El manejo de la neumonía adquirida en la comunidad (NAC) depende de la severidad de la enfermedad y la clasificación del paciente. El puntaje CURB-65 es una herramienta utilizada para evaluar la gravedad de la infección y decidir si un paciente puede ser tratado de forma ambulatoria o requiere hospitalización. Este sistema asigna puntos según cinco parámetros: confusión (C), urea en sangre >20 mg/dl (U), frecuencia respiratoria >30 respiraciones por minuto (A), presión arterial sistólica <90 mmHg o diastólica <60 mmHg (B), y edad ≥65 años (65). Los pacientes con un puntaje de 0 a 2 pueden ser tratados ambulatoriamente, mientras que aquellos con un puntaje de 3 a 5 deben ser ingresados en el hospital.

En cuanto a la gravedad de la NAC, la Sociedad Americana de Tórax (ATS) ha validado un conjunto de criterios para identificar a los pacientes con NAC severa que requieren ingreso a una unidad de cuidados intensivos (UCI). Los criterios mayores incluyen shock séptico que necesita vasopresores, insuficiencia respiratoria que requiere ventilación mecánica, y una frecuencia respiratoria superior a 30 respiraciones por minuto. Entre los criterios menores se encuentran la hipotensión que requiere resucitación agresiva con líquidos, hipoxia (PaO2/FiO2 ≤ 250), y confusión o desorientación, entre otros.

La guía de la Sociedad de Enfermedades Infecciosas de América (IDSA) de 2019 recomienda utilizar el índice de severidad de neumonía (PSI, por sus siglas en inglés) en lugar del CURB-65 para determinar cuáles pacientes pueden ser tratados ambulatoriamente y cuáles deben ser ingresados al hospital. Según esta guía, el uso de los criterios ATS es apropiado para identificar pacientes con NAC severa que necesitarán ingreso a la UCI.

Para la clasificación del riesgo de infecciones por patógenos multirresistentes (MOR, por sus siglas en inglés) en la NAC, se utiliza el puntaje PES (Pseudomonas aeruginosa, Enterobacteriaceae, Staphylococcus resistente a meticilina). El puntaje PES considera la edad, el sexo, el uso previo de antibióticos, y la presencia de enfermedades respiratorias o renales crónicas. Un puntaje de PES ≥5 indica un alto riesgo de patógenos multirresistentes, lo que sugiere que se debe realizar una investigación microbiológica más detallada, incluyendo cultivos nasales para MRSA y cultivos de esputo, además de análisis de sangre y PCR molecular si están disponibles.

En cuanto al tratamiento de la NAC, los pacientes ambulatorios suelen ser tratados con antibióticos orales, mientras que aquellos con formas más graves o con factores de riesgo de infecciones resistentes a múltiples fármacos necesitan tratamiento intravenoso y un enfoque más agresivo. La selección de antibióticos depende de la gravedad de la enfermedad y el riesgo de infecciones por patógenos resistentes. En el caso de pacientes con alto riesgo de infecciones por MRSA o Pseudomonas aeruginosa, el tratamiento empírico puede incluir vancomicina o linezolid junto con ceftriaxona o cefepime.

La intervención temprana y la clasificación adecuada del paciente son esenciales para asegurar que reciban el tratamiento adecuado según el riesgo y la gravedad de la infección. En pacientes con formas graves de NAC, como aquellos que cumplen los criterios mayores de ATS, el ingreso a la UCI es crucial para asegurar una vigilancia estrecha y una atención intensiva. En estos casos, los antibióticos deben ser administrados de manera empírica mientras se esperan los resultados de los cultivos y las pruebas microbiológicas.

Es importante también considerar que la neumonía adquirida en la comunidad es una de las infecciones más comunes en adultos, y su tratamiento debe ser adaptado a las características individuales de cada paciente. La evaluación constante de la respuesta al tratamiento y la monitorización de los parámetros clínicos y microbiológicos son fundamentales para optimizar los resultados y prevenir complicaciones graves como el síndrome de dificultad respiratoria aguda (SDRA) o el shock séptico.

¿Cómo manejar las crisis miasténicas que no responden a los intercambios plasmáticos o IVIG en pacientes críticamente enfermos?

