En Wisconsin, un estado generalmente considerado proarrendador, las sanciones para los propietarios de viviendas en malas condiciones consisten en lo que algunos llaman "escuela para arrendadores", donde se les imparte una charla acerca de alquilar a las "personas equivocadas". Sin embargo, esta medida de castigo parece casi una formalidad, ya que el sistema de justicia para los propietarios predatorios se muestra sorprendentemente tolerante. La situación empeora cuando los propietarios grandes, como los inversionistas no residentes, caen en incumplimiento de sus impuestos o cuentas de servicios públicos. Las ciudades, limitadas en sus recursos, carecen de la capacidad para perseguirlos de la misma manera en que se perseguiría a los arrendadores locales o a los propietarios residentes que no cumplen con sus obligaciones. Si un inversionista no residente comete una infracción, la sanción generalmente es leve o incluso tolerada. Por el contrario, un arrendador residente que incurre en la misma falta enfrenta un castigo mucho más severo.

Este fenómeno es producto, en gran parte, de las decisiones políticas que emanan de los capitolios estatales, no de los gobiernos municipales. Los legisladores conservadores, al adoptar el paradigma del "elección pública", han impuesto un modelo de gobernanza donde las ciudades son disciplinadas para que se ajusten a las demandas del mercado. Este marco de pensamiento considera que las ciudades deben convertirse en espacios "amigables al mercado", y que aquellas que implementen políticas redistributivas deben ser castigadas, mientras que las que favorezcan políticas de desarrollo y crecimiento económico sean recompensadas.

Aunque la teoría sugiere que el mercado mismo impone estas limitaciones, la realidad es que son los legisladores conservadores los que activamente limitan la autonomía de las ciudades. Estos políticos organizan sus esfuerzos a través de grupos como ALEC (American Legislative Exchange Council) con el propósito explícito de "poner en orden" a las ciudades que, según ellos, se encuentran fuera de control y deben ser restringidas. La capacidad de las ciudades para actuar de manera autónoma ha sido severamente reducida por las políticas de los gobiernos conservadores a nivel nacional. A nivel local, las ciudades han visto disminuida su capacidad para imponer impuestos, adquirir tierras o regular los salarios, lo que agrava la situación de sus residentes, especialmente aquellos que viven en áreas de bajos recursos o que son víctimas de políticas de "tolerancia cero".

Este proceso ha tenido consecuencias devastadoras, particularmente para las ciudades en el "Rust Belt" (Cinturón Oxidado) de Estados Unidos, donde la desindustrialización ha dejado profundas cicatrices en el tejido social y económico. A estas ciudades se les ha arrebatado la posibilidad de utilizar herramientas clave para su desarrollo económico y social, al mismo tiempo que se les ha limitado el control sobre su propio destino. La intervención externa, liderada por políticos conservadores, ha convertido a muchas de estas áreas en espacios donde la ley y el orden están subordinados a las fuerzas del mercado y los intereses privados.

Un ejemplo emblemático de este fenómeno es el caso de Heidelberg Street en Detroit, un vecindario que, desde 1950, ha perdido más del 90 por ciento de su población y más del 80 por ciento de su infraestructura debido a la deserción, la negligencia, los incendios provocados y la demolición. El abandono masivo de viviendas y la destrucción de propiedades son características comunes de los barrios en muchas ciudades del Rust Belt, pero pocas veces se les presta atención, excepto cuando sirven como herramientas de propaganda para las narrativas conservadoras. Aunque algunos de estos barrios, como el de Heidelberg Street, han sido convertidos en símbolos del arte y la resistencia, la realidad para sus residentes es mucho más sombría. La presencia de casas vacías y deterioradas crea un ambiente peligroso para los niños y los jóvenes, expuestos a incendios, invasiones y actividades ilegales. Las casas abandonadas se convierten en objetivos de saqueo y vandalismo, y la falta de inversión en la zona disuade tanto a compradores como a bancos de financiar renovaciones.

