Desde la Gran Recesión, la desigualdad de ingresos ha cobrado protagonismo en la agenda política. Durante las elecciones presidenciales de 2016, los candidatos demócratas Hillary Clinton y Bernie Sanders abordaron la cuestión de la desigualdad económica, al igual que los candidatos republicanos, como Donald Trump y Marco Rubio, aunque sus soluciones propuestas diferían. Las encuestas de opinión pública también reflejaron preocupaciones sobre la desigualdad. En 2015, dos tercios de los estadounidenses afirmaron que la distribución de la riqueza y el dinero no era justa y que debería ser más equitativa; en 2017, el 63% de los estadounidenses opinó que las personas de altos ingresos pagan pocos impuestos, y el 67% expresó que las corporaciones pagan demasiado poco. Sin embargo, el proyecto de ley fiscal aprobado por el Congreso liderado por los republicanos y firmado por el presidente Trump a finales de 2017 redujo los impuestos a las corporaciones y los hogares adinerados, lo que suscitó preocupaciones entre algunos críticos sobre la falta de respuesta a la opinión pública.
La esencia de la democracia radica en la participación del pueblo en la elección de sus gobernantes y en la capacidad de la ciudadanía para influir en las decisiones de aquellos que gobiernan. En una democracia, el poder político proviene finalmente del pueblo. El principio de soberanía popular, la idea de otorgar el poder a la gente, es uno de los pilares fundamentales. En los Estados Unidos, la soberanía popular se articula a través de una democracia representativa, en la cual el pueblo no gobierna directamente, sino que ejerce su poder a través de representantes elegidos. La participación en una democracia varía enormemente, pero el voto es un elemento clave de la democracia representativa que los fundadores de Estados Unidos establecieron.
El principio democrático de la regla de la mayoría, junto con los derechos de las minorías, es fundamental en el sistema estadounidense. La regla de la mayoría implica que los deseos de la mayoría determinan las políticas que sigue el gobierno. La Cámara de Representantes, un órgano elegido directamente por el pueblo, fue diseñada en particular para asegurar la regla de la mayoría. Sin embargo, los fundadores temían que las mayorías populares pudieran convertir al gobierno en una "tiranía de la mayoría", en la que las libertades individuales se verían violadas. Por esta razón, la preocupación por los derechos individuales ha sido parte integral de la democracia estadounidense desde sus inicios. Los derechos enumerados en la Carta de Derechos, y que son protegidos por los tribunales, actúan como un freno al poder de la mayoría.
A pesar de la profunda identificación de los estadounidenses con la idea de la democracia, se pueden plantear muchas interrogantes sobre la práctica de esta democracia. La primera de estas interrogantes se refiere a la definición restringida de la comunidad política durante gran parte de la historia estadounidense. A lo largo del tiempo, se han ido eliminando las restricciones sobre el derecho al voto: en 1828 se suprimieron las restricciones basadas en la propiedad; en 1870, la Decimoquinta Enmienda otorgó el derecho de voto a los afroamericanos, aunque posteriormente prácticas excluyentes les negaron dicho derecho; en 1920, la Decimonovena Enmienda garantizó el derecho de voto a las mujeres; y en 1965, la Ley de Derechos Electorales aseguró finalmente el derecho al voto para los afroamericanos. La Enmienda Veintiséis, ratificada en 1971 durante la Guerra de Vietnam, otorgó el derecho de voto a los jóvenes de 18 a 20 años.
Sin embargo, el simple hecho de asegurar el derecho al voto no resuelve todas las preocupaciones sobre la democracia. La organización de las instituciones electorales puede tener un impacto significativo en el acceso a las elecciones y en quiénes logran ser elegidos. Durante las primeras dos décadas del siglo XX, varios estados y ciudades implementaron reformas, como requisitos estrictos de registro y la programación de elecciones, que dificultaron el ejercicio del voto. Aunque estas reformas tenían como objetivo erradicar la corrupción política, su consecuencia fue la reducción de la participación electoral. Más recientemente, las leyes de identificación de votantes, que requieren una identificación gubernamental para registrarse o votar, han sido aprobadas por motivos similares y con efectos similares.
