El enfoque predominante dentro de la economía ortodoxa sobre el crecimiento económico y la sostenibilidad ambiental ha sido objeto de debate y crítica en el ámbito de la economía ecológica. En particular, la postura adoptada por figuras prominentes como Amartya Sen refleja una desconexión preocupante entre las preocupaciones sociales y la crisis ambiental, lo cual resulta en una visión económica que obvia los límites planetarios. La discusión surge a partir de su rechazo hacia aquellos que critican el crecimiento económico en nombre de la ecología, tildándolos de querer regresar a "chozas de pasto", un desdén hacia aquellos que piden una reflexión más profunda sobre las consecuencias de la expansión económica.
En contraste, otros economistas como Daly y Stiglitz, al abordar las críticas de Georgescu-Roegen al modelo de crecimiento económico, destacan una realidad ineludible: la economía no puede seguir viéndose como algo aislado de los ecosistemas que la sustentan. Esta desconexión se manifiesta de manera palpable cuando las soluciones ambientales se convierten en componentes de políticas económicas existentes, como "empleos verdes" o "finanzas verdes", sin cuestionar los fundamentos del sistema económico actual que perpetúa la sobreexplotación de los recursos naturales. Aquí, la economía ecológica advierte que tratar los problemas ambientales como "casos especiales" dentro de una estructura teórica económica más amplia es insuficiente para abordar la magnitud de la crisis ecológica.
Por otro lado, la economía ecológica socialmente orientada, representada por pensadores como Joan Martínez-Alier y Bina Agarwal, subraya la necesidad de una transformación social y ecológica radical. Esta visión no solo integra el análisis económico, sino que reconoce que la estructura social, política y ecológica de los sistemas económicos debe ser reconsiderada. La implicación de esta corriente es que las economías modernas, al estar profundamente integradas en los ecosistemas, requieren una nueva visión que promueva una transformación hacia un modelo de economía que considere los límites naturales como un factor central.
Dentro de este panorama, existen dos enfoques principales que los economistas adoptan al tratar los problemas ambientales: uno conservador, que se adapta a la estructura económica establecida, y otro radical, que busca subvertir esa estructura. El primer enfoque es típicamente defendido por los economistas ortodoxos y heterodoxos, quienes adoptan los problemas ambientales como "casos especiales" que pueden ser resueltos dentro del marco de políticas de crecimiento económico. Ejemplos de esto son las estrategias centradas en la "economía baja en carbono" que ven los problemas ambientales como oportunidades para nuevos mercados y empleos sin cuestionar la lógica de crecimiento que subyace a estas soluciones.
En contraste, la economía ecológica socialmente transformadora plantea que la crisis ecológica es sistémica y que solo mediante un enfoque interdisciplinario y un cambio radical de paradigma se podrá abordar efectivamente. Aquí, la noción de "crecimiento" es puesta en duda, ya que este concepto se vincula estrechamente con la explotación de recursos finitos, lo que resulta insostenible a largo plazo.
El pensamiento heterodoxo, que se distingue por su oposición a la economía ortodoxa, se basa en una crítica profunda a la visión del crecimiento económico continuo, una crítica que va más allá de las simple objeciones al modelo neoliberal y que cuestiona los propios cimientos del pensamiento económico dominante. Economistas heterodoxos como Daly, Georgescu-Roegen y otros han sostenido que es necesario desafiar el paradigma ortodoxo, que ve la economía como un sistema auto-regulable e inherente a la estabilidad y el bienestar social. En lugar de ello, proponen una economía que reconozca la finitud de los recursos y que esté alineada con las necesidades reales de las personas y el planeta.
Un aspecto clave que resalta la crítica radical es la percepción de que muchos economistas heterodoxos caen en la trampa de la ortodoxia, adoptando conceptos económicos tradicionales para "encajar" dentro del marco aceptado, aunque sus enfoques sean más críticos. Esta integración de las ideas heterodoxas en la economía ortodoxa no hace más que perpetuar el sistema económico que está en la raíz de la crisis ecológica.
