La creencia no es simplemente un estado mental pasivo, sino una fuerza activa que nos impulsa a actuar. Según Charles S. Peirce, filósofo pragmatista estadounidense, la creencia es un hábito o una regla de acción que adoptamos para contrarrestar la duda, esa sensación incómoda que nos empuja a buscar certeza. En este sentido, la creencia funciona como una estrategia emocional para liberar la mente del peso de la incertidumbre, utilizando el lenguaje como medio para establecer y reforzar esos hábitos de pensamiento. Al escuchar a quienes sostienen firmemente sus creencias, es posible detectar cómo esas convicciones emergen en sus palabras, manifestándose como una realidad interna que guía sus acciones y percepciones.
La historia política y social confirma que la mentira, aunque pueda perdurar temporalmente, no es eterna. Martin Luther King Jr. afirmó que “ninguna mentira puede vivir para siempre”, una idea que se refleja en el colapso de sistemas dictatoriales basados en falsedades, como el comunismo soviético, el fascismo y el nazismo. Las ideologías que sostienen estos regímenes terminan desmoronándose ante el peso de la verdad objetiva. Este proceso también se aplica a las mentiras oportunistas que proliferan en la política contemporánea, donde la racionalidad y la evidencia deben prevalecer sobre las opiniones y creencias sin fundamento. La democracia exige discursos fundamentados en argumentos racionales (lógos) y hechos verificables, no en mitos o narrativas conspirativas que buscan manipular la percepción colectiva.
El fenómeno de los “hechos alternativos” y la manipulación de la verdad, evidenciado en eventos como la interferencia rusa en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016, ejemplifica cómo la confusión y la desinformación pueden erosionar las bases mismas de la democracia. Narrativas conspirativas que apelan a temores y prejuicios sirven como mitos modernos que, acumulativamente, generan un clima propicio para la ruptura de normas democráticas. Sin embargo, la verdad actúa como un antídoto poderoso frente a la mendacidad, aunque su penetración en la conciencia colectiva pueda ser lenta y gradual.
La fábula de Esopo “El niño que gritó lobo” ilustra magistralmente las consecuencias de la mentira constante: cuando finalmente la amenaza es real, la credibilidad se ha perdido irremediablemente. De forma análoga, el derrumbe de Mussolini comenzó cuando los medios de comunicación italianos se alejaron de su propaganda, interpretando las señales inequívocas de un fracaso inevitable, una “escritura en la pared” que advertía sobre la caída inminente del régimen.
Los sistemas de creencias no son monolíticos ni uniformes; en ocasiones, una persona puede sostener creencias contradictorias en diferentes contextos sin experimentar disonancia. La mente humana posee una capacidad notable para integrar y segmentar ideas opuestas, permitiendo que coexistan sin conflicto aparente. Sin embargo, los maestros de la mentira rompen esta capacidad natural mediante la creación deliberada de confusión y ambigüedad, un fenómeno que George Orwell denominó “doblepensar”. Esta práctica consiste en sostener simultáneamente dos ideas contradictorias, aceptándolas ambas sin resolver la contradicción, en un estado perpetuo de olvido selectivo y manipulación consciente del pensamiento.
El “doblepensar” no busca el diálogo racional ni la resolución lógica de ideas opuestas, sino que impone una lógica circular y estéril que limita el pensamiento crítico y facilita el control social. Esta manipulación genera un entorno mental donde la verdad se diluye y la confusión se convierte en herramienta de poder.
Desde un punto de vista psicológico, las mentiras y las creencias contradictorias eventualmente colapsan porque el cerebro humano busca resolver la disonancia cognitiva: no puede mantener indefinidamente creencias opuestas sin causar malestar. Este proceso de resolución es fundamental para restablecer la coherencia interna y la percepción de la realidad. En consecuencia, las “verdades alternativas” y las narrativas conspirativas dependen directamente de la creación y el mantenimiento de creencias que, si no se cuestionan y analizan críticamente, perpetúan el muro de falsedades que amenaza la claridad y la objetividad.
Además, la construcción del “yo ideal” a través de relatos autobiográficos muchas veces implica un grado de confabulación, es decir, la mezcla de recuerdos, interpretaciones y pequeñas falsificaciones que sirven para dar sentido y coherencia a la propia historia personal. Esta práctica, común en las interacciones sociales y en el mundo digital, refleja cómo la mente humana es capaz de recrear el pasado desde una perspectiva subjetiva, en la que la línea entre verdad y ficción se vuelve difusa. Esta habilidad para reinterpretar el pasado no es intrínsecamente negativa, pero tiene un impacto importante en la forma en que construimos nuestras identidades y entendemos la realidad.
La comprensión profunda de la naturaleza de la creencia, la mentira y la manipulación cognitiva es crucial para enfrentar los desafíos actuales relacionados con la desinformación y la polarización social. Reconocer que la verdad es un proceso dinámico, que requiere evidencia y razonamiento, más que la mera aceptación de opiniones, es esencial para fortalecer la capacidad crítica y mantener la integridad del discurso público.
¿Cómo la "Fake News" ha Influido en la Sociedad Actual y Qué Consecuencias Tiene?