El debate sobre la relación entre el poder económico y el poder político es otro aspecto clave en la democracia estadounidense. El dinero siempre ha jugado un papel importante en las elecciones y en la gobernanza del país. Muchos sostienen que la influencia del dinero en las campañas electorales y las actividades de cabildeo socava la democracia. Con el declive de los partidos políticos locales que dependían de los leales a los partidos para movilizar a los votantes, y el auge de los comités de acción política, los consultores políticos y las costosas campañas mediáticas, el dinero se ha convertido en un factor central en la política estadounidense. El dinero no solo determina quién se postula para un cargo, sino que también puede influir en quién gana, y algunos sostienen que afecta las decisiones de los políticos una vez que llegan al poder.
Aunque la participación en la política de los jóvenes ha sido relativamente baja, las campañas primarias presidenciales de 2008 y 2016 vieron los niveles más altos de participación juvenil en décadas. En estas elecciones, un número récord de jóvenes se registraron y votaron por primera vez. A pesar del fuerte compromiso mostrado en las primarias presidenciales y en las campañas de las elecciones generales, la baja participación en las elecciones de 2012 y 2016 mostró que el desinterés del público sigue siendo un reto para la democracia estadounidense.
A lo largo de la historia, los estadounidenses han mostrado una desconfianza general hacia el poder del gobierno, a menudo siendo escépticos con respecto a los políticos. Sin embargo, en momentos de necesidad, han recurrido al gobierno para recibir asistencia, y han apoyado al gobierno en tiempos de guerra. En 1933, con la crisis económica de la Gran Depresión, el poder del gobierno federal se expandió para enfrentar la crisis, y la legislación aprobada durante ese período introdujo al gobierno en áreas como las hipotecas de vivienda, los préstamos agrícolas, los préstamos personales y los programas de alivio económico. Más recientemente, durante la crisis financiera de 2008 y 2009, el gobierno federal intervino para estabilizar el sistema financiero, reestructurar empresas automotrices en dificultades e inyectar cientos de miles de millones de dólares en una economía en declive.
¿Cómo Influyen los Caucus en la Creación de Leyes en el Congreso de los EE.UU.?
Además de la organización oficial del Congreso, existe una estructura organizativa no oficial: los caucus. Los caucus son grupos de senadores o representantes que comparten opiniones, intereses o características sociales comunes. Un gran número de asociaciones de miembros de caucus están compuestas por legisladores que representan intereses económicos o políticos específicos, como el Caucus de Viajes y Turismo, el Caucus del Acero o el Caucus de Senadores Preocupados por las Artes.
Pero no solo los intereses económicos y sectoriales pueden ser el motor de un caucus. Existen también grupos organizados en torno a cuestiones sociales, como el Caucus Congresional Hispano, el Caucus Congresional para Temas de Mujeres, o el Caucus Congresional Afroamericano. Estos caucus buscan avanzar los intereses de los grupos que representan, promoviendo leyes, impulsando que se realicen audiencias en el Congreso y presionando a las agencias administrativas para que traten favorablemente los temas que les afectan.
En los últimos años, algunos caucus se han transformado en organizaciones de lobby poderosas, muy financiadas por grupos de interés. Un ejemplo claro es el Caucus de Deportistas, que recibe fondos de una fundación sin fines de lucro que a su vez recibe donaciones de la Asociación Nacional del Rifle, fabricantes de equipos deportivos y de armas de fuego. En 2010, los republicanos conservadores en la Cámara de Representantes y el Senado formaron el Caucus del Tea Party (actualmente conocido como Caucus de la Libertad) para promover políticas en contra del gasto gubernamental.
Este tipo de organización en el Congreso tiene un impacto directo en el proceso legislativo. A pesar de su importancia, no todos los caucus están igualmente poderosos. Aquellos que representan sectores con un fuerte apoyo financiero o una base amplia de votantes tienden a ser más influyentes. Sin embargo, su capacidad para influir depende en gran medida de la situación política y el contexto social del momento.