En el contexto de los pacientes críticamente enfermos, las crisis miasténicas representan una de las complicaciones más complejas en términos de diagnóstico y tratamiento. Se caracterizan por una rápida y grave exacerbación de los síntomas de la miastenia grave, lo que puede poner en peligro la vida del paciente. En muchos casos, el tratamiento estándar con intercambios plasmáticos o inmunoglobulina intravenosa (IVIG) no siempre ofrece la respuesta deseada, lo que obliga a buscar alternativas terapéuticas más agresivas o específicas.

Las crisis miasténicas que no responden a los tratamientos convencionales son particularmente desafiantes debido a su impacto en la función respiratoria y en el control muscular general. El manejo de estos casos debe basarse en una evaluación exhaustiva de la situación clínica del paciente, considerando no solo la gravedad de la crisis miasténica, sino también otros factores como el estado cardiovascular, renal y metabólico del paciente, que pueden complicar aún más la respuesta al tratamiento.

Una de las principales dificultades es que, durante una crisis miasténica, la debilidad muscular puede progresar de manera tan rápida que el soporte ventilatorio y el monitoreo constante del estado respiratorio son cruciales. En este sentido, la intubación temprana y el uso de ventiladores mecánicos para asegurar una ventilación adecuada pueden ser necesarios, especialmente si el paciente presenta insuficiencia respiratoria.

Adicionalmente, el manejo de la crisis debe ir acompañado de la corrección de otros desequilibrios metabólicos y hemodinámicos que puedan surgir. La administración de fluidos intravenosos y, en algunos casos, el uso de vasopresores pueden ser esenciales para mantener una adecuada perfusión tisular, especialmente en pacientes que desarrollan hipotensión asociada con la crisis.

El seguimiento neurológico es otra pieza clave del tratamiento, ya que la respuesta al tratamiento de una crisis miasténica puede ser lenta. Se recomienda el uso de inmunosupresores como los corticosteroides o los agentes inmunosupresores específicos en combinación con los tratamientos tradicionales si la respuesta es insuficiente. No obstante, los efectos secundarios de estos tratamientos, como el riesgo de infecciones o el deterioro de la función renal, deben ser cuidadosamente monitorizados.

Para los pacientes que no responden a los intercambios plasmáticos o IVIG, otras opciones incluyen la terapia con rituximab o la inmunoterapia a base de fármacos como el ciclofosfamida. Aunque estos tratamientos no están exentos de riesgos, han mostrado resultados prometedores en algunos estudios, especialmente en pacientes con una forma más agresiva de la miastenia grave o en aquellos con complicaciones adicionales como infecciones respiratorias secundarias.

Es fundamental, además, considerar la fase post-crisis del paciente. La gestión del paciente después de la crisis miasténica es igualmente importante, ya que muchos de estos individuos pueden experimentar un largo proceso de recuperación. La fisioterapia respiratoria y la rehabilitación neurológica son elementos clave para restaurar la función muscular y respiratoria.

Es crucial entender que, además de los tratamientos médicos inmediatos, la observación continua de la evolución clínica del paciente es esencial. Las crisis miasténicas pueden ser impredecibles, y la respuesta a los tratamientos puede variar significativamente de un paciente a otro. En este sentido, la colaboración interdisciplinaria entre neurólogos, intensivistas, y otros especialistas es vital para proporcionar un manejo integral del paciente en estado crítico.

La prevención de futuras crisis también debe ser una prioridad. En pacientes con miastenia grave, las crisis pueden ser desencadenadas por factores como infecciones, alteraciones en el tratamiento, o incluso procedimientos quirúrgicos. Por lo tanto, es importante que se sigan estrictos protocolos de prevención y que el paciente reciba un seguimiento constante para evitar complicaciones a largo plazo.

En resumen, el manejo de las crisis miasténicas refractarias en pacientes críticamente enfermos es una tarea compleja que requiere una respuesta terapéutica rápida, adaptativa y cuidadosamente coordinada. Los esfuerzos deben centrarse no solo en estabilizar al paciente durante la crisis, sino también en garantizar una recuperación adecuada a largo plazo, minimizando los riesgos de complicaciones y proporcionando una rehabilitación integral.