Durante las elecciones primarias del Partido Republicano en 2016, pocos habrían anticipado que Donald Trump emergiera como el vencedor en el estado de New Hampshire, un terreno conocido por su tradición política conservadora. Las expectativas eran claras: Trump, visto como un fenómeno mediático más que como un candidato serio, sería pronto desbancado por un rival más tradicional. De hecho, la mayoría de los analistas políticos, al igual que muchos dentro del propio Partido Republicano, estaban convencidos de que Trump no sobreviviría mucho tiempo en la contienda. Sin embargo, el resultado fue otro. Mientras los comentaristas y figuras republicanas aseguraban que su discurso provocador, especialmente aquellos ataques contra figuras respetadas como el senador John McCain, le costaría el apoyo popular, la realidad fue muy distinta.

A pesar de las predicciones de su fracaso inminente, Trump logró mantenerse al frente de las encuestas, y a medida que avanzaba la campaña, sus números seguían sorprendiendo. Si bien no faltaron intentos de frenar su ascenso, como la negativa de los Koch Brothers a permitirle el acceso a su organización y recursos, estos esfuerzos fueron fragmentados y carecieron de una estrategia unificada. Los intentos de algunos influyentes republicanos de desterrar a Trump del escenario político fueron dispersos y carecieron de un propósito claro. A medida que se desarrollaban los debates y las primarias, Trump continuaba adelante, ganando apoyo y asegurando delegados, mientras el Partido Republicano luchaba por unirse en torno a un solo candidato.

La dispersión de los respaldos entre los candidatos republicanos jugó un papel fundamental. En el año 2012, los líderes del Partido Republicano en New Hampshire habían dado un mensaje claro y coherente, respaldando en su mayoría a Mitt Romney, lo que fortaleció su candidatura. En contraste, en 2016, los respaldos fueron desordenados y poco enfocados. Muchos de los representantes republicanos de New Hampshire, en lugar de unirse detrás de un candidato, respaldaron a una serie de contendientes, desde Carly Fiorina y Chris Christie hasta Rand Paul y Ted Cruz. Esta falta de unidad proporcionó un vacío que Trump llenó hábilmente con su mensaje populista.

Los dirigentes republicanos no lograron transmitir un mensaje claro que guiara a los votantes en una dirección unificada. Incluso figuras clave, como Kelly Ayotte y Chris Sununu, prefirieron mantenerse al margen de las disputas internas, temerosos de alienar a los votantes republicanos con un respaldo que pudiera resultar equivocado. Este ambiente de indecisión y fragmentación, lejos de debilitar a Trump, lo favoreció. Al no haber un candidato alternativo fuerte que pudiera consolidar el apoyo del partido, Trump pudo capitalizar la falta de coordinación entre los sectores más tradicionales del partido, lo que le permitió conquistar a un electorado cada vez más dispuesto a apoyar su mensaje disruptivo.

Además, es importante entender que el ascenso de Trump no solo fue posible por la falta de unidad dentro del Partido Republicano, sino también por un contexto político más amplio. A nivel nacional, el descontento con la élite política, especialmente entre los votantes republicanos más conservadores y desencantados, contribuyó a la popularidad de un outsider como Trump. Las promesas de cambios radicales, la crítica constante al sistema y su habilidad para conectar con una base desilusionada de votantes impulsaron su campaña. Trump no solo se presentó como un candidato alternativo, sino como una figura capaz de desafiar el sistema político tradicional, algo que resonó fuertemente con una gran parte del electorado.

Los votantes republicanos, en su mayoría, no veían en Trump a un político experimentado, pero sí a alguien dispuesto a luchar contra el establishment. La fragmentación de los apoyos dentro del partido republicano, unida a la incapacidad de sus líderes para unirse en torno a un candidato común, permitió a Trump continuar su avance hacia la nominación. La resistencia interna al "fenómeno Trump" se debilitó a medida que la campaña avanzaba, con los líderes del partido luchando por encontrar un candidato alternativo que pudiera rivalizar con él.