El proceso para que una ley sea aprobada no solo depende de la estrategia política del Congreso, sino también de las reglas y procedimientos establecidos. Desde la presentación de un proyecto de ley hasta su firma por parte del presidente, el camino de una propuesta de ley está regulado por un conjunto complejo de normas que determinan cómo se debe manejar la legislación en el Congreso.
En primer lugar, los proyectos de ley deben ser presentados formalmente por un miembro del Congreso, que puede ser un senador o un representante. Luego, los proyectos de ley son enviados a las comisiones correspondientes, donde se realizan deliberaciones. Durante estas deliberaciones, el proyecto puede ser referido a subcomités que convocan audiencias, reciben testimonios de expertos y modifican el proyecto antes de enviarlo nuevamente al comité principal. Estos procesos pueden modificar sustancialmente el contenido de la legislación original.
Uno de los momentos clave en el proceso legislativo son las sesiones de “marco de comité” o “committee markup”, donde se reescribe la ley para incorporar cambios discutidos durante las audiencias. Después de estos cambios, el proyecto de ley puede ser presentado al pleno del comité para su aprobación. Sin embargo, no todos los proyectos de ley siguen este proceso con facilidad. En muchas ocasiones, algunos proyectos de ley mueren en las comisiones sin recibir la atención debida, ya sea por falta de apoyo o porque los legisladores no consideran que tengan probabilidades de ser aprobados.
Por ejemplo, muchos proyectos de ley son presentados por legisladores que no necesariamente esperan que sean aprobados, sino que los introducen para complacer a un grupo de votantes o para marcar una postura política. Estos proyectos rara vez logran llegar a la etapa final del proceso legislativo y, en su mayoría, mueren en las comisiones. Sin embargo, algunos proyectos de ley tienen defensores comprometidos y pueden atravesar largos procesos de lucha política, solo para ser abandonados al final.
El número de proyectos de ley que realmente llegan a ser aprobados es muy bajo. En un ciclo legislativo típico, de los más de 10,000 proyectos de ley presentados, entre el 80% y el 90% mueren en las comisiones. En la Cámara de Representantes, aquellos que sí logran pasar el filtro de la comisión enfrentan un último obstáculo dentro del sistema de comités: el Comité de Reglas, que determina las reglas bajo las cuales se debatirá la ley en el pleno de la Cámara. Un Comité de Reglas puede establecer una "regla cerrada" que limita el debate y las enmiendas al proyecto, lo cual suele favorecer a los partidarios del proyecto de ley, mientras que los opositores prefieren una "regla abierta" que permite enmiendas desde el pleno.
El proceso legislativo también se ve afectado por las tácticas de liderazgo que pueden apurar el avance de ciertos proyectos. Por ejemplo, la falta de tiempo para leer los proyectos de ley antes de que se lleve a cabo el debate en el pleno es una táctica comúnmente utilizada por los líderes para acelerar la adopción de la legislación. Este tipo de manejo del tiempo puede generar tensiones entre los miembros del Congreso y llevar a situaciones de conflicto, como ocurrió en 2003, cuando un grupo de demócratas protestó por no haber recibido suficiente tiempo para estudiar un proyecto de ley complejo.
Lo que es fundamental para entender este proceso es que, aunque el marco institucional establece un camino claro para la creación de leyes, la influencia de los caucus, el poder de los lobbies y las tácticas políticas pueden determinar si un proyecto de ley tiene éxito o fracasa. Además, el ambiente político, las prioridades del momento y los intereses de los legisladores juegan un papel crucial en el destino final de cualquier proyecto de ley.
¿Cuál es el papel de la política exterior estadounidense en la prosperidad económica y los derechos humanos?
La política exterior de Estados Unidos persigue entre sus objetivos fundamentales la promoción de la prosperidad económica nacional. Las estrategias internacionales estadounidenses buscan expandir las oportunidades de empleo dentro del país, asegurar el acceso a suministros energéticos externos a costos razonables, fomentar la inversión extranjera en el territorio estadounidense y reducir los precios que los consumidores pagan por bienes y servicios. En este entramado, la política comercial se erige como un elemento central, orientado a impulsar la exportación de productos y servicios americanos. Estados Unidos, como el mayor importador y exportador mundial, mantiene una economía intrínsecamente ligada al comercio internacional, generando aproximadamente 40 millones de empleos directa o indirectamente vinculados a este ámbito.