La falta de interés de los inversores tradicionales da paso a un tipo de inversión que, en su mayoría, no hace nada para mejorar las condiciones del barrio. Muchos inversores compran propiedades a precios irrisorios en subastas fiscales, las cuales, después de una mínima inversión, son alquiladas a inquilinos que no tienen otra opción debido a su situación económica precaria o antecedentes penales. Estos inquilinos no se atreven a quejarse por miedo a ser desalojados, lo que perpetúa un ciclo de explotación y deterioro. Otros inversionistas, aprovechando la falta de financiamiento bancario para barrios en crisis, ofrecen "oportunidades" de compra con opción a alquiler, explotando las aspiraciones de propiedad de quienes viven en estas áreas sin brindarles ninguna posibilidad real de mejorar su situación.

Además de la explotación económica, la presencia de estas prácticas genera un sinfín de problemas para las autoridades municipales. La creciente necesidad de medidas de control, como la inspección de viviendas y la aplicación de códigos de construcción, aumenta los costos para las ciudades, mientras que el colapso de la población limita las fuentes de ingresos para financiar los servicios públicos necesarios. Sin embargo, las limitaciones impuestas a las ciudades no se deben únicamente a la falta de recursos o a la falta de interés, sino a un marco ideológico más amplio que refuerza la visión del "paraíso del mercado libre". En este modelo, el mercado opera sin restricciones, a pesar de sus efectos perjudiciales sobre las comunidades más vulnerables.

Este modelo no solo despoja a las ciudades de su autonomía y capacidad de intervención, sino que también crea una cultura de victimización y estigmatización en torno a los barrios más pobres y abandonados. La narrativa conservadora suele ignorar los problemas estructurales que originan estas condiciones, centrándose en su lugar en culpar a las comunidades afectadas por su "decadencia". Este enfoque, que deshumaniza a las personas que habitan estos barrios, ignora las causas profundas de la pobreza y el abandono, y propaga la idea de que los problemas urbanos son culpa exclusiva de sus residentes.

Es crucial que los lectores comprendan que el abandono urbano y la explotación de barrios en crisis no son fenómenos naturales ni inevitables, sino el resultado de políticas deliberadas que priorizan los intereses privados sobre el bienestar colectivo. Las ciudades deben ser vistas como actores autónomos capaces de generar soluciones locales, pero esta autonomía está constantemente amenazada por las decisiones de actores políticos y económicos externos que buscan moldear las ciudades a su conveniencia. El camino hacia un futuro más equitativo requiere una revalorización de las ciudades como espacios de participación, desarrollo y justicia social, libres de la influencia de intereses que perpetúan la desigualdad.

¿Es el "derechamiento" de las ciudades una solución viable o una nueva forma de austeridad urbana?

El concepto de "derechamiento" de las ciudades surge como una respuesta a los desafíos que enfrentan las ciudades en declive, particularmente aquellas con vastas extensiones de terrenos desocupados. Los defensores de esta propuesta argumentan que reducir el tamaño de las ciudades en crisis, transformando los barrios vacíos en parques o zonas verdes, es una forma de hacerlas más sostenibles y de aliviar la presión sobre los recursos y la infraestructura. Se sugiere que, al concentrar a los residentes en áreas urbanas más pequeñas y dinámicas, se crearía una comunidad más funcional y fiscalmente viable. Este proceso, según sus promotores, también permitiría la recuperación ambiental de los terrenos abandonados, al tiempo que actuaría como un sumidero de carbono, contribuyendo a mitigar las emisiones de CO2.

Sin embargo, el concepto de "derechamiento" no está exento de críticas. Activistas y académicos señalan que puede ser una estrategia disfrazada que favorece a los desarrolladores, al proporcionarles terrenos para adquirir a precios bajos. Otros argumentan que este enfoque recuerda a los programas de renovación urbana de mediados del siglo XX, en los cuales se justificaba la demolición de barrios enteros en nombre de la mejora social, sin considerar las voces de los residentes afectados. En la historia de la renovación urbana, las preocupaciones sobre la segregación racial y el hacinamiento fueron explotadas por los burócratas para llevar a cabo procesos de destrucción masiva de viviendas, lo que generó un desplazamiento forzoso de las comunidades más vulnerables.