La economía ecológica social también abre un espacio para la inclusión de voces que no se identifican estrictamente como economistas, tales como politólogos, sociólogos y antropólogos, cuyas contribuciones son fundamentales para comprender la relación entre la economía y los ecosistemas. Estos enfoques multidisciplinarios han sido esenciales en la formulación de propuestas que intentan dar respuesta a la crisis ambiental. De hecho, uno de los grandes logros de la economía ecológica fue ser capaz de reunir una variedad de perspectivas y enfoques para enfrentar la creciente crisis ambiental derivada del uso desmesurado de materiales y energía, el aumento de la población humana y los impactos del cambio tecnológico.
Los pensadores que se encuentran en la base de esta corriente radical, como Kapp y Georgescu-Roegen, continúan siendo fundamentales para la economía ecológica, ya que ofrecen una crítica profunda a la economía convencional, subrayando la necesidad de replantear tanto los fundamentos de la disciplina como la forma en que las economías están estructuradas institucionalmente.
Es importante entender que la crítica al crecimiento económico no se limita a la simple negación de este modelo. Los economistas ecológicos sugieren que la visión tradicional de la economía debe ser reemplazada por un enfoque que reconozca los límites físicos del planeta y que proponga alternativas al modelo de crecimiento ilimitado que predomina en la economía mundial. Esto no solo implica la adopción de políticas ambientales más estrictas, sino una reconsideración de los propios objetivos del crecimiento económico, que deberían centrarse en la equidad social y la sostenibilidad a largo plazo, no en la expansión continua del consumo y la producción.
¿Por qué la economía postkeynesiana ignora las limitaciones ecológicas y cuál es su impacto?
La economía postkeynesiana, siguiendo la tradición de Keynes, ha sido esencialmente reformista, comprometida con el cambio gradual dentro del marco capitalista y con la estabilización del sistema mediante la intervención estatal. Este enfoque no es revolucionario, sino que busca corregir fallas dentro del capitalismo, principalmente mediante la creación de empleo y el mantenimiento del consumo agregado a través de políticas fiscales y de bienestar social. No obstante, esta postura, aunque se presente como valor-neutral o técnica, tiene claras implicaciones ideológicas y políticas. Mantener la economía capitalista implica una agenda conservadora, que asume la inexistencia de alternativas mejores, y que ignora las profundas consecuencias sociales y ecológicas del crecimiento continuo.
Desde su génesis, incluso Keynes anticipó que el sistema de crecimiento económico que proponía podría fomentar una sociedad centrada en el dinero y con valores éticamente cuestionables, pero consideró ese costo aceptable para lograr una acumulación sostenida de capital. Después de la Segunda Guerra Mundial, las políticas keynesianas tuvieron un papel preponderante en la promoción del pleno empleo mediante la intervención estatal. Sin embargo, este dominio fue socavado con la llegada del neoliberalismo y el monetarismo en los años 80, que apostaron por la desregulación, la privatización y la reducción del papel del Estado. La crisis financiera de 2008 provocó un resurgimiento temporal de las ideas keynesianas, aunque las políticas de austeridad y el renacimiento neoliberal limitaron su influencia real.
Una dificultad adicional para la economía postkeynesiana es la tensión con la síntesis neoclásica-keynesiana o el Nuevo Keynesianismo, que diluye los principios originales de Keynes, especialmente la centralidad del gasto público para controlar la demanda efectiva. A pesar de estar intelectualmente consolidada, la economía postkeynesiana sigue siendo marginal en el debate académico mainstream.
Un problema grave de la economía postkeynesiana es su ceguera ante la dependencia biológica y física de la economía respecto al medio ambiente. Aunque critica las desigualdades monetarias y destaca la importancia de la distribución del ingreso, mantiene la visión de que la economía puede ser tratada como un sistema cerrado y aislado del entorno natural. Esto contradice hechos fundamentales: la economía moderna depende de recursos naturales y energéticos, principalmente combustibles fósiles, cuyo control determina la viabilidad del sistema. Además, el manejo de los residuos y la capacidad de absorción ambiental son indispensables para evitar la degradación irreversible de los ecosistemas.
