La revolución tecnológica ha puesto bajo el microscopio la protección de la esfera privada. El escándalo de los datos relacionado con la gigante corporativa estadounidense Facebook ha dejado una huella profunda en la era digital. Surge así la pregunta de hasta qué punto los intereses de estas empresas, impulsadas por el lucro, junto con la motivación destructiva de ciertos usuarios, socavan valores tradicionales como la privacidad o el respeto por una cultura del diálogo. ¿Pueden las comunidades virtuales realmente involucrarse en la política real? Otfried Jansen, científico de la comunicación, lo dudaba en 1998. Según su opinión, las estructuras sociales existentes constituyen la base de formas técnicamente apoyadas. La pregunta que surge 20 años después es si esta conclusión sigue siendo válida en la actualidad. No obstante, un salto cuántico digital-tecnológico tuvo lugar, trayendo consigo una forma completamente nueva de interacción. Y es precisamente el extremismo de derecha subcultural, conocido por su hostilidad hacia las organizaciones, el que encuentra nuevas oportunidades para aprovechar esto.

Muchos grupos de extrema derecha fueron adoptantes tempranos de Internet. Un ejemplo claro es el sitio web Stormfront, la mayor página de supremacía blanca del mundo, que fue fundado en 1996. El filósofo estadounidense y jurista Cass Sunstein ya advertía, en 2002, sobre los peligros de la “Balkanización cibernética” de los espacios públicos, un fenómeno que refiere a un público político que favorece una estructura definida por el extremismo. En un sistema mediático dominado por Internet, pequeños grupos con ideas compartidas pueden aislarse más fácilmente de los argumentos y hechos contrarios a sus opiniones que en los tradicionales espacios públicos enfocados hacia los medios masivos. A diferencia de los medios tradicionales, en los nuevos medios, se puede elegir libremente quién informa y con quién se desea dialogar. En este tipo de grupos aislados, las versiones extremas de cualquier opinión común que sirviera como base para formar un grupo, buscan apoyo. Sunstein habla en este sentido de las “cámaras de eco”. Los argumentos no son seguidos por contraargumentos, sino por un efecto de reverberación que se amplifica a sí mismo.

El contacto reducido en Internet favorece la creación y el mantenimiento de lazos débiles, que pueden activarse cuando sea necesario. Sin embargo, se presentan nuevas oportunidades. Las comunidades virtuales no son irreales, simplemente siguen patrones de interacción diferentes a los de las comunidades físicas y reales. El fanatismo de los potenciales terroristas encuentra un espacio en el que proyectarse, con la posibilidad de comunicarse e interactuar las 24 horas del día, desde la comodidad de su hogar. Además, los grupos supremacistas blancos pudieron prosperar gracias a la creciente ubiquidad de la comunicación en línea. Un ejemplo de esto ocurrió en agosto de 2017, cuando un grupo de supremacistas blancos, muchos de los cuales eran muy activos en línea, organizaron una manifestación en Charlottesville, Carolina del Norte. El evento violento resultó en la muerte de una mujer de 32 años y dejó a 19 personas heridas después de que James Alex Fields, uno de los manifestantes, arrojara su coche contra un grupo de contramanifestantes. La comunicación sobre el evento se realizó en plataformas de redes sociales, pero ciertos sitios también jugaron un papel clave en la difusión de información, como 8chan, el foro de supremacía blanca Daily Stormer y altright.com.

Este tipo de foros y plataformas, como 8chan, se consideran fábricas de memes de Internet. Aunque a simple vista pueden parecer inofensivos o incluso un chiste, los memes son ideas que se propagan de manera similar a los genes. No solo brindan identificación, sino también provocación y propaganda. Alrededor de 8,000 personas vieron en vivo el video de la masacre de Christchurch en Facebook. Antes de que la plataforma comenzara a eliminarlo, ya existían 1.5 millones de versiones del video. El manifiesto del “Gran Reemplazo” se presenta con el mismo tono cínico que las publicaciones en 4chan y 8chan. En el contexto del atentado, los memes hacen llamados a un actor solitario “para acabar con Breivik”. Así, Breivik fue deslegitimado. La esencia de estos foros trolls es una mezcla de humor ofensivo, transgresión de límites y, con frecuencia, misantropía. A partir de este punto, los códigos y prácticas individuales de estos grupos se han desarrollado, a menudo de manera brutalmente satírica y destructiva.