El problema real del "derechamiento", sin embargo, no debe ser ignorado: la creciente vacancia de tierras en muchas ciudades de la llamada "cintura ósea" (Rust Belt) no es un fenómeno meramente conceptual, sino una cuestión concreta de aislamiento social, estrés fiscal y deterioro ambiental. Los barrios con grandes áreas de viviendas vacías, a menudo poblados por comunidades de color y grupos marginalizados, enfrentan mayores tasas de contaminación, insuficiencia de servicios públicos y mayor vulnerabilidad a actividades ilegales, como el crimen o el vertido ilegal de desechos. Estos barrios experimentan un ciclo perpetuo de declive, que refuerza la marginalización de sus residentes y agrava las condiciones de vida.

Por otro lado, la manera en que el "derechamiento" se implementa actualmente está profundamente influenciada por el contexto político y económico de austeridad que atraviesan muchas ciudades. La disminución de los recursos gubernamentales, la reticencia a aumentar los impuestos y las políticas de corte de gastos han dado paso a un nuevo tipo de urbanismo: el "urbanismo de austeridad". Este fenómeno no solo se basa en la reducción de gastos, sino en una lógica política y económica que prioriza la disminución de la intervención estatal y la reducción de los servicios sociales. La implementación del "derechamiento" bajo estas condiciones ha transformado lo que podría haber sido una intervención de rehabilitación en un proceso de "borrado" de barrios completos, en los cuales las decisiones ya están tomadas y el proceso se ha enfocado en la demolición en lugar de en la regeneración.

Aunque los planes de "derechamiento" mencionan principios progresistas, como la creación de espacios verdes y la rehabilitación ambiental, en la práctica muchas de estas propuestas están desfinanciadas. Los esfuerzos reales se enfocan en la destrucción de viviendas y la reconfiguración de los terrenos para beneficiar a los desarrolladores, quienes pueden adquirir propiedades a bajo costo. En muchos casos, la participación comunitaria se reduce a una formalidad, ya que las decisiones ya están predeterminadas por los intereses del poder político y económico.

Las implicaciones raciales del "derechamiento" también son un tema crucial que rara vez se menciona en los planes oficiales. Los barrios más afectados por el proceso de vacancia son, en su mayoría, comunidades afroamericanas. Sin embargo, en las propuestas de "derechamiento", el racismo estructural queda implícito, ya que el proceso de eliminar barrios enteros poblados principalmente por personas de color se presenta como una solución técnica y progresista, disfrazada con un lenguaje ecológico que oculta el carácter profundamente destructivo de las políticas de despojo.

El análisis de los planes de "derechamiento" en ciudades como Detroit, Flint, Rochester, Saginaw y Youngstown revela que, lejos de ser una solución para revitalizar áreas en crisis, estos planes son la materialización de una política de despojo organizada. En lugar de invertir en el desarrollo de comunidades locales, estos planes priorizan la demolición y la venta de tierras, sin considerar el bienestar de los residentes que aún permanecen en estos barrios. La retórica progresista de "ciudades verdes" se desvanece rápidamente cuando se observa la falta de financiación real para implementar estos cambios. La mayoría de las propuestas de "derechamiento" se basan en la eliminación de viviendas y el impulso de proyectos inmobiliarios que benefician a las élites, mientras que las verdaderas necesidades de las comunidades se ignoran sistemáticamente.

Es fundamental que los ciudadanos comprendan que el "derechamiento" no debe ser visto como una solución simple a los problemas de vacancia urbana. Si bien existen problemas reales que requieren atención, como la reducción de la infraestructura y los problemas ambientales, estos deben ser abordados con un enfoque holístico que involucre a las comunidades afectadas y que respete sus derechos y deseos. Las decisiones sobre el futuro de las ciudades no deben ser tomadas desde arriba, sino en consulta directa con aquellos que han sido históricamente marginados.

¿Cómo la Amenaza Racial Influyó en el Declive Urbano en Estados Unidos?

El estudio del declive urbano y las tensiones raciales en las ciudades estadounidenses ofrece una perspectiva crucial sobre los procesos socioeconómicos que han moldeado las áreas metropolitanas en las últimas décadas. El concepto de "amenaza racial" ha sido central en las discusiones sobre la urbanización, especialmente en el contexto de cómo las dinámicas de población y la percepción racial afectan la prosperidad de ciertos barrios. La creciente preocupación por la presencia de poblaciones minoritarias, especialmente negras y latinas, a menudo ha sido ligada a la disminución de la calidad de vida urbana y la migración de clases medias blancas hacia los suburbios.