A lo largo de décadas, las publicaciones postkeynesianas han mostrado un escaso interés por los temas ambientales. Apenas se registran algunas contribuciones marginales que abordaron la conservación del petróleo o criticaron la economía ambiental convencional. Las llamadas a integrar las preocupaciones ecológicas en la economía postkeynesiana han sido ignoradas, mientras que campos como la economía ecológica han avanzado con propuestas concretas para un análisis macroeconómico que incorpore los límites biofísicos.
Los economistas ecológicos han subrayado la incompatibilidad entre el crecimiento económico ilimitado y la sostenibilidad ambiental, señalando que el tamaño y la escala de la economía tienen un impacto directo en la capacidad del planeta para sostener la actividad humana. Esto cuestiona el paradigma del crecimiento constante que tanto la economía mainstream como la postkeynesiana, en buena medida, defienden o asumen como inevitable.
El debate contemporáneo sobre el "decrecimiento" se sitúa en esta línea, proponiendo un replanteamiento radical del crecimiento económico como motor principal de bienestar. Esta propuesta desafía la idea tradicional de que el incremento material y energético perpetuo es sinónimo de progreso o felicidad humana.
Para comprender plenamente las limitaciones y potencialidades de la economía postkeynesiana, es crucial reconocer que su persistente falta de atención a los límites ecológicos no es un mero descuido técnico, sino una consecuencia de su compromiso fundamental con la reproducción del capitalismo y el crecimiento económico. Esto implica que cualquier reforma dentro de este marco que ignore la dimensión ambiental está destinada a fracasar o a generar daños irreversibles. La integración efectiva de la economía ecológica y una reconsideración del papel del crecimiento y el consumo son imprescindibles para que la economía postkeynesiana pueda ofrecer respuestas viables a los desafíos sociales y ambientales del siglo XXI.
¿Es posible que las ciencias sociales se adhieran a los mismos criterios epistemológicos que las ciencias naturales?
Las ciencias, en su evolución, han transitado desde el estudio de entidades no humanas hacia una comprensión más profunda de las relaciones humanas. Sin embargo, el enfoque tradicional que se deriva de la física, como lo describe Kuhn (1970 [1962]), considera la ciencia como la resolución de problemas, lo que resulta ser una definición limitada y parcial. Este marco reduce el papel de la explicación descriptiva e interpretativa, elementos que son fundamentales en muchas ramas de las ciencias. Al centrarse principalmente en resolver problemas cuantitativos, las ciencias naturales han promovido una visión progresiva de la ciencia que, como apunta Kuhn, desestima la importancia de la explicación cualitativa.
La dicotomía establecida entre las ciencias naturales y las ciencias sociales ha sido históricamente problemática. Las ciencias naturales han sido consideradas como el paradigma de "ciencia objetiva", con su énfasis en la cuantificación y la experimentación controlada. Por el contrario, las ciencias sociales han sido etiquetadas como "blandas" o "subjetivas", debido a la complejidad y la diversidad de los fenómenos humanos que estudian. Este enfoque ha llevado a una reducción epistemológica, donde las ciencias sociales se ven desprovistas de la misma legitimidad científica que las ciencias naturales.
La cuestión de si las ciencias sociales deben seguir los mismos criterios epistemológicos que las ciencias naturales ha sido debatida. Tait (2019) argumenta que las ciencias sociales no pueden cumplir con los mismos criterios epistemológicos que las ciencias naturales, ya que su objeto de estudio es inherentemente distinto. El intento de adoptar un enfoque naturalista en las ciencias sociales, es decir, tratar de emular las metodologías de las ciencias naturales, podría llevar a una reducción inapropiada de los fenómenos humanos a simples ecuaciones matemáticas o experimentos de laboratorio. La economía neoclásica, por ejemplo, ha adoptado un enfoque deductivo y formalista, lo que la ha alejado de una comprensión más rica de los aspectos humanos, políticos y sociales de su objeto de estudio.
