La teoría del valor trabajo, que atribuye la creación del valor económico exclusivamente al trabajo asalariado mediante la transformación de materia y energía, revela una insuficiencia fundamental cuando se examina en un contexto más amplio. Este enfoque no considera el trabajo reproductivo no remunerado, principalmente realizado en el ámbito doméstico y mayoritariamente por mujeres, ni reconoce el valor que la naturaleza aporta más allá de la producción industrial. Como señala Salleh, esta teoría minimiza la dimensión reproductiva y, a la vez, subestima el saqueo del valor que se extrae de la naturaleza en su conjunto.
El valor económico no se limita a procesos productivos tangibles, sino que también abarca dimensiones intangibles como la apreciación estética de un atardecer, un valor no producido pero real y experimentado. Bajo el capitalismo contemporáneo, incluso recursos naturales esenciales como el agua limpia y el aire fresco están siendo mercantilizados y convertidos en instrumentos financieros, por ejemplo, en los mercados de carbono. Esta mercantilización incluye también la apropiación privada de paisajes naturales para uso y disfrute selectivo, lo que evidencia un intento de convertir en propiedad y fuente de lucro aquello que tradicionalmente estaba fuera del ámbito productivo y mercantil.
El debate sobre el valor económico debe ir más allá de la estricta distinción entre trabajo humano y recursos naturales. La exclusión de los seres no humanos del análisis económico es problemática. Por ejemplo, si un animal no humano realiza un trabajo similar al de un humano, como un burro en un proceso productivo, ¿significa esto que se crea menos valor? La extracción de recursos de la naturaleza, como la miel de una colmena salvaje frente a una colmena gestionada por el hombre, o el pescado de acuicultura frente al salvaje, plantea preguntas sobre la naturaleza del valor productivo y su dependencia del trabajo humano o no humano. Esto sugiere que la contribución de las condiciones naturales y las funciones ecológicas debe considerarse dentro de cualquier teoría económica que pretenda explicar el valor.
En la economía ecológica, estas discusiones han llevado a críticas y propuestas que cuestionan la vigencia de la teoría del valor trabajo clásica. Algunos proponen teorías subjetivistas que destacan la construcción social del valor, pero estas parecen insuficientes porque ignoran aspectos objetivos relacionados con necesidades reales y la búsqueda humana de ciertos bienes. La valoración económica no puede reducirse únicamente a percepciones o construcciones sociales, dado que existen necesidades materiales y condiciones naturales objetivas que definen y limitan el valor.
La tensión entre preocupaciones sociales y ecológicas se refleja en debates dentro de la izquierda política y entre economistas ecológicos. Por ejemplo, se critica a Marx y al marxismo por su supuesta fe ilimitada en el progreso tecnológico y por no integrar adecuadamente los límites ecológicos y la entropía en su análisis económico. Sin embargo, estas críticas han sido objeto de revisión y defensa dentro del marxismo ecológico, que intenta conciliar las contribuciones marxistas con una comprensión ecológica del valor y la economía. Esta síntesis puede parecer controvertida, pero representa un esfuerzo crucial para integrar las luchas sociales y ambientales frente al sistema capitalista extractivista.
Además, la economía institucional crítica aporta un marco que conecta la economía con la evolución social y cultural, reconociendo el papel de normas, estructuras de poder y prácticas sociales, incluidas las actividades domésticas y reproductivas. El enfoque crítico de Veblen sobre la economía cuestiona la eficiencia del mercado y destaca el proceso social de provisión más allá del simple intercambio económico. Esto abre un espacio para que converjan perspectivas heterodoxas y se enriquezca la comprensión del valor y la reproducción social y ecológica.
Por último, es fundamental considerar que el valor no solo se crea mediante la transformación material, sino que también depende de las condiciones ecológicas y sociales que hacen posible dicha transformación. Ignorar la interdependencia entre naturaleza, trabajo y sociedad conduce a una visión fragmentada y limitada de la economía. La apropiación capitalista de recursos naturales y la mercantilización creciente de elementos esenciales para la vida representan un desafío para cualquier teoría del valor que quiera ser relevante en la era contemporánea.