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¿Cómo enfrentan los republicanos críticos de Trump el desafío de una candidatura alternativa en 2020?

Jeff Flake representa un ejemplo paradigmático de la compleja relación que algunos republicanos mantienen con Donald Trump. A pesar de sus críticas públicas sobre temas fundamentales como la inmigración y el tono divisivo del presidente, Flake mantuvo un apoyo sustancial a las iniciativas clave de Trump, como la reforma fiscal y la derogación del Affordable Care Act. Su postura, ambivalente y a la vez pragmática, reflejó las tensiones internas del Partido Republicano, atrapado entre la crítica y la lealtad. La confirmación de Brett Kavanaugh al Tribunal Supremo, a pesar de las acusaciones de agresión sexual presentadas por Christine Blasey Ford, puso de manifiesto esta ambigüedad: Flake exigió una investigación más profunda, pero finalmente votó a favor, mostrando cómo los imperativos partidistas y la defensa institucional pueden superar consideraciones éticas y de carácter.

Este patrón se repite en figuras como Larry Hogan y John Kasich, quienes también han criticado abiertamente el estilo político de Trump, catalogado como corrosivo para el diálogo democrático y el respeto institucional. Hogan, desde su posición de gobernador en Maryland, ha adoptado una línea discursiva que invoca el republicanismo tradicional, influenciado por la figura de Ronald Reagan, y denuncia la polarización y las tácticas de confrontación que caracterizan a la administración Trump. Sin embargo, estas críticas enfrentan el reto de traducirse en apoyo dentro de las primarias republicanas, donde los votantes se muestran menos receptivos a mensajes moderados o disidentes. La estrategia de Hogan, que incluye enfocarse en estados con primarias abiertas y atraer a votantes independientes y demócratas desencantados, intenta sortear esta limitación, aunque la falta de una campaña oficial y el dominio mediático del presidente complican su proyección nacional.

William Weld, exgobernador de Massachusetts, se distingue como el único desafiante oficial de Trump para las primarias de 2020 hasta ese momento, aunque su perfil y su historia política también reflejan las dificultades que enfrentan los críticos de Trump para consolidarse como una alternativa viable dentro del partido. Sus posturas libertarias y su historial de nombramientos y fracasos en el Senado añaden matices a su candidatura, ilustrando la heterogeneidad y fragmentación que caracteriza la oposición interna a Trump.

El contexto político revela que los opositores más destacados dentro del Partido Republicano no solo lidian con la resistencia del aparato partidista y la base electoral de Trump, sino también con una espera constante de acontecimientos externos —como el informe Mueller o un colapso en la popularidad presidencial— que justifiquen el salto definitivo hacia la candidatura. Este patrón de espera recuerda a la dinámica observada en las primarias de 2016, cuando múltiples potenciales candidatos optaron por no desafiar a Trump directamente hasta que la contienda estuvo prácticamente definida.

Más allá del juego político inmediato, es crucial que el lector entienda que estas tensiones internas reflejan un fenómeno más amplio: la transformación del Partido Republicano y la redefinición de su identidad en un periodo de polarización extrema y crisis institucional. La resistencia o adhesión a Trump no solo es un asunto de estrategias electorales, sino un síntoma de la lucha por el alma del partido y, en un sentido más amplio, del modelo democrático estadounidense. La consolidación de liderazgos alternativos enfrenta no solo la fuerza del incumbente, sino también las estructuras de poder, la polarización mediática y la volatilidad de un electorado cada vez más fragmentado. Por ello, el análisis de estas figuras y sus estrategias ofrece una ventana para comprender no solo la política republicana, sino los desafíos que enfrenta la democracia liberal contemporánea en Estados Unidos.

¿Por qué las primarias de New Hampshire siguen siendo cruciales en la política presidencial de EE.UU.?

