Los estudios indican que, aunque existen diferencias de personalidad entre liberales y conservadores, estas diferencias suelen centrarse en la consciencia y la apertura a nuevas experiencias. En comparación con los liberales, los conservadores se perciben a sí mismos como menos abiertos a experiencias nuevas. Este rasgo se refleja en su preferencia por trabajos rutinarios y un enfoque conservador de la vida. A su vez, los liberales tienden a verse como menos conscientes, reconociendo que pueden ser algo descuidados. Así, el perfil psicológico de los conservadores, en general, se distingue principalmente por un bajo nivel de apertura y un alto nivel de consciencia.

Sin embargo, los seguidores más fervientes de Donald Trump, aquellos que lo apoyaron desde las primeras etapas de las primarias de 2016, parecen compartir algunas características con los conservadores tradicionales, pero también muestran rasgos distintivos. Un estudio de los científicos políticos David Fortunato, Matthew V. Hibbing y Jeffery J. Mondak descubrió que los seguidores iniciales de Trump, en cuanto a rasgos de personalidad, se asemejan a los conservadores en cuanto a la consciencia, pero presentan una alta puntuación en extraversión, lo cual contrasta con el perfil conservador típico. Esto se alinea con la impresión de que muchos seguidores de Trump no son personas introvertidas ni reservadas. De hecho, los seguidores de Trump no solo puntúan alto en extraversión, sino que también tienden a ser menos amables y más bajos en neuroticismo que los votantes de otros republicanos como Ted Cruz o Marco Rubio. Este hallazgo sobre la amabilidad puede parecer una confirmación para aquellos que critican a Trump y sus seguidores, pero es crucial recordar que estas conclusiones provienen de autoevaluaciones, es decir, de cómo los mismos individuos se perciben a sí mismos. En consecuencia, no se afirma que los seguidores de Trump sean inherentemente despectivos, sino que más bien tienden a considerarse a sí mismos como menos amables en comparación con los opositores.

El bajo nivel de neuroticismo también resuena con la percepción común de que los seguidores de Trump no parecen ser particularmente inestables ni ansiosos. Si bien, de acuerdo con los estudios, los conservadores en general tienden a ser menos abiertos a nuevas experiencias, los seguidores de Trump parecen estar menos en contra del cambio, siempre y cuando dicho cambio se perciba como una medida para garantizar la seguridad y la protección. Este enfoque puede estar vinculado a una sensibilidad particular hacia las amenazas y una conciencia de la mortalidad, rasgos típicos de la personalidad conservadora. La preferencia por la rutina y la estructura que caracteriza a los conservadores se podría justificar por un deseo de evitar la incertidumbre, pero también puede estar motivada por un deseo de mantener un entorno controlado y seguro.

El perfil de los seguidores de Trump también sugiere que, si bien prefieren patrones y predictibilidad, no necesariamente se oponen al cambio si este mejora su sensación de seguridad. Este deseo de seguridad puede estar relacionado con un tipo de "personalidad securitaria", en la que el cambio, incluso si desafía las normas tradicionales, es aceptado si ofrece más protección frente a amenazas percibidas. En este sentido, los seguidores de Trump no solo valoran la estructura y el orden, sino que también priorizan la libertad personal y la seguridad frente a la vulnerabilidad, lo que podría explicar su apoyo a medidas disruptivas si estas aseguran la protección de su nación y su cultura.

El concepto de "pureza" también juega un papel clave en el perfil psicológico de los conservadores, y en particular de los seguidores de Trump. Los estudios han demostrado que las personas con una mayor sensibilidad al disgusto tienden a tener posturas más conservadoras, especialmente en cuestiones como el matrimonio gay y otros temas relacionados con la sexualidad. La sensibilidad al disgusto se relaciona con una fuerte preferencia por la pureza moral, un rasgo común en las creencias conservadoras, que valora que las personas no realicen acciones "desagradables", incluso si estas no causan daño a nadie. Este vínculo entre la sensibilidad al disgusto y la política conservadora se extiende al propio Trump, quien ha mostrado en varias ocasiones su aversión por ciertos comportamientos que considera repulsivos, como en sus comentarios sobre la periodista Megyn Kelly o su desprecio hacia la tradición de estrechar manos.