La comprensión del valor requiere una mirada compleja que integre la dimensión material, social, ecológica y simbólica, superando las limitaciones de las teorías tradicionales y reconociendo que el capitalismo explota tanto el trabajo humano como la naturaleza no humana, con consecuencias profundas para la reproducción de la vida en el planeta.
¿Por qué la economía ecológica necesita una visión radical y crítica para superar el eclecticismo?
El eclecticismo pluralista, promovido por algunos sectores dentro de la economía ecológica, se presenta como una corriente abierta, receptiva a múltiples teorías. Sin embargo, en su forma extrema, esta postura puede volverse conservadora, pues diluye el papel fundamental de la crítica en el desarrollo del conocimiento. La posibilidad de combinar distintas teorías sin confrontarlas adecuadamente puede llevar a aceptar de forma simultánea nociones contradictorias que, lejos de enriquecer el debate, lo hacen más confuso. Por ejemplo, podríamos encontrar teorías que intentan explicar el origen del beneficio tanto a través del valor excedente como de la "eficiencia marginal del capital", o interpretar la sociedad británica simultáneamente como clasista y sin clases. Esta postura relativista tiende a eliminar la posibilidad de una crítica rigurosa, pues plantea que todas las teorías tienen algo que aportar, aunque muchas de ellas contengan reclamaciones contradictorias. Así, el eclecticismo, en lugar de ser un enfoque abierto y progresista, se convierte en una trampa conservadora que desactiva el cuestionamiento necesario para el avance intelectual.
En este contexto, la economía ecológica se enfrenta a un dilema crucial: no puede conformarse con la simple pluralidad de paradigmas sin una reflexión crítica sobre cuál de ellos es más adecuado para entender las complejas interacciones entre los sistemas físicos y sociales. La economía ecológica no debe aceptar sin más una metodología ecléctica que, aunque superficialmente parece inclusiva, en realidad debilita las bases epistemológicas necesarias para un cambio real. En lugar de ser una ciencia neutral que simplemente acumula teorías, debe ser una disciplina que busque el cambio radical, cuestionando y modificando las estructuras sociales y económicas que perpetúan creencias erróneas sobre la realidad económica, social y ambiental.
Para avanzar hacia un enfoque verdaderamente transformador, la economía ecológica debe incorporar una crítica profunda hacia las teorías económicas dominantes. La crítica no debe limitarse a la mera refutación de ciertos supuestos, sino que debe implicar la construcción de una nueva visión ontológica, epistemológica y metodológica. El objetivo es romper con el paradigma económico tradicional, que ha desvirtuado las relaciones entre el hombre y su entorno. La economía ecológica debe buscar una perspectiva que no se reduzca a los simples datos observables y medibles, sino que reconozca la profundidad de la realidad social y ecológica, la cual requiere de métodos de investigación más complejos.
El positivismo estrechamente vinculado con la economía ortodoxa se basa en una visión reduccionista que niega la existencia de realidades sociales o biológicas significativas. Este enfoque minimiza la importancia de los aspectos que no pueden ser fácilmente cuantificados o interpretados mediante métodos estrictamente empíricos. En consecuencia, la economía ecológica debe rechazar estas limitaciones epistemológicas y adoptar un enfoque más holístico, que incluya métodos cualitativos y teorías que trasciendan la simple observación empírica. La filosofía de la ciencia, por tanto, juega un papel esencial en la construcción de una economía ecológica que no se conforme con los límites impuestos por las ciencias sociales tradicionales.
En este sentido, el realismo crítico ofrece una vía útil para avanzar en la economía ecológica. Este enfoque filosófico reconoce que la ciencia debe ir más allá de la mera observación de los fenómenos y buscar una comprensión más profunda de las estructuras subyacentes que determinan las interacciones entre los sistemas ecológicos y sociales. El realismo crítico ayuda a esclarecer cómo se deben concebir y abordar estas interacciones, permitiendo que la economía ecológica se convierta en una ciencia verdaderamente transformadora, capaz de proponer soluciones radicales a los problemas económicos y ambientales actuales.
La economía ecológica debe, por tanto, rechazar el eclecticismo en favor de una filosofía de la ciencia clara y consistente que permita la creación de un nuevo paradigma económico. No se trata de una simple pluralidad de teorías, sino de la necesidad urgente de encontrar enfoques que puedan explicar las causas reales de los problemas que enfrentamos y ofrecer soluciones efectivas. Para ello, es crucial adoptar una ontología y epistemología que permita una crítica profunda a las estructuras existentes y promueva una transformación radical de las instituciones sociales y económicas.
