La investigación de Stewart Macaulay desafió las nociones tradicionales sobre los contratos en el ámbito empresarial, proponiendo una visión contraria a la creencia generalizada de que las empresas necesitan contratos detallados para llevar a cabo sus transacciones. Según Macaulay, aunque las empresas suelen preferir tener contratos, muchas veces los empresarios no los ven como necesarios. De hecho, muchos ignoran los contratos o los ven como una carga debido a las consecuencias no deseadas que los acompañan. Macaulay argumentó acertadamente que los contratos muy detallados pueden interferir con la creación de buenas relaciones de intercambio entre las unidades de negocio, ya que la insistencia en un contrato exhaustivo puede percibirse como una falta de confianza, lo que convierte una cooperación en un comercio antagonista. El deseo de flexibilidad en los acuerdos, según Macaulay, se deriva de la necesidad de negociar en función de las circunstancias reales, lo cual es más eficaz que atarse a los términos rígidos de un contrato.
El punto central de su investigación gira en torno a dos preguntas fundamentales: (A) ¿Cómo pueden las empresas operar relaciones de intercambio con tan poca atención al planeamiento detallado o a las sanciones legales? (B) ¿Por qué, a pesar de todo, las empresas siguen utilizando contratos, dada su aparente innecesariedad? Estas preguntas no solo ponen en tela de juicio el papel del contrato, sino que también exploran la naturaleza de las relaciones comerciales en un mundo donde el contrato formal no es siempre necesario.
En cuanto a la primera pregunta, Macaulay sugirió que las empresas emplean prácticas "no contractuales" que cumplen funciones similares a las de un contrato formal. Estas prácticas incluyen, por ejemplo, el uso de cartas de intención o memorandos de entendimiento, instrumentos menos formales que permiten abordar cuestiones clave sin entrar en disputas sobre derechos, obligaciones o consecuencias. Los empresarios de diferentes industrias suelen estar tan familiarizados con las costumbres del sector que no necesitan contratos detallados; las expectativas se llenan por consenso tácito. Es importante reconocer que este tipo de acuerdos informales no desaparecen y que los profesionales del derecho comercial deben entender estos mecanismos para garantizar que los contratos funcionen en la práctica.
El segundo factor clave que Macaulay destacó es el papel de las relaciones personales entre los individuos de diferentes organizaciones. Estas relaciones, que van más allá de la simple transacción comercial, pueden crear incentivos informales y presiones sociales que motivan a las partes a cumplir con lo acordado sin la necesidad de recurrir a un sistema judicial formal para resolver disputas. Este enfoque es común en contextos donde las partes están bien conocidas y donde las leyes comerciales formales no son efectivas o incluso no existen. Macaulay resaltó dos normas esenciales en los negocios: (1) Los compromisos deben ser honrados en casi todas las situaciones, y (2) se debe producir un buen producto y respaldarlo. La reputación es crucial en los negocios, y aquellos que no cumplen sus promesas rara vez sobreviven a largo plazo.
En este sentido, la relación personal y la reputación juegan un papel más importante que un contrato escrito. Un buen comportamiento en una transacción puede abrir nuevas oportunidades de negocio, y un historial de seriedad y honestidad mejora las perspectivas de futuras transacciones. A menudo, el contrato formal no es necesario porque existen mecanismos informales que cumplen con las mismas funciones de garantizar el cumplimiento de las obligaciones.
La segunda pregunta de Macaulay —por qué, si los empresarios no gustan de los contratos, aún los utilizan— aborda un aspecto crucial del uso de estos documentos. Según Macaulay, un contrato puede servir como un instrumento de comunicación dentro de una organización. Por ejemplo, un contrato detallado puede ayudar a comunicar expectativas y responsabilidades entre departamentos, como el gerente de ventas y el director de producción. Además, los contratos se emplean cuando se considera que los beneficios del planeamiento y la sanción legal superan las desventajas, especialmente en situaciones donde es probable que surjan problemas significativos.
Una razón más para utilizar contratos, según Macaulay, es el poder relativo de negociación entre las partes. Este poder no se basa únicamente en el tamaño de las empresas, sino en la dependencia que una parte pueda tener de la otra. En este sentido, incluso una gran empresa puede verse atada a un pequeño proveedor cuando la producción de un artículo esencial está en curso. El proveedor pequeño puede aprovechar esta dependencia, lo que plantea el problema de "retenimiento", un concepto clave en la teoría de contratos que se refiere a la capacidad de una parte para aprovechar la dependencia de la otra. Este fenómeno ha sido ampliamente estudiado y reconocido como una de las principales razones por las que los contratos formales pueden ser necesarios, especialmente cuando existe un riesgo significativo de dependencia.
Lo que destaca de la obra de Macaulay es que las respuestas a sus preguntas no son definitivas. Más bien, estas preguntas abrieron el camino a una exploración más profunda del papel de los contratos en los negocios y la economía, llevando a los académicos a investigar cómo las prácticas no contractuales y las relaciones personales pueden desempeñar roles igualmente importantes en el éxito de una transacción comercial. Sin embargo, la respuesta no es sencilla: las empresas utilizan contratos porque, en ciertas circunstancias, los beneficios de contar con un acuerdo formal superan los costos. Esto no significa que siempre sean imprescindibles, pero subraya su utilidad en situaciones específicas.
Es importante señalar que la ciencia de los contratos no es neutral; cada área del derecho contractual tiene consecuencias sobre cómo deben elaborarse, escribirse y ejecutarse los contratos para lograr los mejores resultados. Con el tiempo, los estudios han demostrado que el éxito de los contratos no solo depende de su formalización, sino también de cómo estos reflejan las relaciones informales y las dinámicas de poder entre las partes involucradas.