Este fenómeno se ve reflejado en estudios históricos y contemporáneos que destacan cómo el aumento de la población negra en ciertos vecindarios fue percibido como una amenaza para los valores de propiedad y la cohesión social por parte de los residentes blancos. Estos temores no eran infundados solo en prejuicios raciales, sino que también estaban arraigados en ideas económicas sobre la devaluación de la propiedad. En ciudades como Detroit, el miedo a la “invasión” racial fue un motor fundamental del éxodo de residentes blancos hacia suburbios más seguros, donde las políticas públicas de vivienda contribuyeron a esta segregación geográfica y económica.

Además, el discurso político en torno a la seguridad urbana ha utilizado la "amenaza racial" como una herramienta para movilizar apoyo a políticas restrictivas. Las leyes de urbanización, que a menudo implicaban la exclusión de minorías raciales de ciertos barrios, crearon un ciclo de segregación que perpetuaba el empobrecimiento de los vecindarios urbanos. El fenómeno del “blight” o deterioro urbano es un claro ejemplo de este ciclo: áreas que eran abandonadas por propietarios blancos, y que, debido a la falta de inversión, pasaban a ser dominadas por minorías raciales, experimentaron un decrecimiento económico y social que las hacía aún más vulnerables a políticas de austeridad y exclusión.

Al mismo tiempo, el análisis de ciudades como St. Louis o Youngstown revela cómo la desindustrialización no solo despojó a estas comunidades de sus fuentes principales de empleo, sino que también dejó a la población con un sentido de desesperanza económica y social. La migración hacia los suburbios, combinada con la disminución de la inversión pública, precipitó el declive urbano, mientras que las autoridades locales carecían de los recursos y la voluntad política para revitalizar estos espacios. A menudo, el problema se exacerba con la falta de una verdadera integración racial en los esfuerzos de renovación urbana. El control y la gestión de estas zonas se convierte en un campo de batalla político, donde los intereses de las élites urbanas, a menudo blancas, chocan con los de las comunidades marginadas.

En cuanto a la relación entre la criminalización de las minorías y el declive urbano, se debe considerar el papel que han jugado las políticas de “ley y orden” desde la década de 1990. La aprobación del “Crime Bill” en 1994, ampliamente respaldada por políticos de ambos partidos, representó un punto culminante en la construcción de la narrativa de la amenaza racial, en la que la criminalidad era casi sinónimo de pobreza y raza no blanca. A pesar de las protestas de la comunidad afroamericana contra estas políticas, muchos, especialmente en las clases políticas y mediáticas, adoptaron la idea de que el endurecimiento de las leyes y la expansión de la prisión como solución a los problemas sociales eran necesarias para mantener el orden y la estabilidad urbana.

El análisis de este fenómeno también debe ir más allá de las fronteras estadounidenses. En otros contextos, como Canadá, aunque la discriminación racial puede parecer menos evidente en la superficie, la historia de los “covenants” raciales y las prácticas exclusivas de propiedad muestran cómo la segregación racial ha sido una constante en la política de vivienda, tanto en América del Norte como en otras regiones del mundo.

Lo que queda claro es que el declive urbano y las tensiones raciales están profundamente entrelazados, y que las políticas de renovación urbana y rehabilitación no pueden limitarse únicamente a aspectos estéticos o económicos. Es fundamental reconocer el legado histórico de la discriminación racial en las ciudades, el cual se sigue manifestando en la distribución desigual de los recursos y el acceso a las oportunidades. La revitalización no será efectiva si no se enfrenta también a las estructuras de poder que continúan reproduciendo la desigualdad racial.

Para el lector, es esencial comprender que las políticas de “desarrollo” y “revitalización” urbanas a menudo no son neutras. Estas políticas pueden, en algunos casos, beneficiar a las clases medias y altas, pero a expensas de las poblaciones más vulnerables. Las iniciativas de renovación deben ser evaluadas críticamente, reconociendo las tensiones raciales y económicas que subyacen en ellas.