La democracia siempre ha estado bajo amenaza, incluso en tiempos donde parecía más estable. A lo largo de la historia de los Estados Unidos, derechos fundamentales han sido negados a grupos enteros de la población, como las mujeres y los afroamericanos. Sin embargo, a pesar de los desafíos, la democracia ha persistido. No se trata de una resistencia automática a las amenazas contra los valores democráticos, sino de un proceso constante que exige valentía y esfuerzo continuo para preservar las instituciones democráticas. Hoy más que nunca, es necesario mantener este principio en mente, especialmente en la era posterior a Trump.
Donald Trump ha sido un desafío particular para el sistema democrático, no solo por sus políticas y actitudes, sino por su actitud frente a las reglas democráticas. Su ego le impide aceptar la posibilidad de una derrota legítima, lo que alimenta temores realistas de una crisis constitucional. Incluso si este escenario más extremo no se materializa, la restauración de los elementos básicos de una democracia funcional será un reto después de Trump. Según Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, existen cuatro amenazas clave para la democracia: un compromiso débil con las reglas democráticas; la negación de la legitimidad de los oponentes políticos; la tolerancia o fomento de la violencia; y, finalmente, la disposición para restringir las libertades civiles de los opositores y de los medios de comunicación. Estas tendencias no son ajenas ni a Trump ni a sus seguidores.
Los seguidores de Trump, conocidos por su fuerte énfasis en la seguridad, creen que cualquier acción, incluso si es antidemocrática, es válida para proteger a los "seguros" y "legítimos". De hecho, un 59% de los seguidores de Trump creen que, si se trata de elegir entre democracia y seguridad, la seguridad es probablemente el camino correcto. Esta mentalidad no es nueva; ya en los años 80, figuras como Ronald Reagan y Oliver North desobedecieron leyes democráticamente aprobadas, convencidos de que sus acciones ilegales eran necesarias para proteger a Estados Unidos de una amenaza externa. Los seguidores de Trump no se adhieren a las normas y leyes democráticas; se adhieren a la necesidad de preservar a ciertos grupos dentro del país. Esta mentalidad representa una de las principales amenazas para la democracia.
A pesar de que es posible que los valores democráticos se restauren parcialmente a la normalidad posterior a Trump, es más probable que algunos daños duraderos se hayan hecho. La democracia no es algo natural para los seres humanos; siempre carece de "barras de seguridad" sólidas. El "mutuo respeto" y la "tolerancia institucional" necesarios para que una democracia funcione son con frecuencia escasos. Muchos demócratas se preguntan por qué seguir las reglas democráticas cuando la administración Trump no lo hizo. Será necesario que los futuros presidentes sean transparentes, cooperativos, confiables y dispuestos a aceptar la supervisión necesaria por parte de los medios y del Congreso. El estándar ha sido rebajado; más que nunca, necesitaremos que nuestros líderes lo eleven.
El clima político actual refleja claramente la división más profunda y antigua de la humanidad: cómo tratar a los "extraños". Este tipo de disputas políticas no es nuevo. Durante la Guerra Civil y en los años 60, las batallas políticas también reflejaban este conflicto sobre cómo manejar a los forasteros. En tiempos de polarización, como los que vivimos ahora, el proceso de reconciliación será largo y agotador.
El conflicto entre securitaristas y unitarios, dos tendencias opuestas, está en el corazón de la política contemporánea. Los securitaristas, centrados en la seguridad, creen que la preservación de los "legítimos" es lo más importante, incluso a costa de la democracia. Por otro lado, los unitarios, que valoran la cooperación y el trabajo conjunto para enfrentar problemas globales, consideran que la seguridad de unos no debe ir en detrimento del bienestar global. Sin embargo, es posible encontrar un terreno común entre estas dos perspectivas. A pesar de la hostilidad y las diferencias, muchos de los problemas que enfrentan, como la inmigración, pueden ser abordados a través de políticas intermedias.
La política solo comenzará a mejorar cuando las personas dejen de ver sus posiciones como algo no negociable y sagrado. El cambio necesario es, en su mayoría, psicológico y no político. Por ejemplo, durante la pandemia de COVID-19, las tensiones entre securitaristas y unitarios se hicieron aún más evidentes. Mientras los primeros consideraban a los "extraños" como una amenaza y culpaban a China por el virus, los segundos insistían en la necesidad de una respuesta global y colaborativa. La forma en que los diferentes grupos abordaron esta crisis sanitaria ilustra perfectamente las tensiones subyacentes y la forma en que estas perspectivas opuestas afectan la cooperación y el progreso.