Una parte fundamental de este cambio es la adopción de una visión pre-analítica, tal como fue propuesta por Joseph Schumpeter. Según Schumpeter, antes de que una ciencia pueda formular teorías analíticas, debe haber una visión clara de los objetos de estudio, una comprensión inicial que guíe la investigación. Esta visión debe ser explícita y consciente, ya que marca la diferencia entre una ciencia que simplemente sigue paradigmas establecidos y una que busca crear un cambio real en la forma en que entendemos y abordamos los problemas. En el caso de la economía ecológica, esta visión pre-analítica debe ser radical, transformadora, y capaz de desafiar las premisas fundamentales de la economía convencional.
En última instancia, la economía ecológica necesita una visión coherente y crítica que trascienda la mera agregación de teorías existentes y busque desarrollar un paradigma completamente nuevo. Esta visión debe estar orientada a cuestionar y transformar las estructuras sociales y económicas actuales, reconociendo que la ciencia no es neutral, sino que está motivada ideológicamente por el deseo de cambio y justicia social. La economía ecológica debe, por tanto, ser una ciencia revolucionaria, no conformista ni conservadora, capaz de ofrecer una crítica efectiva a las estructuras que perpetúan la explotación de los recursos naturales y las injusticias sociales.
¿Cómo debemos entender el valor de la naturaleza en un mundo de intervenciones humanas y políticas institucionales?
La preocupación por vivir vidas plenas y significativas, en los términos aristotélicos de la eudaimonía, involucra un esfuerzo constante por comprender y conectar con la otredad de la naturaleza (Hailwood, 2000). En este contexto, la intervención en favor de la naturaleza y los intereses de los no humanos es un tema de creciente relevancia, como lo demuestra el debate sobre el “rewilding” o rewildización (Drenthen, 2018). Sin embargo, las intervenciones humanas en la naturaleza también han generado inquietudes, sobre todo en relación con la ingeniería genética de cultivos y animales, así como con la defensa eco-modernista del Antropoceno, una postura que tiende a glorificar las intervenciones humanas como un medio para resolver los problemas ecológicos (Baskin, 2015). Esta situación hace que la comprensión del valor de la naturaleza y lo natural sea más urgente que nunca (Deckers, 2021).
Los ecologistas políticos que abogan por la agencia no humana han sido criticados por Knudsen (2023) por sustituir repetidamente la agencia de los animales por la humana. Esta tendencia subraya cómo las relaciones entre los no humanos suelen reducirse a relaciones humanas, excluyendo las interacciones de los no humanos entre sí, y minimizando la autonomía de la vida no humana. Vetlesen (2015) ha señalado cómo esta reducción socava el reconocimiento de la importancia de la autonomía de los seres no humanos, al limitar las consideraciones éticas a los humanos y sus deliberaciones morales. En términos de O'Neill, se otorga poca consideración moral a la autonomía de la vida no humana o a los colectivos biológicos, impidiendo que florezcan según sus propios términos.
Las perspectivas utilitaristas y de derechos suelen centrarse en cómo los individuos morales deben tratar a otros individuos igualmente considerados, en lo que Benton (1993) llama una visión liberal e individualista. Tal enfoque favorece la extensión de la sensibilidad moral humana hacia cambios individuales en el estilo de vida, en lugar de promover cambios más profundos y sistemáticos en las estructuras y las instituciones. Lo que falta en este enfoque individualista es la necesidad de una comunidad y un entorno que fomenten la consideración moral de los demás y la simpatía por ellos. Este vacío puede vincularse con las posturas ecofeministas y verdes que enfatizan el cuidado hacia otros y el respeto por la naturaleza, más allá de las razones instrumentales para alcanzar fines humanos (Spash y Aslaksen, 2015).
El logro de metas amplias en la sociedad y la toma de decisiones sociales requiere instituciones que permitan la expresión de diferentes tipos de valores, lo que se denomina "instituciones articuladoras de valores". El objetivo general de muchas opciones institucionales es promover un enfoque más inclusivo y participativo hacia la gobernanza deliberativa, que permita que valores ambientales más profundos, a menudo ajenos a la vida cotidiana occidental, surjan con más fuerza, incluso cuando se aborden procesos de valoración monetaria (Lo y Spash, 2013).