Por otro lado, la crítica al naturalismo metodológico en las ciencias sociales no es una negación de la ciencia empírica. La dificultad de aplicar métodos experimentales en las ciencias sociales, debido a las limitaciones éticas y legales, no significa que estas ciencias carezcan de rigor. Benton (1998) observa que, aunque los métodos experimentales son en su mayoría inaplicables en las ciencias sociales, esto no implica que no se pueda generar conocimiento relevante. En cambio, se pueden emplear otras metodologías, como la "retroducción" y la argumentación trascendental, que son apropiadas para estudiar sistemas abiertos. Estas metodologías no son ajenas a las ciencias naturales, como lo demuestra la biología evolutiva, la ecología y la paleontología, que no dependen exclusivamente de experimentos controlados, sino de observaciones en entornos naturales.
Además, el estudio de la evolución y el comportamiento animal pone de manifiesto que los métodos utilizados por los biólogos y los etólogos tienen paralelismos significativos con las técnicas de investigación cualitativa en las ciencias sociales. De hecho, el estudio del comportamiento animal en especies no humanas, que incluyen el uso de herramientas por aves o el aprendizaje de lenguaje de señas por chimpancés, subraya la disolución de las fronteras epistemológicas tradicionales entre las ciencias naturales y las ciencias sociales. Las ciencias sociales, al igual que las ciencias biológicas, deben interpretar sus objetos de estudio, no solo observarlos, lo que introduce el concepto de "doble hermenéutica" en las ciencias sociales: los humanos interpretan el mundo y, al mismo tiempo, deben ser interpretados por los investigadores.
Es aquí donde la distinción entre las ciencias naturales y sociales empieza a desdibujarse, ya que ambas disciplinas comparten métodos y enfoques similares en términos de observación y análisis. La metodología del trabajo de campo utilizada por los etólogos animales, por ejemplo, tiene muchos paralelismos con las técnicas etnográficas empleadas por los científicos sociales. A medida que las ciencias sociales comienzan a reconocer los métodos utilizados en las ciencias naturales, la línea divisoria entre ambas se vuelve más difusa.
En este contexto, surge un problema ontológico crucial. El objeto de estudio de las ciencias sociales son los seres humanos, quienes, a diferencia de los objetos estudiados en las ciencias naturales, poseen creencias, opiniones e interpretaciones sobre el mundo que los rodea. Esta necesidad de interpretar y comprender las conceptualizaciones humanas llevó al surgimiento de la hermenéutica y el giro lingüístico en las ciencias sociales. No obstante, centrarse exclusivamente en la hermenéutica y los análisis literarios en las ciencias sociales puede llevar a ignorar las dimensiones materiales de la realidad humana, como la pobreza, la opresión y el sufrimiento innecesario, que siguen siendo aspectos cruciales del estudio social crítico.
De igual manera, la dicotomía entre el comportamiento humano y no humano también ha comenzado a desmoronarse. Investigaciones recientes en etología muestran que otras especies animales, como aves y primates, muestran comportamientos complejos como el uso de herramientas, la cooperación social y la manifestación de emociones, lo que hace que las ciencias naturales se enfrenten a problemas similares a los de las ciencias sociales cuando se trata de estudiar sujetos conscientes y activos.
La creación de conocimiento en las ciencias, por lo tanto, no debe depender exclusivamente de la aplicación de una metodología experimental rígida. Los avances en las ciencias sociales y naturales sugieren que el conocimiento puede ser construido a través de una variedad de enfoques metodológicos, más allá del empirismo clásico. De hecho, se han propuesto métodos alternativos que permiten generar conocimiento en sistemas abiertos, lo que no solo es posible, sino necesario, para una comprensión más completa de la realidad social y natural.
Es fundamental, sin embargo, reconocer que las ciencias sociales y naturales no se deben restringir a un único enfoque metodológico ni epistemológico. Al igual que las ciencias naturales no están limitadas a la experimentación de laboratorio, las ciencias sociales deben ser capaces de usar una variedad de enfoques que les permitan abordar la complejidad de los fenómenos humanos sin caer en el relativismo epistemológico ni en la rigidez dogmática.
¿Cómo la economía ambiental pragmática contribuye a la destrucción de la biodiversidad?