Un ejemplo reciente de esta problemática fue el ataque en El Paso, Texas, ocurrido en agosto de 2019, el cual se anunció nuevamente en 8chan. Tras este evento, Fredrick Brennan, el fundador de 8chan, anunció que el foro debería ser retirado de Internet. Esta última tragedia pareció ser la gota que colmó el vaso para el jefe de CloudFlare, Matthew Price, quien, como proveedor de servicios de Internet, se encargaba de proteger millones de sitios web. CloudFlare decidió finalizar su cooperación con 8chan, calificándolo de “un pozo de odio”. Sin embargo, este cambio no fue suficiente para frenar la propagación del video y las ideas asociadas al ataque. De hecho, el material fue reeditado y transformado en un videojuego de “shooter” en primera persona, donde los jugadores disparan indiscriminadamente dentro de una mezquita. Los memes también circulan, presentando al atacante como un “santo” y alentando a otros a seguir su ejemplo.

El fenómeno de la "gamificación del terror" es, quizás, la verdadera innovación que estas plataformas han traído al terrorismo global. En vez de ser simplemente un espacio de odio, estas plataformas permiten a los extremistas convertir actos de violencia en algo casi lúdico, lo que potencia aún más la influencia de la ideología extremista.

¿Por qué el terrorismo de derecha sigue siendo una amenaza subestimada?

El terrorismo contemporáneo, especialmente en su vertiente de extrema derecha, ha tomado una nueva forma, menos visible pero igualmente destructiva. A pesar de la creciente preocupación sobre las amenazas terroristas en Europa y el mundo, el fenómeno del terrorismo no es, en realidad, una novedad para el continente. Durante el siglo XX, Europa experimentó oleadas de terrorismo, que incluyeron desde grupos separatistas hasta movimientos radicales de izquierda. A partir de la década de 1970 y hasta mediados de la de 1990, diversos ataques terroristas sacudieron varias naciones europeas. Sin embargo, a pesar de la creciente presencia global del terrorismo, en Europa las cifras no han aumentado tan drásticamente en comparación con otras partes del mundo, aunque el contexto de su desarrollo ha cambiado considerablemente.

El terrorismo no se mide únicamente por el número de víctimas, sino también por el impacto que genera en la opinión pública, por el miedo y el caos que siembra en las sociedades. Un claro ejemplo de esta nueva fase del terrorismo lo constituyen los ataques de grupos como la IRA (Ejército Republicano Irlandés) o el ETA (Euskadi Ta Askatasuna), que actuaban bajo reivindicaciones políticas o ideológicas. Estos grupos operaban con una base popular que, en algunos casos, incluso apoyaba sus acciones, lo que complicaba la tarea de las fuerzas de seguridad. En términos de víctimas, el número de muertos y heridos durante los atentados de estos grupos fue considerable, especialmente durante las décadas de los 70 y 80.

Sin embargo, uno de los aspectos menos explorados en el estudio del terrorismo de izquierda o separatista es el ascenso de las amenazas provenientes de la extrema derecha. Aunque los grupos de derecha radical han sido considerados una amenaza menor en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la situación ha cambiado radicalmente en los últimos años. La atención mediática y política ha tendido a centrarse más en el terrorismo islamista, pero no se debe pasar por alto la creciente amenaza que representan los movimientos extremistas de derecha.