Desde la imprenta de los periódicos, las ondas de choque de la televisión, hasta los engaños sentimentales de la pantalla del cine, se pueden discernir las raíces de la desconfianza o, por el contrario, de una confianza excesiva en las organizaciones de noticias y los medios de comunicación masivos. La prensa tiene el poder de evocar tanto confianza como desconfianza, lo cual es una herramienta utilizada por líderes como Mussolini, Hitler y Stalin para controlar la narrativa pública. Estos dictadores atacaban constantemente la prensa, sometiéndola a sus propios intereses y manipulaciones, exigiendo que los periodistas se alinearan con sus ideologías. Hitler, por ejemplo, no solo controló la prensa, sino que también estableció el Ministerio del Reich para la Ilustración Pública y la Propaganda, que forzó a los periodistas a seguir la ideología nazi, en una versión de lo que Orwell describiría como el Ministerio de la Verdad.
En la Unión Soviética, la censura de la prensa y los medios electrónicos fue una práctica institucionalizada. El periódico Pravda fue fundado en 1912 para asegurar que los medios de comunicación respaldaran la línea oficial del Partido Comunista. Esta manipulación informativa no solo era una característica de los regímenes totalitarios, sino que también resurgió de manera similar en tiempos más recientes. Donald Trump, por ejemplo, atacó sistemáticamente a medios de comunicación liberales como CNN, The New York Times y The Washington Post, llamándolos "enemigos del pueblo" y culpándolos de difundir "noticias falsas". Esta estrategia es parte de un patrón histórico de ataque a la prensa libre, que se puede rastrear hasta los tiempos de Mussolini y Stalin.
La táctica de Trump de llamar "fake news" a los medios que lo critican y "noticias reales" a aquellos que lo apoyan, incluidos sitios sensacionalistas de internet como Infowars, no surgió de la nada. Esta estrategia tiene sus raíces en una tradición periodística estadounidense que data del surgimiento del periodismo amarillista en el siglo XIX. Los medios de comunicación sensacionalistas actuales son los descendientes directos de aquel periodismo amarillista. Llamar "fake news" a los medios que critican al poder es una táctica que intenta minar la cobertura crítica, al tiempo que promueve teorías conspirativas que lo presentan como víctima de un complot.
En la actualidad, esta dinámica ha dado lugar a lo que podría llamarse el "síndrome de las noticias falsas", que ha ganado relevancia especialmente con la expansión de las redes sociales. El "síndrome de las noticias falsas" puede definirse como la percepción de que una fuente de noticias preferida es veraz, mientras que otras, que presentan noticias de manera diferente, son vistas como desinformadas y manipuladoras. Esta percepción se ha visto intensificada por la propagación de noticias falsas en plataformas como Facebook, que han permitido la creación y difusión de historias ficticias con fines políticos y económicos, como ocurrió en las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos, donde un grupo de jóvenes en Macedonia logró generar grandes sumas de dinero creando noticias falsas sobre la política estadounidense.
La forma más básica de "fake news" es la desinformación deliberada que se difunde a través de los medios de comunicación. A diferencia de los errores o malentendidos que pueden ocurrir en la interpretación de hechos, las noticias falsas se crean con la intención de manipular la opinión pública. Los medios amarillistas, tanto de ayer como de hoy, elaboran esta desinformación de forma premeditada y rara vez la corrigen, incluso cuando se les desafía. En su lugar, suelen ajustar la información para mantener la falsedad, perpetuando así la manipulación.
Es importante señalar que el auge y la propagación de este fenómeno no se produjo en un vacío cognitivo, sino que tiene sus raíces en fuerzas políticas, sociales, tecnológicas y culturales que se combinaron a lo largo del siglo XIX, creando una necesidad social de respuestas rápidas a problemas complejos y una desconfianza generalizada hacia las instituciones tradicionales. Esta desconfianza se ha trasladado al espacio cibernético, donde la tendencia a aceptar la información tal como se presenta, sin aplicar filtros críticos, es cada vez más común. A pesar de los esfuerzos por aplicar dichos filtros, la saturación de información en las redes sociales y la constante proliferación de noticias falsas impactan negativamente en la capacidad de discernir la verdad de la falsedad.
En cuanto al periodismo amarillo, muchos historiadores sociales vinculan su surgimiento con Randolph Hearst, una figura influyente en la historia del periodismo estadounidense. Hearst fue conocido por utilizar tácticas como titulares sensacionalistas y la publicación de chismes no verificables sobre celebridades y figuras políticas, lo cual ayudó a aumentar la circulación de sus periódicos. De hecho, el término "yellow journalism" (periodismo amarillo) surgió en los años 90 del siglo XIX, en referencia a la competencia entre dos periódicos de Nueva York: New York World y New York Journal. Los métodos que utilizaron estos periódicos incluían titulares impactantes, ilustraciones llamativas y secciones de cómics, algo que hoy perdura en los medios sensacionalistas.
Además de la manipulación de la información, el fenómeno de las "fake news" también tiene profundas implicaciones en la salud mental colectiva. La constante distorsión de los hechos con fines egoístas y la agresión contra la verdad provocan efectos emocionalmente desestabilizadores. Hoy en día, la mayoría de la gente obtiene sus noticias de un vasto universo de redes sociales, donde las noticias falsas y las teorías conspirativas se propagan rápidamente. Este constante bombardeo de información errónea no solo distorsiona la realidad, sino que también contribuye a la confusión generalizada y la desconexión con los hechos verificables.
Es crucial reconocer que el impacto de las noticias falsas no solo afecta a las decisiones políticas, sino que también tiene repercusiones en la cohesión social y en la confianza pública en las instituciones democráticas. A medida que las fronteras entre la verdad y la falsedad se desdibujan, se corre el riesgo de crear una sociedad donde los hechos importan menos que las narrativas manipuladas y las creencias conspirativas.
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