Es esencial que se reconozcan y comprendan las diferencias fundamentales entre estos dos grupos. Los securitaristas deben aceptar que no podrán obtener toda la seguridad que desean, mientras que los unitarios deben entender que no se pueden eliminar de golpe todas las distinciones entre "nosotros" y "ellos". Aunque las filosofías que dividen a securitaristas y unitarios son radicalmente diferentes, casi todos los problemas específicos que los separan tienen soluciones políticas intermedias.
Es posible avanzar cuando se detiene la visión de que la posición propia es incuestionable. La paz política solo será posible cuando se cambie la mentalidad de los actores involucrados, no solo sus políticas.
¿Cómo los valores securitarios afectan las posiciones políticas y la identificación con líderes autoritarios?
Los grupos políticos con tendencias autoritarias no son homogéneos en su percepción de las amenazas a la seguridad, aunque a menudo se les asocia con posiciones rígidas y excluyentes frente a grupos sociales percibidos como ajenos o peligrosos. Altemeyer (1988) señala que las víctimas de la agresión autoritaria podrían ser cualquier grupo, pero mi perspectiva difiere. Los individuos con actitudes securitarias, por ejemplo, no dirigirían su agresión hacia entidades que consideran esenciales para la preservación de la seguridad de su grupo interno. Es importante observar cómo estas posiciones de seguridad influyen en la percepción que los individuos tienen de ciertos temas y grupos, como los inmigrantes o los opositores políticos, dentro del marco de una política autoritaria.
En este contexto, se puede observar que ciertas actividades, como los boicots o las manifestaciones públicas contra los adversarios políticos, se asocian más estrechamente con los liberales, independientemente del líder en la Casa Blanca. Algunas acciones son simplemente más representativas de una ideología política que de un periodo político en particular. Sin embargo, si se planteara una opción entre proteger el medio ambiente y preservar los principios democráticos, muchos de aquellos en el espectro político de izquierda podrían estar dispuestos a sacrificar la democracia en aras de otros objetivos, como la redistribución de la riqueza o el alivio del sufrimiento de los más desfavorecidos.
A pesar de lo anterior, es común asumir que las preferencias políticas surgen de una predisposición personal estable. Este enfoque suele ser simplista, ya que la vida social humana es extremadamente compleja y sus raíces son profundas. De hecho, partes del cerebro humano están especialmente diseñadas para la interacción social, como lo demuestra nuestra capacidad para reconocer rostros. Las preferencias sociales, políticas y culturales desempeñan un papel más fundamental en nuestras decisiones personales que las características individuales o la personalidad. Los individuos tienden a elegir a sus amigos y parejas según preferencias sociopolíticas más que por rasgos de personalidad, lo que subraya la importancia de las inclinaciones políticas a la hora de formar redes sociales.
Cuando analizamos el apoyo a figuras como Donald Trump, nos encontramos con que los seguidores de este tipo de liderazgos no solo comparten posiciones conservadoras en temas económicos y de seguridad, sino que su orientación ideológica también se ve fuertemente influenciada por una aversión hacia los grupos externos. Esta característica ha sido consistente a lo largo de la vida de Trump, y no simplemente un papel que haya asumido por conveniencia política. La hostilidad hacia los "extranjeros" ha sido una constante en su discurso, como lo demuestra su postura durante el caso de los "Cinco de Central Park" en 1989, cuando, a pesar de las pruebas de su inocencia, Trump se mantuvo firme en su culpabilidad, utilizando incluso su propio dinero para financiar una campaña mediática en su contra.
El comportamiento de los seguidores de Trump no se puede reducir a un simple juego de roles o a una búsqueda de poder. Sus valores, particularmente en lo que respecta a la seguridad y el orden, son genuinos y se reflejan en su postura política. A diferencia de otras ideologías que pueden tener más flexibilidad en cuanto a los medios para alcanzar sus fines, el apoyo a líderes autoritarios como Trump está fuertemente vinculado a una visión del mundo donde la seguridad interna se antepone a los derechos de los "extranjeros" o "ajenos". Esta perspectiva se refuerza constantemente por el enfoque securitario que es central en su discurso político.
Es fundamental que el lector entienda que las inclinaciones políticas no nacen exclusivamente de la personalidad individual, sino que se ven moduladas por factores sociales profundos que configuran nuestras respuestas a las amenazas percibidas en el entorno. Así, la política no es un campo meramente de preferencias individuales, sino de alianzas sociales que definen nuestras interacciones y creencias. Las posiciones sobre la seguridad, la economía y los valores autoritarios son mucho más que una simple respuesta a un entorno externo: son el resultado de una compleja interacción entre la biología social y las condiciones políticas e históricas.

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