La valoración, bajo el convencionalismo, se convierte en una convención lingüística adoptada por su supuesta utilidad, aplicable siempre que surja la oportunidad. Según este enfoque, un colectivo o grupo es el encargado de decidir autoritativamente qué es lo mejor. En este marco, el conocimiento y la verdad se consideran asuntos de convención, lo que implica que pueden cambiarse a voluntad colectiva, convirtiéndose en lo que el grupo decida hacer de ellos. La valoración no necesita tener validez científica. Sin embargo, la falla fundamental del convencionalismo es que las prácticas adoptadas por los grupos tienen consecuencias reales, que no son simplemente pensamientos ilusorios. Esperar que grandes cantidades de dinero puedan salvar a las aves y las abejas del capitalismo es una visión bienintencionada, pero totalmente ingenua. Lo que antes era valorado por derecho propio, requiriendo una protección regulada, se convierte en un medio instrumental para proporcionar beneficios a las empresas.
Esto se ha hecho cada vez más evidente con la expansión del nuevo pragmatismo ambiental hacia las ONGs ambientales. Un ejemplo de ello es la reciente revisión de Dasgupta, que propone un enfoque ortodoxo del capital y una valoración monetaria neoclásica de la biodiversidad (Dasgupta, 2021). A pesar de sus fallos fundamentales, el informe fue bien recibido por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), que lo promovió como una herramienta para "inversiones a gran escala en soluciones basadas en la naturaleza", lo cual es simplemente un código para el compensar y comerciar con la destrucción de la biodiversidad (Friends of the Earth, 2021). De manera similar, la Royal Society for the Protection of Birds elogió el informe de Dasgupta, considerándolo un "marco conceptual excelente", "innovador" y justificando la protección de la naturaleza para lograr un "crecimiento sostenible de base amplia" (Spash y Hache, 2022). Así, el nuevo pragmatismo ambiental favorece directamente los intereses corporativos a través de las ONG ambientales.
Un claro ejemplo de ello es The Nature Conservancy (TNC), con ingresos de 1.3 mil millones de dólares. Su presidente y CEO hasta 2019 fue Mark Tercek, ex director general de Goldman Sachs. Tercek trabajó junto con Peter Kareiva, vicepresidente y ecólogo de TNC, quien anteriormente había estado involucrado en el proyecto de capital natural de Stanford. Juntos promovieron una visión del capitalismo como algo natural. Kareiva defendió el uso generalizado de compensaciones de biodiversidad, refiriéndose a ellas como "desarrollo diseñado, hecho con la importancia de la naturaleza para las economías prósperas en mente" (Kareiva et al., 2012). Para Kareiva, la conservación tradicional se había convertido en el enemigo de los pobres: "En el mundo en desarrollo, los esfuerzos por limitar el crecimiento y proteger los bosques de la agricultura son injustos, si no poco éticos" (Kareiva et al., 2012). Los biólogos de la conservación fueron criticados por no aliarse con las corporaciones. El imperativo pasó a ser que "en lugar de criticar al capitalismo, los conservacionistas deberían asociarse con las corporaciones en un esfuerzo basado en la ciencia para integrar el valor de los beneficios de la naturaleza en sus operaciones y culturas" (Kareiva et al., 2012).
Este tipo de retórica en favor del crecimiento económico tradicional a través del extractivismo de recursos, bajo un imperialismo corporativo que acumula capital, coloca firmemente a la naturaleza y al trabajo humano en el rol de recursos a ser explotados. Las luchas políticas de los pobres para proteger la naturaleza, absolutamente de los colonialismos y del desarrollo económico, no tienen cabida aquí (Martinez-Alier, 2002). En este marco, la conservación ya no debe buscar la protección de la biodiversidad por su propio bien, sino como un medio para generar retornos financieros. En lugar de buscar una explicación científica, el nuevo pragmatismo ambiental apunta a un impacto político a través de la atención académica, mediática, pública y política.