De hecho, varios estudios han encontrado que los votantes de Trump muestran altos niveles de sensibilidad al disgusto, particularmente en temas relacionados con el sexo, lo que refuerza la asociación entre la necesidad de pureza y la postura conservadora. Los seguidores de Trump parecen compartir esta sensibilidad al disgusto, lo que podría estar relacionado con sus opiniones sobre temas como la inmigración, la política de género y la moral pública.

En resumen, los seguidores más apasionados de Donald Trump no solo comparten los rasgos tradicionales de los conservadores, como la consciencia y el deseo de orden, sino que también exhiben una mayor extraversión y menor neuroticismo. Además, su sensibilidad al disgusto y su deseo de preservar lo que consideran puro y seguro son factores que refuerzan su postura política. La complejidad de su perfil psicológico sugiere que, si bien los seguidores de Trump pueden verse como parte de un movimiento conservador más amplio, sus motivaciones son, al mismo tiempo, más específicas y profundamente influenciadas por su deseo de seguridad, protección y estabilidad frente a los cambios que perciben como amenazantes.

¿Cómo la personalidad autoritaria refleja las tensiones sociales y políticas de su tiempo?

Theodor W. Adorno vivió una vida marcada por tensiones intelectuales y personales que lo llevaron a desarrollar una crítica profunda a la modernidad y la cultura de masas. Su obra más conocida, La personalidad autoritaria, se conecta estrechamente con su visión del impacto de la cultura moderna en la autonomía individual y la facilidad con que las personas pueden ser manipuladas por discursos autoritarios. Este trabajo, nacido de su colaboración con el Instituto de Investigación Social y el Comité Judío Americano, es un estudio psicológico de gran envergadura, aunque el propio Adorno a menudo se distanció de su enfoque metodológico y sus conclusiones.

En los años previos a la creación de La personalidad autoritaria, Adorno había trabajado en la crítica de la modernidad y sus instituciones, como el capitalismo y la cultura popular. Su escepticismo hacia las técnicas empíricas de la ciencia social, que buscaban medir las reacciones humanas de manera objetiva y sistemática, contrastaba con la metodología utilizada en el estudio de la personalidad autoritaria. Adorno, quien aborrecía el positivismo y la simplificación de las emociones humanas en encuestas de opción múltiple, se veía a sí mismo como un filósofo crítico y no como un sociólogo que analizaba datos fríos.

El estudio en cuestión, aunque influenciado por Adorno, fue obra de un grupo de psicólogos que trabajaron bajo el auspicio del Comité Judío Americano, interesados en entender cómo el fascismo y el antisemitismo se arraigaban en las sociedades. El trabajo resultante ofreció un análisis de las características psicológicas que podrían predisponer a un individuo a abrazar ideologías autoritarias, pero lo hizo de una manera que Adorno consideraba problemática. Para él, las preguntas de las encuestas no reflejaban la complejidad de la psique humana ni abordaban las causas sociales que conformaban esas actitudes autoritarias.

A pesar de sus reservas, el estudio fue un éxito notable, y las conclusiones de los psicólogos involucrados –en especial la idea de un "fascismo de personalidad"– tuvieron un impacto duradero. Adorno, por su parte, nunca aceptó completamente el enfoque del estudio, y a lo largo de su vida insistió en que el fascismo no era un asunto meramente psicológico. En su opinión, el autoritarismo era el resultado de una estructura social que perpetuaba la alienación y la deshumanización de los individuos, no una simple cuestión de características innatas de la personalidad.