Las primarias de New Hampshire, a pesar de las transformaciones del panorama político y los cambios en las reglas de las elecciones, continúan siendo un componente central de la contienda presidencial estadounidense. Aunque algunos observadores afirman que su relevancia se ha diluido con el paso de los años, la práctica demuestra lo contrario. En el ciclo electoral de 2020, New Hampshire siguió siendo una de las primeras citas en el calendario, y su impacto en las campañas presidenciales no se puede subestimar.

El 11 de febrero de 2020, solo ocho días después de los caucus de Iowa, New Hampshire celebraba su primaria. Aunque en la actualidad la atención de los candidatos puede estar dividida entre varias plataformas mediáticas y nuevos estados de votación, las visitas constantes de los aspirantes a la presidencia a New Hampshire demuestran que la "primaria en el Granite State" sigue siendo una de las más relevantes del país. Este estado, con su pequeño pero significativo número de electores, ha servido como campo de pruebas para los candidatos, donde se define no solo su viabilidad electoral, sino también la narrativa de sus campañas.

De hecho, New Hampshire no solo sigue siendo importante para los demócratas, sino también para los republicanos. En el contexto de la reelección de Donald Trump en 2020, se convirtió en un estado clave para los republicanos que buscaban desafiarlo dentro de su propio partido. Para ellos, ganar en New Hampshire era una forma de afirmar que había oposición a la reelección de Trump, y para el presidente, era una oportunidad para reafirmar su control sobre el partido. Las visitas y la atención que recibió el estado de los republicanos que aspiraban a desafiar a Trump (como William Weld y Jeff Flake) reflejan su estrategia de consolidar su base antes de la convención del partido.

Un aspecto crucial de la primaria de New Hampshire es el comportamiento impredecible de sus votantes. Mientras que en algunos otros estados los votantes suelen adherirse a las tendencias nacionales, en New Hampshire, a menudo se experimentan sorpresas. Candidatos que en otras circunstancias podrían haber sido considerados como "fuera de la contienda" pueden lograr victorias inesperadas. La elección de 2016, donde Donald Trump y Bernie Sanders sorprendieron a muchos al ganar en New Hampshire, es un claro ejemplo de cómo el estado puede alterar las expectativas de la carrera presidencial.

Además, la cobertura mediática juega un rol decisivo. New Hampshire, al ser uno de los primeros estados en votar, genera un cúmulo de atención que tiene un impacto significativo en la percepción pública. Después de su primaria, muchos votantes en todo el país toman sus primeras decisiones informadas sobre los candidatos, y esa percepción se ve influenciada por los resultados y las historias que emergen de New Hampshire. Para los candidatos, este estado no solo es una prueba electoral, sino una oportunidad de generar momentos virales o presentarse como fuertes contendientes. En 2020, como en años anteriores, fue un punto de inflexión para muchas de las campañas.

A pesar de las críticas sobre la disminución de su importancia relativa debido a la aparición de otros estados en el calendario electoral, como California o Nevada, New Hampshire sigue siendo crucial. California, con su gran número de delegados, puede ser una oportunidad significativa, pero su influencia se diluye al celebrarse el mismo día que las primarias en otros estados, lo que limita su poder para cambiar la narrativa de la carrera presidencial. En cambio, New Hampshire sigue siendo un estado donde los resultados tienen el poder de hacer o deshacer candidaturas, con una atención mediática más concentrada y un impacto inmediato.

En resumen, las primarias de New Hampshire continúan siendo esenciales para los candidatos que buscan la presidencia. Este estado no solo es relevante en términos de votos, sino también como un generador de narrativa en el proceso electoral. Aunque otros estados puedan haber ganado más influencia en términos de delegados, el poder de New Hampshire para dar forma a las expectativas y dar visibilidad a los candidatos lo mantiene en una posición estratégica dentro de la política estadounidense.