En los debates sobre el diseño de instituciones deliberativas, se observa una evidente tensión entre la acción volitiva de un agente individual y la estructura institucional en la que opera. Los conflictos entre agencia y estructura ayudan a entender el papel del consumidor (agente) dentro de una institución de mercado (estructura), revelando reclamaciones falaces como la soberanía del consumidor (Fellner y Spash, 2015). La investigación, como crítica explicativa, demuestra cómo los mercados deben ser regulados y algunas instituciones y organizaciones deben ser abolidas o reformadas sustancialmente.
La economía ortodoxa ha colocado cuestiones de diseño institucional, políticas públicas y gobernanza fuera de su alcance para hacerla parecer "objetiva", al divorciarla de la teoría política y la economía política. No obstante, el papel del poder en la sociedad no puede ser eliminado del análisis económico, ya que este suele permanecer oculto. Los análisis basados en la asunción de intervenciones estatales mínimas, mercados perfectamente eficientes y consumidores soberanos con preferencias predeterminadas generan recomendaciones engañosas. Reconocer que los mercados son instituciones socialmente construidas implica asumir la responsabilidad de su diseño y funcionamiento, en lugar de pretender que los mercados son autómatas autoorganizados que actúan por el bien común. Los mercados de precios, como explicó Polanyi (1957), son solo una forma de organización, y no necesariamente la más adecuada para satisfacer las necesidades sociales.
El modo en que las organizaciones y los organismos públicos conducen sus discursos políticos afecta directamente la dirección que tomará la sociedad, ya que conlleva la creación de ideas que motivan acciones y empoderan a ciertos grupos de interés. Las ideas de mercados libres, crecimiento económico y ventaja competitiva favorecen a las corporaciones, a la ciencia como proveedora de innovación tecnológica y al complejo industrial-militar. La intersección entre ciencia y política ha sido el origen de conceptos erróneos que se han institucionalizado y que han contribuido a fracasos repetidos en las políticas públicas, desde la energía nuclear hasta la modificación genética y el cambio climático (Oreskes y Conway, 2010). Por ejemplo, la reducción de la incertidumbre fuerte (ignorancia, indeterminación) a la incertidumbre débil (probabilidades) ha transformado la política de precaución a gestión del riesgo.
Por lo tanto, la aparición de la "ciencia post-normal" en la economía ecológica (Funtowicz y Ravetz, 1994; Strand, 2017) fue una forma de repensar la interfaz entre ciencia y política, involucrando al establecimiento tecnocrático con valores públicos más amplios (van der Sluijs et al., 2005). Esta aproximación supone desafiar las instituciones existentes y crear nuevas.
Un problema adicional radica en la representación de las voces silenciadas. Cómo los no humanos obtienen una voz en el mundo humano plantea preocupaciones políticas sobre la toma de decisiones sociales y la representación política (O'Neill, 2001). Este problema es común a las generaciones futuras, los niños, los no humanos y otros que no pueden articular sus intereses dentro de instituciones democráticas centradas en el discurso. Reconocer y proteger estas voces a través de reglas y regulaciones formalizadas, como en los sistemas legales, aún requiere su representación. La extensión de la consideración moral a los "otros", que comenzó con los derechos de los animales, se ha generalizado más recientemente a los derechos de la naturaleza, incluidos los ecosistemas y la ecocidio. Esto ha llevado a algunos países, como Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, India, México, Nueva Zelanda y Estados Unidos, a reconocer los derechos de la naturaleza en sus legislaciones nacionales y, a veces, en sus constituciones (Kauffman y Martin, 2018).
Sin embargo, el reconocimiento de la naturaleza como sujeto de derechos tiene sus limitaciones, particularmente cuando se aplica bajo un marco neoliberal. En Ecuador, los derechos de la naturaleza se han utilizado a veces para justificar proyectos de minería a gran escala, argumentando que la naturaleza será restaurada o compensada, lo que revela las limitaciones de este enfoque bajo gobiernos neoliberales (Valladares y Boelens, 2019). De manera similar, en Brasil, el gobierno de Bolsonaro mostró la ineficacia de los derechos de la naturaleza para frenar la aceleración de la destrucción del Amazonas.
