate interminable sobre la verdad y la manipulación mediática.

¿Cómo el discurso político contemporáneo refleja la polarización y la transformación del liderazgo en EE. UU.?

El clima político en Estados Unidos, caracterizado por una profunda división ideológica, se ha visto marcado por una retórica cada vez más agresiva y polarizada, que refleja una transformación en la percepción del liderazgo y la figura presidencial. Los discursos de figuras como Kamala Harris, Joe Biden y Donald Trump no solo se han centrado en las diferencias políticas, sino que han dibujado un panorama donde la lucha por la verdad, la credibilidad y el poder se juega en un terreno cada vez más escarpado y contradictorio. La política actual, ya no solo es un juego de estrategias sino también una confrontación de narrativas que buscan posicionar a los oponentes como figuras que amenazan los valores fundamentales del país.

Kamala Harris, al inicio de su campaña presidencial en 2019, hizo un llamado a la unidad frente a un presidente cuya "falta de patriotismo" y "deslealtad" había sido evidente en sus decisiones políticas y discursos. En sus palabras, estaba implícito no solo un rechazo a la figura de Trump, sino también una denuncia de la manipulación de la política exterior y de una visión de liderazgo que se alejaba de los principios que, según ella, deberían definir la presidencia. Este tipo de discurso no es aislado, sino que es parte de una tendencia más amplia en la que los opositores políticos no solo atacan a sus rivales, sino que cuestionan su legitimidad misma como líderes.

Por otro lado, los ataques directos de figuras como Joe Biden, quien calificó a Trump de "líder errático e incompetente", resuenan dentro de la retórica de la lucha por recuperar lo que se considera el "verdadero" carácter del país. La apelación a la "excepcionalidad americana", una idea que históricamente ha sido central en la política estadounidense, se ve ahora distorsionada en discursos que acusan al presidente de destruir esa misma excepcionalidad a través de sus políticas y decisiones erráticas.

En esta nueva era política, las redes sociales juegan un papel crucial en la difusión de estas narrativas. Los tweets de Trump, Biden, y otros actores políticos, reflejan una transformación en la forma en que se conciben las luchas por el poder. La línea entre lo "verdadero" y lo "falso" se difumina, ya que la repetición constante de afirmaciones, ya sean ciertas o no, se convierte en una herramienta clave para moldear la opinión pública. Trump, por ejemplo, se valió de este método al referirse constantemente a su administración como la más exitosa en términos económicos, a pesar de las evidencias que sugieren lo contrario. La percepción, más que la realidad, es lo que determina el curso de muchas campañas y decisiones políticas.

Además, la idea de "gran economía" o de un país resurgente, que Trump promovió a lo largo de su mandato, se presenta como una respuesta directa a la percepción de fracaso de administraciones anteriores. La constante apelación al "éxito económico" y la construcción de una narrativa de progreso, a pesar de las crisis internas y externas, también forma parte de una estrategia para moldear la imagen de un país que, según algunos, ha perdido su rumbo bajo gobiernos previos.

Sin embargo, el discurso actual no está limitado únicamente a cuestiones internas de política o economía, sino que también se ve reflejado en el tratamiento de la política exterior. La retirada de los EE. UU. de acuerdos internacionales bajo Trump, como el acuerdo nuclear con Irán, fue otro punto clave en la crítica de Biden, quien argumentó que dicha acción no solo había sido un fracaso, sino que había puesto en peligro la posición de Estados Unidos en el escenario mundial. Para Biden, recuperar la "credibilidad" de Estados Unidos era una de sus principales tareas, lo que implica no solo un cambio de políticas, sino también un retorno a una visión más inclusiva y colaborativa de la política internacional.

En este contexto, el debate sobre la "excepcionalidad americana" se transforma en un tema central. ¿Está Estados Unidos realmente en declive, como muchos opositores sugieren, o está experimentando simplemente una transformación en su papel global? ¿Es la percepción de decadencia una construcción ideológica que tiene más que ver con el sentimiento de ciertos sectores de la población que con la realidad objetiva de la nación? La retórica de la excepcionalidad, a menudo invocada por líderes políticos, parece estar siendo cuestionada de manera más explícita que en décadas anteriores. De esta forma, el liderazgo presidencial no solo se ve evaluado en función de su capacidad para tomar decisiones acertadas, sino también por su habilidad para gestionar las expectativas nacionales e internacionales y, en muchos casos, para reconfigurar la narrativa del país en un mundo cada vez más multipolar.

El desafío, en este sentido, es comprender cómo estas narrativas impactan no solo en el panorama político de los EE. UU., sino también en su papel global. El dominio de los discursos populistas y la polarización política parecen haber cambiado la forma en que se conciben las relaciones exteriores y la democracia interna. Sin duda, uno de los mayores retos será encontrar un equilibrio entre la retórica beligerante y la construcción de una política exterior que refleje no solo las preocupaciones internas, sino también el compromiso con un orden global estable.

¿Cómo el patriotismo se convirtió en un arma política en Estados Unidos?