Además, Adorno observaba con creciente frustración el modo en que la cultura moderna, especialmente la música popular y el cine, promovía una estandarización que empobrecía la experiencia humana. El capitalismo, según él, ofrecía la "libertad de elegir lo mismo", una libertad ilusoria que limitaba las verdaderas opciones y reducía al individuo a una especie de consumidor pasivo y homogéneo. Esta crítica se extiende no solo a los medios de comunicación masivos, sino también a las formas de entretenimiento y a la creciente celebridad mediática, que Adorno despreciaba por su superficialidad y por el papel que jugaban en la consolidación de las estructuras autoritarias.

Su rechazo hacia la modernidad se exacerbó después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Adorno se instaló nuevamente en Frankfurt y se vio enfrentado a la indiferencia de muchos alemanes hacia la complicidad de su país en los horrores del nazismo. La reconciliación con el pasado parecía algo imposible para Adorno, quien sentía que el dolor y las tragedias del Holocausto seguían presentes, imposibilitando una verdadera renovación moral y cultural. Su famosa afirmación de que "escribir poesía después de Auschwitz es barbarie" resumía su visión de la cultura posguerra como algo profundamente marcado por la barbarie y la incapacidad de la humanidad para superar los horrores del pasado.

A lo largo de su vida, Adorno se convirtió en una figura polarizadora. En los años 60, cuando las universidades se convirtieron en focos de protesta contra la guerra de Vietnam y las injusticias del capitalismo, muchos de sus estudiantes comenzaron a verlo como una figura anticuada, un intelectual demasiado pegado a las viejas tradiciones marxistas y a las universidades como centros de poder. Su falta de apoyo explícito a los movimientos estudiantiles y su actitud distante frente a las luchas políticas de su tiempo hicieron que algunos lo consideraran irrelevante. A pesar de su oposición a la guerra y su apoyo a la redistribución, su perfil académico y su estilo de vida académico eran considerados insuficientes por los jóvenes activistas.

Sin embargo, la figura de Adorno no puede entenderse solo a través de su obra La personalidad autoritaria. Su vida y su obra reflejan una crítica radical a las estructuras sociales, políticas y culturales de su tiempo, en las que percibía una tendencia hacia la deshumanización y la homogeneización. Para Adorno, las dinámicas de poder en la sociedad moderna hacían que las personas, lejos de ser seres autónomos y libres, se convirtieran en piezas de una maquinaria social que las moldeaba a su antojo.

Entender la crítica de Adorno a la modernidad y la cultura de masas no solo requiere comprender sus análisis teóricos, sino también situarlos en el contexto de su tiempo. La reacción de Adorno frente a la alienación y la homogeneización de la sociedad moderna sigue siendo un tema relevante hoy en día, especialmente en un mundo donde los medios de comunicación, la cultura popular y el capitalismo continúan influyendo de manera profunda en nuestras vidas. Además, es esencial reconocer que las críticas de Adorno a la estandarización cultural y al autoritarismo no son simplemente una condena del pasado, sino una advertencia de los peligros de la deshumanización que aún persisten en la sociedad actual.

¿Cómo se relacionan los securitarios con el autoritarismo y el libertarismo?

El nacionalismo secular se diferencia notablemente de las cuestiones sociales. Para un securitario, los inmigrantes y, en general, las minorías raciales son percibidos como externos de manera mucho más irreductible que, por ejemplo, las mujeres o las personas homosexuales. Con el tiempo, los securitarios pueden llegar a aceptar a mujeres y gays, pero los extranjeros y minorías raciales representan una historia completamente distinta.

Se suele decir que los autoritarios prefieren la obediencia sobre la libertad, situándose en el polo opuesto a los libertarios. Los primeros optan por una figura de autoridad fuerte que imponga estructura y certeza, controlando la vida de las personas, mientras que los libertarios defienden la libertad absoluta para pensar y actuar sin restricciones. Sin embargo, los securitarios no encajan del todo en esta dicotomía: ni se someten completamente al autoritarismo ni abrazan sin reservas el libertarismo.