Los defensores de este pragmatismo emplean un doble lenguaje, ya que afirman operar en el "mundo real", mientras en realidad no abordan la complejidad ni el significado de la realidad social y política. La suposición de que la práctica y la teoría son separables es errónea, porque cualquier acción requiere una conceptualización del mundo que nos rodea y de cómo funciona. La falta de atención a las instituciones y mecanismos de la realidad social deja un vacío en la capacidad del nuevo pragmatismo ambiental para explicar por qué deberían funcionar las recomendaciones políticas y, si funcionan, por qué lo hacen. A más de esto, hay un fallo en comprender el verdadero papel que juega la valoración monetaria, la mercantilización y el capital bajo un sistema de instituciones corporativas y financieras.
Sin embargo, hay que recordar que el pragmatismo ambiental moderno no se limita únicamente a los servicios ecosistémicos o al capital natural y su valoración. Esto se hace evidente cuando se discuten las posiciones intermedias y de cruce, como se ilustra en el gráfico 8.1.
La economía de los recursos nuevos se encuentra firmemente anclada en la ideología de los mercados "libres" (sin regular), al igual que la teoría económica ortodoxa. Lo novedoso de la economía de los recursos nuevos es la prioridad dada a los temas del funcionamiento de los ecosistemas, inspirándose en la ecología. Ya no se considera suficiente la eficiencia para lograr un futuro próspero, por lo que conceptos como sostenibilidad y resiliencia se identifican como objetivos independientes (Common y Perrings, 1992). El enfoque ahora está en cómo incluir las funciones de los ecosistemas en los modelos económicos ortodoxos y utilizarlos para obtener ideas sobre el funcionamiento de los sistemas ecológico-económicos interrelacionados. No obstante, los objetivos principales siguen siendo el uso de recursos de manera costo-eficiente y óptima, basado en el precio competitivo del mercado.
El reciclaje de rentas provenientes de la extracción y explotación de recursos naturales es el enfoque favorecido para evaluar la sostenibilidad de los sistemas económicos (es decir, la llamada regla de Hartwick). El modelado teórico de recursos se enfatiza sobre la valoración aplicada y, en contraposición a la economía ambiental, hay un escepticismo profundo respecto al trabajo de valorar el medio ambiente fuera de las estructuras de mercado existentes. Esto crea una contradicción, ya que los precios del mercado son reconocidos como ineficaces para abordar los costos sociales, y por lo tanto necesitan ser "ajustados". El escepticismo sobre los precios no mercantiles (es decir, el análisis de costos-beneficios sociales ambientales) se explica debido a una preferencia por el deducismo. Al mismo tiempo, los modelos de los economistas de recursos nuevos respaldan la idea de que los precios pueden ser asignadores eficientes de recursos, reflejando los "costos reales". Un claro ejemplo de ello es el informe de biodiversidad de Dasgupta (2021), que llama retóricamente a un análisis de costos-beneficios sociales basado en modelos deductivos axiomáticos y sin ninguna preocupación por los problemas que dificultan su aplicación para calcular los precios sombra que él aboga por establecer.
¿Es posible la unión entre la economía ecológica y la economía neoclásica?
En la actualidad, la discusión sobre el crecimiento económico y sus impactos ambientales ha generado una gran división entre distintas corrientes de pensamiento dentro de la economía. La economía ecológica, como campo crítico, cuestiona los principios fundamentales del crecimiento económico capitalista, especialmente aquellos que implican la acumulación de capital sin tener en cuenta los límites ecológicos. En este contexto, autores como Victor (2008) y Jackson (2009b) abogan por una economía de bajo crecimiento, aunque algunos críticos señalan que tal postura no es suficiente para avanzar hacia un mundo post-crecimiento ni para abrir espacio a economías alternativas que no dependan de la acumulación de capital. La contradicción principal aquí radica en un deseo pragmático de trabajar dentro del sistema capitalista tradicional, a pesar de las conclusiones críticas de la teoría que apuntan hacia la necesidad de un cambio de sistema.
La postura contra el crecimiento, aunque aparentemente radical, puede en muchos casos convertirse en una forma de apología del mismo, como lo señala Spash (2021a). Esta contradicción también se refleja en el enfoque de Daly, quien, a pesar de sus críticas al crecimiento, no rechaza los mercados que determinan los precios, lo que mantiene elementos esenciales de la teoría neoclásica y apoya las economías capitalistas de acumulación de capital (Spash, 2020c). Estas posturas parecen indicar una reticencia a enfrentar las implicaciones lógicas de las teorías críticas sobre el crecimiento, quizás debido a la necesidad de mantener la compatibilidad con las estructuras políticas capitalistas hegemónicas.