¿Cómo influye la economía institucional en la comprensión del medio ambiente y las necesidades humanas?
El pensamiento económico institucional ha sido fundamental para replantear las relaciones entre economía, sociedad y naturaleza, y ha generado un enfoque alternativo sobre cómo analizar los problemas económicos y ambientales. En lugar de ver la economía como un sistema aislado, el enfoque institucional se centra en cómo las instituciones y las estructuras sociales dan forma a los comportamientos económicos y cómo estos, a su vez, afectan al entorno natural. En este sentido, el trabajo de Karl William Kapp, uno de los pioneros de la economía institucional, ha sido crucial para entender los costos sociales de las actividades económicas, particularmente en lo que respecta a su impacto ambiental.
En su obra seminal Los costos sociales de la empresa empresarial (1963), Kapp subraya cómo las empresas, al enfocarse únicamente en la maximización de beneficios, a menudo imponen costos sobre la sociedad que no se reflejan en los precios de mercado, como la contaminación y el agotamiento de los recursos naturales. Este concepto de "costos sociales" ha sido ampliado por otros economistas, quienes han destacado que estos costos deben ser internalizados en las decisiones económicas para evitar un daño irreversible a los ecosistemas. Este enfoque está profundamente vinculado a lo que se conoce como la "economía ecológica", que busca integrar los límites naturales dentro de los modelos económicos.
En este contexto, el concepto de "necesidades humanas" también ha sido objeto de reflexión por parte de los economistas institucionales. Kapp y otros autores han propuesto una visión de las necesidades humanas que va más allá de las meras necesidades materiales o de consumo. En su teoría, las necesidades humanas deben ser entendidas no solo desde el punto de vista de la satisfacción individual, sino también como un proceso social, cultural y ambiental. De esta manera, la satisfacción de las necesidades humanas se vuelve un desafío complejo que involucra no solo la economía de mercado, sino también la sostenibilidad ambiental y el bienestar colectivo.
La economía institucional también ha abierto el debate sobre el papel de las políticas públicas en la creación de un entorno económico más sostenible. Por ejemplo, la idea de que las políticas deben considerar los efectos de largo plazo en el medio ambiente y las generaciones futuras ha sido una constante en los trabajos de economistas como Kapp y sus sucesores. En particular, el concepto de "causación circular y acumulativa" propuesto por Kapp resalta cómo los efectos ambientales de las decisiones económicas no son simplemente el resultado de acciones aisladas, sino que se retroalimentan y se acumulan a lo largo del tiempo, generando efectos cada vez más complejos y difíciles de gestionar.
Además, el enfoque institucional también pone de relieve la importancia de revisar los métodos de valoración económica. Los economistas han argumentado que muchas de las herramientas tradicionales de valoración, como la disposición a pagar o los análisis de costos-beneficios, no capturan adecuadamente el valor de los bienes naturales y los servicios ecosistémicos. Esto se debe a que, en muchos casos, estos valores no se reflejan en el mercado y, por lo tanto, se pasa por alto la importancia de ciertos recursos naturales o la función esencial de los ecosistemas para el bienestar humano.
Es esencial que el lector comprenda que el cambio hacia un modelo económico más sostenible no solo depende de la implementación de políticas públicas, sino de un cambio más profundo en la forma en que percibimos las relaciones entre economía, sociedad y naturaleza. Los marcos económicos deben evolucionar para reconocer que los recursos naturales no son simplemente mercancías intercambiables, sino que son la base misma sobre la que se construye toda la actividad económica. Además, la comprensión de las necesidades humanas debe ser más inclusiva y estar alineada con principios éticos que promuevan el bienestar social y ambiental.
La transición hacia una economía más sostenible requiere, por tanto, una reflexión profunda sobre los objetivos del desarrollo económico, el papel de las instituciones en la regulación de la actividad económica y la reconsideración de las teorías tradicionales de valor. Es un llamado a repensar las estructuras económicas para que, en lugar de fomentar el consumo desmesurado y la explotación sin control, promuevan una relación equilibrada y armoniosa entre la humanidad y su entorno natural.
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