El 11 de enero de 1989, cuando el presidente Ronald Reagan se disponía a entregar el gobierno a su sucesor, George H.W. Bush, pronunció un discurso de despedida que se impregna de un sentimiento profundamente estadounidense: el excepcionalismo. Reagan, en ese entonces, hizo hincapié en su visión de una América idealizada, como "una ciudad resplandeciente sobre una colina", un concepto que había utilizado a lo largo de su carrera política para ilustrar la singularidad de la nación. Según Reagan, América era una ciudad construida sobre bases más sólidas que los océanos, bendecida por Dios y llena de gente diversa viviendo en armonía. En su discurso, destacó que las puertas de esta ciudad siempre deberían estar abiertas para aquellos que, con voluntad y corazón, deseen llegar a ella.

Reagan entendía el excepcionalismo estadounidense como la piedra angular de la experiencia nacional, un concepto que debía ser preservado para mantener a la nación en la dirección correcta. En su despedida, mencionó una tradición de advertencias en los discursos presidenciales, reflexionando sobre la "resurgencia del orgullo nacional" que consideraba como uno de los logros de su presidencia. No obstante, también advirtió que muchos estadounidenses se alejaban de este excepcionalismo y de la devoción incondicional hacia su país, una tendencia que se había exacerbado debido a los conflictos sociales y políticos de los años 60 y 70. Según Reagan, esta pérdida de fe en el patriotismo era algo que los republicanos debían restaurar.

La importancia del patriotismo como herramienta política fue reconocida por muchos en la derecha política de Estados Unidos. Durante la campaña presidencial de 1988, George H.W. Bush aprovechó este sentimiento para atacar a su oponente demócrata, Michael Dukakis. La campaña republicana utilizó el patriotismo como un arma política al acusar a Dukakis de carecer de amor por su país. El tema del "juramento de lealtad" se convirtió en uno de los puntos más visibles de este enfrentamiento. Bush atacó a Dukakis por haber vetado un proyecto de ley en Massachusetts relacionado con la obligatoriedad del juramento, y lo utilizó para sugerir que Dukakis no compartía los valores patrióticos esenciales para un líder estadounidense.

Este tipo de estrategias no solo reflejaba una táctica electoral, sino también la creciente polarización ideológica en torno al patriotismo. Los republicanos comenzaban a reclamar el patriotismo como propio, mientras que algunos sectores de la izquierda, especialmente los demócratas, eran percibidos como hostiles o indiferentes a los valores patrióticos tradicionales. Esta división no pasó desapercibida, y tanto Bush como Reagan utilizaron el patriotismo para marcar una clara distinción entre los partidos.

En este contexto, las estrategias políticas comenzaron a integrar de manera cada vez más visible símbolos patrióticos. En 1988, durante su discurso en la convención nacional republicana, Bush llevó a cabo una ceremonia en la que lideró a los asistentes en el "Juramento de Lealtad", resaltando así su posición sobre la importancia de este acto. A través de estos gestos, el patriotismo se convirtió en un sello distintivo de la campaña republicana, mientras que los demócratas, como Dukakis, trataban de defender su propio amor por el país a través de maniobras como la famosa fotografía de Dukakis conduciendo un tanque M1 Abrams, que no solo fue percibida como un intento de mostrar su patriotismo, sino como una maniobra política fallida.

El uso del patriotismo como arma política continuó evolucionando en años posteriores. En las elecciones presidenciales de 1992, Bush atacó a Bill Clinton, su rival demócrata, por su oposición a la guerra de Vietnam y su viaje a Moscú en 1969. De nuevo, la insinuación era que Clinton no era suficientemente patriota para ser presidente, lo cual se convirtió en un tema central durante la campaña. Clinton, sin embargo, respondió de manera firme y decidida durante el primer debate presidencial, reafirmando su amor por Estados Unidos y defendiendo su derecho a cuestionar ciertas políticas sin ser considerado antipatriótico.

La idea de que el patriotismo podía ser utilizado estratégicamente en la política continuó siendo un tema recurrente a lo largo de las décadas. En 2003, el senador John Kerry, veterano de Vietnam, utilizó su servicio militar y su participación en las protestas contra la guerra de Vietnam como símbolos de su amor por el país. Kerry argumentó que el patriotismo no solo consistía en servir en el ejército, sino también en oponerse a lo que se consideraba injusto, como en el caso de la guerra de Vietnam.

El patriotismo, por lo tanto, se consolidó como una herramienta de polarización política, que no solo se utilizaba para diferenciar a los partidos, sino también para movilizar a las bases electorales. Este fenómeno muestra cómo el concepto de patriotismo puede ser flexible y, a menudo, moldeado para fines políticos, y cómo su interpretación y valor pueden cambiar según las circunstancias históricas y sociales. El desafío, tanto para los políticos como para los ciudadanos, radica en discernir cuándo el patriotismo se utiliza de manera genuina y cuándo se emplea de manera manipulativa.

Es esencial entender que el patriotismo, aunque a menudo se presenta como un valor universal, está sujeto a interpretación y manipulación en el ámbito político. La historia de su uso como arma política revela la compleja relación entre el amor por la patria y la lucha por el poder. No se trata solo de una cuestión de sentimiento, sino también de estrategia. Por lo tanto, los ciudadanos deben mantenerse alerta ante las formas en que se emplea este poderoso símbolo, para asegurarse de que no se convierta en una herramienta de división o control.