Por otro lado, el llamado "pragmatismo ambiental nuevo" también se asocia con la economía ecológica social en otros contextos, como en el trabajo sobre huellas ecológicas (Rees, 2009; Wackernagel y Rees, 1996). Esta propuesta tiene sus raíces en los trabajos de contabilidad física y energía de los utopistas ecológicos, quienes sentaron las bases de la economía ecológica moderna (Martínez-Alier, 1990; Vianna Franco y Missemer, 2023). Aunque esta tradición tiene un fuerte enfoque socialista, también plantea serios problemas teóricos, como la reducción del valor y la falta de una correcta conmensurabilidad. La aceptación de estos sacrificios teóricos se justifica debido a las ventajas percibidas de comunicar de manera más clara los problemas de la degradación ambiental y las limitaciones de los recursos. En última instancia, el enfoque de la huella ecológica refleja una fuerte necesidad de cambios en las políticas ante calamidades ambientales inminentes.
En cuanto a la integración de la economía ecológica con la economía neoclásica, ha habido llamados para una síntesis de ambas áreas bajo el título de "economía natural" (Ruth, 2006). Sin embargo, muchos argumentan que esta llamada a la unión está motivada por una perspectiva pragmática que pasa por alto las razones filosóficas e ideológicas fundamentales que originaron la división entre la economía ecológica y la economía ortodoxa. Algunos proponentes de esta idea creen que es posible construir puentes entre estas dos corrientes sin comprometer sus diferencias fundamentales, lo que en ocasiones conduce a la falta de reflexión crítica sobre los supuestos que sustentan ambos enfoques (Illge y Schwarze, 2009).
La postura de aquellos que abogan por la integración de la economía ecológica con la economía convencional bajo el paraguas del "gran salón" parece ser un intento de incorporar la pluralidad metodológica sin una crítica profunda a la ortodoxia económica dominante. Algunos autores sostienen que la combinación de enfoques ortodoxos y heterodoxos es una forma de pluralismo que se alinea con el concepto de "gran salón" (Harris y Roach, 2018). No obstante, esta postura tiende a reducir la economía ecológica a una variante de la contabilidad nacional verde, subordinándola a los modelos de la economía de mercado y la economía de recursos naturales.
La idea de un "gran salón" es defendida por Howarth (2008), quien sostiene que la economía ecológica debe ser un campo transdisciplinario que se defina más por un conjunto de problemas concretos que por una epistemología o metodología específica. Sin embargo, su postura ha sido objeto de críticas por parte de aquellos que consideran que tal enfoque diluye la esencia crítica de la economía ecológica y la convierte en una extensión de la economía convencional. Varios miembros de la junta editorial de la revista Ecological Economics han expresado su apoyo a una mayor integración con la economía mainstream, lo que ha provocado un debate sobre los límites de esta integración y sus implicaciones para la coherencia y la innovación dentro de la disciplina (Baumgärtner y Quaas, 2010; Turner, 1997; van den Bergh, 2010).
El concepto de pluralismo metodológico, como lo defiende Howarth, ha sido criticado por algunos como un enfoque que no reconoce la importancia de excluir ciertas posturas dominantes para crear un espacio genuino de innovación. La integración sin reflexión crítica de la economía neoclásica con la economía ecológica no solo plantea problemas teóricos, sino que también puede obstruir el potencial para desarrollar enfoques verdaderamente nuevos y transformadores.
A pesar de estos desafíos, la discusión sobre la economía ecológica continúa evolucionando. Mientras algunos abogan por una visión de "gran salón" que incluya múltiples enfoques sin tomar una postura definitiva, otros insisten en la necesidad de mantener una crítica firme al sistema económico dominante y explorar alternativas que respeten los límites ecológicos. Este debate sigue siendo fundamental para la búsqueda de soluciones efectivas a los problemas ambientales y económicos que enfrenta el mundo.
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