El autoritarismo implica un conjunto de valores basados en el miedo que priorizan la seguridad colectiva del grupo por encima de la autonomía individual liberal. Estos valores incluyen la conformidad, la autoridad, la lealtad y una preferencia por sanciones morales estrictas que fomentan la cohesión tribal. En su forma extrema, el autoritarismo se convierte en fascismo, que conlleva un gobierno autocrático centralizado y una submersión total del individuo en el Estado, exaltando a la nación o la raza como algo superior al individuo.

Sin embargo, los seguidores apasionados de figuras como Trump no exhiben en su mayoría los rasgos típicos de los autoritarios o fascistas. Muchos rechazan la idea de un Estado todopoderoso, valoran su individualidad, resisten la conformidad y odian que les digan cómo vivir o qué pensar. Esto los aleja del autoritarismo clásico y los acerca en algunos aspectos al libertarismo. No obstante, la relación entre los seguidores de Trump y el libertarismo es ambivalente y contradictoria.

Por un lado, intelectuales libertarios y organizaciones como el CATO Institute rechazan firmemente el nacionalismo excluyente que promueve Trump, considerando que va en contra de la tradición libertaria. Los grandes financiadores libertarios suelen apoyar a inmigrantes y políticas progresistas en temas sociales, lo que los distancia de los securitarios trumpistas. Además, algunos datos indican que los seguidores fuertes de Trump apoyan la redistribución económica, una postura contraria al ethos libertario clásico.

Por otro lado, ciertos sectores libertarios han mostrado simpatía o apoyo a Trump, especialmente en temas de política exterior o soberanía nacional. Algunos representantes como Rand Paul han votado consistentemente con Trump, y eventos libertarios han contado con un apoyo considerable a su figura.

Una característica central de los securitarios es su desconfianza profunda hacia cualquier entidad que pueda limitar su capacidad de protección personal y la de su grupo. Apoyan la presencia fuerte del ejército y la policía, pero su prioridad es la autosuficiencia en la defensa propia y cultural. Esta necesidad de autonomía en la seguridad explica su apego a la posesión de armas y a movimientos survivalistas o “prepper”, donde se preparan para protegerse sin depender completamente del Estado.

Esta autoafirmación de la seguridad personal va más allá de un simple rechazo a la autoridad; es una afirmación activa del deseo de ser los protagonistas en la defensa de su seguridad. Para ellos, ser protegidos es sinónimo de dependencia y vulnerabilidad, mientras que protegerse a sí mismos representa el ideal de autonomía y poder. Esta visión también se manifiesta en la crítica hacia instituciones como la inteligencia militar, que en ocasiones son vistas con suspicacia cuando cuestionan a sus líderes favoritos.

Lo esencial es comprender que los securitarios buscan una seguridad que no sea impuesta desde arriba, sino construida desde su propio control y participación directa. Esto los distingue tanto del autoritarismo tradicional como del libertarismo ortodoxo, situándolos en un lugar complejo dentro del espectro político y social.

Además, resulta fundamental reconocer que esta necesidad de seguridad personal está profundamente entrelazada con identidades grupales y culturales que se sienten amenazadas por la presencia de “extranjeros” o minorías percibidas como foráneas. Por ello, el miedo y la desconfianza no solo operan a nivel individual, sino que se extienden a la protección del “nosotros” frente al “otro”, construyendo una narrativa que legitima prácticas de autoafirmación y defensa que pueden incluir desde la posesión de armas hasta la participación en comunidades cerradas y movimientos preparacionistas.

Este fenómeno no puede ser entendido simplemente desde la política convencional, sino como una respuesta compleja a la inseguridad percibida en un mundo en constante cambio, donde las fronteras culturales y sociales se sienten vulnerables. El lector debe tener en cuenta que la dinámica securitaria refleja una interacción entre miedo, identidad y autonomía que desafía las categorías políticas tradicionales, haciendo que su comprensión requiera un análisis más profundo y matizado.