Este interés en el comercio global se traduce en una compleja red de tratados, aranceles y regulaciones cuyo propósito es sostener prácticas monetarias y comerciales que beneficien la prosperidad nacional. El libre comercio, a pesar de su carácter beneficioso para el consumidor —pues reduce el costo de productos electrónicos y bienes de consumo importados—, genera tensiones internas debido a la pérdida de empleos y el traslado de fábricas hacia otros países. De ahí que las políticas comerciales se conviertan en un campo de intensos debates políticos, con posturas enfrentadas entre los sectores que se benefician y aquellos que resultan perjudicados.
Ejemplo de ello fue la administración de Donald Trump, que en 2016 propuso terminar con ciertas políticas de libre comercio consideradas dañinas para los trabajadores estadounidenses. En 2018, la imposición de aranceles sobre importaciones extranjeras desencadenó represalias comerciales que beneficiaron a algunos sectores industriales y perjudicaron a otros. Las negociaciones internacionales continúan bajo organismos como la Organización Mundial del Comercio (OMC), fundada en 1995 a partir del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT), que desde la posguerra ha tratado de disminuir barreras comerciales para evitar crisis económicas globales como la de los años treinta, las cuales contribuyeron al estallido de la Segunda Guerra Mundial. En el ámbito regional, tratados como el Acuerdo Estados Unidos-México-Canadá (USMCA) buscan eliminar aranceles y facilitar el intercambio entre los países miembros.
Paralelamente a los objetivos económicos, la política exterior estadounidense se manifiesta en un compromiso histórico con la defensa y promoción de los derechos humanos a nivel internacional. Sin embargo, esta prioridad queda en muchos casos subordinada a consideraciones estratégicas y económicas. Por ello, Estados Unidos suele hacer la vista gorda ante violaciones de derechos humanos cometidas por socios comerciales relevantes, como China, o aliados estratégicos, como Arabia Saudita. No obstante, la preocupación por los derechos humanos está presente, aunque con un alcance limitado, como lo demuestra el financiamiento a programas que apoyan a víctimas de represalias por denunciar prácticas represivas en sus propios países.
Además, la política exterior de Estados Unidos incluye un firme apoyo a las operaciones internacionales de mantenimiento de la paz y ayuda humanitaria, especialmente en regiones conflictivas y empobrecidas. La respuesta estadounidense a crisis humanitarias ha sido significativa, como se evidenció en la asistencia a refugiados sirios, la ayuda tras el tsunami en Japón y la reconstrucción posterior al terremoto en Haití. Estos esfuerzos no solo buscan aliviar sufrimientos inmediatos sino también fortalecer la imagen internacional del país y sus valores democráticos.
En la formulación de esta política, el presidente y su equipo tienen un papel preponderante, aunque el Congreso, la burocracia, los tribunales, los partidos políticos y los grupos de interés también influyen de manera importante. La Constitución otorga al Congreso la potestad de declarar la guerra, pero en la práctica, los presidentes han asumido un control considerable sobre la toma de decisiones militares, combinando roles que los fundadores de la nación no previeron con la misma intensidad.
Entender la política exterior estadounidense implica reconocer que los objetivos de seguridad, economía y valores éticos conviven, a veces en tensión, configurando una agenda que responde tanto a intereses pragmáticos como a aspiraciones idealistas. La complejidad del sistema político interno y las presiones externas hacen que estas políticas evolucionen constantemente, reflejando la interacción dinámica entre actores nacionales y actores globales.
Es fundamental para el lector comprender que la política exterior no se limita a acciones puntuales o a declaraciones oficiales; está sustentada en un entramado institucional donde los equilibrios de poder internos y las relaciones internacionales configuran sus resultados. Además, la interdependencia económica global y las realidades geopolíticas moldean las prioridades y limitaciones del país. Así, la promoción de la prosperidad y la defensa de los derechos humanos deben ser analizadas no como ideales absolutos sino como objetivos que coexisten con las exigencias del poder y la diplomacia pragmática.
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