¿Qué es el Derecho de los Contratos y cómo se interpreta?
El "Derecho de los Contratos" es una rama del derecho que ha evolucionado a lo largo de la historia para responder a diversas cuestiones legales relacionadas con los acuerdos entre partes. En la mayoría de las jurisdicciones, este conjunto normativo se compone de una serie de estatutos, documentos preparatorios, sentencias judiciales y doctrinas legales. El Derecho de los Contratos responde a tres preguntas fundamentales:
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¿Cuándo se considera que las partes han celebrado un contrato vinculante?
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¿Cuáles son los derechos y obligaciones de las partes contratantes?
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¿Qué remedios existen ante el incumplimiento de un contrato?
Un ejemplo claro de esta estructura normativa es la Convención de las Naciones Unidas sobre los Contratos de Compraventa Internacional de Mercaderías (CISG), que regula las transacciones comerciales entre partes de diferentes Estados miembros de la ONU. Esta convención establece, en su segunda parte, las normas sobre la oferta y aceptación, puntos básicos en la formación de cualquier contrato. En la tercera parte, aborda las obligaciones de las partes, tales como la entrega de los bienes en el tiempo y calidad acordados, el precio de compra, así como los remedios en caso de incumplimiento.
Un principio fundamental que subyace en la mayoría de los sistemas de derecho contractual es la libertad contractual. Este principio establece que las partes tienen la libertad de decidir las condiciones y términos de sus contratos, siempre que no contravengan normas imperativas del orden público o la ley. Así lo estipula el artículo 6 de la CISG, que permite a las partes excluir la aplicación de la convención o modificar sus disposiciones. No obstante, existe una limitación en cuanto a ciertos contratos que son ilegales o no ejecutables, como aquellos destinados a actividades delictivas, o en áreas como el derecho del consumidor, el derecho laboral y los arrendamientos, donde la libertad contractual se ve restringida por la necesidad de protección de las partes más vulnerables.
La interpretación de los contratos es otro aspecto esencial del derecho contractual. Cuando una corte es llamada a resolver una disputa entre las partes, en primer lugar se debe determinar si existe un contrato vinculante. Sin embargo, la mayoría de los conflictos contractuales giran en torno a los derechos y obligaciones de las partes, así como las consecuencias del incumplimiento. En muchos casos, la interpretación de un contrato requiere que el tribunal determine el sentido de cláusulas ambiguas o ausentes en el acuerdo. En este contexto, la jurisprudencia juega un papel crucial, ya que los tribunales deben interpretar la intención de las partes en el momento de la firma del contrato.
Existen diferencias significativas en los sistemas de derecho comunes y los de derecho civil en cuanto a la interpretación. En los sistemas de common law, como en Estados Unidos, Reino Unido o Canadá, se da mayor peso al texto escrito del contrato, mientras que en los sistemas de derecho civil, como en Alemania y Francia, se considera el contexto general y los principios subyacentes al contrato, más allá de lo explícito en el documento. En todas las jurisdicciones, sin embargo, existen reglas claramente definidas para llenar los vacíos del contrato, con conceptos como los "términos implícitos" en el common law, que se utilizan cuando ciertas obligaciones no se mencionan de manera explícita pero se entienden como parte del acuerdo implícitamente.
Una de las doctrinas más relevantes dentro de este campo es la doctrina de la buena fe. La buena fe se refiere a la expectativa de que las partes actuarán con honestidad y sin intención de fraude en el cumplimiento de sus obligaciones. En muchos sistemas jurídicos, como en Estados Unidos, se ha desarrollado el concepto de "pacto implícito de buena fe y trato justo", que ha sido esencial para interpretar los contratos de manera que se evite el abuso de poder o la explotación de las partes más débiles. Esta doctrina tiene su raíz en el derecho romano, que ya reconocía la idea de actuar "de buena fe" (bona fide). Así, la buena fe se ha convertido en un principio esencial para la interpretación y ejecución de los contratos, asegurando que las partes no solo se atengan a las palabras del acuerdo, sino también a sus principios éticos y morales.
Es importante destacar que la buena fe no solo se refiere a la conducta de las partes en cuanto al cumplimiento literal de sus obligaciones, sino también a su comportamiento en el desarrollo del contrato, como la cooperación y la diligencia. La buena fe permite a los tribunales evaluar si una de las partes ha actuado de manera desleal o si ha violado la confianza del otro sin una justificación razonable.
El concepto de buena fe es de particular relevancia en los contratos relacionales, donde la naturaleza continua y a largo plazo de la relación entre las partes exige un nivel alto de cooperación y un enfoque ético compartido. Los contratos basados en principios como los que se describen en este texto no solo siguen las normas tradicionales de interpretación, sino que también se fundamentan en la confianza mutua y la expectativa de que ambas partes cumplirán con sus compromisos de buena fe.
En resumen, el Derecho de los Contratos no solo establece las reglas básicas sobre la formación, derechos y remedios de un contrato, sino que también se basa en principios más amplios de equidad, moralidad y confianza. En este contexto, la libertad contractual permite a las partes definir los términos de su acuerdo, pero siempre dentro de los límites impuestos por la ley y la doctrina de la buena fe. La interpretación de los contratos, entonces, no se limita al análisis del texto escrito, sino que implica una mirada más profunda a las intenciones de las partes y a los principios éticos que deben regir sus relaciones.

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