Un ejemplo alarmante de este fenómeno lo constituyó el caso del "Célula Nacional Socialista Subterránea" (NSU, por sus siglas en alemán), un pequeño grupo terrorista de extrema derecha en Alemania que operó durante al menos 13 años, desde 1998 hasta 2011, sin ser detectado. Este grupo, compuesto por Uwe Mundlos, Uwe Böhnhardt y Beate Zschäpe, asesinó al menos a diez personas, en su mayoría inmigrantes, además de llevar a cabo robos a bancos y ataques con explosivos. Su modus operandi fue discreto y su violencia desmesurada, actuando con un nivel de organización que no fue inicialmente reconocido como una amenaza terrorista por las autoridades alemanas.

El NSU no fue un grupo aislado, sino que se benefició de una red de apoyo en toda Alemania que lo facilitó logísticamente, desde la provisión de armas hasta el respaldo financiero. A pesar de las evidencias de un funcionamiento estructurado y coordinado, las agencias de inteligencia alemanas no fueron capaces de identificar una célula terrorista de derecha hasta que el caso se hizo público, lo que provocó una profunda desconfianza en las instituciones responsables de la seguridad nacional. La falta de previsión y la incapacidad de las autoridades para actuar de manera eficaz frente a este tipo de terrorismo fueron notorias y expuestas en el juicio que siguió al descubrimiento del NSU.

Además, el NSU no surgió en el vacío; las investigaciones sugieren que los miembros de este grupo pudieron haber sido influenciados por casos previos de terrorismo de derecha, como el de John Ausonius, un asesino en serie conocido como "Laserman" que operó en Suecia a principios de la década de 1990. Este individuo, responsable de varios asesinatos de inmigrantes, fue considerado un modelo a seguir por los miembros del NSU. La conexión entre ambos casos ilustra cómo las ideologías extremistas pueden trascender las fronteras nacionales y formar parte de una red de inspiración mutua que fomenta la violencia racista.

Lo que resulta más inquietante es que, a pesar de la proliferación de estos grupos, las autoridades nacionales e internacionales no han sabido adaptarse rápidamente a la evolución de las amenazas terroristas, especialmente las que provienen de sectores de la extrema derecha. La tendencia a subestimar esta amenaza, hasta que los atentados se hacen públicos y las víctimas comienzan a acumularse, contribuye a la desinformación y al retraso en la reacción ante estos peligros.

Es fundamental que los sistemas de inteligencia y las fuerzas de seguridad comprendan que el terrorismo de derecha no debe ser considerado un fenómeno aislado o marginal. En la actualidad, los terroristas de extrema derecha se alimentan de ideologías que promueven la xenofobia, el racismo y el nacionalismo excluyente, y utilizan la violencia como un medio para alcanzar sus objetivos políticos. Esta nueva forma de terrorismo no se limita a pequeños grupos; puede estar presente en diversos movimientos populistas que surgen en el contexto de la crisis de los refugiados y las tensiones internas en Europa.

El peligro del terrorismo de derecha radica en su capacidad para infiltrarse en las estructuras sociales, políticas e incluso económicas de una nación, aprovechando los miedos y las inseguridades de la población. La propagación de estas ideologías a través de las redes sociales y otros medios de comunicación ha dado lugar a un nuevo tipo de radicalización que es más difícil de identificar y combatir. Además, la falta de cooperación entre los países europeos y las políticas de seguridad dispares dificultan una respuesta efectiva frente a este tipo de amenaza.

Es esencial que los ciudadanos comprendan que la lucha contra el terrorismo no debe limitarse a la prevención de ataques violentos, sino que debe abordar también las raíces ideológicas que alimentan estos movimientos. El fortalecimiento de las políticas de inclusión, la educación sobre los peligros del extremismo y el fomento de una cultura de respeto y tolerancia son pasos necesarios para contrarrestar las ideologías de odio que alimentan el terrorismo de derecha. La vigilancia de los grupos extremistas debe ser complementada con una profunda reflexión sobre cómo construir sociedades más resilientes y cohesionadas, capaces de resistir la tentación del populismo y la violencia.